Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

14 de diciembre de 2020

ALTARE SERVIENTIBUS

LA IMPORTANCIA DE LA FORMACIÓN DE MONAGUILLOS


Una seria, estable y perseverante escuela de servidores del Altar 

es un tesoro precioso en un templo parroquial.


Además de ser semillero de vocaciones a la vida consagrada, 

estos niños y jóvenes –piadosos, devotos y bien formados, 

guiados rectamente por el sacerdote y dirigentes juveniles- 

son futuros hombres de fe, enraizados en Cristo.

 


 

        Tan cerca del Señor, y acompañados por sacerdotes y catequistas, el grupo de monaguillos puede ser un pequeño seminario, un ámbito donde nazca la vocación sacerdotal, como podemos atestiguar muchos sacerdotes que hemos sido llamados así. Muchas vocaciones nacen del grupo de monaguillos de una parroquia: cercanía del Señor y testimonio de un sacerdote, son los signos indelebles que se graban en el alma.

     ¡Qué importante que en cada parroquia, de modo estable, haya un buen grupo de monaguillos! Servidores del altar, vivirán un itinerario formativo cristiano y espiritual, cuidarán del trato con Cristo adaptado a su edad y, por gracia, puede que nazcan vocaciones de entre ellos:

     “Para este fin será utilísimo escoger algunos niños piadosos de todas las clases de la sociedad y bien instruidos, que con desinterés y buena voluntad sirvan devota y asiduamente al altar; misión que los padres aunque sean de la más alta y más culta sociedad, deben tener a gran honra.

      Si algún sacerdote tomase a su cuidado y vigilancia el que estos jovencitos bien instruidos cumpliesen tan oficio con reverencia y constancia en las horas establecidas, no sería difícil que de este núcleo surgiesen nuevas vocaciones para el sacerdocio, ni se daría ocasión para que el clero –como ocurre demasiado aun en países muy católicos- se lamente de no hallar quienes respondan o ayuden en la celebración del augusto sacrificio” (Pío XII, Mediator Dei, nn. 245-246).


 

     Es una propuesta formativa y de vida cristiana, donde hay que lanzar la pregunta vocacional específica y acompañar a los chicos; hay que lograr que ellos se cuestionen su futuro y su vocación. Así se dirigía a los monaguillos san Juan Pablo II:


    “Vivís de cerca, más bien desde dentro, la vida misma de la Santa Iglesia de Dios. Al prestar vuestro servicio en la Mesa Eucarística y en las diversas celebraciones litúrgicas, vosotros sacáis directamente “de las fuentes de la salvación” (Is 12,3) el vigor necesario para vivir bien ya hoy, y también para afrontar luego con mayor impulso vuestro porvenir. Ciertamente muchos de vosotros, si no todos, os habéis preguntado ya sobre vuestro propio mañana, sobre las cosas grandes que haréis. Pues bien, yo estoy convencido de que a no pocos de vosotros se les ha presentado también la perspectiva de servir a Dios y a la Iglesia como sacerdotes, es decir, como anunciadores del Evangelio a quien no lo conoce y como pastores amablemente dispuestos a ayudar a los otros cristianos a vivir en profundidad su fe y su unión con el Señor. Por esto digo a todos los que han sentido ya eta llamada en su corazón: cultivad esta semilla, abríos con alguno que pueda dirigiros, y, sobre todo, sed generosos. La Iglesia os necesita; el Señor mismo os necesita, como cuando se sirvió de los pocos panes de un muchacho para saciar a una multitud de gente (cf. Jn 6,9-11)” (Juan Pablo II, Disc. a una peregrinación de monaguillos de la diócesis de Vicenza (Italia), 5-septiembre-1979).

 

      Esto es también propuesta pastoral y, tal como estamos, periferia: cuidar la vida cristiana de niños y jóvenes mediante una escuela de monaguillos, sirviendo al altar, tratando con el Señor de cerca, formándose, dando testimonio de amor a Jesús, de devoción y recogimiento, y planteándose la vida como vocación. Hoy en cada parroquia deberíamos volver a mimar y formar un buen grupo de monaguillos, dedicarles tiempo, enseñarles pacientemente, sacerdote y algún o algunos catequistas.

    

       Hagamos realidad en cada parroquia esta propuesta de san Juan Pablo II:  


     “Precisamente en esta perspectiva, queridos hermanos sacerdotes, junto con otras iniciativas, cuidad especialmente de los monaguillos, que son como un “vivero” de vocaciones sacerdotales. El grupo de acólitos, atendido por vosotros dentro de la comunidad parroquial, puede seguir un itinerario valioso de crecimiento cristiano, formando como una especie de pre-seminario. Educad a la parroquia, familia de familias, a que vean en los acólitos a sus hijos, “como renuevos de olivo” alrededor de la mesa de Cristo, Pan de vida.

     Aprovechando la colaboración de las familias más sensibles y de los catequistas, seguid con solicitud al grupo de los acólitos para que, mediante el servicio de altar, cada uno de ellos aprenda a amar cada vez más al Señor Jesús, lo reconozca realmente presente en la Eucaristía y aprecie la belleza de la liturgia. Todas las iniciativas en favor de los acólitos, organizadas en el ámbito diocesano o de las zonas pastorales, deben ser promovidas y animadas, teniendo siempre en cuenta las diversas fases de edad…

    En fin, no olvidéis que los primeros “apóstoles” de Jesús, Sumo Sacerdote, sois vosotros mismos: vuestro testimonio cuenta más que cualquier otro medio o subsidio. En la regularidad de las celebraciones dominicales y diarias, los acólitos se encuentran con vosotros, en vuestras manos ven “realizarse” la Eucaristía, en vuestro rostro leer el reflejo del Misterio, en vuestro corazón intuyen la llamada de un amor más grande. Sed para ellos padres, maestros y testigos de piedad eucarística y santidad de vida” (Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes, 2004).





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