Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

30 de junio de 2020

¿EL ALTAR ES UNA REPISA PARA TODO?


¿QUÉ SE PONE ENCIMA DEL ALTAR?

   
 "El Altar es una Mesa santa, el Ara del sacrificio, el signo de Cristo, roca de la Iglesia, Piedra angular. Es el símbolo de la Mesa celestial, allá donde Cristo invita a todos los que quieran acudir, con el traje de bodas, a las nupcias del Cordero y la Iglesia.".

     

    Cuando vemos en una iglesia el honor que merece el altar, debemos elevar los pensamientos.

     El altar es revestido de manteles, con flores y cirios; se venera con una inclinación profunda cada vez que se pasa delante de él; el sacerdote lo besa.

     Es una Mesa santa, el ara del sacrificio, el signo de Cristo, roca de la Iglesia, piedra angular. Es el símbolo de la Mesa celestial, allá donde Cristo invita a todos los que quieran acudir, con el traje de bodas, a las nupcias del Cordero y la Iglesia.

       Al ver en la iglesia el altar, hemos de pensar también en aquel altar interior, el propio corazón, que debe ofrecer sacrificios y holocaustos de alabanza al Señor.

       La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma. Incluso cuando la oración se vive “en lo secreto” (Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf Institución general de la Liturgia de las Horas, 9) (CAT 2655).

   Así como en la Iglesia se ofrece la Víctima santa en el altar, en el altar de nuestro corazón hemos de ofrecernos nosotros a Dios.

   Así como en la Iglesia se eleva la súplica al Padre en el altar, en el altar de nuestro corazón hemos de elevar nuestras súpl icas constantes a Dios.

    Así como en la Iglesia el altar es incensado con suave olor para que la alabanza llegue al cielo, en el altar de nuestro corazón hemos de ofrecer siempre el incienso de nuestra alabanza a Dios.

 “Los dos altares, esto es, el interior y el exterior, puesto que el altar es símbolo de la oración, considero que significan aquello que dice el Apóstol: “Oraré con el espíritu, oraré también con la mente". Cuando, pues, ‘quisiere orar en el corazón’, entraré en el altar interior, y eso considero que es también lo que el Señor dice en los Evangelios: ‘…tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto y cierra tu puerta y ora a tu Padre en lo escondido…’. Quien, pues, así ora, como dije, entra en el altar del incienso, que está en el interior” (Orígenes, Hom. in Num, X, 3, 3).

     “Ofreced vuestros cuerpos como una víctima viva. (…) Este será vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1). En el altar del corazón ofrecemos sacrificios vivos, los de la vida cotidiana, los sacrificios interiores, espirituales.

     Esta mesa santísima requiere todo honor. Se cubre con un mantel, en diseño y forma que sea proporcionado al altar. Sobre el altar o cerca de él, el crucifijo con la imagen del Señor y los candeleros. También puede haber un discreto ornato de flores. Se coloca el Misal y también, si hace falta, un micrófono lo más discreto posible. Sólo esto puede estar sobre el altar.

     Sólo esto: no cancioneros, folios, ni sobre el altar depositar esa cantidad de ofrendas salvajes y tan creativas: una bola del mundo, un balón, un libro de-no-sé-qué, etc., ni utilizarlo para colgar carteles por delante como si el altar fuera un expositor.

   Veamos lo que dice la Ordenación general del Misal romano:

304. Por reverencia para con la celebración del memorial del Señor y para con el banquete en que se ofrece el Cuerpo y Sangre del Señor, póngase sobre el altar donde se celebra por lo menos un mantel de color blanco, que en lo referente a la forma, medida y ornato se acomode a la estructura del mismo altar.

305. Obsérvese moderación en el ornato del altar. Durante el tiempo de Adviento el altar puede adornarse con flores, con tal moderación, que convenga a la índole de este tiempo, pero sin que se anticipe a la alegría plena del Nacimiento del Señor. Durante el tiempo de Cuaresma se prohíbe adornar el altar con flores. Se exceptúan, sin embargo, el Domingo Laetare (IV de Cuaresma), las solemnidades y las fiestas.
Los arreglos florales sean siempre moderados, y colóquense más bien cerca de él, que sobre la mesa del altar.

306. Sobre la mesa del altar se puede poner, entonces, sólo aquello que se requiera para la celebración de la Misa, a saber, el Evangeliario desde el inicio de la celebración hasta la proclamación del Evangelio; y desde la presentación de los dones hasta la purificación de los vasos: el cáliz con la patena, el copón, si es necesario, el corporal, el purificador, la palia y el misal.
Además, dispónganse de manera discreta aquello que quizás sea necesario para amplificar la voz del sacerdote.

307. Colóquense en forma apropiada los candeleros que se requieren para cada acción litúrgica, como manifestación de veneración o de celebración festiva (cfr. n. 117), o sobre el altar o cerca de él, teniendo en cuenta, tanto la estructura del altar, como la del presbiterio, de tal manera que todo el conjunto se ordene elegantemente y no se impida a los fieles mirar atentamente y con facilidad lo que se hace o se coloca sobre el altar.

308. Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado. Es importante que esta cruz permanezca cerca del altar, aún fuera de las celebraciones litúrgicas, para que recuerde a los fieles la pasión salvífica del Señor.

