Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

26 de febrero de 2020

EVITAR LOS APLAUSOS EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA


EN CUARESMA:
UN GESTO DE SOBRIEDAD




El Arzobispo de Lingayen-Dagupan, Filipinas, Monseñor Sócrates Villegas OP DD, hizo un llamado a una "abstinencia" particular: la de evitar cualquier forma de aplauso durante las Celebraciones Eucarísticas.

El prelado recordó que la Eucaristía es la actualización del sacrificio de Cristo en la Cruz y pidió que su celebración no pierda el significado de la Liturgia y la Adoración.

"El Miércoles de Ceniza, que abre el tiempo litúrgico de Cuaresma, nos brinda una buena ocasión para reflexionar sobre el valor y la importancia de la sobriedad, el silencio y la moderación en la búsqueda de la santidad de la vida”.

El arzobispo pide  evaluar el gesto del aplauso, presente en algunas Eucaristías locales. "¿Aplaudir es el antídoto contra el aburrimiento en la iglesia? ¿Aplaudir en medio de la homilía o después de ella es un signo de vitalidad litúrgica? ¿No es este aburrimiento proveniente de un mal entendido sentido de adoración y oración?", cuestionó.

"La comunidad de oración se convierte en un auditorio que necesita entretenimiento; los ministros litúrgicos se convierten en artistas intérpretes o ejecutantes; y los predicadores se convierten en maestros de brindis eruditos. No debería ser así".

El prelado recordó que el centro de la Eucaristía debe ser Dios y no los logros humanos y que el aplauso no es un gesto apropiado para motivar a los sacerdotes y otros creyentes, como quienes realizan donativos en beneficio de la Iglesia.

“Promovamos un sentimiento de gratitud por el ministerio litúrgico bien celebrado, guiando a nuestra gente a aspirar a disminuir para que el Señor pueda aumentar", propuso el Arzobispo.

"En las oraciones públicas y la Liturgia, la autoconciencia debe inclinarse ante la conciencia de Dios. Somos una Iglesia unida por Dios, no un club de admiración mutua autoorganizado".

De manera concreta, Mons. Villegas pidió a los sacerdotes evitar el uso de aplausos para mantener la atención de los fieles durante la homilía. "Una homilía bien preparada, breve, inspirada e inspiradora es más fructuosa que los aplausos intermitentes mientras se predica”.

De igual manera, prohibió que se mencionen benefactores en las Eucaristías, por lo que los agradecimientos deben ser realizados en otros espacios: "Céntrense en Dios y solo a Él sea la gloria".

"No me aplaudan a mí después de la Misa cuando visito su parroquia o capilla. Ustedes y yo somos invitados en la Casa de Dios. Solo somos meseros en la Mesa del Maestro", declaró el prelado.

"La Eucaristía es el memorial del Calvario. ¿Quién habría aplaudido en el Calvario? ¿Habrían aplaudido la Santísima Madre y el apóstol Juan?

La Eucaristía es la conmemoración de la muerte cruenta por la que pasó el Señor. ¿Quién aplaude mientras otros sufren? Es dolor con amor; sí, pero duele”.

El Arzobispo pidió mantener la sobriedad durante este tiempo de Cuaresma y expresó su deseo de que "esta abstinencia de aplausos fluya hacia los otros días del año. ¡Que en todas las cosas, sólo Dios y sólo Él puede ser glorificado!".



25 de febrero de 2020

MEMENTO, HOMO...


26 de febrero
MIERCOLES DE CENIZA


Con este día tan significativo
la Iglesia inicia un tiempo propicio
para la preparación del misterio central de nuestra fe, 
la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Redentor.

En las puertas de la Cuaresma,
una jornada de ayuno y penitencia.

Un tiempo dedicado a Dios,
recordando nuestro origen y nuestro destino.

Es bueno en este día volver a leer la Constitución Apostólica "Paenitemini" del Papa San Pablo VI del año 1966, al concluir el Concilio Vaticano II, donde vuelve a insistir en el valor de la penitencia en la vida de los creyentes.

 Se puede acceder a ella en este enlace:

http://www.vatican.va/content/paul-vi/es/apost_constitutions/documents/hf_p-vi_apc_19660217_paenitemini.html




22 de febrero de 2020

Monseñor MIROSLAW ADAMCZYK


“SPES AUTEM NON CONFUNDIT"


       Este es el lema episcopal del nuevo Nuncio apostólico en la Argentina. La frase, tomada de Romanos 5, 5 traducida dice: “LA ESPERANZA NO DEFRAUDA”.

