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¿Sigue siendo actual la penitencia? 
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Cristo
  instituyó el sacramento de la Penitencia 
y es
  oportuno, en el tiempo de Cuaresma –tiempo penitencial por excelencia- y en este Año Jubilar de la Misericordia 
recordar
  algunas verdades sobre este don del Señor, 
fuente
  de gracia que nos ofrece por mediación de la Iglesia, 
1. La lucha contra el pecado
  después del Bautismo  
1.1. Necesidad de la conversión 
A pesar de que el Bautismo borra
  todo pecado, nos hace hijos de Dios y dispone a la persona para recibir el
  regalo divino de la gloria del Cielo, sin embargo en esta vida quedamos aún
  expuestos a caer en el pecado; nadie está eximido de tener que luchar contra
  él, y las caídas son frecuentes. Jesús nos ha enseñado a rezar en el
  Padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
  los que nos ofenden», y esto no de vez en cuando, sino todos los días, muy a
  menudo. El apóstol S. Juan dice también: «Si decimos: ‘no tenemos pecado’,
  nos engañamos y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1,8). Y
  a los cristianos de primera hora en Corinto, san Pablo exhortaba: «En nombre
  de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios» (2 Co 5, 20). 
Así pues, la llamada de Jesús a
  la conversión: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
  convertíos y creed en la Buena Nueva» ( Mc 1,15), no se
  dirige sólo a los que aún no le conocen, sino a todos los fieles cristianos
  que también deben convertirse y avivar su fe. «Esta segunda conversión es una
  tarea ininterrumpida para toda la Iglesia» ( Catecismo ,
  1428). 
1.2. La penitencia interior 
La conversión comienza en nuestro
  interior: la que se limita a apariencias externas no es verdadera conversión.
  Uno no se puede oponer al pecado, en cuanto ofensa a Dios, sino con un acto
  verdaderamente bueno, acto de virtud, con el que se arrepiente de aquello con
  lo que ha contrariado la voluntad de Dios y busca activamente eliminar ese
  desarreglo con todas sus consecuencias. En eso consiste la virtud de la
  penitencia. 
«La penitencia interior es una
  reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con
  todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con
  repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo,
  comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la
  misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia» ( Catecismo ,
  1431). 
La penitencia no es una obra
  exclusivamente humana, un reajuste interior fruto de un fuerte dominio de sí
  mismo, que pone en juego todos los resortes del conocimiento propio y una
  serie de decisiones enérgicas. «La conversión es primeramente una obra de la
  gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones: “Conviértenos, Señor,
  y nos convertiremos” ( Lam 5,21). Dios es quien nos da la
  fuerza para comenzar de nuevo» ( Catecismo , 1432). 
1.3. Diversas formas de
  penitencia en la vida cristiana 
La conversión nace del corazón,
  pero no se queda encerrada en el interior del hombre, sino que fructifica en
  obras externas, poniendo en juego a la persona entera, cuerpo y alma. Entre
  ellas destacan, en primer lugar, las que están incluidas en la celebración de
  la Eucaristía y las del sacramento de la Penitencia, que Jesucristo instituyó
  para que saliéramos victoriosos en la lucha contra el pecado. 
Además, el cristiano tiene otras
  muchas formas de poner en práctica su deseo de conversión. «La Escritura y los Padres
  insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la
  limosna (cfr. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que
  expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con
  relación a los demás» ( Catecismo , 1434). A esas
  tres formas se reconducen, de un modo u otro, todas las obras que nos
  permiten rectificar el desorden del pecado. 
Con el ayuno se entiende no sólo la renuncia
  moderada al gusto en los alimentos, sino también todo lo que supone exigir al
  cuerpo y no darle gusto con el fin de dedicarnos a lo que Dios nos pide para
  el bien de los demás y el propio.  
Como oración podemos entender toda aplicación
  de nuestras facultades espirituales –inteligencia, voluntad, memoria– a
  unirnos a Dios Padre nuestro en conversación familiar e íntima.  
Con relación a los demás, la limosna no es sólo
  dar dinero u otros bienes materiales a los necesitados, sino también otros
  tipos de donación: compartir el propio tiempo, cuidar a los enfermos,
  perdonar a los que nos han ofendido, corregir al que lo necesita para
  rectificar, dar consuelo a quien sufre, y otras muchas manifestaciones de
  entrega a los demás. 
La Iglesia nos impulsa a las obras de penitencia
  especialmente en algunos momentos, que nos sirven además para ser más
  solidarios con los hermanos en la fe. «Los tiempos y los días de penitencia a
  lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de
  la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la
  Iglesia» ( Catecismo , 1438). 
2. El sacramento de la Penitencia
  y Reconciliación  
2.1. Cristo instituyó este
  sacramento 
«Cristo instituyó el sacramento
  de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante
  todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así
  hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El
  sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de
  convertirse y de recuperar la gracia de la justificación» (Catecismo ,
  1446). 
Jesús, durante su vida pública,
  no sólo exhortó a los hombres a penitencia, sino que acogiendo a los
  pecadores los reconciliaba con el Padre [1] . «Al dar el
  Espíritu Santo a sus apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio
  poder divino de perdonar los pecados: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes
  perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
  quedan retenidos” (Jn 20, 22-23)» (Catecismo , 976).
