Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

27 de mayo de 2020

SOMOS HIJOS DE DIOS



Sobre los dones del Espíritu Santo

LA PIEDAD,
tener gusto por las cosas de Dios.




El Don de Piedad nos recuerda que somos hijos de Dios.

Dice Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica:

“Los dones del Espíritu Santo son ciertas disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción del Espíritu Santo. Ahora bien, entre otras mociones del Espíritu Santo, hay una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios, según expresión de Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de adopción filial por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! Y, como lo propio de la piedad es prestar obediencia y culto al Padre, se sigue que la piedad, por la que rendimos obediencia y culto a Dios como Padre bajo la moción del Espíritu Santo, es un don del Espíritu Santo.” (Suma Teológica II-II, q. 121, art. 1)

La función de este Don es la de hacernos sentir a gusto en las cosas de Dios, como un niño se siente a gusto y seguro en los brazos de su padre o de su madre. Este don es el que nos hace espiritualmente niños capaces de confiar tiernamente en la bondad de Dios.

En nuestra vida tenemos tantos lugares donde sentirnos a gusto, tantas cosas en las que poner nuestra confianza, que se hace difícil para el alma poder elevar la mirada por sobre todas las cosas y descansar en Dios. Para hacerlo es necesario reconocer claramente que Dios es nuestro Padre y que nos ama.

El Don de Piedad es el Espíritu Santo trabajando interiormente para hacernos hijos de Dios. Y como todo buen hijo de buen padre, nos hace sentirnos seguros y a gusto de estar en las cosas de Dios.

Un hombre “piadoso” es aquel que tiene gusto y deseo de todas las cosas de Dios. El Don de Piedad es el que nos hace adoradores "en espíritu y en verdad".

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UNA BREVE POESÍA



Unas décimas de poesía bien escritas.
Que rezuman fe y buen decir en español.
Que conectan muy bien
con el don de PIEDAD que infunde el Espíritu Santo.



LA MIRADA (con mayúscula)

El zorro tiene guarida,
la calandria hace su nido,
el pez vive sumergido,
la araña, en tela tejida.
Cada bicho en esta vida
se procura su morada
para pasar su jornada
al abrigo y buenamente.
Y así yo, calladamente,
me refugio en tu Mirada.





26 de mayo de 2020

ANTE UNA ECOSOFÍA TRANSHUMANA Y PANTEÍSTA ABSOLUTISTA



DON DEL ESPÍRITU SANTO:
LA  CIENCIA,
gozo de saberse
"artesanía de Dios"

Importancia de invocar este don infuso 
en tiempos de una ecosofía transhumana y panteísta que todo lo quiere dominar





Ávido de conocer los preceptos del Señor se muestra el salmista cuando exclama:

“Tus manos me hicieron y me plasmaron;
instrúyeme para que aprenda tus mandamientos” 
(Salmo 119)

La primera y más elemental de las verdades que el Espíritu Santo concede al hombre, como máxima que debe orientar y dirigir sus juicios y acciones, es el reconocimiento de su condición creatural: “Ipse fecit nos, et ipsíus sumus”; “Él nos creó, somos suyos” (Salmo 100)

Mediante el don de ciencia quiere el Paráclito que todo en nuestra vida se juzgue a la luz de esta verdad fundamental: somos creaturas de Dios y a Él pertenecemos.

Solo esta ciencia, decía San Gregorio Magno, supera el ayuno de la ignorancia.

Como enseñaba san Juan Pablo II,

  “…el hombre contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las ciencias, está expuesto de modo particular a la tentación de dar una interpretación naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida…

  Para resistir a esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la CIENCIA. Es ésta la que ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador.

  Gracias a este don de lo Alto –como escribe Santo Tomás- el hombre no estima las creaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida” (Meditación dominical, 23-4-1989).

Entre los efectos salutíferos del don de la CIENCIA, encontramos:

ü Facilidad para descubrir la huella divina en todas las obras del universo;

ü ímpetu del corazón para dar alabanza y gloria al Creador;

ü profunda humildad y deseo de contemplación de las obras de Dios;

ü conciencia de nuestro estado de viadores en este mundo;

ü gozo de saberse artesanía de Dios y no simple producto de energías cósmicas.

