EL
BIEN MAYOR
Y MÁS URGENTE
ES
EL TESTIMONIO DE LA VERDAD
Un
artículo breve e impecable, que muestra un diagnóstico certero de la abrumadora
falta de sentido sobrenatural de la evangelización en muchos ámbitos de la
Iglesia católica.
El
autor muestra, con palabras sencillas, un problema complejo. Y demuestra un
conocimiento muy cabal de la situación en los países que otrora fueron
cristianos.
Muy
necesario conocer estos temas para emprender una renovación bien entendida de
la pastoral y de la Sagrada Liturgia.
“¡Es urgente la misión!”
Comentario al libro “Las misiones
católicas” de José María Iraburu
Navegando por la Red, en un sitio español dimos
con un artículo de Eleuterio Fernández Guzmán sobre el libro “Las misiones católicas” de José María
Iraburu. Rehicimos totalmente dicho artículo y lo sintetizamos tratando de
mantener lo sustancial y adaptarlo al lector medio argentino, teniendo en
cuenta que el planteo es totalmente actual y verdadero, también entre nosotros.
Todos los párrafos que están entre comillas comunes (“a”) son citas del
libro del P. Iraburu. Las citas bíblicas y de documentos de la Iglesia se
indican con otro tipo de comillas («a» o ‘a’) según el contexto. Las
citas de documentos de la Iglesia, además, están en rojo.
“Es urgente la misión”: el título del libro que da origen a esta nota
sintetiza a la perfección el sentido del texto, que está relacionado con un
aspecto fundamental de la evangelización: la misión que transmite la Buena
Noticia de Jesús.
El estudio del P. Iraburu acerca de
la situación actual por la que pasa la misión católica, señala exactamente el
quid de la cuestión en relación con la salud de la Esposa de Cristo. Una y otra
vez vuelve el tema preocupante del freno que se está imprimiendo a la misión
con las nuevas formas de llevarla a cabo o simplemente con la intervención de
determinadas líneas de pensamientos que se dan en algunos ambientes dentro de
la Iglesia Católica.
Hay que partir, para comprender la
importancia de la misión, de algo que es muy importante y sin lo cual nada de
lo demás se entiende: “La Iglesia, para poder evangelizar el mundo,
necesita estar fuerte en el Espíritu Santo”.
Ahora bien, se puede ser fiel al
Espíritu Santo o bien no serlo. Y esto tiene sus consecuencias: “aquellas
Iglesias locales que fallan en su fidelidad al Señor y en su docilidad al
Espíritu Santo, aquellas en las que abundan los errores teológicos, así como
los abusos morales, litúrgicos y disciplinares, quedan débiles y enfermas, sin
vocaciones, sin fuerza para el apostolado y para las misiones”.
Así, Juan Pablo II, en su
encíclica Redemptoris Missio dice que «la misión específica ad gentes parece que se va
parando, no ciertamente en sintonía con las indicaciones del Concilio y del
Magisterio posterior. Dificultades internas y externas han debilitado el
impulso misionero de la Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho
que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo. En efecto, en la historia
de la Iglesia, este impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad , así
como su disminución es signo de una crisis de fe» (Encíclica Redemptoris Missio,
2).
“Esta crisis de fe, que trae consigo
la debilitación de las misiones, es hoy real en no pocas Iglesias, y como
siempre, está causada principalmente por la difusión de errores contrarios a la
fe”.
Un ejemplo a seguir
Si hay una persona que, a nivel
evangelizador, se ha de tener en cuenta, es San Francisco Javier. “No obstante
la breve duración de su acción evangelizadora, once años y medio, ha sido, sin
duda, uno de los más grandes misioneros de la historia de la Iglesia”, dada “la
parresía apostólica, la audaz fortaleza que mostró siempre, arriesgando en ello
gravemente su vida, para afirmar la verdad y negar el error”. Conviene que
consideremos atentamente, en consecuencia, si su espíritu sigue siendo el
espíritu de la misión.
En principio, parecería que “el modo
de misionero de Javier es hoy perfectamente válido y ejemplar”. Y esto es
bueno, porque supone que, en efecto, sirve para evangelizar, y, además, que
debería ser tenido como ejemplo de una forma verdaderamente evangélica de
llevar la Palabra de Dios al mundo entero. Pero “actualmente, sin embargo, son
muchos quienes estiman justamente lo contrario”.
“No pocos de los que estiman como un
gran misionero a San Francisco Javier admiran su santidad y su gran coraje para
predicar el Evangelio, pero consideran que sus planteamientos misioneros están
hoy completamente superados”. Es decir que una cosa es la figura del santo
misionero y otra, al parecer, muy distinta, que se pueda tener en cuenta lo que
hizo para hoy día. Según quien así piensa, en realidad, Francisco Javier está
algo pasado de moda, como si el Evangelio también lo estuviera.
