Los
silencios litúrgicos, vividos también en la Misa transmitida por las redes
sociales.
Asistiendo a la Misa transmitida por los medios, podemos
acostumbrarnos aún mejor a reconocer el valor de ciertos silencios que se hacen en la celebración, que
no son meros vacíos o pausas, sino que están llenos en sí mismos de significado
litúrgico.
I. Unos son los silencios del sacerdote en sus
oraciones secretas,
que serían más beneficiosos, y no motivo de distracción o vacío, si tuviéramos
la debida preparación litúrgica y supiéramos lo que el sacerdote está diciendo
en cada una; y, por supuesto, si la cámara no nos desviara inoportunamente
durante algunas de ellas (como podemos observar desde ahora) como si tuviera
que proporcionarnos un breve descanso y hacernos ver otras cosas,
interrumpiendo cada vez nuestra participación. Por ejemplo:
-antes de proclamar el Evangelio, inclinado hacia el altar: «Purifica
mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente el
Evangelio»;
-preparando las ofrendas: «El agua unida al vino sea signo de nuestra
participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición
humana»;
-después de presentar las ofrendas: «Acepta, Señor, nuestro corazón
contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que
sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro»;
-durante el lavabo: «Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi
pecado»;
-haciendo, antes de la Comunión, la inmixtión tras la fracción del
pan (dejando caer en el vino un trocito de la Hostia consagrada: «El
Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para
nosotros alimento de vida eterna»;
-preparándose para comulgar: «Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo
y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por
tu piedad, me aproveche para defensa del alma y cuerpo y como remedio
saludable» (u otra fórmula);
-comulgando: «El Cuerpo de Cristo/La sangre de Cristo me
guarde para la vida eterna», que a veces dice audiblemente, haciendo
que muchos se sientan obligados a decir “Amén”.
II: Otros son silencios compartidos por el
sacerdote y los fieles:
-como inicio del acto
penitencial, para hacer todos un breve examen de conciencia y poder
purificarnos antes de proseguir, pero a menudo indebidamente reducido a un par
de segundos;
-el de la primera parte de
la oración colecta, cuando el sacerdote nos invita: «Oremos». «Todos, junto
con el sacerdote, observan un breve silencio para hacerse conscientes de estar
en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas» (OG 52),
generalmente casi inexistente;
-en la preparación de las
ofrendas, que, según nos aseguraba el cardenal Ratzinger, no debe ser para
nosotros una mera espera o pausa vacía de significado —en la que podemos
distraernos, mucho más en la Misa televisada si la cámara nos arranca una vez
más de la presencia del sacerdote y del altar—, sino un silencio litúrgico
«lleno de contenido», una «oración común» en que «el proceso exterior se
corresponde con un proceso interior: la preparación de nosotros mismos» que nos
prepare para el milagro de la transubstanciación;
-el silencio ante la Consagración del Cuerpo y la Sangre de Cristo, un momento de adoración profundo.
-el silencio en el memento
de difuntos de la Plegaria Eucarística, recordando a nuestros seres queridos difuntos.
-el silencio después de la
Comunión, «sagrado silencio que se observa después de la Comunión» (OG 43),
para que «alaben a Dios en su corazón y oren» (OG 45), no para mirar a los
demás y distraerse, y sin que tengamos que oír demasiado pronto ese «Oremos»
que nos saca de nuestro recogimiento; y no solo silencio, sino silencio y
quietud, y, como decía el padre Aldazábal en un cursillo para sacerdotes: «Todos… deben
quedarse quietos… callados, sin música ni cantos», como debemos comportarnos en
casa después de haber hecho la Comunión espiritual, quitando el sonido a la
retransmisión hasta que el sacerdote se levante para decir: «Oremos».
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