EL OCASO DEL PADRE:
MIRANDO A SAN JOSÉ
Cinco reflexiones
del Obispo de Alcalá de Henares, monseñor Juan Antonio Reig-Pla, que apuntan a
cinco graves deficiencias en la vida de nuestra sociedad, considerando cinco
aspectos de la vida de San José.
1. MAESTRO
DE VIDA INTERIOR
En los evangelios
no se recoge ninguna palabra de San José. Es el hombre del silencio y
de la vida interior que acoge el anuncio del ángel y obedece
inmediatamente.
Le dijo el ángel en
sueños: “No temas acoger a María, tu mujer porque la criatura que hay en ella
viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre, Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Cuando José se
despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer”
(Mt1, 20-2.4)
Hoy existe un
gran déficit de vida interior. La ausencia de Dios y la crisis de
la verdad dejan al hombre vacío, a merced de los sentimientos y las
emociones. Así se explica que haya tantos atrapados por la pornografía, el
espectáculo y la multitud de imágenes y voces que distraen el espíritu. Sin el
silencio interior el hombre, varón o mujer, acaba por no conocerse a sí mismo y
se incapacita para la virtud y las obras grandes: la magnificencia.
2. MODELO
DE PADRE
Cuando el ángel le
comunica que María dará a luz un hijo, le confía la misión de padre a José: “le
pondrás por nombre Jesús”: Poner el nombre está confiado al padre.
José ejerció la
misión como un varón justo y siendo un honrado
trabajador.
Hoy estamos inmersos
en una sociedad en la que desde años vivimos el “ocaso del padre” y la
pérdida de la “autoridad”.
Este “ocaso del
padre” se da tanto en la familia, como en las instituciones educativas y en el
gobierno de los pueblos y de la nación.
La crisis de la
verdad, la irrelevancia de la razón débil para afrontarla, han producido una
crisis profunda de la autoridad. La autoridad es servicio a la verdad, de lo
contrario se transforma en dominio, despotismo o tiranía. Por eso, la renuncia
a buscar la verdad se traduce en la “dictadura del relativismo”-toda
opinión vale igual-, en la arbitrariedad de quienes nos gobiernan, proponiendo
leyes inicuas que provocan la deconstrucción de lo verdaderamente
humano y la ruina del alma. Así se explican la destrucción permanente de la
vida inicial con el aborto o la propuesta de la eutanasia en la fase enferma o
terminal. Del mismo modo se siguen propiciando leyes permisivas que no respetan
la identidad humana.
En la base de todo
ello está el colapso de la mente que ha sido atrapada por una
razón “simplemente instrumental” que se desarrolla con la técnica y la
tecnología que se presentan como la verdadera “salvación”. Esta ausencia del
padre y “la crisis de la verdad” conducen a una sociedad nihilista donde
la libertad humana en vez de regirse por la inteligencia unida a la verdad, se
transforma en un haz de instintos y emociones que acaban esclavizando al hombre
bajo los requisitos de “la espontaneidad” y la “autenticidad” que
sirven habitualmente de camuflajes de la mentira.
Jesús se sometió en
todo a sus padres con obediencia y con ello ratifica la
autoridad de los padres para la educación de sus hijos. Es un derecho que les
es original y no puede ser sustraído por el Estado como se pretende con la
nueva ley de educación. Los padres tienen derecho a educar a sus hijos por
haberles dado la vida cooperando con Dios. “El derecho-deber educativo de
los padres se califica como esencial, relacionado como
está con la transmisión de la vida humana; como original y primario,
respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de
amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e
inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado
o usurpado por otros.” (Familiaris consortio, 36). Jesús abre la
educación a la trascendencia religiosa y recuerda a José y a
María que la familia está abierta al Reino de Dios y Él debe ocuparse de las
cosas de su Padre del cielo. De ahí la importancia de la libertad de
culto y religión en el ámbito público y privado.
3. TESTIGO
DE CASTIDAD
Habitualmente
cuando nos referimos a San José lo llamamos “el casto” o “castísimo” San
José.