       Monseñor MIROSLAW ADAMCZYK nació el 16 de julio de 1962 en Gdansk (Polonia) ciudad donde se encuentran los famosos astilleros donde tuvo origen en sindicato SOLIDARIDAD de Lech Walesa.

       Fue ordenado sacerdote en la arquidiócesis de Gdansk el 16 de mayo de 1987. Licenciado en derecho canónico, se unió al servicio diplomático de la Santa Sede el 1 de julio de 1993. Estuvo destinado en Madagascar, India, Hungría, Bélgica, Sudáfrica y Venezuela.

       El 22 de febrero de 2013, el papa Benedicto XVI le nombró nuncio apostólico en Liberia y arzobispo titular de Otricoli. Recibió su consagración episcopal del cardenal Kazimierz Nycz, arzobispo de Varsovia, el 27 de abril en la Catedral de Oliwa. Ese mismo año, el papa Francisco le otorgó responsabilidades adicionales como Nuncio Apostólico en Gambia el 8 de junio y en Sierra Leona el 21 de septiembre.

       El 12 de agosto de 2017, el Papa Francisco le nombró nuncio apostólico en Panamá, cargo que ha ocupado hasta este nuevo nombramiento.

       En el significativo día de la Cátedra de San Pedro de 2020, conocemos el nombramiento de monseñor Adamczyk como nuevo Nuncio apostólico en la Argentina.






21 de febrero de 2020

TU EST PETRUS, et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam

FIESTA DE LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO


La oración colecta de la Misa de esta Fiesta litúrgica es muy expresiva:

“DIOS TODOPODEROSO,
TE PEDIMOS QUE NINGUNA TRIBULACIÓN NOS PERTURBE
YA QUE NOS HAS EDIFICADO SOBRE LA PIEDRA
DE LA CONFESIÓN APOSTÓLICA”.


La foto es del maravilloso Retablo de Bernini 
en la Basílica vaticana de San Pedro,
iluminado con decenas de cirios 
por la oficina de ceremonial vaticano para este día.

Y en el ángulo se observa 
la antiquísima estatua de San Pedro, 
que veneran los romeros, 
y que hoy se cubre con una magnífica capa y con tiara.

18 de febrero de 2020

LA SOTANA EN UNA SOCIEDAD ANGUSTIADA Y AGNÓSTICA


UNA BREVE ANÉCDOTA
SOBRE LA IMPORTANCIA DE LA SOTANA

De una Carta de Lectores de un diario valenciano, una pequeña historia que nos muestra la importancia del hábito talar o del clergy (alzacuellos) en una sociedad angustiada y agnóstica.



       De un tiempo a esta parte cada vez que veo a una monja o a un cura por la calle, me detengo a saludarlos y a agradecerles su labor.

       Las monjas sonríen abiertamente y te dan las gracias, los curas son más de asentir.

       La semana pasada vi a uno de la "old school" con sotana y alzacuellos cerca de la Catedral. Me corté un poco ante tanta solemnidad pensando que quizá fuera el obispo o alguien de un poco más arriba que un cura de barrio. Como no le vi solideo, ni cordones, ni nada de violeta, me acerqué, maletín en mano y con la corbata floja de vuelta del juzgado, «Buenos días, padre, y muchas gracias por su labor y por hacerla tan visible, ya no se ven curas como usted y es una pena» el hombre me miró y miró su reloj «tienes tiempo para una café» -me preguntó- «Claro que sí» -le respondí-.

       Y nos fuimos a las terrazas de la plaza de la Paz entre amas de casa que salían del mercado, jubilados y funcionarios del ayuntamiento que pasaban la mañana al sol del invierno.

       «Yo nunca llevaba sotana, de hecho no llevaba ni alzacuellos. Yo era una persona que era cura como podría haber sido abogado como tú, o bombero, o cualquier otra cosa, pero resulta que era cura» -me dijo el sacerdote-.

       Las palomas, subidas en las mesas de metal de al lado, picoteaban los cacahuetes abandonados por dos jóvenes que se habían ido.

       «Pero un día, cuando estaba yo de párroco en un pueblo de Madrid, cambiaron el obispo y nos convocaron a todos los curas para reunirnos con él… y yo pensé que para la ocasión por lo menos el alzacuellos me tenía que poner. Al final: alzacuellos y sotana».

