LA
NECESARIA EJEMPLARIDAD
"Es preciso contar con modelos, arquetipos,
cuya ejemplaridad de vida sirva
como apremio constante a seguir su huella
y completar lo que no pudieron concluir".
Así concluye la Declaración de la Academia del Plata
que transcribimos a continuación
A LOS 250 AÑOS DEL NACIMIENTO
Y EN EL BICENTENARIO DEL FALLECIMIENTO
DE DON MANUEL BELGRANO
El hombre. Sus
comienzos.
"Pienso en la eternidad donde voy y en la
tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán en
remediar sus desgracias".
El general
Mitre, en la biografía de don Manuel Belgrano, de quien el 3 de junio de este
año se cumplieron doscientos cincuenta años de su nacimiento, conserva esas
palabras ejemplares dichas poco antes de su muerte, ocurrida el 20 de junio de
1820, describiendo así sus últimos momentos: “luego de prepararse cristianamente, sin debilidad y sin orgullo, como
había vivido, en tregó su alma al Creador. Las últimas palabras fueron ¡Ay Patria mía!”.
Se cerraba
así una vida vivida “sin debilidad y sin
orgullo” por su coherencia generosa. “La
borla de doctor me parece patarata”, escribe a su padre, mostrando su
desdén por los honores. Y en su Autobiografía, evocando sus años de estudios en
España, asienta que por entonces se apoderó de él el deseo de propender cuanto
pudiese al provecho general y dirigir sus trabajos a favor de la Patria. Por
ello, vuelto a Buenos Aires y designado Secretario Perpetuo del Real Consulado
desde su creación en 1794, se empeñó en destacar la importancia de fomentar la
agricultura, la ganadería y la industrialización, la educación cristiana y la
instrucción de los jóvenes de ambos sexos.
De ello dan
cuenta sus Memorias, de las que conviene destacar las correspondientes a
1796,1798 y 1809. En ellas recomienda sean los párrocos, por su mayor
instrucción y proximidad con sus feligreses, quienes tomen a su cargo la
enseñanza de técnicas agrícolas; insta a la cría de ovinos, llamas y vicuñas y
atender a la forestación; y llama la atención, --muy a tono con los economistas
españoles de la época- sobre la
importancia del cultivo de la tierra.
Dos párrafos
muestran su nítida percepción de una realidad que exigía rectificación. En uno
de ellos afirma: “no vivamos en la persuasión (…) de que la abundancia
es el castigo que el Todopoderoso ha dado a este país como a otros la escasez”;
y en otro llama la atención sobre ”Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud de criaturas que
llegan a la edad de la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad”,
por lo que reclama la creación de escuelas gratuitas para la enseñanza de la
doctrina cristiana, leer y escribir, todo ello necesario para “ la ociosidad y remediar la indigencia de
niños y niñas.”
La tarea de educar constituía para Belgrano una acción de
tal importancia y urgencia que veía en ella una suerte de mandato imperativo. “¿Cómo se quiere –escribía en marzo de
1810 en el Correo de Comercio- que los
hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya
copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el
Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de
generación en generación con mayores y más grandes aumentos?
Esa
inquietud, por algunos calificada como obsesión, no se atenuaba siquiera cuando,
ya convertido en soldado, impulsaba la creación de escuelas en los pueblos que
atravesaba. Su biógra fo Ovidio Giménez señala que “su actitud desconcierta. No se concibe a un general de cuarenta años
que, llamado a apoyar pueblos y liberarlos si es preciso, se ocupe de escuelas
y de la educación de los niños y aun que las leyes respectivas fueran cumplidas
incluso a costa de malquistarse con los dignatarios de la Iglesia, pese a su
profunda devoción católica.”
Otro tema
central de sus reflexiones es la libertad del comercio: “sin comercio, se interroga retóricamente, ¿cómo se verificarían la
importación y la exportación que son el espíritu vivificante de todos los
Estados?” A lo que responde con una cita de Quesnay: “que no se impida el comercio exterior en los países por que según es
la extracción así es la reproducción y aumento de la agricultura”. Por
ello, concluye, es necesario “se dé entera libertad de comercio”, para lo que
busca el apoyo de opinión de Campomanes que hace suya.