Del mismo modo que
José, el vendido por sus hermanos, los hijos de Jacob, fue modelo de gobernante
como Virrey de Egipto, después de superar las tentaciones de la mujer de
Putifar, San José es testigo de la castidad con la que vivió junto a María su
esposa. En todo momento como esposo él reconoció y respetó a María como Arca de
la Nueva Alianza viviendo con ella una conyugalidad gobernada por el
espíritu.
El desprecio y
olvido de la castidad es otro de los grandes déficits de
nuestra cultura y de nuestra sociedad. La castidad es una gran virtud
personal y social. Como toda virtud concede una capacidad para hacer el bien
y de manera pronta. En este caso la castidad modera los dinamismos instintivos
y las emociones, para mediante el autogobierno y el autodominio del espíritu,
dirigir la libertad hacia la verdad del amor y el bien.
La castidad no
anula ni al impulso erótico ni a la las emociones. Estas son equipaje humano
para la acción, pero necesitan ser guiadas hacia la promoción del propio bien
personal, el respeto de las demás personas y la fidelidad conyugal que es la
clave de la alianza de la vida esponsal.
La virtud de la
castidad en los esposos supone la integración de todos los
dinamismos para la acción amorosa en el acto libre. De esta manera los impulsos
físico-biológicos y psíquicos pueden ser conducidos en el lenguaje del cuerpo a
ser expresión de la comunión interpersonal que es el destino
de la unión conyugal. Sin la castidad no se llega a la unión amorosa.
La persona del otro es usada como un medio de satisfacción. Uno por la castidad
se “posee” no para dar algo que tiene - tiempo, dinero, deseo de satisfacción -
sino para darse a sí mismo como persona con un amor total.
En el ámbito de
la virginidad y el celibato por el Reino de los cielos la
virtud de la castidad concreta la vocación al amor mediante la renuncia plena y
perfecta a la genitalidad para radicalizar y universalizar el amor. Así lo
decía San Pablo: “Porque siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos
para ganar a los más posibles” (1 Cor 9, 19). Con ello cumplía las palabras de
Jesús en las que decía que, ganados por el Reino de los cielos, algunos no se
casan. El que pueda entender que entienda (Mt 19, 12). En cualquier caso se
trata de un don, una gracia que se concede a algunos que hacen visible a Cristo
pobre, casto y obediente y anuncian la belleza del cielo que está por
venir. También la virginidad y el celibato son vocación al amor total.
Quien no es casto
no alcanza la libertad para el bien, acaba siendo un esclavo atrapado por una “ceguera
espiritual” que le impide ver lo “inteligible” de la realidad.
La ausencia de la castidad genera personalidades veleidosas, arbitrarias y
violentas. Por eso es ésta una virtud que debe de acompañar a todas las
personas, especialmente a las que tienen responsabilidades educativas y de
gobierno.
Quienes desprecian
la castidad la traducen como represión del impulso erótico. Todo lo contrario,
se trata de la virtud de la integración; esta virtud integra en el
acto libre del autogobierno los dinamismos físico-biológicos y psíquicos en los
dinamismos espirituales de la inteligencia y en libertad. El hombre casto es el
hombre libre para el don de sí porque se posee a sí mismo.
El hombre sin
castidad es un esclavo, no conduce su vida si no que es conducido
por los estímulos de una sociedad pansexualista como la nuestra. En
este contexto, la figura de San José es todo un reclamo del triunfo del
espíritu que conduce a la libertad para el don y no para el dominio o la
violencia.
Quien no es casto
está atrapado por el placer y la utilidad que, incluso cuando son legítimos, no
alcanzan el amor a la persona por sí misma respetando su dignidad. El bien
moral de la castidad no usa a nadie y ama a la persona en cuanto persona. La
castidad es la verdadera custodia del amor.
4. PROTECTOR
DE LA FAMILIA Y DE LA IGLESIA
El signo que dio el
ángel a los pastores y a todo el pueblo de que había llegado el “Salvador” fue
el siguiente: “Aquí tenéis su señal: encontraréis un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12).