       Pidió café solo, y se lo tomó a sorbos y sin azúcar, como los hombres.

       «Tomé el metro para llegar al obispado y en el metro era consciente de que la gente me miraba (porque hoy día ir con sotana es un cante) pero un hombre con la vista perdida, sentado solo en un banco de a dos, comenzó a mirarme fijamente, estuvo un rato mirándome y se acercó a mí, y me preguntó si era cura de verdad. De verdad -le dije yo- y a tu disposición».


       Con el último sorbo del café el cura me acabó de contar la historia: «Me dijo aquel hombre que se iba a tirar a las vías del tren, y que había pedido una señal. Aquel día la señal fui yo vestido con sotana. El hombre me abrazó y se echó a llorar. Desde entonces llevo sotana todos los días».


5 de febrero de 2020

ADORAR A DIOS, VIVO Y VERDADERO, EN ESPÍRITU Y EN VERDAD


LA VERDADERA FELICIDAD Y LA PAZ

            Dios ha puesto en nuestros corazones un deseo real y profundo de felicidad y de paz. Y este deseo natural de felicidad es verdadero porque ha sido puesto por Dios y nos impulsa a la búsqueda del bien y de una manera oscura a la búsqueda y al amor de Dios mismo, único objeto que puede hacernos real y profundamente felices.
Por consiguiente, el deseo natural de felicidad es algo bueno e incluso indestructible como el ser y el alma misma que tenemos. Por eso siempre hay en nosotros un trasfondo religioso, incluso en los ateos y pecadores, si bien muchos no se dan cuenta de ese impulso vital y profundo de su ser hacia Dios, impulso que es anterior incluso a nuestra propia libertad  humana.
Pero en el plano de nuestra libertad nosotros tenemos que elegir el objeto concreto de nuestra felicidad humana. En este sentido nosotros nos colocamos frente a Dios y frente a las criaturas y puestos así tenemos que elegir, tenemos que decidir libremente a quién vamos a poseer o con quién vamos a encontrarnos para ser felices.
Todos queremos ser felices, pero no todos elegimos el mismo lugar y el mismo objeto para que nos proporcione la felicidad verdadera. Podemos elegir bien o podemos elegir mal y ser felices o desgraciados según que elijamos al Dios verdadero o a las criaturas.
Elegimos mal cuando pecamos creyendo poder encontrar en las criaturas puestas en la ausencia de Dios, la felicidad suprema que añoramos. Cuando pecamos nos apartamos de Dios y nos convertimos de una manera desordenada a las criaturas.
Queremos ser felices en ellas, por ejemplo, en la carne de la mujer, en el dinero, en el poder, en la venganza, y en tantas otras cosas. Les pedimos a ellas que nos dejen contentos y felices hasta un punto tal que procedemos como si ellas fueran capaces de llenar las aspiraciones más profundas de nuestras almas.
Pero ésta es una vana ilusión. Porque es tan grande la aspiración del corazón humano que sólo Dios puede llenarlo y rebasarlo. Las criaturas pueden proporcionar al corazón del hombre pedazos de alegría pero nunca llenarlo. Y cuando las criaturas apartan al hombre de Dios, entonces en su corazón, junto a una pasajera y engañosa alegría, se realiza una destrucción profunda y como un mar de desdichas que tarde o temprano tiene que aflorar y percibirse. Por eso el pecador cuando se da cuenta de su estado, es lógico que sienta adentro la desnudez de su espíritu, la vaciedad de su vida, la locura de una vida frustrada.
Cuando pecamos y les pedimos a las criaturas aquella felicidad que sólo Dios puede darnos, las tratamos a ellas como si fueran Dios y por ello mismo, en nuestra ilusión y en los espejismos que nos fabricamos, las convertimos en dioses. Y empezamos así a fracasar en nuestra aspiración religiosa porque empezamos a convertirnos en idólatras, de momento que dedicamos a las criaturas objeto de nuestro pecado, lo mejor de  nuestros esfuerzos y afanes y llegamos a considerarlas como el centro de nuestra aptitud humana e incluso de nuestra vida misma. Así, por ejemplo, el dinero es el Dios de los avaros.