    Sobre el altar no se pueden colocar imágenes, ni tampoco las reliquias que se vayan a venerar después de Misa: 

“Tampoco se colocarán sobre la mesa del altar reliquias de santos, cuando se expongan a la veneración de los fieles” (Ritual dedicación iglesias y altares, cap. IV, n. 10); 

ni se deben dejar libros, cajas de cerillas, etc., como tampoco se deja sobre el altar las vinajeras, el lavabo de la Misa, etc…, sino en la credencia (mesa auxiliar). Todo debe corresponder a la santidad del altar.

   ¡Ay! ¡Qué limpieza hay que hacer de altares! ¡Y limpiar la mentalidad que emplea el santo altar para poner de todo encima!

Padre Javier Sánchez Martínez
(Córdoba, España)

29 de junio de 2020

SANGUIS MARTYRUM SEMEN CHRISTIANORUM


PRIMEROS MÁRTIRES DE LA IGLESIA EN ROMA




La Iglesia recuerda, al día siguiente de San Pedro y San Pablo, a los cristianos de Roma que, por orden del emperador Nerón, murieron de manera atroz en el circo del Vaticano, después de designarlos como los responsables del incendio de la ciudad, en julio del 64. Según el escritor pagano Tácito, eran "una multitud inmensa”.

Las crónicas de los primeros años de nuestra era en la Roma imperial tienen páginas memorables que relatan cómo los cristianos eran llevados al imponente Anfiteatro Flavio (el Coliseo) para ser actores de crueles espectáculos: eran devorados por las bestias o, en las noches, rociados con brea y quemados.

Ese testimonio luminoso, con sus convicciones religiosas firmes que no se doblegaban ante un poder totalitario, iluminó la noche de la Roma pagana con la luz espléndida de la fe.

En la Plegaria Eucarística llamada Canon Romano, que la Iglesia reza desde el siglo IV se mencionan los siguientes protomártires de Roma (entre ellos, cinco Papas):

   Ø Lino. Sucesor de Pedro. Mártir.

   Ø Cleto. También llamado Anacleto. Sucesor de Lino en la sede romana. Mártir bajo el reinado de Domiciano.

   Ø Clemente. Sucesor de Cleto en la sede romana.  Mártir bajo el reinado de Trajano.  

   Ø Sixto. Sucesor de Esteban I en la sede romana. Mártir  bajo el reinado de Valeriano.

   Ø Cornelio. Sucesor de Fabián en la sede romana. Mártir bajo el reinado de Galo.

   Ø Cipriano. Obispo de Cartago. Mártir bajo el reinado de Valeriano.

   Ø Lorenzo. Diácono de Roma nacido en España. Mártir bajo el reinado de Valeriano.

   Ø Crisógono. Laico dálmata y mártir bajo el reinado de Diocleciano.

   Ø Juan.  Laico de Roma  y mártir bajo el reinado de Juliano el Apóstata.

   Ø Pablo. Laico de Roma y mártir bajo el reinado de Juliano el Apóstata. Hermano de Juan.

   Ø Cosme. Laico sirio, médico y mártir bajo el reinado de Diocleciano.

   Ø Damián. Laico sirio, médico y mártir bajo el reinado de Diocleciano.









26 de junio de 2020

UN GRAN ESCRITOR ARGENTINO


LEOPOLDO MARECHAL
(1900-1970)


Un homenaje al gran poeta y escritor argentino
 al conmemorarse los 50 años de su fallecimiento,
con uno de sus poemas más reconocidos,
que canta a la Argentina.

         Hoy, 26 de junio de 2020, se cumplen 50 años del fallecimiento de Leopoldo Marechal, para muchos el mejor poeta argentino, autor de Adán Buenosayres una de las novelas más importantes de la literatura hispanoamericana.

         Comenzó a escribir a los 12 años. En 1919 se recibió de maestro y, luego, de bibliotecario y profesor de enseñanza secundaria. Integró el grupo Florida, junto con otros escritores y pintores como Güiraldes, Bernárdez, Borges, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Xul Solar y Figari, destinados a establecer una gran renovación en las letras y las artes.

         Una frase famosa de su cuño expresa: “del laberinto se sale hacia arriba”, haciendo alusión a no dejarse enredar por el acaecer de las situaciones, sino buscar siempre el camino de la belleza. Él supo cantar con vena poética y un rico dominio del idioma, la maravilla de la vida humana.

         Un largo poema suyo, incluido en su obra HEPTAMERÓN, que tituló DIDÁCTICA DE LA PATRIA, (1966) muestra al autor en su profundidad, donde se percibe su fe católica y una visión profética de la Argentina.

         Vale la pena leer con detenimiento este poema, pues el poeta intuye y expresa como ninguno las virtudes y sobre todo los vicios argentinos, los de una Patria todavía joven como la nuestra, y, en especial, los de su clase dirigente y la de todos aquellos que tienen alguna responsabilidad en los diferentes ámbitos de la sociedad argentina.

         Como dice Marechal, la Argentina tiene un destino grande, y en los siguientes dos versos se sintetiza el largo poema:

         ".., el nombre de la Patria viene de “argentum”
¡Mira que al recibir un nombre recibe un destino¡
Hazte de plata y espejea el oro que se da en las alturas
y verdaderamente serás un argentino"

         ¿Cómo poder realizar ese destino, luego de tantas frustraciones? El poeta llama a la esperanza:

        "Si como pueblo no trazamos la Cruz
-porque la Patria es joven y su edad no madura-
la debemos trazar como individuos,
fieles a una celosa geometría.
¡La vertical del santo, la horizontal del héroe!

