Siempre es bueno volver al
Catecismo de la Iglesia Católica.
Allí encontramos las certezas de la fe explicadas con concisión.
La Iglesia nos enseña que los sacramentos son necesarios para la salvación,
son la continuación de las obras salvíficas que Cristo realizó durante su vida terrena,
por lo tanto, siempre comunican la gracia,
siempre y cuando el rito se realice correctamente
y el sujeto que lo va a recibir tenga las disposiciones necesarias, sin oponer resistencia.
son la continuación de las obras salvíficas que Cristo realizó durante su vida terrena,
por lo tanto, siempre comunican la gracia,
siempre y cuando el rito se realice correctamente
y el sujeto que lo va a recibir tenga las disposiciones necesarias, sin oponer resistencia.
La recepción de
la gracia depende de la actitud que tenga el que lo recibe.
Las disposiciones del que lo recibe son las que harán que se reciba mayor o menor gracia.
La acogida que el sujeto esté dispuesto a dar a la gracia de Cristo,
juega un papel muy importante en la eficacia y fecundidad del sacramento.
La disposición subjetiva, es lo que se conoce como "ex opere operantis".
Esto quiere decir “por la acción del que actúa”.
Las disposiciones del que lo recibe son las que harán que se reciba mayor o menor gracia.
La acogida que el sujeto esté dispuesto a dar a la gracia de Cristo,
juega un papel muy importante en la eficacia y fecundidad del sacramento.
La disposición subjetiva, es lo que se conoce como "ex opere operantis".
Esto quiere decir “por la acción del que actúa”.
Los sacramentos son los signos eficaces de la gracia,
porque actúan por el sólo hecho de realizarse, es decir, "ex opere
operato" = por la obra realizada, en virtud de la Pasión de Cristo.
Esto fue declarado por el Concilio de Trento como dogma de fe.
Esto fue declarado por el Concilio de Trento como dogma de fe.
Ellos son la presencia misteriosa de
Cristo invisible,
que llega de manera visible por medio de los signos eficaces, materia y forma.
Cristo se hace presente real y personalmente en ellos.
Por ser un acto humano, al realizarse con gestos y palabras
y un acto divino – realizado por Cristo, de manera invisible –
el cristiano se transforma y se asemeja más a Dios
que llega de manera visible por medio de los signos eficaces, materia y forma.
Cristo se hace presente real y personalmente en ellos.
Por ser un acto humano, al realizarse con gestos y palabras
y un acto divino – realizado por Cristo, de manera invisible –
el cristiano se transforma y se asemeja más a Dios
A continuación
los números 1123 a 1130 del Catecismo.
Clarísimos e importantes conceptos
Sacramentos de la fe
Cristo
envió a sus Apóstoles para que, "en
su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el perdón de los
pecados" (Lc 24,47). "Haced
discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).
La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental, está implicada en la
misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado por la Palabra
de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:
«El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la
palabra de Dios vivo [...] Necesita la predicación de la palabra para el
ministerio mismo de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que
nace y se alimenta de la palabra» (PO 4).
"Los sacramentos están ordenados a
la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en
definitiva, a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin
instructivo. No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la
expresan con palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe" (SC 59).
La fe de la Iglesia es anterior a la fe
del fiel, el cual es invitado a adherirse
a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de
los apóstoles, de ahí el antiguo adagio: Lex orandi, lex credendi (o: Legem
credendi lex statuat supplicandi). "La
ley de la oración determine la ley de la fe" (Indiculus, c. 8:
DS 246), según Próspero de Aquitania, (siglo V). La ley de la oración es la ley
de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento constitutivo de
la Tradición santa y viva (cf. DV 8).
Por
eso ningún rito
sacramental puede ser modificado o manipulado a voluntad del ministro o
de la comunidad. Incluso la suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la
liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fe y en el
respeto religioso al misterio de la liturgia.
Por
otra parte, puesto que los sacramentos expresan y desarrollan la comunión de fe
en la Iglesia, la lex orandi es uno de los criterios
esenciales del diálogo que intenta restaurar la unidad de los cristianos
(cf UR 2
y 15).
Sacramentos de la salvación
Celebrados dignamente en la fe, los
sacramentos confieren la gracia que significan (cf Concilio de Trento: DS 1605 y 1606).
Son eficaces porque
en ellos actúa Cristo mismo; Él es quien bautiza, Él quien actúa en sus
sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El
Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis
de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego
transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida
divina lo que se somete a su poder.
Tal es el sentido
de la siguiente afirmación de la Iglesia (cf Concilio de Trento: DS 1608): los
sacramentos obran ex opere operato (según las palabras mismas
del Concilio: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"), es
decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por
todas. De ahí se sigue que "el
sacramento no actúa en virtud de la justicia del hombre que lo da o que lo
recibe, sino por el poder de Dios" (Santo Tomás de Aquino, S.
Th., 3, q. 68, a.8, c). En consecuencia, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la
intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en Él y por
Él, independientemente de la santidad personal del ministro. Sin
embargo, los frutos de los
sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.
La Iglesia afirma
que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la
salvación (cf Concilio de Trento: DS 1604). La "gracia
sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de
cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben
conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en
que el Espíritu de adopción deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles
uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador.
Sacramentos de la vida eterna
La
Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que Él venga" y
"Dios sea todo en todos" (1 Co 11, 26; 15, 28). Desde la
era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del
Espíritu en la Iglesia: ¡Marana tha! (1 Co 16,22).
La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros [...] hasta que
halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16).
En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia,
participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando
la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro
Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu y la Esposa dicen:
¡Ven! [...] ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).
Santo Tomás resume
así las diferentes dimensiones del signo sacramental:
«Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae»
Traducción:
«Por eso el sacramento:
«Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae»
Traducción:
«Por eso el sacramento:
- es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo;
- es un signo que demuestra lo que se realiza en nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia;
- y es un signo que anticipa, es decir, que pre-anuncia la gloria venidera») (Summa theologiae 3, q. 60, a. 3, c.
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