La Luna y la
Iglesia
El “mysterium lunae” en los Padres de la Iglesia
En un bello texto, titulado “¿Por
qué permanezco en la Iglesia”, Joseph Ratzinger evoca el tema tan querido
por la tradición patrística de la analogía de la Iglesia con la Luna o,
como decía Dídimo el Ciego, de la “constitución lunar de la Iglesia”.
También Juan Pablo II habló de la Iglesia como “mysterium lunae” en la “Novo millennio ineunte”:
La luz que Cristo presta a su Iglesia es semejante a la luz que el Sol presta a la Luna. Su calidad pálida, cual “reflejo semioscuro”- como decía San Buenaventura- expresa una verdad que los ojos mortales no pueden contemplar directamente.
Y Santo Tomás añadía, refiriéndose a las diversas fases de la
Luna-Iglesia:
“Ya sea bella como la Luna que con paz y seguridad crece, ya sea
decreciendo oscurecida por las adversidades”.
Orígenes veía en la Iglesia la Luna nueva, que desaparece para acercarse
al Sol, a Cristo, y así decir: “Ya no
vivo yo, sino Cristo en mí”.
Y San Agustín deseaba que la Luna fuese absorbida en el Sol: “En sus días florecerá la justicia y una paz
abundante, hasta que no haya luna”.
La tez curtida de la Iglesia sería el resultado de la abrasión de la luz
del Sol: “No te preocupes por mi tez
curtida, ya que es el sol que me ha quemado” (San Buenaventura).
Aunque nuestros pecados oculten la gloria de la Iglesia, nada puede
impedir que en su rostro, oscuro pero hermoso, resplandezca el Sol.
Padre Guillermo Juan Morado.
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