En estos tiempos donde se absolutiza una ecosofía transhumana revestida de pseudociencia panteísta, urge implorar del cielo la sublime CIENCIA DEL ESPÍRITU SANTO.

VENI SANCTE SPIRITUS!

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25 de mayo de 2020

LA PRIMERA RESPONSABILIDAD DE LA IGLESIA


La epidemia de Covid-19 devuelve a la Iglesia a su responsabilidad primera: la fe.

Artículo publicado en Le Figaro el 19 de mayo de 2020, escrito por el Cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación del Culto divino y la disciplina de los sacramentos.

Escudo del Catdenal Sarah


¿Tiene la Iglesia aún un lugar en tiempos de epidemia en el siglo XXI? A diferencia de los siglos pasados, la mayor parte de la atención médica la proporciona ahora el Estado y el personal sanitario. La modernidad tiene sus héroes seculares en batas blancas y son admirables. Ya no necesita de los batallones caritativos de cristianos dispuestos a cuidar de los enfermos y enterrar a los muertos. ¿Se ha vuelto inútil la Iglesia para la sociedad?

El Covid-19 devuelve a los cristianos a lo esencial. En efecto, desde hace mucho tiempo, la Iglesia ha entrado en una relación falseada con el mundo. Confrontados con una sociedad que pretende no necesitar de ellos, los cristianos, por pedagogía, se han esforzado en demostrar que pueden serle útiles. La Iglesia se ha mostrado como educadora, madre de los pobres, «experta en humanidad» como dijo Pablo VI. Y tenía buenas razones para hacerlo así.

Pero poco a poco los cristianos han acabado por olvidar la razón de estos rasgos. Han acabado por olvidar que si la Iglesia puede ayudar al hombre a ser más humano, es en última instancia porque ha recibido de Dios palabras de la vida eterna.

La Iglesia está comprometida con las luchas por un mundo mejor. Ha apoyado con razón la ecología, la paz, el diálogo, la solidaridad y la distribución equitativa de la riqueza. Todos estos combates son justos. Pero podrían hacernos olvidar las palabras de Jesús: «Mi reino no es de este mundo». 

La Iglesia tiene mensajes para este mundo, pero sólo porque tiene las llaves del otro mundo. Los cristianos han pensado a veces en la Iglesia como una ayuda dada por Dios a la humanidad para mejorar su vida aquí abajo. Y no les faltan argumentos porque realmente la fe en la vida eterna ilumina la forma justa de vivir en el mundo.

El Covid-19 ha puesto al descubierto una insidiosa enfermedad que está carcomiendo a la Iglesia: pensar en sí misma como «de este mundo». La Iglesia quería sentirse legítima a sus ojos y según sus criterios. Pero ha aparecido un hecho radicalmente nuevo. La modernidad triunfante se ha derrumbado frente a la muerte. Este virus ha revelado que, pese a sus promesas y seguridades, el mundo de aquí abajo quedaba paralizado por el miedo a la muerte. El mundo puede resolver las crisis sanitarias. Y seguro que resolverá la crisis económica. Pero nunca resolverá el enigma de la muerte. Sólo la fe tiene la respuesta.

Ilustremos esta idea de modo concreto. En Francia, como en Italia, el tema de las residencias de ancianos ha sido un punto crucial. ¿Por qué? Porque se planteaba directamente la cuestión de la muerte. ¿Debían los residentes ancianos ser confinados en sus habitaciones aún a riesgo de morir de desesperación y soledad? ¿Debían estar en contacto con sus familias, arriesgándose a morir por el virus? No se sabía qué responder.

El Estado, encerrado en una laicidad que ha elegido por principio ignorar la esperanza y restringir el culto al ámbito privado, estaba condenado al silencio. Para él, la única solución era huir de la muerte física a toda costa, aunque eso significara condenar a una muerte moral. La respuesta sólo podía ser una respuesta de fe: acompañar a los ancianos hacia una muerte probable, en la dignidad y sobre todo en la esperanza de la vida eterna.

La epidemia ha golpeado a las sociedades occidentales en su punto más vulnerable. Se habían organizado para negar la muerte, para esconderla, para ignorarla. ¡Y ha entrado por la puerta principal! ¿Quién no ha visto esas morgues gigantes en Bérgamo o en Madrid? Son las imágenes de una sociedad que prometía hace poco un hombre aumentado e inmortal.