Con el apoyo
de los virreyes Liniers y Cisneros consiguió este objetivo al autorizarse el
libre comercio con Gran Bretaña, por entonces aliada a los españoles en su
lucha contra el imperio surgido de la revolución de 1789.
Levene
asigna a sus trabajos una importancia capital: “En el acuerdo del 4 de septiembre, reunido el Consulado para
resolver el punto, se leyeron dos informes del síndico, un escrito del Prior
Antonio Pirán y la memoria anual presentada por el Secretario el 16 de junio,
en cumplimiento de la prescripción pertinente. Asignamos importancia a esta
memoria de Belgrano. Leída el 16 de junio, la elevó de inmediato al virrey
Liniers, robusteciendo la idea que ya tenía de franquear el comercio a los
ingleses, como se ha explicado. El documento volvió a considerarse en la sesión
del 4 de septiembre, en que se debatía el comercio libre. De modo que la
resolución del Consulado, aunque favorable sólo en cierto sentido, fue sin duda
arrancada por Belgrano.”
El patriota; el político.
La ocupación
de España y la abdicación de sus reyes legítimos le mueve, junto a otros, a
solicitar la regencia de la princesa Carlota de Borbón, hija de Carlos IV y
hermana de Fernando VII, pues como muchos y como lo asentará el mismo Fernando
al ser restaurado en el trono, entiende es ilegítima la pretensión de las
Juntas de gobernar en nombre del rey prisionero.
La Memoria
elevada a la princesa en septiembre de 1809 y que Belgrano suscribe, sostiene
el mejor derecho de Carlota, pues para administrar, defender y conservar estos
reinos hasta las resultas de España, bajo las mismas leyes, que es decir, con
las mismas obligaciones inherentes al trono, no es comparable la representación
de la Junta de Sevilla con la de V.A.R. [….] aquella es de mero hecho y ésta de
conocido derecho.
Y de inmediato
pasa a exhibir los derechos de los americanos: “[…] cuando la América
incorporada a la corona de Castilla es inherente a ella por la constitución, y
como no existe una obligación absoluta que cuando los separe del trono los una
a su igual por la de pendencia, pueden muy bien constituirse a sólo la unidad
de ideas de fidelidad sin pactos de sumisión. En este caso no se puede ver el
medio de inducir un acto de necesaria dependencia de la América Española a la
Junta de Sevilla, pues la constitución no precisa que unos reinos se sometan a
otros.”
En un
documento del año 1808 atribuido a Belgrano, también se expresa: “Diálogo entre
un castellano y un americano” en que se manifiesta que en el caso de que
nuestra España sea subyugada por el poder francés, debemos hacer revivir su
constitución y leyes en todo el continente Español Americano. Luego de hacer
referencia a la situación de España, posesionada la mayor parte de ella por el
poder francés, se analizan tres alternativas:
-
seguir la suerte de la metrópoli aunque reconozca la dinastía
Napoleón, de inmediato descartada pues con ello daríamos prueba de la falsedad
con que en tal caso proclamamos a nuestro Augusto Fernando VII y prometimos la
guarda de los derechos de su casa (y) abrazaríamos el partido de
la iniquidad.
-
Otra posibilidad -que descarta- es el gobierno y un cambio en la
forma de gobierno, pues “peores
consecuencias todavía nos presenta la opinión de constituirnos en República;
nos faltan las bases principales en que ha de cimentarse (….) nacería la división
entre europeos y americanos y la ambición de mando después de una guerra civil
la más sanguinaria y cruel quedando finalmente en estado de ser subyugados”.
-
Queda una última: lo único que puede hacernos felices es
reconocer a la Infanta D. Carlota Joaquina de Borbón como Regenta de estos
Dominios. Esto permitiría hacer “revivir en estos Dominios la España con su
constitución y leyes esto es, siguiendo la Monarquía española o el gobierno
representativo que la constituye, con arreglo a los fundamentos primordiales de
Castilla”.