  Es un poder que se transmite a los obispos, sucesores de los apóstoles como
  pastores de la Iglesia, y a los presbíteros, que son también sacerdotes del
  Nuevo Testamento, colaboradores de los obispos, en virtud del sacramento del
  Orden.  
«Cristo quiso que toda su
  Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el
  instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de
  su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al
  ministerio apostólico» (Catecismo , 1442). 
2.2. Nombres de este sacramento 
Recibe diversos nombres según se
  ponga de relieve un aspecto u otro. «Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un
  proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación
  por parte del cristiano pecador» (Catecismo , 1423); « de
  reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que
  reconcilia» (Catecismo , 1424); « de la confesión porque
  […] la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de
  este sacramento» (ibidem ); « del perdón porque,
  por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente el
  perdón y la paz» (ibidem ); « de conversión porque
  realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión» (Catecismo ,
  1423). 
2.3. Sacramento de la
  Reconciliación con Dios y con la Iglesia 
«Quienes se acercan al sacramento
  de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa
  hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron
  pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las
  oraciones» (Lumen gentium , 11). 
«Porque el pecado es una ofensa
  hecha o Dios, que rompe nuestra amistad con él, la penitencia “tiene como
  término el amor y el abandono en el Señor”. El pecador, por tanto, movido por
  la gracia del Dios misericordioso, se pone en camino de conversión, retorna
  al Padre, que: «nos amó primero», y a Cristo, que se entregó por nosotros, y
  al Espíritu Santo, que ha sido derramado copiosamente en nosotros»  
«“Por arcanos y misteriosos
  designios de Dios, los hombres están vinculados entre sí por lazos
  sobrenaturales, de suerte que el pecado de uno daña a los demás, de la misma
  forma que la santidad de uno beneficia a los otros”, por ello la penitencia
  lleva consigo siempre una reconciliación a los demás, de la misma forma que
  la santidad de uno beneficia a quienes el propio pecado perjudica»  
2.4. La estructura fundamental de
  la Penitencia 
«Los elementos esenciales del
  sacramento de la Reconciliación son dos: los actos que lleva a cabo el
  hombre, que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, y la absolución
  del sacerdote, que concede el perdón en nombre de Cristo y establece el modo
  de la satisfacción» ( Compendio , 302). 
3. Los actos del penitente 
Son «los actos del hombre que se
  convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la
  confesión de los pecados y la satisfacción» (Catecismo , 1448). 
3.1. La contrición 
«Entre los actos del penitente,
  la contrición aparece en primer lugar. Es “un dolor del alma y una
  detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar”»
  ( Catecismo , 1451 [4] ). 
«Cuando brota del amor de Dios
  amado sobre todas las cosas, la contrición se llama “contrición perfecta”(contrición
  de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene
  también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de
  recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental» ( Catecismo ,
  1452). 
«La contrición llamada
  “imperfecta” (o “atrición”) es también un don de Dios, un impulso del
  Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor
  de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el
  pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una
  evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución
  sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el
  perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la
  Penitencia» ( Catecismo , 1453). 
«Conviene preparar la recepción
  de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a
  la luz de la Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a este respecto
  se encuentran en el Decálogo y en la catequesis moral de los evangelios y de
  las cartas de los apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas»
  ( Catecismo , 1454). 
3.2. La confesión de los pecados 
«La confesión de los pecados
  hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la
  penitencia: “En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados
  mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso
  si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los
  dos últimos mandamientos del Decálogo (cfr. Ex 20,17; Mt 5,28),
  pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más
  peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos”» ( Catecismo ,
  1456  
«La confesión individual e
  íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los
  fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una imposibilidad
  física o moral excuse de este modo de confesión»[6] .
  La confesión de las culpas nace del verdadero conocimiento de sí mismo ante
  Dios, fruto del examen de conciencia, y de la contrición de los propios
  pecados. Es mucho más que un desahogo humano: «La confesión sacramental no es
  un diálogo humano, sino un coloquio divino»  
Al confesar los pecados el
  cristiano penitente se somete al juicio de Jesucristo, que lo ejercita por
  medio del sacerdote, el cual prescribe al penitente las obras de penitencia y
  lo absuelve de los pecados. El penitente combate el pecado con las armas de
  la humildad y la obediencia. 
3.3. La satisfacción 
«La absolución quita el pecado,
  pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó. Liberado del
  pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por
  tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe satisfacer de
  manera apropiada o expiar sus pecados. Esta satisfacción se
  llama también penitencia » (Catecismo , 1459). 
El confesor, antes de dar la
  absolución, impone la penitencia, que el penitente debe aceptar y cumplir
  luego. Esa penitencia le sirve como satisfacción por los pecados y su valor
  proviene sobre todo del sacramento: el penitente ha obedecido a Cristo
  cumpliendo lo que Él ha establecido sobre este sacramento, y Cristo ofrece al
  Padre esa satisfacción de un miembro suyo. 
 P. Juan García Inza 
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Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.
17 de febrero de 2016
LA PENITENCIA EN LA CUARESMA
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