Quieren hacer una España que ya no sería España:
sin raíces, sin
Historia, sin Tradición, sin alma
Homilía en la Basílica de la
Santa Cruz del Valle de los Caídos.
Fray Santiago Cantera OSB prior del Monasterio homónimo
En la Solemnidad de Santiago
Apóstol, 25-julio-2020
Si observáis la cúpula de esta
Basílica y os fijáis en el mosaico de más de cinco millones de teselas del
catalán Santiago Padrós (considerado el mejor mosaiquista español del siglo XX) podréis ver cómo en la primera línea de los santos españoles, situados a la
derecha del Pantocrátor, destaca
ante todo la figura del Apóstol Santiago
vestido de peregrino, por debajo del cual se encuentra a San Isidoro de Sevilla con sus dos
santos hermanos obispos Leandro y
Fulgencio y su hermana Santa
Florentina; y, por debajo de este grupo familiar, con el torso desnudo en
actitud penitente como ermitaño, veréis a San
Millán de la Cogolla, también de la época visigótica.
Casualidad o no
–más bien seguramente no, pues Padrós no hacía las cosas al azar– aparecen así
representados los tres santos que en la Edad Media fueron invocados como
Patronos de España: Santiago, San
Isidoro –especialmente también como patrono del reino de León– y San Millán –patrono de forma singular
del condado y luego reino de Castilla–.
v Y de San Millán, cuando Gonzalo de Berceo se admira ante su vida penitente en los montes, exclama que «¡confesor tan precioso non nació en España!» (Vida de San Millán, estrofa 63), es decir, que no había habido antes ninguno como él en toda España.
v En cuanto a
Santiago, ¿cómo no recordar el precioso himno O Dei Verbum con
que San Beato de Liébana, a finales del siglo VIII, lo
invocó como «áurea cabeza de España,
nuestro protector y patrono nacional»?
Estos tres santos,
por lo tanto, fueron invocados como Patronos de España en la Edad Media. Pero,
como es lógico, la relevancia del Apóstol, el desarrollo de las peregrinaciones
a su sepulcro en Compostela y la promoción de su patrocinio por la Orden
militar de su nombre, llevaron a la hegemonía de Santiago como Patrono
principal de España. Patrocinio que, cuando algunos extranjeros quisieron
cuestionar en el siglo XVII, la pluma enérgica de Francisco de Quevedo saltó a
la palestra afirmando que, «como Cristo
dio a otros apóstoles otras partes del mundo, le dio [a Santiago] España para
que fuese su patrón y la defendiese con la mano» (Memorial por el
patronato de Santiago).
Por otro lado, en
el grupo de mártires españoles que está a la izquierda del Pantocrátor,
encontraréis a la cabeza, en tamaño mayor como el de Santiago, a San Pablo, el otro Apóstol que, según
la tradición, también vino a predicar a España, conforme a su deseo expresado
en la Carta a los Romanos (Rom 15,24.28) y cuya venida confirman textos tan
antiguos como la Carta a los Corintios del papa San Clemente I
y el Canon de Muratori.
Pero volviendo al
grupo de santos confesores españoles presidido por Santiago, en el centro
podréis ver, justo debajo de San Ignacio
de Loyola representado con su rostro auténtico y un libro verde que son
los Ejercicios espirituales, a Santa
Teresa de Jesús también con su rostro verdadero. La santa doctora mística
de Ávila fue proclamada Patrona de España oficialmente en el siglo XVII, sin
que haya dejado de serlo, si bien la Inmaculada
Concepción acabaría ocupando el puesto de Patrona principal, como es
lógico. Y a un lado de Santa Teresa, representando a San Raimundo de Fitero, el abad cisterciense fundador de la otra
gran Orden militar española que es la de Calatrava, descubriréis el rostro de
Miguel de Unamuno, el escritor y pensador de hondo españolismo que exclamó ese «me duele España» que hoy cada uno de
nosotros hacemos nuestro.
Sí, nos duele
España, entre otras muchas cosas, porque -mirando a su pasado- brilla por todas
partes su historia cristiana y se descubre que la fe de Cristo ha forjado
nuestra Patria, uniendo a regiones y pueblos diversos en un proyecto común,
mientras que en los tiempos actuales vuelven los proyectos laicistas
decimonónicos buscando borrar en ella toda huella de cristianismo para hacer
una España que ya no sería España, sin raíces, sin Historia, sin Tradición, sin
alma.
Pero, ¿cómo es
posible comprender España sin el arte prerrománico, las catedrales románicas y
góticas o los monasterios y conventos; sin el renacimiento herreriano de El
Escorial o el barroco del Obradoiro; sin la pintura religiosa de El Greco,
Velázquez o Zurbarán; sin la escultura de Gregorio Fernández, Pedro de Mena o
Salzillo; sin la obra escrita de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o
Fray Luis de León; sin la música de Victoria o del P. Soler; sin la proyección
universal adquirida por fundadores de órdenes religiosas como Santo Domingo de
Guzmán o San Ignacio de Loyola; sin viajeros intrépidos para llevar el nombre
de Cristo a lugares lejanos como Fray Toribio «Motolinía» o San Francisco
Javier; sin figuras sublimes del pensamiento jurídico y político como el P.
Francisco de Vitoria, padre del Derecho Internacional, o el P. Juan de Mariana;
sin intelectuales católicos como Balmes o Donoso Cortés, cuyo pensamiento, en
un siglo triste para España como el XIX, traspasó las fronteras pirenaicas
hacia toda Europa?
Esa alma cristiana
y católica de España -que el Papa San Juan Pablo II conoció, describió y amó-
permanece viva y siempre pervivirá, aunque sea en pequeños núcleos con gran
vitalidad. Al igual que su Patria polaca, la Patria hispana vive de la fe en
Cristo y es tierra de María.
Por eso hoy
encomendamos nuestra Patria a Santa María de España –como la invocó el rey
Alfonso X el Sabio al crear en su honor y bajo su advocación una Orden militar
naval (la única de la Historia)–, para que, juntamente con Santiago, conduzcan
de nuevo a nuestra Patria y a todas las patrias de Europa a descubrir y
recuperar su esencia cristiana.
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