         No se trata de vestir armaduras llenas de pedrerías
Tu heroísmo ha de ser un caballo de granja
tu santidad una violeta
otros recogerán a su tiempo los laureles
yo te di los oficios del pilar y el carozo
fuertes y mudos en su anonimato.

         Ni tú ni yo veremos la cara de su estío...
Lo verán nuestros hijos y nuestros nietos
y todos aquellos hombres dichosos
que tengan en suerte
la gracia de nacer en suelo argentino”.

A continuación, el poema completo:




DIDÁCTICA DE LA PATRIA
1
Conozco a los varones de mi tierra y mi siglo:
inciertos en el mal y en la virtud,
son como yo, tienen la misma cara
sin dibujos de llanto
y el mismo corazón en arcilla mojada
que no tostó ni el fuego ni la gloria.

2
Josef, lo que te anuncio no es alegre ni triste:
sólo es fatal en esta Patria joven.
¿No te hubiera gustado, como a todos,
poner tus cuatro vientos en su bandera niña,
y montar alazanes que arquean los pescuezos
en el día feliz de una batalla;
o romper en su elogio, con la oda,
los tímpanos del mundo,
y arrancar una pluma del ángel para ella?

No has de lograrlo, y quedará en tu sueño:
la infancia de la Patria jugará todavía
más allá de tu muerte (yo lo aprendí hace mucho).
Ella es un año inmenso que despunta en nosotros:
ni tú ni yo veremos la cara de su estío.
  
3
Generaciones hubo más dignas que la nuestra.
¿Qué nos pasó a nosotros, Josef, que nos legaron
un tiempo sin destino que merezca un laurel,
un puñal que no sale de su vaina
y un día sin talones de castigar la tierra,
o una estúpida noche de soldados vacantes?

Nos enseñaron que la Patria era
no sé yo qué juicioso paraíso
de infalibles trigales y vacas repetidas.
Así engordamos junto a los grasientos
asadores y cerca de las uvas pisadas.
Y dormimos en todas las vigilias del hombre.

4
Entretanto, los pueblos que aventaba la historia
dos veces conocieron el sabroso
pavor de las batallas.
No me importa, Josef, el tenor de su guerra:
ellos caían bajo la implacable legislación del ciclo;
se miraban desnudos
en el espejo claro de la muerte;
sentían retemblar bajo sus pies
la cubierta del mundo, navío castigado
y abrirse arriba todos los pasajes del cielo.

Nosotros les vendíamos harinas
y carnes envasadas.
Muy dichosos de ser espectadores
y no actores de aquella promoción de la sangre,
reíamos felices de nuestra paz bovina:
quemábamos incienso a nuestro dios
en figura de Shorthon;
y lo apedreábamos a veces
cuando la lluvia, en su traición,
enflaquecía los vacunos
o nos diezmaba los trigales. Josef,
lo que te digo no es de hiel ni de miel:
sólo es fatal en una Patria niña.
Con todo, algo debemos hacer en esta infancia.
"¿Qué?", me dirás, y te respondo ahora.

6
El nombre de tu Patria viene de argentum. ¡Mira
Que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principial.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas,
y verdaderamente serás un argentino.

7
Es un trabajo de albañilería.
¿Viste los enterrados pilares de un cimiento?
Anónimos y oscuros en su profundidad,
¿no sostienen, empero,
toda la gracia de la arquitectura?
Hazte pilar, y sostendrás un día
la construcción aérea de la Patria.

8
Y es una vocación de agricultura.
¿No viste la semilla en su carozo
y el carozo en su tierra y esa tierra en su invierno?
Riñón de lo posible, la semilla es el árbol
no proferido aún y ya entero en su número
Josef, hazte carozo de la Patria en ti mismo,
y otros verán arriba la manzana
que prometiste abajo.

9
Somos un pueblo de recién venidos.
Y has de saber que un pueblo se realiza tan sólo
cuando traza la Cruz en su esfera durable.
La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo?
Con la marcha fogosa de sus héroes abajo
(tal es la horizontal)
y la levitación de sus santos arriba
(tal es la vertical de una cruz bien lograda).

10
Josef, si como pueblo no trazamos la Cruz,
porque la Patria es joven y su edad no madura,
la debemos trazar como individuos,
fieles a una celosa geometría.
¡La vertical del santo, la horizontal del héroe!
Te resulta dificil, ¿no es verdad?
Pero aquí no se trata de vestir armaduras
llenas de pedrería
ni de abrirse las nalgas con lujosos rebenques.

Tu heroísmo ha de ser un caballo de granja,
tu santidad una violeta gris.
Otros recogerán, a su tiempo, laureles
y el brillo escandaloso de la notoriedad:
yo te di los oficios del pilar y el carozo,
fuertes y mudos en su anonimato.

11
Josef, dos modos hay de hacerte rico:
o aumentando las cifras de tu cuenta bancaria
o reduciendo tus necesidades
a lo estricto y cabal.

Mejor es el segundo, por la razón que sigue:
¿No es el hombre un viajero de la tierra?,
¿su viaje no es de un año?
El que poco desea o necesita
es, bien mirado, un cómodo viajero
que anda sin equipaje.

12
Yo conozco a viajeros que se cargan
de maletas ociosas.
Por cuidar y mover sus pesados baúles
ni observan el paisaje ni leen la escritura
de este mundo sabroso
(porque todo viajero debe ser un lector).