Las promesas de la técnica permiten olvidar el miedo por un momento, pero acaban siendo ilusorias cuando la muerte golpea. Incluso la filosofía no hace más que devolver un poco de dignidad a una razón humana abrumada por el absurdo de la muerte. Pero es impotente para consolar los corazones y dar un sentido a lo que parece estar definitivamente privado de él.

Frente a la muerte, no hay respuesta humana que se sostenga. Sólo la esperanza de una vida eterna permite superar el escándalo. ¿Pero qué hombre se atreverá a predicar la esperanza? Se necesita la palabra revelada de Dios para atreverse a creer en una vida sin fin. Se necesita una palabra de fe para atreverse a esperarla para uno mismo y los suyos.

Así pues, la Iglesia Católica está llamada a volver a su responsabilidad primera. El mundo espera de ella una palabra de fe que le permita superar el trauma de este encuentro cara a cara con la muerte. Sin una palabra clara de fe y esperanza, el mundo puede hundirse en una culpabilidad morbosa o en una rabia impotente ante lo absurdo de su condición. Sólo ella puede dar sentido a la muerte de las personas queridas, muertas en soledad y enterradas apresuradamente.

Pero entonces, la Iglesia debe cambiar. Debe dejar de tener miedo a chocar y a ir contracorriente. Debe renunciar a pensarse a sí misma como una institución del mundo. Debe volver a su única razón de ser: la fe. 

La Iglesia está aquí para anunciar que Jesús ha vencido a la muerte por su resurrección. Éste es el corazón de su mensaje: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es también nuestra fe y somos los más desdichados de todos los hombres». (1 Corintios 15:14-19). Todo lo demás no es más que una consecuencia de esto.

Nuestras sociedades saldrán debilitadas de esta crisis. Necesitarán psicólogos para superar el trauma de no haber podido acompañar a los más ancianos y moribundos a sus tumbas, pero necesitarán aún más a sacerdotes que les enseñen a rezar y a esperar. La crisis revela que nuestras sociedades, sin saberlo, sufren profundamente de un mal espiritual: no saben darle sentido al sufrimiento, a la finitud y a la muerte.

+ Cardenal Robert Sarah
Le Figaro, 19 de mayo de 2020



17 de mayo de 2020

TU EST PETRUS: CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE KAROL WOJTYLA


SAN JUAN PABLO II
Un dignísimo Sucesor de San Pedro



El 18 de mayo de 1920 nacía en Wadowice, Polonia, Karol WoJtyla, hace 100 años.

Polonia se ha caracterizado -en su historia como nación- por ser SEMPER FIDELIS. A comienzos del siglo XX eran tiempos de austeridad y de una fe firme. Y este dilecto hijo de esa tierra fue un fruto precioso de la patria polaca.

Todos conocemos su historia, marcada por el esfuerzo, la contrariedad y las vicisitudes de la historia del siglo XX. Fue un testigo y protagonista principal de la historia del siglo pasado.

Justamente en Polonia, y en su época de joven, se instalaron dos sistemas ideológicos perversos. EL COMUNISMO Y EL NAZISMO, ambos esencialmente ateos.

Fue obrero en una cantera y seminarista clandestino. Como dice Benedicto XVI en su carta de hace unos pocos días al Cardenal Stanislaw Dziwisz, estudió con viejos libros de Filosofía y Teología, en la perenne luz de la escolástica tomista. Ordenado sacerdote fue un gran asesor de grupos universitarios en Cracovia y profesor de Teología Moral. Luego fue obispo auxiliar, y finalmente titular de Cracovia.

Su pontificado es el tercero más extenso de la historia: casi 27 años 1978-2005 (luego de Pio X y San Pedro)

Juan Pablo II es sucesor de una serie de Papas admirables, cada cual con su estilo, desde el tiempo de San Pío X.

Su ministerio petrino fue brújula segura en el camino de la Iglesia. Tenía muy claro que la misión del sucesor de Pedro es ser principio perpetuo y fundamento visible de la unidad de fe de la Iglesia



UNA BREVE SEMBLANZA




SAN JUAN PABLO II (1920-2005)

   1. Su piedad eucarística y mariana
   2. Su amor a la Patria y a sus tradiciones
   3. Su amor a la Iglesia
   4. Protagonista principal del siglo XX
   5. Providencial para la Argentina
   6. Su Magisterio y sus líneas pastorales.

