EL VALOR DE LA ESTRICTA PERSEVERANCIA
En este tiempo de Adviento, es
importante recordar
que también en la vida espiritual y ascética
necesitamos
una estricta perseverancia
y una decidida constancia para afrontar las
dificultades del camino, las distracciones y el cansancio.
Son virtudes ascéticas que
deben brillar en el cristiano
La foto es del Camino a Emaús
La
Perseverancia y la Constancia son virtudes anexas a la virtud cardinal de la Fortaleza,
que a su vez se relacionan con la virtud teologal de la Esperanza.
La
Fortaleza modera los temores y audacias ante los peligros de muerte.
La
Perseverancia tiene algo de ella, sólo que se ocupa de persistir largo tiempo
en una obra buena, moderando el temor a la fatiga.
Habitualmente
utilizamos como sinónimo Constancia. Tienen en común que ambas apuntan a
persistir en algo bueno; pero la Constancia difiere en que vence otras dificultades
exteriores, independientes del largo tiempo.
Podemos
decir que ambas apuntan contra el desaliento derivado, o bien del largo tiempo que
puede insumir una obra buena, o bien de otras dificultades o presiones.
Ambas
son fundamentales en la vida de los discípulos misioneros especialmente en
momentos difíciles o de prueba. El discipulado misionero siempre deberá estar
caracterizado por la perseverancia y sus derivadas: vigilancia y fidelidad.
EL
RESPETO A LA AUTORIDAD Y EL VALOR DE LO ESTRICTO
Una anécdota
conocida del General San Martín, en su campaña del cruce de los Andes, nos
enseña que las grandes gestas y las pequeñas acciones requieren de conducta
firme y de resolución estricta, de fortaleza, autoridad y perseverancia.
Cuenta
la historia que durante los preparativos del Ejército de los Andes, gran
importancia tenían la pólvora y armamento guardados en lo que se
denominaba “polvorín”. Para su custodia en El Plumerillo, dispuso el general San
Martín que un soldado hiciera guardia en el acceso dándole estricta orden de
impedir el ingreso al lugar, especialmente de aquellos que tuvieran espuelas,
ya que éstas podrían provocar una explosión
Al día
siguiente, el General, se presentó de improviso ante el soldado-centinela del
Polvorín y pretendió entrar, pero éste le interceptó el paso y con firmeza le
pidió que se retire, impidiéndole pasar.
“Perdone,
General, pero tengo órdenes estrictas de no dejar entrar a nadie” “Yo soy el
Jefe, puedo entrar” -lo desafió San Martín-. “Mientras yo esté aquí ni usted ni
nadie va a entrar al polvorín con espuelas”, -dijo el soldado-, llevando su
mano a la empuñadura del sable. Ante la firme actitud del soldado, el padre de
la Patria volvió sobre sus pasos.
Luego de
este episodio, San Martín llamó al soldado a su presencia y una vez
frente a él lo felicitó ante el resto del regimiento destacando su correcto
proceder por haber cumplido una orden que era fundamental para la campaña
libertadora, siendo estricto en el cumplimiento de su deber de hacerla respetar
hasta por la misma autoridad que la dictó.
Con ello
el General enseñó a todos que nadie debe ser permisivo o laxo en el
cumplimiento de sus deberes. Y su autoridad moral se agigantaba…
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