Lo nuevo y lo malo de lo nuevo
Lo que pasa es que parece que existen
“nuevos modos de misión”. Sin embargo, cuando rompen con lo que supone una
“fidelidad perfecta a una misma verdad” que es la que el Espíritu Santo,
guiando «hacia la verdad completa» (Jn 16, 13), ha ido mostrando a la Iglesia
Católica, entonces se genera un grave problema. “Cuando los innovadores enseñan
en la teología una ‘novedad’ que rompe la continuidad perfectiva de la
tradición de la Iglesia, difunden un error o una herejía”. En efecto, a veces
se difunden doctrinas que son inconciliables con ciertas verdades profesadas
por la Iglesia siempre y en todo lugar.
¿Cómo evaluar los resultados de los
“nuevos modos de misión”? Lo dejó dicho el Mesías y lo recoge el evangelista
Mateo (Mt 7, 16): «por sus frutos los conoceréis». En efecto, “el árbol de la
verdadera doctrina da buenos frutos, y el falso, malos”.
Por lo tanto no es difícil evaluar
los “nuevos modos de misión”: “hemos de considerar negativamente los modos
nuevos de misionar cuando comprobamos que, en abierto contraste con la pujanza
misionera del comienzo de la Iglesia, o de la Edad Media, o del XVI en América
y Oriente, o del siglo XIX y comienzos del XX, allí donde esos modos nuevos se
han aplicado en los últimos decenios, se han mostrado absolutamente
ineficaces”.
Pero ¿por qué pasa esto?
Pues porque “en realidad, estos modos
nuevos de la misión –conviene decirlo abiertamente– son una inmensa
falsificación de las misiones, y traen consigo, por supuesto, un fracaso
desolador. Juan Pablo II, como veíamos, señala en la Redemptoris Missio que la
fuerza activa de las misiones parece que se va parando, y ve en esta
disminución de las misiones el signo de una crisis de fe”.
Entonces, lo que, en realidad, se
está produciendo es, simplemente, que la misión se ha detenido y se ha ofuscado
por los nuevos modos de entender la misión, los cuales han falsificado lo que,
propiamente hablando, ha de ser la misión católica.
Veamos, pues cuáles son estos “nuevos
modos de entender la misión”, porque de ellos se deducen muchas consecuencias
negativas para la labor misional de la Iglesia:
1) No luchar contra
el pecado, sino contra sus consecuencias
“La misión de los misioneros es la
misma que [Cristo] recibe del Padre cuando viene al mundo: ‘Como mi
Padre me envió, así también yo os envío’ (Jn 20,21). Ahora bien,
sabemos que el Hijo divino se hace hombre para ser ‘el Cordero que
quita el pecado del mundo’ (Jn 1,29). Sabemos ciertamente –Él mismo lo
ha dicho– que ha venido para ‘llamar a los pecadores a conversión’ (Lc
5,32); que entrega su sangre para obtenerles ‘el perdón de los pecados’(Mt
26,28), y que, por tanto, ‘en Él tenemos la redención, el perdón de los
pecados’ (Col 1,14). En efecto, ‘Él se ha manifestado al final
de la historia para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo’ (Hb
9,26)”.
Por lo tanto, el fundamento de la
misión es, sobre todo, tratar de “vencer, con la gracia del Salvador, el pecado
del mundo”.
Sin embargo, “los nuevos modos de
misión combaten no tanto el pecado, sino las consecuencias del pecado, desfigurando
y frenando así la misión de Cristo”. Así, “la misión secularizada yerra
gravemente cuando se limita sobe todo a remediar las consecuencias del pecado.
Trivializa de este modo la naturaleza de los males del mundo, ignora el pecado
original, la esclavitud del Maligno y la necesidad de la gracia de Cristo”.
2) Hacer el bien,
pero no dar testimonio de la verdad
Es bien cierto que no se puede negar
que los nuevos modos de la misión hagan el bien. Sin embargo, esto no basta
porque lo que se hace, actuando como arriba se ha dicho, es provocar “la
falsificación de la vocación misionera, según la cual la misión no estaría
centrada por el mismo Cristo en la evangelización, es decir, en el testimonio
de la verdad, sino en las actividades benéficas que en favor de los hombres
puedan realizarse”. Como “el bien mayor y más urgente es sin duda ‘el
testimonio de la verdad’”, actuar de otra forma es no hacerlo como, en verdad,
corresponde a un misionero.
Tampoco hay que olvidar que
“actualmente las misiones católicas han de dirigirse igualmente a los países
pobres y a los países ricos, muchos de éstos de antigua filiación cristiana, y
hoy en su mayoría apóstatas”.
Entonces, en atención a las
necesidades espirituales, “la mayor caridad que se puede tener con los ricos y
con los pobres es decirles la verdad: que en esta vida, según sea buena o mala,
se están jugando la vida eterna”. Ocultar tal verdad es, ciertamente, un
gravísimo error.
