La Luna y la
Iglesia
El “mysterium lunae” en los Padres de la Iglesia
En un bello texto, titulado “¿Por
qué permanezco en la Iglesia”, Joseph Ratzinger evoca el tema tan querido
por la tradición patrística de la analogía de la Iglesia con la Luna o,
como decía Dídimo el Ciego, de la “constitución lunar de la Iglesia”.
También Juan Pablo II habló de la Iglesia como “mysterium lunae” en la “Novo millennio ineunte”:
“Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la
luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y
exigente cometido de ser su «reflejo». Es el ‘mysterium lunae’ tan querido por
la contemplación de los Padres, los cuales indicaron con esta imagen que la
Iglesia dependía de Cristo, Sol del cual ella refleja la luz. Era un modo de
expresar lo que Cristo mismo dice, al presentarse como «luz del mundo» (Jn
8,12) y al pedir a la vez a sus discípulos que fueran «la luz del mundo» (cf Mt
5,14).Ésta es una tarea que nos hace
temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y
llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo,
sabemos abrirnos a su gracia que nos hace hombres nuevos” (n. 54).
La luz que Cristo presta a su Iglesia es semejante a la luz que el Sol presta a la Luna. Su calidad pálida, cual “reflejo semioscuro”- como decía San Buenaventura- expresa una verdad que los ojos mortales no pueden contemplar directamente.
Y Santo Tomás añadía, refiriéndose a las diversas fases de la
Luna-Iglesia:
“Ya sea bella como la Luna que con paz y seguridad crece, ya sea
decreciendo oscurecida por las adversidades”.
Orígenes veía en la Iglesia la Luna nueva, que desaparece para acercarse
al Sol, a Cristo, y así decir: “Ya no
vivo yo, sino Cristo en mí”.
Y San Agustín deseaba que la Luna fuese absorbida en el Sol: “En sus días florecerá la justicia y una paz
abundante, hasta que no haya luna”.
La tez curtida de la Iglesia sería el resultado de la abrasión de la luz
del Sol: “No te preocupes por mi tez
curtida, ya que es el sol que me ha quemado” (San Buenaventura).
Aunque nuestros pecados oculten la gloria de la Iglesia, nada puede
impedir que en su rostro, oscuro pero hermoso, resplandezca el Sol.
Padre Guillermo Juan Morado.
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