Josef, eliminando tus valijas inútiles
ya eres pobre y liviano según la tierra gorda:
leyendo y meditando tus lecciones de viaje,
ya eres rico y pesado según la ley de arriba
Si todos alcanzaran este fácil teorema,
los hombres mis hermanos viajarían desnudos.
  
13
De los siete pecados capitales
que asaltan a los hombres junto al Río,
el primero es la Envidia (los he clasificado
por orden riguroso de maldad).

La riqueza exterior, los honores, el lujo,
la suerte y el talento constituyen el pasto
natural de la Envidia.
¿Josef, que no te muerdan sus dientes amarillos!
Ni envidies a los otros
ni les des ocasión de que te envidien.
La manera segura de no ser envidiado
es la de no mostrar nada envidiable.

14
La Gula está en el orden segundo de mi lista.
Es terrible, Josef, lo que devoran
nuestros conciudadanos entusiastas.
Por sus jamás ociosas dentaduras
yo diría que pasa toda la Creación
en su aspecto visible y masticable:
gordos terrestres piden ser y son.
Josef, no te abandones a tan loco ejercicio:
devora, en cambio, sin temor ninguno,
toda la Creación inteligible,
y te convertirás en un gordo celeste.

15
Por la mañana, cuando te levantes,
piensa, Josef, en ese nuevo día;
y no te olvides que al salir al sol
entrarás en un campo de batalla.
Que no te engañe el paso normal de los tranvías
ni la canción melosa del frutero
ni el pacífico rostro de tu jefe
ni la sonrisa blanca de tu subordinado.

Ángeles y demonios pelean en los hombres:
el bien y el mal se cruzan invisibles aceros.
Y has de andar con el ojo del alma bien alerta,
si pretendes estar en el costado
limpio de la batalla.
Josef, nada es trivial en esa guerra:
basta el peso ladrón de una bolsa de azúcar
para que llore un ángel y se ría un demonio.

16
No vaciles jamás en la defensa
o enunciación o elogio
de la Verdad, el Bien y la Hermosura.
Son tres nombres divinos que trascienden al mundo,
y es fácil deletrearlos en las cosas.
No los traiciones, aunque te flagelen:
yo sé bien que la triste Cobardía
suele atar a los hombres junto al Río moroso.

Vence a la Cobardía de los ojos oblicuos,
y la Patria futura dará el santo y el héroe
que han de trazar las líneas de la Cruz.

17
Liviano de equipaje y avizor en tu guerra,
te asaltarán, empero, no escasas tentaciones.
Josef, has de vencerlas, o llorará la Patria
todavía en pañales.

Si te ofrecen un cargo de visibilidad,
acéptalo en razón de tu mérito sólo
y en vista de los frutos que darás a tu pueblo.
Si eres olmo, no admitas la función del peral,
o has de ser un peral falsificado
y un olmo sinvergüenza.

18
Los cargos o funciones de mucha jerarquía
tientan o con el oro fiscal siempre indefenso
o con los relumbrones de toda investidura.
Josef, no pongas mano en los dineros
que a tu virtud laudable se confíen.
El Robo, soslayada forma de la violencia,
es el tercer pecado de nuestros compatriotas.

19
En cuanto al relumbrón, si te lo imponen,
lo llevarás con el desgano y frío
de quien se envaina por obligación
en un frac de molesto protocolo.

Sea tu libre personalidad,
y no el brillo exterior que te prestaron,
la que se muestre a todos, fiel e igual a sí misma.
Conozco a personajes que se creían águilas,
temidos y solemnes en su pluma oficial,
y que al ser desnudados exhibieron risibles
jalones de gallina.

20
Si acaso gobernaras a tu pueblo,
no has de olvidar que todo poder viene de Arriba,
y que lo ejerces por delegación,
como instrumento simple de la Bondad Primera.
Josef, el gobernante que lo ignora u olvida
se parece a un ladrón en sacrilegio
que se Va con el oro de una iglesia.
  
21
Según la más antigua ley de la caridad,
el superior dirige al inferior.
Hasta los nueve coros angélicos reciben
y cumplen esta norma del gobierno amoroso;
y el ángel superior, al de abajo se inclina
para darle una luz que a su vez le fue dada.

Todo buen gobernante lo será
cuando a sus inferiores descienda por amor
y se haga un simulacro de aquel Padre Celeste
que a toda criatura da el sustento y la ley.

El gobernante que no asuma el gesto
de la paternidad
es ya un tirano de sus inferiores,
aunque regale sus fotografías
con muy dulces autógrafos.

22
Empero, no confundas esa paternidad
con un fácil reparto de juguetes.
Recordarás, Josef, que tu Padre de arriba
gobierna con dos manos:
con la manó de hiel de su Rigor
y la mano de azúcar de su Misericordia.

Si asumes el poder, usa las dos,
ya la dura o la blanda, según tu inteligencia.
Josef, el que gobierna con una mano
sola tiene la imperfección de un padre manco.
  
23
Ni te muestres al pueblo demasiado
ni en el poder te agites como un hombre de circo.
Imita, si gobiernas, a ese Motor Primero
que hace girar al cosmos
y es invisible y a la vez inmóvil.

24
Preferiría yo, sin embargo, que tales
pesos no recayeran en tus hombros.
Es mejor construirse y apretarse uno mismo
(ya te hablé del pilar y la semilla),
y crecer por adentro lo que afuera se poda
y ganar por arriba lo que se pierde abajo.