Cuando crecen los pecados los hombres se inclinan a representar a estos falsos dioses en símbolos o imágenes. Imágenes que fueron ayer para los antiguos las estatuas  de Venus (diosa de la lujuria) o de Baco (dios del vino) o tantas otras de que nos habla la historia. Imágenes que encontramos hoy al descubierto en las revistas, en los cines y en tantos medios de propaganda consagrados al culto ilegítimo de la lujuria, del dinero y del poder y que guardamos también escondidas en los recovecos de nuestra fantasía y de nuestros pensamientos en los largos momentos de ilusión pecaminosa que continuamente vivimos.
Al desplazar al Dios verdadero del ámbito libre de nuestro corazón y al arrojarnos en brazos de las puras criaturas para implorarles la felicidad, adoramos a las criaturas, aunque no nos demos cuenta de ello. Y empezamos a vivir como ciegos, dejándonos “arrastrar —como dice San Pablo— hacia los ídolos mudos” (I Co 12, 2), es decir, hacia los dioses que no son sino la caricatura del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Pero si por el pecado ejercitamos una actitud abominable que engendra dioses falsos, siguiendo este mismo proceso, es lógico que si somos pecadores, empecemos a considerarnos nosotros mismos como a dioses, porque podemos considerarnos por lo menos tan grandes como las realidades que engendramos. Por eso dice San Pablo refiriéndose a los que desprecian la cruz de Cristo por los placeres de los sentidos, que “su Dios es el vientre” (Fil 3, 19).
Por ello, en la parábola del fariseo y el publicano, el fariseo que desprecia al publicano en su soberbia se adora a sí mismo, porque no glorifica a Dios sino que se glorifica a sí mismo: “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres” (Lc 18, 11 y ss.). Y tiende a convertirse en el objeto primario y último de todas las preocupaciones y alabanzas, como centro supremo del mundo, como principio y fin de todas las cosas.
Y por eso también el demonio cuando en el paraíso indujo a Adan y a Eva al pecado les hizo esta promesa: “Seréis como dioses” (Gén 3, 4).
En definitiva, que la idolatría del hombre aparece como término connatural del pecado humano y de la idolatría de las otras criaturas; y que la idolatría del hombre empieza a inundarnos aunque muy pocos se den cuenta de ello.
Pero si podemos elegir mal los caminos de la felicidad, también es cierto que con la ayuda de Dios podemos elegir bien. La gracia divina nos levanta en la fé, en la esperanza y en el amor para guiarnos hacia el Dios vivo y verdadero y unirnos a Él como a una única realidad absolutamente perfecta capaz de hacernos absolutamente felices.
Hay una oposición radical y profunda entre felicidad verdadera e idolatría del hombre.
No hay felicidad en la idolatría. Nuestro propio y caricaturesco endiosamiento no puede llevarnos sino a la soledad, a la corrupción personal y social, y hacia las angustias espantosas del infierno en donde el fondo de nuestro ser sigue pidiéndonos la felicidad verdadera que sólo en Dios se consigue. Y nuestra libertad obstinada en el mal sigue llevándonos a beber de las aguas impuras de nuestra soberbia maldita.
Pero no hay contradicción entre felicidad verdadera y adoración del Dios verdadero. Por el contrario, si somos religiosos y amamos a Dios sobre todas las cosas,  Dios habita en nuestros corazones y en la otra vida se nos entrega cara a cara y nos deja saciados con la riqueza de su ser y en plena posesión de nosotros mismos y de todas las cosas.
Estamos frente a la alternativa: o nos constituimos como adoradores del Dios vivo y verdadero, en espíritu y en verdad; o nos ponemos en los caminos de la adoración del hombre, entendido como abominable caricatura y simulacro de Dios.
Nosotros tenemos que elegir al Dios vivo revelado en Jesucristo.
Fray Mario José Petit de Murat o.p.