Ambos
documentos ponen de manifiesto el núcleo del pensamiento de Belgrano como abogado, que había
estudiado con especial atención el derecho público. No creía, como Jovellanos,
que estos y aquellos reinos - fórmula empleada por la corona española asentando
la identidad de las Indias como reinos diferentes de los europeos - carecieran
de una constitución por no tenerla según el modelo que García Pelayo llama
racional-normativo. Sí que la tenía, asentada en sus leyes escritas, en sus
fueros y en sus costumbres, en las Cortes con facultades legislativas y en los
derechos de las ciudades. Ello no daba legalidad a un gobierno de vasallos
sobre vasallos, de los españoles peninsulares sobre los españoles americanos,
los cuales últimos eran reconocidos desde el 1500 como vasallos libres de la
corona de Castilla y no vasallos de los españoles.
Esa
constitución histórica garantizaba los muy hispánicos derechos a la honra, a la
vida y a la hacienda, poniendo freno al rey. Y esa constitución histórica, que
también los monárquicos reformistas querían restaurar, era la que había sido
afeada por el despotismo ministerial y el absolutismo del derecho divino sostenido
por los borbones franceses, totalmente ajeno a las doctrinas españolas tan claramente
expuestas en la enseñanza escolástica del origen divino del poder.
Belgrano,
como muchos españoles, americanos y peninsulares, creyó que Fernando la
respetaría y restablecería el prestigio de la corona, motivo por el cual se le
conoció como El Deseado. Pero el monarca defraudó a todos, siendo responsable
de la guerra civil americana y de las guerras civiles peninsulares que llevaron
a la desaparición del Imperio y a casi un siglo y medio de inestabilidad
política.
Fracasada la
regencia, ocupada España por el ejército francés e incorporada al imperio de
Bonaparte, el movimiento de mayo tiene a Belgrano entre sus principales actores
y es designado vocal en la Junta, que asume el gobierno con la obligación de
sujetarse a las “leyes del reino” y conservar íntegros los dominios de la
corona para el rey Fernando VII.
El soldado.
La Junta
hace del capitán de milicias que había combatido durante las invasiones
inglesas, general del Ejército que envía a Paraguay en septiembre de 1810. En
su marcha hacia el norte funda las ciudades de Nuestra Señora del Pilar de
Curuzú Cuatiá y de Mandisoví, a las que dota de escuelas. Con palabras de
Mitre: “reconcentra la población
diseminada en la campaña, la reúne alrededor de la escuela y de la Iglesia que
eran sus dos piedras angulares de la civilización y de la libertad y (…) pedía
poco después una cantidad de virus vacuno para prevenir la epidemia de viruela
que el año anterior había diezmado los pueblos de Misiones.”
En esa
campaña muestra su valor y su prudencia. Su valor, cuando en marzo de 1811
enfrenta con 400 hombres los 3000 del ejército oponente y, teniendo la batalla
perdida, diciendo a su amigo Mila de la Roca: “aún confío que se nos ha de abrir un camino que nos saque con honor de
este apuro; y de no, al fin lo mismo es morir a los 40 años que a los 60”;
ordenando luego cargar hasta hacer retroceder a los adversarios.
Belgrano, en
esas circunstancias, propone un cese de hostilidades que el jefe asunceño
acepta. Días después se dirige a Cavañas expresándole: “Ud. no puede concebir cuál está mi corazón condolido de la sangre que
tan desgraciadamente se ha derramado entre nosotros”, ofreciendo 58 onzas
de oro para las viudas “de los hombres
caídos en Paraguarí y Tacuarí”. Tres días después le escribe nuevamente: “mi anhelo es la fraternidad (…) entre todos
los que tenemos la gloria de amar a nuestro Rey desgraciado, Fernando VII, y
aspiramos a conservarle estos dominios libres de toda otra dominación”.