El nacimiento del
“niño Jesús” es el triunfo de la cultura de la vida. Como nos
recuerda el Concilio Vaticano “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido,
en cierto modo, con todo hombre” (Gadium et spes, 22).
Esta es la cota más
alta de la dignidad de toda vida humana. El hombre no sólo ha sido creado “a
imagen y semejanza de Dios” y no de los animales, sino que el mismo Hijo de
Dios se ha hecho hombre y nos invita a ser hijos de Dios en el
Hijo unigénito.
Desde el nacimiento
de Jesús como Salvador, se desata toda la furia del mal y la cultura de
la muerte. Herodes quiere matar al niño y provoca la muerte de los Santos
Inocentes. José se destaca como protector de la Sagrada Familia y custodia a
María y a su hijo huyendo a Egipto y aceptando el exilio. Años más tarde
ejercerá esta misión continuando su custodia en el hogar de Nazaret.
Por esta misión el
Magisterio ha puesto a San José como protector de la familia humana y
de la familia de los hijos de Dios: la Iglesia. De ahí la importancia de
invocar a San José ante los embates de la “cultura de la muerte” que nos
invade por todas partes con el aborto, la eutanasia, la manipulación y
destrucción de embriones, etc.
Del mismo modo hemos
de invocar la protección de San José para nuestras familias de tal manera que
los matrimonios no se rompan ni reine la infidelidad. Con San José hemos de
superar la “mentalidad divorcista” que se presenta como abanderada de la
libertad cuando está negando la verdad del amor y la grandeza de la fidelidad
que es un don de Dios recibido en el sacramento del matrimonio. El sacramento
del matrimonio regala a los esposos el mismo amor de Cristo por la Iglesia
manifestado en la cruz. Se trata de un amor que rompe la dureza de
corazón y posibilita un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Esto es
el evangelio del matrimonio que supera la concupiscencia como amor desordenado
y garantiza el bien de las personas, de las familias y de la misma sociedad.
Se trata de un
amor abierto a la vida porque supone el don total de las personas en
el lenguaje del cuerpo como cooperadores de Dios creador, quien es el autor de
la vida que recibimos siempre como un don. El invierno demográfico que
sufre España es un mal presagio que nos aboca a una sociedad débil, envejecida
y dominada por el multiculturalismo que ensombrece nuestra identidad católica y
nuestro patrimonio espiritual.
Del mismo modo que custodió a la Sagrada familia,
San José es protector de nuestros seminarios donde se cultiva las
vocaciones sacerdotales que han de guiar como pastores santos a la
Santa Iglesia Católica. El Patriarca San José es protector de la Iglesia y,
como él, los sacerdotes han de custodiar virginalmente a los hijos de Dios
edificando, por la gracia de Dios, el pueblo santo de Dios. Del mismo modo que
San José custodió a su esposa, obra de Dios, inmaculada desde el
principio, los sacerdotes hemos de vivir nuestra esponsalidad con la
comunidad cristiana regalada por Dios sin mancha ni arruga (Ef 5). A
ella nos debemos con un amor de consagración esponsal.
5. MODELO
DE TRABAJADOR, HUMILDE Y HONRADO
José enseñó a Jesús
a trabajar con sus manos indicando con ello la importancia de la
actividad humana como camino de santificación. El trabajo tiene dos
significados: lo que se hace (que siempre deben ser cosas buenas para el bien)
y quien lo hace (el sentido subjetivo de quien trabaja). Ambos aspectos fueron
cultivados en el hogar de Nazaret.
Hoy, cuando tantos
hogares españoles sufren por la pandemia y la falta de trabajo, hemos de
invocar a San José obrero para que interceda por la dignidad de los
trabajadores y haga de las empresas e instituciones laborales, talleres
de honradez y de cultivo de la convivencia fraterna y de justicia.
Alcalá de Henares,
a 17 de marzo de 2021
Año de San José y de
Ntra. Sra. la Virgen de la Victoria de Lepanto
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