EXISTEN ACTOS OBJETIVAMENTE BUENOS O MALOS


La eutanasia es siempre un mal en sí mismo

Un análisis simple de un complejo tema de la Teología Moral, que demuestra que existen hechos objetivamente buenos o malos



¿Por qué decir no a la eutanasia desde el punto de vista moral? Muchos podrían ser los motivos, pero queremos recodar el principal que, obviamente, es también válido para el suicidio y el suicidio asistido, dos de las muchas variantes de la práctica eutanásica.

Partamos de una constatación común a muchos: cuanto más un bien, de carácter material o no, crece en valor, más crece en paralelo la atención, el cuidado, la tutela que prestamos a ese bien. Si tomo una hoja de papel y la desmenuzo en mil trozos, nadie se escandaliza.
Si intento hacer lo mismo con una “hoja de papel” que lleva impreso “500 euros”, muchos, si no todos, justamente se escandalizarían. Esto es así porque el valor de cualquier hoja de papel es muy inferior al valor de un billete de 500 euros.

Por tanto, se evidencia que si nuestro comportamiento se debe conformar con el valor de los bienes, el cuidado prestado es proporcional a su valor. En cierto modo es el bien mismo el que pide, exige que su propietario o quien debe cuidar de él adecúe su conducta al valor del bien.

Traslademos este razonamiento al bien “vida”. Por motivo de la preciosidad inconmensurable de la vida humana la persona debe comportarse de manera adecuada a dicha preciosidad. Y la preciosidad del hombre tiene su nombre: dignidad. Este es el principio cardinal de todos los mandamientos morales.

Cada acto nuestro debe ser adecuado, correspondiente, proporcionado a la dignidad de la persona humana, a su íntima preciosidad. Por este motivo no es lícito matar a una persona inocente o decidir quitarse la vida, porque, podríamos decir, la persona inocente o quien se quiere suicidar no se merecen dicho acto.

Se podría objetar: pero si la vida es mía, ¿por qué no puedo hacer lo que quiero, comprendida la decisión de suicidarme? Precisamente porque debemos adecuar siempre nuestras decisiones a la dignidad de nuestra persona.

Pongamos un ejemplo: el mural de LA ÚLTIMA CENA pintado por  Leonardo Da Vinci pertenece al Estado italiano. Pensemos en que un día el Estado italiano decidiera abatir la pared sobre la que está pintada la Última Cena de Leonardo, por ejemplo porque es una pintura muy deteriorada. Todos los medios de comunicación, los gobiernos de otros Países, los intelectuales, etc. se levantarían indignados: aunque es propiedad del Estado italiano, este último no puede hacer lo que quiere con la obra maestra de Leonardo, sino solo puede tomar aquellas decisiones consonantes a su valor, por ejemplo restaurarlo, permitir la entrada de un número limitado de visitantes, regular la tasa de humedad en el interior del refectorio de los dominicos, etc., actividades todas dirigidas a tutelar este bien artístico de altísimo precio.

Pues bien, si justamente articulamos este razonamiento para una obra de arte, con mayor razón debemos hacerlo para cada persona que vive sobre la faz de la tierra, porque cada persona vale más que la Última Cena de Leonardo.

La vida es, por tanto, un bien del que no se puede disponer, precisamente porque cada persona puede disponer de la suya libremente decidiendo casarse o no casarse, emprender una carrera profesional u otra, ir a vivir a una ciudad y no a otra, etc., pero esta libertad encuentra un límite que viene dado por la prohibición de destrucción del bien vida, precisamente porque su preciosidad es elevadísima.

Más correctamente deberíamos decir que es de la persona humana de la que no se puede disponer, porque no existe el “bien vida” por un lado y la persona humana por otro, sino que los dos aspectos coinciden.

Por tanto, la eutanasia es una decisión que no respeta nunca la dignidad de la persona humana, que no es conforme a su preciosidad. La eutanasia es la contradicción del “morir con dignidad”.

Se debe añadir además que la dignidad personal y, por tanto, la íntima preciosidad de la persona, no es afectada por la enfermedad, el dolor, la pérdida de algunas funciones superiores como la capacidad de relacionarse, la conciencia de sí mismo y del mundo que hay alrededor de uno mismo, la posibilidad de proponerse fines inteligibles y de juzgar moralmente los actos propios o ajenos.

Esto sucede porque la dignidad personal deriva sobre todo del alma racional – realidad metafísica cuya existencia se puede probar racionalmente – y el alma racional no se degrada por la enfermedad o el sufrimiento.

Un sencillo ejemplo para probar esta conclusión: si nos encontramos a una persona en silla de ruedas, si ha perdido el uso de las piernas, debemos admitir que somos mejores que él en el plano físico.

Sin embargo, la enorme mayoría de nosotros afirmaría: “Nosotros y esa persona somos iguales porque ambos somos personas”. Si existe, por tanto, un criterio de igualdad, este no puede ser de naturaleza física (somos mejores que él en el plano físico) sino de naturaleza metafísica.

Esto quiere decir que nos reconocemos iguales porque ambos tenemos algo que no es empírico (el alma) y que, al ser inmaterial, no puede verse afectado por la enfermedad o la minusvalía.

Volvamos a la objeción de antes: la vida es mía y hago con ella lo que quiero. Otro motivo para afirmar que no puedo hacer lo que quiero con mi vida es el siguiente. La persona humana es la unión estrechísima de un principio material (el cuerpo) y uno no material (el alma racional).

