QUE TU “SÍ” SEA “SÍ”
Y QUE TU “NO” SEA “NO”
La revista francesa La Nef ha publicado en su número de febrero 2023 un dossier especial sobre la figura del Papa Benedicto XVI.
Publicamos uno de los artículos, escrito por el cardenal guineano
Robert Sarah, que fuera colaborador del Papa Ratzinger.
Es un justo reconocimiento al Papa teólogo, cuyo pontificado brilla con una luz apacible y serena en medio de la oscuridad de una sociedad sin Dios.
Y que siempre, su “sí” fue “sí” y su “no” fue “no” (cfr. Mt. 5, 37) sin componendas o ambigüedades.
Un profeta de la Verdad frente al imperio de la mentira.
El descendiente
de San Agustín
Muchos homenajes
subrayan la grandeza de Benedicto XVI como teólogo. De eso no cabe
duda. Su obra perdurará. Sus luminosos libros son ya clásicos. Pero no debemos
equivocarnos. Su grandeza no reside principalmente en la penetración académica
de los conceptos de la ciencia teológica, sino en la profundidad teológica de su
contemplación de las realidades divinas.
Benedicto XVI tenía el don de hacernos ver a Dios, de hacernos
gustar su presencia, a través de sus palabras. Creo que puedo decir que
cada una de las homilías que escuché de él fue una verdadera experiencia
espiritual que marcó mi alma. En esto, es un verdadero descendiente de
San Agustín, el Doctor al que se sentía tan cercano en espíritu.
"Hacer presente a Dios en este mundo"
Su voz, frágil y cálida a la vez, consiguió hacernos sentir la
experiencia teológica que él mismo había vivido. Te aferraba en lo más hondo
del corazón y te conducía a la presencia de Dios.
Escuchémosle: "En nuestro
tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro
de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad
que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a
los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló
en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el
extremo, en Jesucristo crucificado y resucitado"
(Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la excomunión
de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Marcel Lefebvre,
10 de marzo de 2009).
Benedicto XVI no era un ideólogo rígido. Estaba enamorado de la
verdad, que para él no era un concepto, sino una persona encontrada y
amada: Jesús, el Dios hecho hombre. Recordemos su afirmación magistral: "No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello,
una orientación decisiva" (Deus caritas est, 1).
Benedicto XVI nos llevó a vivir este encuentro de fe con Cristo Jesús.
Allá donde iba, encendía esta llama en los corazones. Con jóvenes,
seminaristas, sacerdotes, jefes de Estado, pobres y enfermos, reavivó
la alegría de la fe con fuerza y discreción. Se hizo olvidar para dejar
brillar mejor el fuego del que era portador. Nos recordó: "Solo si hay una cierta experiencia, se puede también
comprender" (Encuentro con los párrocos y sacerdotes de la diócesis de
Roma, 22 de febrero de 2007).
Nunca dejó de recordarnos que esta experiencia de encuentro con
Cristo no contradice ni la razón ni la libertad. "[Cristo] no quita nada, y lo da todo" (Santa Misa de
inicio del ministerio petrino, domingo 24 de abril de 2005).
Frente al imperio de la mentira
A veces estaba solo, como un niño que se enfrenta al mundo. Un
profeta de la verdad que es Cristo frente al imperio de la mentira, un
frágil mensajero frente a poderes calculadores e interesados. Frente al gigante
Goliat del dogmatismo relativista y el consumismo todopoderoso, no tenía
otra arma que su palabra.
Este David de los tiempos modernos se atrevió a gritar:
"El deseo de verdad pertenece a la
naturaleza misma del hombre, y toda la creación es una inmensa invitación a
buscar las respuestas que abren la razón humana a la gran respuesta que desde
siempre busca y espera: 'La verdad de la revelación cristiana, que se
manifiesta en Jesús de Nazaret, permite a todos acoger el «misterio» de la
propia vida. Como verdad suprema, a la vez que respeta la autonomía de
la criatura y su libertad, la obliga a abrirse a la trascendencia. Aquí la
relación entre libertad y verdad llega al máximo y se comprende en su totalidad
la palabra del Señor: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»'
(Fides et ratio, 15)" (Discurso a los participantes en la Asamblea
plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 10 de febrero de 2006).
Un mensaje "insoportable" para el mundo
Pero la mentira y el compromiso no lo toleraron. Fuera de la
Iglesia, pero también dentro de ella, hubo quien perdió el control.
Sus propuestas fueron caricaturizadas, distorsionadas y ridiculizadas. El
mundo quería silenciarlo porque su mensaje era insoportable. Querían
silenciarle.
