Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

17 de julio de 2020

LOS SACRAMENTOS SON NECESARIOS PARA LA SALVACIÓN



LA EFICACIA DE LOS SACRAMENTOS



Siempre es bueno volver al Catecismo de la Iglesia Católica.
Allí encontramos las certezas de la fe explicadas con concisión.

La Iglesia nos enseña que los sacramentos son necesarios para la salvación, 
son la continuación de las obras salvíficas que Cristo realizó durante su vida terrena, 
por lo tanto, siempre comunican la gracia, 
siempre y cuando el rito se realice correctamente 
y el sujeto que lo va a recibir tenga las disposiciones necesarias, sin oponer resistencia.

La recepción de la gracia depende de la actitud que tenga el que lo recibe. 
Las disposiciones del que lo recibe son las que harán que se reciba mayor o menor gracia. 
La acogida que el sujeto esté dispuesto a dar a la gracia de Cristo, 
juega un papel muy importante en la eficacia y fecundidad del sacramento. 
La disposición subjetiva, es lo que se conoce como "ex opere operantis". 
Esto quiere decir “por la acción del que actúa”.

Los sacramentos son los signos eficaces de la gracia, porque actúan por el sólo hecho de realizarse, es decir, "ex opere operato" = por la obra realizada, en virtud de la Pasión de Cristo. 
Esto fue declarado por el Concilio de Trento como dogma de fe.

Ellos son la presencia misteriosa de Cristo invisible
que llega de manera visible por medio de los signos eficaces, materia y forma. 
Cristo se hace presente real y personalmente en ellos. 
Por ser un acto humano, al realizarse con gestos y palabras 
y un acto divino – realizado por Cristo, de manera invisible – 
el cristiano se transforma y se asemeja más a Dios

A continuación los números 1123 a 1130 del Catecismo. 
Clarísimos e importantes conceptos


Sacramentos de la fe

Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24,47). "Haced discípulos de todas las naciones,  bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental, está implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:

«El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo [...] Necesita la predicación de la palabra para el ministerio mismo de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra» (PO 4).

"Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe" (SC 59).

La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles, de ahí el antiguo adagio: Lex orandi, lex credendi (o: Legem credendi lex statuat supplicandi). "La ley de la oración determine la ley de la fe" (Indiculus, c. 8: DS 246), según Próspero de Aquitania, (siglo V). La ley de la oración es la ley de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición santa y viva (cf. DV 8).

Por eso ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso la suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fe y en el respeto religioso al misterio de la liturgia.
Por otra parte, puesto que los sacramentos expresan y desarrollan la comunión de fe en la Iglesia, la lex orandi es uno de los criterios esenciales del diálogo que intenta restaurar la unidad de los cristianos (cf UR 2 y 15).

Sacramentos de la salvación


Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan (cf Concilio de Trento: DS 1605 y 1606).

Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; Él es quien bautiza, Él quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder.

Tal es el sentido de la siguiente afirmación de la Iglesia (cf Concilio de Trento: DS 1608): los sacramentos obran ex opere operato (según las palabras mismas del Concilio: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"), es decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por todas. De ahí se sigue que "el sacramento no actúa en virtud de la justicia del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios" (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 68, a.8, c). En consecuencia, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en Él y por Él, independientemente de la santidad personal del ministro. Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.

La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la salvación (cf Concilio de Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador.


Sacramentos de la vida eterna


La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que Él venga" y "Dios sea todo en todos" (1 Co 11, 26; 15, 28). Desde la era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: ¡Marana tha! (1 Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros [...] hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! [...] ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).

Santo Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: 

«Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae» 

Traducción: 

«Por eso el sacramento:
  • es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo;
  • es un signo que demuestra lo que se realiza en nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; 
  • y es un signo que anticipa, es decir, que pre-anuncia la gloria venidera») (Summa theologiae  3, q. 60, a. 3, c.


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