Si así lo hicieras, crecerá la Patria,
Josef, en cada una de tus disminuciones.
Y todo lo que pierdas lo ganará esa Novia
del Suceder, en su más claro día.

Leopoldo Marechal


san JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER

DEL MAGNÍFICO LIBRO 

DE MEDITACIONES BREVES 

"CAMINO"



24 de junio de 2020

UN PRECISO ANÁLISIS SOBRE LA CRISIS DE LA IGLESIA


Las llagas de Cristo…
y de la Iglesia

Por Monseñor Héctor Aguer

La Iglesia debe recuperarse, ante todo, de la crisis interna que la afecta,
 para cobrar relevancia en el orden cultural y social,
de modo que pueda ayudar al hombre a orientarse hacia su auténtico destino.




LA DEVOCIÓN SECULAR A LAS LLAGAS DE CRISTO

¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!
Las llagas de Cristo, de sus manos, sus pies y su costado, son objeto de nuestra veneración y nuestro amor. La tradición eclesial atesora numerosos documentos de la fe de los fieles expresada, multiplicadamente, en la actitud del Apóstol Tomás, quien al verlas y tocarlas confesó: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28). Presento a continuación algunas oraciones clásicas, que solían rezarse privadamente después de la comunión; dos de ellas conservan vigencia todavía.

EL ANIMA CHRISTI
La primera es la pequeña letanía, que ha sido atribuida a San Ignacio, como «Aspiraciones al Santísimo Redentor»: Anima Christi; en muchos lugares se la recita en el momento correspondiente de la misa. Esas invocaciones comienzan: «Alma de Cristo, santifícame», e incluyen una contemplación del Cuerpo herido del Señor, con varias referencias a la pasión, fuente de ánimo, aliento y consuelo para los afligidos, que reciben de ella vigor, espíritu, fuerza. Se ruega ser embriagado por la Sangre preciosa, lavado por el agua que brota del costado abierto, ser escondido en las benditas llagas. Son expresiones de altísima y entrañable devoción.

EN ERGO
Otra plegaria, que era también muy popular, dirigida a Jesús crucificado comienza En ego... «Aquí estoy, bondadoso y dulcísimo Jesús». El texto indica que el orante, de rodillas bajo la mirada del Señor, ruega con el mayor fervor recibir impresos en su corazón sentimientos de fe, esperanza y caridad, dolor de los pecados y propósito de enmienda. Sentimientos (sensus) que no tienen nada de sentimentales, ya que no excluyen el conocimiento, la conciencia; se pide con firmísima voluntad asumir, vivir, esas realidades espirituales. La contemplación de las cinco llagas se hace con amor y dolor, con una identificación de com - pasión, mientras se medita el pasaje del Salmo 21 al cual se alude en el relato de la Pasión según San Juan (19, 36-37): han taladrado mis manos y mis pies, y puedo contar todos mis huesos (Sal 21, 17-18). Los relatos evangélicos del sacrificio del Señor citan implícita o explícitamente otros versículos del salmo para ilustrar hechos como el reparto de las vestiduras y el sorteo de la túnica y las burlas blasfemas; sobresale el clamor final del Crucificado, que asume la frase inicial del salmo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46). Se recoge en la oración la convicción de muchos Padres de la Iglesia que atribuían la autoría del poema a David, y lo consideraron una profecía.

OBSECRO, TE DULCISSIME DOMINE IESU CHRISTE
Una publicación de la Editorial Pustet, de Ratisbona (edición 13ª de 1927) reúne oraciones para antes y después de la misa, destinadas especialmente a los sacerdotes. Una de esas plegarias comienza: Obsecro, te dulcissime Domine Jesu Christe. Se pide en ella «que tu Pasión sea para mí una fuerza que me proteja y defienda, que tus llagas sean alimento y bebida por las que yo sea apacentado, embriagado y deleitado». En este caso se indica que la oración está dirigida a Jesús crucificado, y que ha de rezarse de rodillas.

TRETOMENE AGÁPES
En la misma colección se encuentra otra a las llagas del Señor, heridas que son fuente de la Sangre salvífica. Se ruega que las llagas nos llaguen (vúlnera como sustantivo y como verbo en imperativo) con el dardo encendido de la caridad, que la lanza del amor nos traspase, de modo que el alma pueda decir: «Estoy herida de amor», y que de esa herida broten lágrimas incesantes de amor y dolor. Aquí se nota una cita del Cantar de los Cantares (2, 5). Me permito una breve digresión semántica. Las versiones modernas de ese pasaje bíblico traducen, según el hebreo, «estoy enferma de amor». El original dice jolat, término que denota consternación; la versión griega de los LXX traduce tetromene agápes (estoy herida, de la raíz de tráuma). Continuando con la oración, en tercer lugar se pide que la cúspide de la dilección, como punta aguda y extrema golpee un alma dura como la nuestra y penetre profundamente en nuestra intimidad. Es la caridad, don divino, el amor, la dilección lo que hiere, traspasa, golpea al alma como un dardo, una flecha, la agudeza de una lanza. Todas estas son expresiones de altísima contemplación que podemos nosotros asumir con la esperanza de que alguna vez nos acerquemos a esa relación con Jesucristo.