Benedicto XVI ha resucitado en nuestro tiempo la figura de los Papas de
la Antigüedad, mártires aplastados por el moribundo Imperio romano. El mundo,
como Roma en el pasado, tembló ante este anciano con corazón de niño. El
mundo estaba demasiado comprometido con la mentira para atreverse a escuchar la
voz de su conciencia. Benedicto XVI fue un mártir de la verdad,
de Cristo. Traición, deshonestidad, sarcasmo, no se le ahorró nada. Vivió el
misterio de la iniquidad hasta el final.
Como un padre
Entonces vimos al hombre discreto revelar plenamente su alma de pastor y
padre. Como un nuevo San Agustín, la paternidad del pastor desplegó en él la
madurez de su santidad. ¿Quién no recuerda la tarde en que, habiendo reunido en
la plaza de San Pedro a sacerdotes de todo el mundo, lloró con ellos, rió con
ellos y les abrió la intimidad de su corazón sacerdotal? Muchos jóvenes
le deben su vocación sacerdotal o religiosa. Benedicto XVI brillaba como un
padre entre sus hijos cuando estaba rodeado de sacerdotes y seminaristas.
Hasta el final, quiso apoyarlos y hablarles desde lo más profundo de su
corazón, llamado a seguir a Cristo en el don de sí mismo e incluso en el
sufrimiento por los demás. "Para que
el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí
mismo" (Deus caritas est, 34). "Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al
sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en una nueva dimensión, en
otro orden: en el orden del amor" (Discurso a los cardenales,
arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana, 22 de diciembre
de 2005).
Benedicto XVI amaba a las familias y a los enfermos. Para
entenderlo, hay que haberle visto con los niños hospitalizados. Hay que haberle
visto dándole un regalo a cada uno. Hay que haber visto la pequeña lágrima de
emoción que brilló en su amable rostro.
A él, recordémoslo, se debe la lucidez de la Iglesia sobre la pedofilia.
Sabía cómo llamar al pecado por su nombre, cómo conocer y escuchar a las
víctimas, y cómo castigar a los culpables sin la complicidad que a veces se
disfraza de misericordia.
En la oración y el silencio
A pesar de ello, o tal vez a causa de este amor a la verdad, cada vez
fue más despreciado. Entonces el profeta, el mártir, el padre tan bueno se
convirtió en un maestro de la oración.
No puedo olvidar aquella tarde en Madrid cuando, ante más de un millón
de jóvenes entusiastas, renunció al discurso que había preparado para
invitarles a rezar en silencio con él. Había que ver a esos jóvenes de todo el
mundo, silenciosos, arrodillados detrás de quien les mostraba el camino.
Aquella noche, con su oración silenciosa, dio a luz a una nueva generación
de jóvenes cristianos: "Sólo ella
[la adoración] nos hace verdaderamente libres, solo ella nos da los criterios
para nuestra acción. Precisamente en un mundo en el que progresivamente se van
perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se
convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración"
(Discurso a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la
curia romana, 22 de diciembre de 2005).
De ahí su insistencia en la importancia de la Liturgia. Sabía que en la Liturgia la Iglesia se
encuentra cara a cara con Dios. Si no está en el lugar que le corresponde,
entonces se dirige a la ruina.
A menudo repetía que la crisis de la Iglesia era
fundamentalmente una crisis litúrgica, es decir, una pérdida del sentido del
culto. "El misterio es el
corazón del que sacamos nuestra fuerza", le gustaba repetir. Trabajó
mucho para devolver a los cristianos una liturgia que fuera, según sus
palabras, "un verdadero diálogo del
Hijo con el Padre".
Frente a un mundo sordo a la verdad; frente, a veces, a una
institución eclesiástica que se negaba a escuchar su llamada, Benedicto XVI
optó finalmente por el silencio como última predicación.
Al renunciar a su cargo y retirarse a la oración, recordó a todos que "necesitamos hombres que miren
de frente a Dios y aprendan de Él lo que es la verdadera humanidad.
Necesitamos personas cuyas mentes estén iluminadas por la luz de Dios y cuyos
corazones Dios abra para que sus mentes puedan hablar a las mentes de los demás
y sus corazones puedan abrir los corazones de los demás" (Cardenal
Ratzinger, Conferencia en el monasterio de Santa Escolástica, Subiaco, 1 de
abril de 2005). Sin saberlo, el Papa estaba dibujando su propio retrato,
añadiendo: "Solo de los santos, solo
de Dios, viene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo".
¿Habrá sido Benedicto XVI la última luz de la civilización cristiana? ¿El ocaso de
una era superada? A algunos les gustaría pensar que sí. Es cierto que, sin él,
nos sentimos huérfanos, privados de la estrella que nos guiaba. Pero ahora su
luz está en nosotros.
Benedicto XVI, con su enseñanza y su ejemplo, es el Padre de la
Iglesia del tercer milenio.
La luz alegre y pacífica de su fe nos iluminará durante mucho
tiempo.
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