Cada persona es a la vez su cuerpo y su alma.

Por tanto, el hombre no tiene cuerpo, sino que es también su cuerpo. Pero si el hombre no tiene la propiedad de su cuerpo, no puede disponer de él.

La relación que existe entre la persona y su cuerpo tiene que ver con el ser, no con el tener.

Y por tanto, no podemos predicar un derecho de propiedad sobre nuestro cuerpo, sobre nosotros mismos, derecho de propiedad que justificaría la destrucción del bien poseído, es decir, su muerte.

Sería además degradante creer que somos propietarios de nosotros mismos porque el derecho de propiedad se refiere solo a las cosas.

Si afirmásemos la existencia de un derecho de propiedad sobre nuestras vidas, ello significaría que somos meros objetos.

Tommaso Scandoglio
(tomado de Voglio vivere, periódico de la “Assoziazione per la difesa dei valori cristiani”, via Lentasio 9 – 20122 Milano)


LA VERÓNICA


EL PAÑO DE LA VERÓNICA


Es la mujer que enjuga el rostro de Jesús en su camino al Gólgota, según la tradición. Su historia es muy conocida, y es representada en la sexta estación del Via Crucis. A pesar de ello, no está incluida en el Martirologio romano, ya que no aparece en los Evangelios canónicos, aunque se la asocia con la mujer hemorroísa.

El paño de la Verónica ha sido, desde los primeros siglos cristianos, muy venerado. El propio nombre de “Verónica” tiene su etimología en el latín: “vera icon” (no hecho por manos humanas)

Es símbolo de la compasión y de la piedad. El paño es una analogía de la vida del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, y que está llamado a buscar y contemplar el Divino Rostro.



"Paso" de la Semana Santa de Villaviciosa, Asturias, que representa a la Verónica con el santo lienzo y el Divino Rostro impreso en él.



UNA CURIOSIDAD ARQUITECTÓNICA

En la Basílica de San Pedro en el Vaticano, el altar mayor que cubre el fabuloso baldaquino de Bernini (con columnas salomónicas de 20 metros de altura, en bronce macizo, con el metal de las cerchas de la pronaos del Panteón de Agripa) tiene a ambos lados dos inmensas hornacinas con las imágenes de la Verónica y Santa Elena (ambas por su cercanía al sacrificio de la Cruz)

En las dos fotos de abajo puede apreciarse que, por encima de la estatua de Santa Verónica hay un balcón o tribuna con una puerta y una reja: allí hay un relicario donde se encontraba el venerado paño que identifica a la santa. Este lienzo hoy se venera en el santuario italiano de Manoppello. Era una de las Mirabilia Urbis de Roma.





 EN EL VÍA CRUCIS

     La foto de abajo corresponde a la sexta estación del Vía Crucis que está en el deambulatorio de la Catedral de La Plata, realizada en 2009 por la Fundación Catedral a pedido de monseñor Hector Aguer.





1 de febrero de 2020

SOBREVINO UNA GRAN CALMA


EL SEÑOR SIGUE EN SU BARCA

Hoy la Iglesia proclama el Evangelio de San Marcos (4, 37 y ss) que es muy significativo para estos días que vive la Argentina y la Iglesia en la Argentina.



"Entonces se desató un fuerte vendaval
y las olas entraban en la barca,
que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa,
durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron:
"Maestro no te importa que nos ahoguemos?"
Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio!¡cállate!"
El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo?¿Cómo no tienen fe?"

BENEDICTO XVI

CUANDO PARECIERA QUE LA BARCA SE HUNDE:

Queridos amigos:

"Siempre de nuevo la pequeña barca de la Iglesia es azotada por el viento de las ideologías, que con sus aguas penetran en ella y parecen condenarla al hundimiento.

Sin embargo, en esa Iglesia que sufre, Cristo sale victorioso y a pesar de todo, la fe recobra siempre nuevas fuerzas".

"El Señor sigue en su barca, en la nave de la Iglesia. De este modo, en el ministerio de Pedro se revela, por una parte, la debilidad de lo que es propio del hombre, pero también la fuerza de Dios: precisamente en la debilidad de los hombres, el Señor manifiesta su fuerza demostrando que él es quien construye su Iglesia mediante hombres débiles, demostrando que Él es quien construye su Iglesia mediante hombres débiles.".

 (Benedicto XVI, 29/6/2006)