DE LA PARÁBOLA DEL BUEN
SAMARITANO
EL HOMBRE ALIENADO DE DIOS
QUE YACE A LA VERA DEL CAMINO
Estupenda reflexión de
Benedicto XVI en su Libro “Jesús de Nazaret” sobre esta conocidísima parábola evangélica
(Lc. 10, 25-37)
"El Buen Samaritano" de Rembrandt
(el hombre asaltado y herido es conducido a la posada por el samaritano)
Los Padres de la Iglesia han dado
a la parábola una lectura cristológica.
Alguien podría decir: esto es una
alegoría, por tanto, una interpretación que nos aleja del texto. Pero si
consideramos que, en todas las parábolas, el Señor nos quiere invitar de maneras
siempre diversas a la fe en el reino de Dios, ese reino que es Él, entonces una
interpretación cristológica no es una lectura desviada.
En cierto sentido corresponde a
una potencialidad intrínseca del texto y puede ser un fruto que se desarrolla
desde su semilla.
Los Padres ven la parábola en la
dimensión de la historia universal: el hombre que yace medio muerto y despojado
a la vera del camino, ¿no es acaso una imagen de “Adán”, del género humano que
realmente “ha caído víctima de los ladrones”? Había salido de Jerusalén hacia Jericó. Dejaba la ciudad santa.
¿No es verdad que el ser humano,
esta criatura que es el hombre, en el curso de toda su historia se encuentra
alienado, ha sido martirizado, se ha abusado de él?
La humanidad ha vivido casi
siempre en la opresión; y desde otro punto de vista: los opresores, ¿son acaso
la verdadera imagen del ser humano, o no son ellos los primeros en ser
deformados, una degradación del ser humano? Karl Marx ha descrito de manera
drástica la “alienación” del ser humano; aun si no llegó hasta la verdadera
profundidad de la alienación porque razonaba solamente en el ámbito material,
sin embargo, ha proporcionado una imagen clara del ser humano que ha caído
víctima de los ladrones.
La teología medieval ha
interpretado los dos datos de la parábola sobre el estado del ser humano
despojado como afirmaciones antropológicas fundamentales.
De la víctima emboscada se dice,
por una parte, que fue despojada (spoliatus); por
otra, que fue golpeada casi hasta morir (vulneratus: cf. Lc 10,30).
Los escolásticos refirieron estos
dos participios a la doble dimensión de la alienación del ser humano.
Decían que ha sido spoliatus
supernaturalibus y vulneratus in naturalibus: fue
despojado del esplendor de la gracia sobrenatural recibida como un don, y fue
herido en su naturaleza.
Ahora bien, ésta es una alegoría
que va mucho más allá del sentido de la parábola, pero representa siempre un
intento por precisar el carácter doble de la herida que pesa sobre la
humanidad.
El camino de Jerusalén a Jericó
aparece, pues, como la imagen de la historia universal; ese hombre medio muerto a la orilla es la imagen de la humanidad.
Si la víctima de la emboscada es
por antonomasia la imagen de la humanidad, entonces el samaritano sólo puede
ser la imagen de Jesucristo.
Dios mismo, que es para nosotros
el extranjero y el lejano, se ha puesto en camino para venir a hacerse cargo de
su criatura herida. Dios, el lejano, en Jesucristo se ha hecho prójimo. Vierte
aceite y vino en nuestras heridas –un gesto en el cual se ha visto una imagen
del don salvífico de los sacramentos– y nos conduce al albergue, la Iglesia, en
el cual nos hace curar y nos da el anticipo del costo de la ayuda.
La gran visión del hombre que
yace alienado e inerme a la vera del camino de la historia y de Dios mismo, que
en Jesucristo se ha hecho su prójimo, podemos fijarla sencillamente en la
memoria como una dimensión profunda de la parábola que se refiere a nosotros
mismos. El imperativo imperioso contenido en la parábola no queda así
debilitado, sino que es llevado hasta su grandeza plena.
El gran tema del amor, que es el
auténtico punto culminante del texto, alcanza así toda su amplitud.
Ahora, de hecho, nos damos cuenta
de que todos nosotros estamos “alienados” y necesitamos de redención.
Ahora nos damos cuenta de que
todos tenemos necesidad del don del amor salvífico de Dios que se hace nuestro
prójimo, para poder nosotros por nuestra parte hacernos prójimos.
Las dos figuras de las que hemos
hablado conciernen a cada ser humano singularmente: toda persona está
“alienada”, apartada realmente del amor (que es justamente la esencia del
“esplendor sobrenatural” del cual hemos sido despojados); toda persona debe ser
en primer lugar curada y fortalecida por el don.
Pero después cada persona debe
hacerse a su vez samaritana, seguir a Cristo y hacerse como Él.
Sólo entonces vivimos de manera
justa. Sólo amamos de manera justa, si nos hacemos semejantes a Él que nos ha
amado primero.
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