“Gracias a la constancia,
ustedes salvarán su vida”
El
Evangelio que se proclama en el XXXIII Domingo durante al año del ciclo C del
Leccionario nos remite al final de los tiempos y el Señor nos da tres consejos,
invitándonos a la serenidad, al testimonio y a la perserverancia (crf. Lc. 21,
5-19)
El Señor instruye a
sus discípulos sobre la destrucción del Templo, sobre las persecuciones que
acompañarían el nacimiento de la Iglesia y sobre el final de los tiempos.
Sus palabras
constituyen una llamada a la serenidad, al testimonio y a la perseverancia en
medio de las pruebas.
No sólo en los
comienzos de la Iglesia, sino a lo largo de su historia, también en el
presente, nunca han faltado las persecuciones:
Las persecuciones
crueles y sangrientas, el acoso del mundo que busca la condescendencia de los cristianos
con el pecado y con el mal, o el engaño de los falsos mesías que prometen una
salvación que no pueden dar. Todo, de algún modo, está previsto y todo cumple
un papel en los caminos admirables de la Providencia de Dios.
¿Cómo comportarse
en los momentos de prueba?
LA SERENIDAD
La primera actitud que nos pide el Señor es la
serenidad, que ha de excluir el pánico y que debe ir acompañada de la claridad de
la mente para poder discernir lo verdadero de lo falso y lo bueno de lo malo.
Sin dejarnos turbar por lo inmediato, debemos concentrar nuestra mirada en
Jesucristo: El Señor es el templo definitivo, indestructible, edificado por
Dios para morar entre nosotros y para hacernos posible el encuentro con Él.
Mirando a Cristo descubriremos el criterio que nos permita separar lo que es
conforme con el proyecto de Dios para nuestras vidas de lo que es disconforme
y, en consecuencia, contrario a nuestro verdadero fin.
EL TESTIMONIO (MARTIRIO)
Con ánimo sereno
debemos disponernos al
martirio, al testimonio – ésta es la segunda actitud -, basados no en la
elocuencia de nuestras palabras, sino en la asistencia del Señor: “yo os daré palabras y sabiduría a las que
no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro” (Lc 21,15).
Comenta San
Gregorio que es como si el Señor dijera a sus discípulos: “No os atemoricéis: Vosotros vais a la pelea, pero yo soy quien peleo.
Vosotros sois los que pronunciáis palabras, pero yo soy el que hablo".
Sin la certeza de
esta compañía no tendríamos fuerzas para afrontar el juicio de los hombres, la
traición de los amigos, el odio de los adversarios o, incluso, la amenaza de la
muerte. Él no nos deja solos, permanece con nosotros todos los días y nos da el
vigor que procede de su palabra y de sus sacramentos. El testimonio, el
martirio, es el sostenido esfuerzo de vivir lo que creemos sin callar la razón
de nuestra esperanza.
LA
PERSEVERANCIA
La tercera actitud es la perseverancia: “con vuestra perseverancia salvaréis
vuestras almas” (Lc 21,19).
La perseverancia nos pide ser constantes en el seguimiento del Señor. San Gregorio relaciona esta actitud perseverante con la paciencia: “la posesión del alma consiste en la virtud de la paciencia, porque ésta es la raíz y la defensa de todas las virtudes. La paciencia consiste en tolerar los males ajenos con ánimo tranquilo, y en no tener ningún resentimiento con el que nos lo causa”.
A imagen de Cristo,
que jamás pierde el dominio de sí mismo, debemos mantener la dignidad que nos
confiere el ser hijos de Dios por la gracia.
La perspectiva del
final de los tiempos y del último Juicio abre nuestros corazones a la esperanza
de encontrarnos con Jesucristo, en quien convergen la justicia y la gracia: “La encarnación de Dios en Cristo ha unido
uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con
firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación «con temor y temblor»
(Fil 2,12).
No obstante, la
gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al
encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro «abogado», parakletos (cf. 1
Jn 2,1)” (Benedicto XVI, Spe salvi, 47).
Guillermo Juan
Morado.
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