Esta carta
donde hace pública su lealtad al Rey no debe sorprender y menos llevar a
sospechar de la integridad de su autor. Hay otras en igual sentido. Tal la
escrita a Vigodet, donde asevera que sus “intenciones
no son otras que evitar la efusión de sangre entre hermanos vasallos de un
mismo Rey y cuyos dominios queremos conservar”, o a Tristán, expresándole
que “les seré eternamente reconocido, y a
ti mucho más, si aprovechando la confianza que tienes con tu general consigues
que se acabe esta maldita guerra civil”.
No puede
siquiera suponerse hipocresía ni astucia en el obrar de Belgrano. Cualquier
duda en ese sentido la disipa Anchorena, su Secretario de Guerra en el Ejército
del Norte, quien en una carta donde relata los sucesos de Mayo de 1810, afirma
que entonces quiso obtenerse la emancipación de España y ser considerada una
nación distinta, aunque gobernada por el mismo Rey, siendo así que discurrían
los patriotas de primera figura:
“V.M. sabe que el 25 de mayo de 1810, o por
mejor decir el 24, se estableció por nosotros el primer gobierno patrio a
nombre de Fernando VII y que bajo esa denominación, reconociendo por nuestro
rey al que lo era de España, nos poníamos sin embargo en independencia de esa
nación que consideraba a todas las Américas como colonia suya, para
preservarnos de que los españoles apurados por Napoleón, negociaran con él su
bienestar a costa nuestra, haciéndonos el pato de la boda.
También le exigimos a fin de aprovechar la
oportunidad de crear un nuevo título para don Fernando VII y sus sucesores
legítimos conque poder obtener nuestra emancipación de la España y que
considerándosenos una nación distinta de ésta aunque gobernada por un mismo
rey, no se sacrificasen nuestros intereses a beneficio de la península
española.”
Vir fortis et prudens.
En la
campaña del Paraguay Belgrano incumple las instrucciones teñidas del
jacobinismo que llevó al ejército enviado al Alto Perú a la anarquía y a esas
provincias a no colaborar con el gobierno de Buenos Aires. Al hacerlo,
consiguió la simpatía de los paraguayos y la constitución de una junta patria
en Asunción que guardó la independencia nacional.
La
desastrosa derrota de Huaqui y el desbande del ejército patriota en junio de
1812, que permitió que el Alto Perú quedase en control de los realistas,
determinó al gobierno encomendarle el comando del Ejército del Norte, que
reorganiza.
Contrariando
las órdenes expresas del Triunvirato, sabiendo del crucial valor estratégico
que tenía el control de Tucumán y con el apoyo que supo generar en el pueblo
tucumano, Belgrano organizó con mano de hierro aquella epopeya que la historia
conoce como ‘el éxodo jujeño’ y obligó al ejército de Pío Tristán a perseguirlo
a través de una tierra arrasada, al que finalmente dio batalla en aquella
provincia, luego de oficiar al gobierno en estos términos:
“El último medio que me queda es hacer el
último esfuerzo pre sentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme
en la plaza hasta concluir con honor. Algo es preciso aventurar y ésta es la
ocasión de hacerlo. Dios quiera mirarnos con ojos de piedad y proteger los
nobles esfuerzos de mis compañeros de armas”
La batalla
se libró en las inmediaciones de la ciudad entre el 24 y el 25 de septiembre y
concluyó con la retirada de los realistas, que Belgrano, siguiendo su política
de atraer a los adversarios tal como lo hiciera en Paraguay, no obstaculizó.
En las
condiciones en que se dio el resultado no parecía el previsible, por lo que
Belgrano, devoto mariano, no dudó en atribuirla a la mediación de la Sma. Vírgen,
bajo la advocación de Vírgen de las Mercedes – cuya fiesta se celebra
precisamente el 24 de septiembre - poniendo en brazos de su imagen los atributos
de su comando, el bastón de general en jefe.
La fortaleza
y la prudencia de Belgrano revierten la situación que había provocado Castelli.
Los éxitos y los fracasos militares que luego se sucederán no alterarán el
hecho que las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán se transformasen en el
antemural que protegerá la causa de la independencia, detendrá las invasiones
realistas y hará así posible la expedición del Ejército de los Andes que
llevará la independencia a Chile y Perú.