COROLARIO


Dos citas de la Carta del Papa Emérito Benedicto XVI al conmemorarse el centenario del nacimiento de Karol Woityla


Algunos puntos de su vida y ministerio sagrado:




En el Corpus de 2004, en Roma, en el ocaso de su vida. Quiso acompañar a Cristo Eucaristía en toda la procesión desde San Juan de Letrán a Santa María la Mayor. Y se arrodilló, con una enorme dificultad física, ante la  Sagrada Presencia.



   1. Una piedad eucarística y mariana que sobresalía en su vida.

-         Pasaba largo tiempo en su Capilla del Palacio Apostólico, muchas veces se lo vio postrado ante el Sagrario. Y llevaba la documentación importante para considerarla ante el Señor Eucarístico.

-         Su lema episcopal TOTUS TUUS EGO SUM VIRGO MARIAE tomado de San Alfonso María de Ligorio. El atentado que sufriera en una Plaza de San Pedro multitudinaria, el 13 de mayo de 1981, lo dejó agonizante. Su desenlace lo atribuyó a la maternal intercesión de Nuestra Señora de Fátima. Visitó todos los santuarios marianos importantes del mundo.


 


    2. Su amor a la Patria y a sus tradiciones

Inolvidable es su gesto en los 104 viajes internacionales que realizaba, al llegar a cada lugar, para besar su suelo, que lo pinta de cuerpo entero. Contrasta seriamente con la lógica globalista sin historia que hoy se busca imponer.




    3.  Su amor a la Iglesia.

Que fue un elemento permanente de su magno Magisterio, laboriosamente preparando por su ghost writer, el Cardenal Joseph Ratzinger, a partir de sus indicaciones precisas. 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.

Y ello queda patente en la publicación del nuevo CODIGO DE DERECHO CANÓNICO y en el CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, dos obras principalísimas para estos tiempos.

Visitó 317 parroquias romanas como Obispo de esa Diócesis. E hizo 146 visitas a diócesis y parroquias de Italia.

Convocó al Jubileo Universal del 2000. Así como el Año Santo de la Redención ("Aperite portas Redemptori", 1983), el Año Mariano y el Año Eucarístico.

Convocó a 15 Asambleas Sinodales y a la Jornada Mundial de la Juventud, cuyo primer encuentro fue en Buenos Aires, con una multitud de fieles que nunca se vio en la urbe porteña.

Realizó 1160 Audiencias Generales multitudinarias, con ciclos de temas inolvidables como LA TEOLOGÍA DEL CUERPO, LA VIRGEN MARÍA... Recuperó con esta convocatoria el tradicional oficio del Obispo pedagogo.




-         Convocó a 7 Ordinarios y 8 Extraordinarios

-   1978 EL CATECISMO EN NUESTRO TIEMPO (CATHEQUESI TRADENDAE)

-       1980 LA FAMILIA CRISTIANA (FAMILIARIS CONSORTIO)

- 1983 LA PENITENCIA Y EL PERDÓN EN LA IGLESIA (RECONCILIATIO ET PENITENTIAE)

-  1987 LA VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS LAICOS EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO (CHRISTIFIDELES LAICI)

- 1990 LA FORMACIÓN DE LOS SACERDOTES EN LA ACTUALIDAD (PASTORE DABO VOBIS)

-      1994 LA VIDA CONSAGRADA Y SU MISIÓN EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO (VITA CONSACRATA)

-   2001 EL OBISPO, SERVIDOR DEL EVANGELIO (PASTORES GREGIS)

-     2005 LA EUCARISTÍA: FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA DE LA IGLESIA ( el último Sínodo ordinario que convocó)


   4. Fue el gran protagonista del siglo XX

La caída del muro de Berlín y de la cortina de hierro, con el derrumbe del estado soviético son episodios principales en la historia de su vida. Sólo ver sus funerales del 8 de abril de 2005 en la Plaza de San Pedro desbordante de fieles, con 75 jefes de Estado, hablan de su protagonismo indudable.



   5. Providencial para la Argentina:

Todos recordamos a su legado, el cardenal Antonio Samoré en el litigioso conflicto con Chile, y su venida en 1982 (al concluir la Guerra de Malvinas)

Su viaje pastoral de 1987 a nuestro país fue muy intenso: del 6 al 12 de abril visitó diez ciudades: Buenos Aires, Bahía Blanca, Viedma, Mendoza, Córdoba, Tucumán, Salta, Corrientes, Paraná y Rosario, con un mensaje específico para cada una de ellas.




