SOBRE LOS ABUSOS EN
LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
Carta Pastoral de
los Obispos de Nigeria (CBCN)
A todos los
sacerdotes católicos de Nigeria
Sobre los abusos
durante las celebraciones litúrgicas
1.- La sagrada
liturgia es el corazón de nuestro culto y la cumbre de nuestra vida cristiana.
Es un acto de culto divino que pertenece a toda la Iglesia y debe ser
salvaguardado con la máxima reverencia y fidelidad. Sin embargo, observamos con
profunda preocupación y justa indignación un alarmante aumento de aberraciones
durante el culto en toda nuestra nación, perpetradas por algunos de nuestros
propios sacerdotes. Estos abusos incluyen
§ Desviaciones de las
oraciones y rúbricas prescritas de la Misa, incluyendo la Plegaria Eucarística;
§ manejo irreverente
de la Eucaristía;
§ caminar por el
pasillo mientras se lleva la custodia durante la exposición del Santísimo
Sacramento y bendecir al pueblo usando gestos parecidos a la aspersión del Agua
Bendita;
§ música inapropiada,
incluida la importación de música profana a la liturgia;
§ danza indecorosa,
incluso con la custodia que contiene la Eucaristía;
§ comercialización de
la liturgia en forma de demasiadas colectas y recaudación de fondos justo en
medio de las celebraciones litúrgicas;
§ el uso del púlpito
para perseguir intereses personales;
§ la incorporación de
costumbres locales incompatibles con la fe bajo el paraguas de la
inculturación;
§ la no utilización
de ornamentos apropiados;
§ la falta de
preparación adecuada para cada aspecto de la celebración litúrgica;
§ la invención de
ritos, como la Dedicación del Niño, en la que algunos sacerdotes colocan al
niño en el altar, cuando, según la enseñanza de la Iglesia, un niño es dedicado
a Dios durante el bautismo;
§ la bendición de
objetos no aprobados por la Iglesia como sacramentales;
§ y muchos otros.
Estas graves violaciones no sólo son una afrenta directa a la santidad de la
liturgia, sino también una fuente de escándalo y vergüenza para la Iglesia en
Nigeria.
2.- Que quede
inequívocamente establecido: La
liturgia no es un patio de recreo privado para la innovación personal. No es
una plataforma para la autoexpresión del celebrante. Es un encargo sagrado,
transmitido por la Iglesia, que debe celebrarse según las normas y tradiciones
establecidas. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano
II es clara: "La regulación de la sagrada liturgia depende únicamente de
la autoridad de la Iglesia". (SC, 22). Cualquier sacerdote que se encargue
de desviarse de estas normas es culpable de una grave traición a su deber
sagrado y está descarriando a los fieles.
3.- Condenamos, en
los términos más enérgicos posibles, todos y cada uno de los abusos dentro de
la sagrada liturgia. Tales acciones no son meros errores de juicio; son
violaciones del orden sagrado y deben ser tratadas como tales. Recordamos a
nuestros sacerdotes que el
altar no es un escenario para el teatro, ni la liturgia un lugar para la
novedad. La Iglesia nos ha dado directrices claras sobre cómo debe
celebrarse la liturgia, y éstas deben seguirse sin excepción. La fidelidad a
las leyes de la Iglesia no es opcional, sino obligatoria. Los fieles no merecen
otra cosa que la celebración verdadera y reverente de los misterios de nuestra
fe.
4.- A nuestros
obispos, los principales liturgistas de sus diócesis, les hacemos un solemne
encargo: Tomad medidas inmediatas y decisivas para corregir estos abusos. Los
fieles confían en ustedes como líderes, y es su deber sagrado asegurar que la
liturgia en su diócesis se lleve a cabo con la dignidad y reverencia que exige.
Como afirman las leyes universales de la Iglesia, "dentro de los límites
de su competencia, corresponde a los Obispos diocesanos establecer en la
Iglesia confiada a su cuidado, normas litúrgicas que sean obligatorias para
todos". (Canon 838 §4). Cuando sea necesario, se deben emplear medidas
penales para que los sacerdotes infractores rindan cuentas, haciéndoles
comprender la gravedad de sus actos y disuadiendo a otros de cometer ofensas
similares. Los directores diocesanos de liturgia y los vicarios foráneos
(decanos) deben colaborar estrechamente con sus obispos en esta sagrada tarea.
Es imperativo que trabajen juntos para asegurar que los sacerdotes dentro de
sus jurisdicciones se adhieran estrictamente a las directivas de la Iglesia.
Este esfuerzo de colaboración es esencial para mantener la unidad y santidad de
nuestro culto litúrgico.
5.- A los
sacerdotes os decimos esto: Se os confía la sagrada responsabilidad de celebrar
los misterios de nuestra fe. No es una responsabilidad que deba tomarse a la
ligera, ni que permita interpretaciones personales. La Constitución sobre la
Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II nos recuerda que "la Madre
Iglesia desea vivamente que todos los fieles sean conducidos a esa
participación plenamente consciente y activa en las celebraciones litúrgicas
que exige la naturaleza misma de la liturgia". (SC, 14). Esto sólo puede
lograrse cuando la liturgia se celebra con el decoro, la reverencia y la
fidelidad que exige. Los abusos y las desviaciones de la forma prescrita no
sólo son inaceptables, sino que constituyen un grave perjuicio para los fieles
y para la Iglesia.
6.- En conclusión,
renovemos todo nuestro compromiso con la celebración correcta y fiel de la
liturgia. La liturgia es un anticipo del banquete celestial, un encuentro
sagrado con lo divino, y debe
celebrarse siempre con la máxima solemnidad y reverencia. Cualquier
acción que disminuya este encuentro sagrado debe ser condenada y corregida con
la seriedad que merece. Extendemos nuestra más sincera gratitud a todos los
sacerdotes que, en su celebración de la liturgia, permanecen fieles a las
enseñanzas y tradiciones de la Iglesia. Vuestro compromiso con la reverencia,
el decoro y la fidelidad sostiene la santidad de nuestro culto y sirve de
brillante ejemplo para todos. Que nuestras celebraciones litúrgicas reflejen
siempre la belleza, el orden y la santidad que deben transmitir, acercando a
los fieles al misterio de Cristo; y que la Virgen, asunta al cielo, interceda
por nosotros para que seamos fieles a las enseñanzas de su Hijo y de la
Iglesia. Amén.
Dado el quince de agosto del año del Señor dos mil
veinticuatro, en la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen
María.