Belgrano
quería para su Patria un estado de justicia y veía en las formas de gobierno un
medio para lograrlo. En la situación que se encontraba el país consideró
conveniente una monarquía, porque a su juicio no se daban las condiciones que
re quiere una república.
Su proyecto
de constitución monárquica de 1815 entronca con la constitución histórica,
expresa su ideal de una nación bioceánica comprensiva de los virreinatos de
Buenos Aires, del Perú y de la presidencia de Chile y recibe la distinción de
los poderes y la forma escrita de las constituciones del siglo XIX.
El fracaso
de su misión ante Carlos IV y Fernando VII no le hizo variar de opinión, que
ratificó luego de la aprobación de la Constitución de 1819 diciendo: “Esta constitución y la forma de gobierno
adoptada por ella no es en mi opinión la que conviene al país, pero habiéndola
sancionado el Soberano Congreso Constituyente seré el primero en obedecerla y
hacerla obedecer.
No tenemos ni las virtudes ni la ilustración
necesaria para ser una república: una monarquía moderada es lo que hubiese con
venido. No me gusta ese gorro y esa lanza en nuestro escudo de armas: quisiera
ver un cetro entre esas manos que son el símbolo de la unión de nuestras
provincias.”
Fue siempre
franco en sus juicios y algunos muestran por qué no creía factible un régimen
republicano. En 1810 había escrito a Moreno advirtiéndole que “todo se resiente de los vicios del antiguo
sistema y como en él era
condición sine qua non robar, todavía hay quienes quieren continuar y es
de necesidad que se abran mucho los ojos”; y luego a Saavedra, llamándole la
atención sobre los “inicuos” que se hallaban “en nuestro propio seno.”
Años después
escribe a Tomás Anchorena quejándose de no ver “más que odios, rivalidades y grandes deseos de vivir a ex pensas del
público, que es lo que me parece han buscado en la revolución”. Y en otra carta
confesará: “creo que jamás podre mos contener los abusos si no andamos a palos
con todos (…) no veo más que pícaros y
cobardes por todos lados, y lo peor es que no veo remedio de este mal.”
Su confianza
en Dios hizo de él un hombre sereno y animoso. En una oportunidad escribe a
Anchorena: “¿Para qué V. da lugar a ideas
tristes? Mucho tiempo ha me propuse libertarme de ellas y jamás les doy entrada
en mis mayores apuros; los que creemos hay una Providencia y que ésta todo lo
dispone, veremos adelantado cuanto hay para no admitir la tristeza entre nosotros
¿a qué anticiparse los males? "
"Con demasiada aceleración vienen a
nosotros; resignarse a re cibirlos con tranquilidad, en las mayores
tempestades, debe ser nuestro principal estudio; que nos entristezcamos, o nos
alegre mos, la mano que todo lo dirige, no por eso ha de variar: esta es una
verdad evangélica ¿y en tal caso no es mejor alegrarse?
Adopte Ud. este sistema que no es el de
los iluminados y sus momentos se harán más llevaderos; demasiados males físicos
padecemos, dejemos los morales a otros.”
Colofón
Es un hecho
que la Argentina se encuentra muy necesitada de hombres y mujeres de
pensamiento y de acción, que se conviertan en adalides y abanderados de un gran
movimiento de reconstrucción social, cultural y también política de la nación.
Es duro
decirlo, pero quienes hoy pretenden fungir como dirigentes sociales o
políticos, en general son responsables de la decadencia en que vivimos o bien
son de una mediocridad agobiante.
Para que
esta situación cambie, además de la benevolencia de Dios, es preciso contar con
modelos, arquetipos, cuya ejemplaridad de vida sirva como apremio constante a
seguir su huella y completar lo que no pudieron concluir.
Manuel José
Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano es uno de ellos.
Buenos Aires, junio de 2020.
Juan Marcos Pueyrredon.
Gerardo Palacios Hardy.
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