  6.  Su magisterio y sus líneas pastorales: Herencia espiritual de una magnitud superlativa.



Es impresionante recorrer su labor magisterial en documentos escritos, homilías, discursos, cartas, oraciones y alocuciones, como en cada Angelus.

La enunciación de alguno de sus documentos nos muestra esa envergadura:

El tríptico referido a la Trinidad, un misterio al que siempre recurría

REDEMPTOR HOMINIS  (1979)
DIVES IN MISERICORDIA (1980)
DOMINUM ET VIVIFICANTEM (1986)

Su referencia a la Eucaristía, los Sacramentos y la Liturgia

ECCLESIA DE EUCHARISTÍA VIVIT (2003) última
DIES DOMINI

La Doctrina Social

LABOREM EXCERCENS (1981)
CENTESIMUS ANNUS  (1991)
SOLLICITUDO  REI SOCIALIS (1987)
EVANGELIUM VITAE (1995)

Santísima Virgen y San José

REDEMPTORIS MATER (1987)
REDEMPTORIS CUSTOS (1989)

La inteligencia de la fe

FIDES ET RATIO (1998)
VERITATIS SPLENDOR (1993)


COROLARIO




Unos párrafos de la carta de hace unos días que escribió el Papa emérito Benedicto XVI. Lo recuerda así:

Cuando el cardenal Wojtyla fue elegido sucesor de San Pedro el 16 de octubre de 1978, la Iglesia estaba en una situación desesperada. Las deliberaciones del Concilio se presentaban al público como una disputa sobre la fe misma, lo que parecía privarla de su certeza indudable e inviolable.

Una tarea que superaba las fuerzas humanas esperaba al nuevo Papa. Sin embargo, desde el primer momento, Juan Pablo II despertó un nuevo entusiasmo por Cristo y su Iglesia. Primero lo hizo con el grito del sermón al comienzo de su pontificado: «¡No tengan miedo! ¡Abran, sí, abran de par en par las puertas a Cristo!» Este tono finalmente determinó todo su pontificado.

Durante los casi 2.000 años de historia del papado, el título «Magno» sólo prevaleció para dos papas: León I (440-461) y Gregorio I (590-604). La palabra «magno» tiene una connotación política en ambos, en la medida en que algo del misterio de Dios mismo se hace visible a través de la actuación política. A través del diálogo, León Magno logró convencer a Atila, el Príncipe de los Hunos, para que perdonara a Roma, la ciudad de los príncipes de los apóstoles Pedro y Pablo. Desarmado, sin poder militar o político, sino por el solo poder de la convicción por su fe, logró convencer al temido tirano para que perdonara a Roma. El espíritu demostró ser más fuerte en la lucha entre espíritu y poder.
El Papa Gregorio I también logró proteger a Roma contra los lombardos, de nuevo al oponerse el espíritu al poder y alcanzar la victoria del espíritu.
Si comparamos la historia de los dos Papas con la de Juan Pablo II, su similitud es evidente. Juan Pablo II tampoco tenía poder militar o político. 

Durante las deliberaciones sobre la forma futura de Europa y Alemania, en febrero de 1945, se observó que la opinión del Papa también debía tenerse en cuenta. Entonces Stalin preguntó: «¿Cuántas divisiones tiene el Papa?». 

Es claro que el Papa no tiene divisiones a su disposición. Pero el poder de la fe resultó ser un poder que finalmente derrocó el sistema de poder soviético en 1989 y permitió un nuevo comienzo. Es indiscutible que la fe del Papa fue un elemento esencial en el derrumbe del poder comunista. Así que la grandeza evidente en León I y Gregorio I es ciertamente visible también en Juan Pablo II.
Y concluye el Papa emérito su carta con estas palabras:

Es muy cierto que el poder y la bondad de Dios se hicieron visibles para todos nosotros en Juan Pablo II. En un momento en que la Iglesia sufre nuevamente la aflicción del mal, este es para nosotros un signo de esperanza y de confianza de la Divina Providencia.


SANCTUS IOANNES PAULUS PP II

Ora pro Ecclesiae!