LA ENCÍCLICA HAURIETIS ACQUIAS
En su libro «Miremos al Traspasado» (1984), Joseph Ratzinger comenta ampliamente y con elogio la encíclica de Pío XII Haurietis acquas, sobre el Corazón de Jesús, destacando en ella la teología del cuerpo referida a la encarnación y al misterio pascual. Cita una bella expresión de San Buenaventura: «Las heridas del cuerpo muestran las heridas del alma... ¡Contemplemos por las heridas visibles las heridas invisibles del amor!». En el trabajo que voy glosando, el gran teólogo muestra que esa teología del cuerpo «es a la vez, entonces, una apología, una defensa, del corazón, de los sentidos y del sentimiento, también y precisamente en el ámbito de la piedad». Como ya lo he apuntado, no hay aquí nada de sentimentalismo, sino teología y mística, la experiencia de un amor que se torna contemplativo; la veneración de las llagas conduce al conocimiento de la persona de Jesús, Dios y hombre verdadero. La liturgia, en diversas ocasiones, hace referencia a este rasgo del misterio pascual, y también asocia a él la compasión y la intercesión de María. En la célebre secuencia Stabat Mater, se dice: Crucifixi fige plagas cordi meo valide, «graba con fuerza en mi corazón las llagas del Crucificado». Valga, para no alargar la nota, este único ejemplo.

LE CINQUE PIAGHE DELLA SANTA CHIESA
El Conde Antonio Rosmini Serbati (1797 - 1855), sacerdote, hoy beato, fue un pensador original, escritor y fundador de la congregación clerical Istituto della Carità. No se limitó a contemplar las llagas del Cuerpo físico del Señor, sino que inspirado en esa contemplación de amor y dolor, se atrevió a descubrir polémicamente las llagas del Cuerpo místico, o más bien de la organización y vida de la Iglesia de su época. Entre sus obras sobresale Le cinque piaghe della Santa Chiesa; en este libro describía, por referencia a las heridas de las manos, los pies y el costado de Jesús, defectos que hallaba en el catolicismo contemporáneo suyo. La obra fue condenada, como otros escritos de su autoría, y él se sometió humildemente a la decisión de la Santa Sede. A partir de la reivindicación de Rosmini, Las cinco llagas de la Santa Iglesia fue una obra reconocida con autoridad para la historia de la Iglesia en el siglo XIX.

LAS CINCO LLAGAS DE LA IGLESIA ACTUAL

Yo me aventuro a presentar una hipótesis de actualización
de las llagas de la Iglesia, las que sufre en estos días

Lo hago modestamente, como expresión del respeto y amor que profeso a la Catholica, y del dolor que me causa reconocerlas. No son ocurrencias mías; muchos autores con mayor sabiduría y autoridad que yo han manifestado su preocupación, e incontables fieles, a veces con arrebatos de indignación, opinan sobre la situación eclesial y no esconden, incluso, posiciones ideológicas. Las «redes» constituyen una tribuna mundial, un areópago confuso. No localizaré las llagas, como hizo Rosmini, cuál en qué mano o en qué pie, cuál en el costado. Solo enumero cinco males, sobre los que he hablado en diversas ocasiones, o han sido objeto de escritos míos.

1.      Comienzo por la llaga que considero más abarcadora y profundael relativismo, un mal con raíces históricas que se expandió en el siglo XX, impregnando la cultura, el pensamiento y la actitud de multitudes.

El relativismo ha penetrado en la Iglesia, y se manifiesta en ella como duda, descuido y preterición de la doctrina de la fe y de la gran tradición eclesial, como un intento de acomodo con la cultura mundana. Una de las causas principales ha sido, en opinión de muchos, una interpretación sesgada del Concilio Vaticano II, la negación de su continuidad homogénea con el magisterio anterior. Los maestros del relativismo suelen afirmar que aquella gran Asamblea ha sido una revolución que determinó un cambio de época.

Desde el punto de vista metafísico la posición relativista equivale a la negación del Absoluto, y se camufla en proposiciones ambiguas. Como actitud de pensamiento significa el abandono de los criterios objetivos y la primacía del subjetivismo. De hecho, cualquiera dice lo que se le ocurre, y no hay quien lo corrija; peor, quien debiera corregir promueve la confusión.

Durante las últimas décadas, numerosos autores expresaron el relativismo teológico, con el consiguiente daño en la formación de los sacerdotes y en la orientación pastoral del clero. El relativismo ético incluye la negación de la naturaleza, de la cual se siguen principios de comportamiento objetivos, universalmente válidos: ni la ley natural, ni los Mandamientos de la ley de Dios son expresamente recordados y urgidos a los fieles como norma de vida personal y de relación con los demás.

El reduccionismo sociológico insiste en destacar el condicionamiento de los factores epocales y la vigencia cultural. La difusión del relativismo y sus consecuencias actuales frustran la intención del Vaticano II:

«Es obligación de toda la Iglesia de trabajar para que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamente todo el orden temporal y ordenarlo hacia Dios por Jesucristo» (Apostolicam actuositatem, 7).

El Cardenal Robert Sarah escribió en su libro Le soir approche et dèjà le jour baisse:

«Es determinante que valores fundamentales rijan la vida de las sociedades. El relativismo se nutre de la negación de los valores para afincar su empresa deletérea» (pág. 283).

Contamos con recursos extraordinarios para superar la tentación relativista: el Catecismo de la Iglesia Católica, y el magisterio completo y clarísimo de San Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Si el relativismo se instala permanentemente en la Iglesia, el mundo marchará a la perdición.


2.      La devastación de la liturgia. No fue tenida en cuenta una severa advertencia del Vaticano II:

«Que nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia» (Sacrosanctum Concilium, 21§3). 

Es verdad que muchos sacerdotes celebran dignamente la misa y logran incorporar a los fieles a «una celebración plena, activa y comunitaria» (ib.). Pero no se puede negar, y yo me refiero al caso argentino, que se ha generalizado el manoseo del rito más sagrado del catolicismo, y se han impuesto la improvisación, la abolición de la belleza -sobre todo en la música-, gestos y actitudes tales como gritos, aplausos, bailoteo, completamente ajenos a la índole sagrada de la celebración. Lo sagrado queda menoscabado o ha desaparecido.

Yo mismo he oído decir a colegas obispos que ya no hay distinción entre sagrado y profano, y se felicitaban por esta evolución. La concepción unilateral de la misa como encuentro fraterno ha oscurecido su índole sacrificial; no se advierte que lo que hermana a los fieles es una realidad sobrenatural: la común participación por la fe y la caridad en el sacrificio pascual del Señor que se hace sacramentalmente presente en el rito de la Iglesia. En algunos casos la celebración se convierte en un espectáculo o en una fiestita para niños; el culto de Dios desaparece, es la satisfacción, el «sentirse bien» de los presentes lo que se busca.

Con esa declinación que describo someramente, la fe es puesta entre paréntesis y la referencia a Dios queda reemplazada por la centralidad y primacía del hombre. La fenomenología de la religión muestra lo errado de semejante postura; probablemente un hombre de la Edad de Piedra se escandalizaría ante algunas celebraciones católicas de hoy; no encontraría en ellas la irrenunciable referencia a «lo otro», a la trascendencia, al mundo de los dioses.

La pérdida del sentido de la adoración tiene un efecto cultural destructor de la auténtica humanidad del hombre. El Cardenal Robert Sarah ha escrito:

«El sentido de lo sagrado es el corazón de toda civilización humana».

Me detengo aquí; los lectores seguramente podrán sumar a los datos precedentes sus propias reflexiones y experiencias.

3.      Secularización de la vida sacerdotal y deficiente formación en los seminarios.

Ha sido este uno de los capítulos más notorios de la crisis que siguió al Vaticano II. Las causas y el sentido de esa crisis tendrán que ser esclarecidos por los historiadores, pero no es posible negar que, como lo lamentó Pablo VI, «esperábamos una floreciente primavera y sobrevino un crudo invierno».

Jacques Maritain, gran amigo del Papa Montini, en El campesino del Garona evoca

«la fiebre neomodernista contagiosa, al menos en los círculos llamados 'intelectuales'; en comparación con ella el modernismo de tiempos de Pío X fue un modesto catarro».

Habla, también, de «una especie de apostasía inmanente que estaba en preparación desde hacía años, y cuya manifestación fue acelerada por ciertas expectativas oscuras de partes bajas del alma, imputadas a veces, mendazmente, al espíritu del Concilio».

El clero resultó especialmente afectado; miles de sacerdotes abandonaron el ministerio; una especie de «liberación» llevó a muchos a descuidar la vida espiritual; fueron numerosos también quienes se dedicaron a la «militancia» social y política; el celibato sacerdotal, cuyo incumplimiento puede registrarse con mayor o menor intensidad en cualquier época, fue criticado por principio, y actualmente arrecia la campaña para lograr su abolición.
El luminoso magisterio de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, que fue causa de una cierta recuperación, ya no cuenta demasiado, y no solo en el asunto del celibato. Se multiplicaron las experiencias de reorganización de los seminarios, y la agitación y las dudas continúan.

He notado que a veces se pone una atención ridícula en descalificar y perseguir a los alumnos en los que puede hallarse un apego a la tradición, que desearían estudiar bien el latín y usar sotana (y hasta se prohíbe vestirla), pero no se cuida la rectitud de la formación doctrinal, espiritual y cultural.
Se suele oponer el estudio a «la pastoral», y se precipitan experiencias presuntamente pastorales para las que los jóvenes no están preparados, y que carecen de valor educativo.
¿Cómo puede florecer la Iglesia con el descuido de una seria preparación filosófica, teológica y espiritual de sus futuros ministros?.
Humildemente, puedo exhibir una cierta autoridad en este tema: he sido organizador de un seminario diocesano y rector del mismo por una década, como también profesor en la Facultad de Teología, donde estudiaban seminaristas de diversas diócesis.
Durante mi ministerio arzobispal de 20 años he ido al seminario todos los sábados y he pasado siempre mis vacaciones con los seminaristas. Algo he aprendido. Ek toû kósmou ouk eisìn«ellos no son del mundo» (Jn 17, 16), dijo Jesús de los apóstoles en su íntima conversación con el Padre.
Los sacerdotes tampoco son «del mundo»; su secularización - mundanización es una llaga abierta en el corazón de la Iglesia.

4.      Ruina de la familia cristiana y del orden familiar natural.

Nunca como en estas últimas décadas contó la Iglesia con un magisterio tan amplio sobre el amor conyugal, el matrimonio y la familia. Sin embargo, la cultura vigente se impone con una fuerza arrolladora.

La naturalización del divorcio, favorecida por las leyes, ha llevado a que muchísima gente no se case, sino que viva en concubinato, el cual ya no es mal visto. Ahora no se habla de marido y mujer, esposo y esposa, sino de «pareja».

En la casi totalidad de los femicidios, el asesino es el novio o ex novio, la pareja o ex pareja. Debemos lamentar, también, que los matrimonios -cuando los hay- no duren; los pésimos ejemplos de gente de la «farándula», a la que se suman deportistas y políticos, y los medios de comunicación con su continuo martilleo, han llevado a desvalorizar el amor conyugal y la estabilidad familiar; muchos niños son huérfanos de padres vivos, o hijos «monoparentales».

Los abusos sexuales ocurren, en un ochenta por ciento de los casos, en el ámbito familiar, y el culpable suele ser la pareja de la madre.

No se aprecia debidamente el sacramento del matrimonio, y se desconoce la gracia que de él dimana. El control artificial de los nacimientos se ha convertido en una práctica habitual. La encíclica Humanae vitae fue resistida por vastos sectores de la Iglesia, y su cincuentenario pasó inadvertido.
Los pastores de la Iglesia no reiteran oportunamente una enseñanza que es valiosa no solamente para la vida cristiana, sino que tiene una dimensión cultural, social y política.
La aprobación legal del «matrimonio igualitario», y otras leyes inicuas inspiradas en la ideología de género alteran la constitución del orden familiar, y se extiende la legalización del aborto. Los fieles se ven sometidos a presiones inéditas.
Un fenómeno gravísimo es la imposición, por parte del Estado, de programas de educación sexual escolar contrarios a la ley natural y divina, que violan los derechos de los padres.
Los jóvenes necesitan ser acompañados para que puedan reconocer el valor, belleza y utilidad, personal y social, de la virtud de castidad, pero esta no parece una prioridad pastoral. En los colegios católicos se hace muy difícil la formación de los jóvenes en esas realidades esenciales, y por lo general las familias no colaboran; en muchos casos, por todo lo antedicho, no están en condiciones de hacerlo.
En suma, una llaga abierta que sangra abundantemente; con esa sangre se escurre la vida de la sociedad. ¿Es una llaga de la sociedad?. Por cierto, pero también una llaga de la Iglesia. Allí está el drama.

5.      La descristianización de la sociedad.

El proceso así titulado es, contemporáneamente, un proceso de deshumanización. Su causa es, en primer lugar, de carácter interno, religioso: cristianos que no viven como tales; bautizados que o bien no han completado la Iniciación Cristiana, o después de cumplir con el rito de la «única comunión» no perseveran en la praxis sacramental, no han recibido una formación en las verdades de la fe, y han sido devorados por la cultura pagana.
San Pablo advertía ya ese problema, por ejemplo, en la comunidad de Corinto; llega a decir que ni entre los paganos se encontraban vicios tan graves (cf. 1 Cor 5, 1; 6, 8 ss.).

Esa debilidad intrínseca de la Iglesia, la caída espiritual de sus miembros del nivel que corresponde a una comunidad cristiana, impide una presencia vital de la misma en la cultura y en las estructuras de la sociedad.

Hace imposible que los fieles brillen en ella hos phosteres en kósmo, como luminarias en el mundo, según enseñaba el mismo Apóstol (Fil 2, 15). La descristianización no se identifica con el cambio de las formas de organización política. León XIII exponía que «se puede escoger y tomar legítimamente una u otra forma política... mas cualquiera que sea esa forma, las autoridades del Estado deben poner la mirada totalmente en Dios, Supremo Gobernador del universo, y proponérselo como ejemplar y ley en el administrar la república» (Encíclica Inmortale Dei opus, 6-7).
En aquel documento de 1885 recordaba que «hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados», y la energía propia de la sabiduría cristiana había compenetrado las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos; impregnaba todas las clases y relaciones de la sociedad.
Se ha verificado un desarrollo homogéneo de la Doctrina Social de la Iglesia; en el Compendio promulgado por Juan Pablo II, en 2004, se incluye una queja contra el laicismo que en las sociedades democráticas «obstaculiza toda forma de relevancia política y cultural de la fe, buscando descalificar el empeño social y político de los cristianos, porque estos se reconocen en las verdades enseñadas por la Iglesia, y obedecen el deber moral de ser coherentes con la propia conciencia; más radicalmente se llega a negar la misma ética natural» (n. 572). Como se señala en esta última afirmación, la negación del orden superior del espíritu lleva a la deshumanización, a la negación de la naturaleza humana y sus exigencias.
La Iglesia debe recuperarse, ante todo, de la crisis interna que la afecta, para cobrar relevancia en el orden cultural y social, de modo que pueda ayudar al hombre a orientarse hacia su auténtico destino. La ausencia católica de los ámbitos en que se gestan nuevas vigencias culturales deja al mundo en manos del Padre de la mentira (cf. Jn 8, 44).
Se impone la necesidad de una reacción y de un trabajo coherente y decidido para forjar una contracultura como verdadera alternativa. Es lo que propone Rod Dreher en su magnífico libro «La opción benedictina. Una estrategia para cristianos en una nación postcristiana» (2017).
Las cinco llagas que veneramos no fueron las únicas que laceraron el Cuerpo del Señor en la pasión; habría que sumar las heridas de la flagelación y de la coronación de espinas (cf. Mt 27, 26. 29; Mc 15, 15).
Tampoco, seguramente, eran solo cinco las que sufría la Iglesia en el siglo XIX cuando Rosmini las puso en evidencia. Ni son solo cinco ahora.

Escrito el lunes 22 de junio de 2020. 
Memoria de los Santos Juan Fisher, obispo, y Tomás Moro, mártires

+ Mons. Héctor Aguer,
Arzobispo emérito de La Plata
Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.