3) Dialogar sí,
pero predicar no. Y dialogar… tampoco
Nadie puede negar que el diálogo
resulte fundamental para que la misión evangelizadora se lleve a cabo de forma
adecuada. Sin embargo, según recoge la declaración Dominus Iesus,
aunque el diálogo forme parte de la misión
evangelizadora, «constituye sólo una de las acciones
de la Iglesia en su misión ad gentes. La paridad, que es presupuesto del
diálogo, se refiere a la igualdad de la dignidad personal de las partes, no
a los contenidos doctrinales, ni mucho menos a Jesucristo —que es el
mismo Dios hecho hombre— comparado con los fundadores de las otras religiones.
De hecho, la Iglesia, guiada por la caridad y el respeto de la libertad, debe
empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad
definitivamente revelada por el Señor, y a proclamar la necesidad de la
conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del bautismo y los
otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, la certeza de la voluntad salvífica
universal de Dios no disminuye sino aumenta el deber y la urgencia del anuncio
de la salvación y la conversión al Señor Jesucristo.«Para el pensamiento
relativista, diálogo significa poner en el mismo plano la propia posición o la
propia fe y las convicciones de los demás, de tal manera que todo se reduce a
un intercambio de posiciones de tesis fundamentalmente iguales y, en
consecuencia, relativas entre sí, con la finalidad superior de lograr el máximo
de colaboración y de integración entre las diversas concepciones religiosas» (Declaración Dominus
Iesus, 22).
Para que la misión se lleve a cabo de
forma conveniente, “diálogo y predicación han de ir juntos en la acción
misionera” y el “diálogo misional debe pretender la conversión de los hombres,
y no debe prolongarse indefinidamente”.
4) Enseñar
“valores” en vez de predicar a Cristo Salvador
Encierra un grave peligro el
pretender no predicar al Mesías como Salvador sino limitarse a dar a conocer
unos “valores” que, aunque sean importantes, no pueden ser el objeto de la
misión. “Ésta es otra variante de la secularización del apostolado y de la misión:
predicar valores sin predicar a Jesús, el Salvador. Es puro pelagianismo
proponer valores morales enseñados por Cristo –verdad, libertad, justicia, amor
al prójimo, unidad, paz–, y hacerlo, de un lado, en el mismo sentido en que el
mundo los entiende, y de otro, sin afirmar a Cristo como único Salvador que
hace posible vivir por su Espíritu esos y todos los demás valores”. Por eso
tuvo que decir Pablo VI que un humanismo, sin Cristo, no existe. Y rogó para
que los hombres de nuestro tiempo se ahorraran la experiencia fatal de un
humanismo sin Cristo.
Claro que “si solamente luchamos
contra las consecuencias del pecado, pero no contra el pecado, los cristianos
tendremos la aprobación del mundo”… Lamentablemente, esto ocurrirá,
entre otras cosas, porque ya no seremos cristianos…
5) No pretender la
conversión de los hombres
Esto, dicho así, es muy grave porque
la Iglesia Católica tiene la misión fundamental de convertir a los hombres a
Cristo. Sin esto la Iglesia misma no tiene sentido alguno.
Pues bien, “los ‘nuevos’ misioneros
no pretenden la conversión de los hombres. Buscan principalmente solidarizarse
con su condición concreta de vida presente y mejorarla en lo posible. Y así lo
declaran algunos abiertamente, orgullosos de su actitud: ‘no pretendemos
convertir a nadie’. Resulta muy penoso oírles, y comprobar que ‘alardeando
de sabios, se hicieron necios’ (Rom 1, 22)”.
A este respecto, es muy triste “que
pueda haber párrocos y misioneros que, sin haber quizá convertido a nadie en
toda su vida, estiman ‘superados’ los modos pastorales del Cura de Ars y los
modos misioneros de Francisco Javier. Resulta patético: estos ministros del
Salvador, que no intentan convertir a nadie, permanecen tranquilos en su
convicción, y ciertamente consiguen su objetivo con pleno éxito”, pero, eso sí,
a cambio de haber traicionado su original función y especial misión.
6) Testimoniar con la
vida, pero no con la palabra
El clima de desorientación que los
nuevos modos misioneros están sembrando en el mundo se ve también en el hecho
de pretender “ser misioneros sin predicar el Evangelio”. Esto es, sobre todo,
absurdo (pues no entra en cabeza católica que tal cosa pueda producirse). Es
cierto que en Ad Gentes se reconoce que «en ocasiones, se dan tales circunstancias que no
permiten, por algún tiempo, proponer directa e inmediatamente el mensaje del
Evangelio; entonces las misiones pueden y deben dar testimonio al menos de la
caridad y bondad de Cristo con paciencia, prudencia y mucha confianza, preparando
así los caminos del Señor y hacerlo presente de algún modo» (Decreto Ad Gentes, 6) . Pero tales situaciones son
circunstanciales; no se puede hacer extensivo el criterio a todas las
situaciones que puedan presentarse a los misioneros.
Por cierto, “la Iglesia
no-evangelizadora es una Iglesia no-martirial, pues no da en el mundo
testimonio de la verdad de Cristo”, lo que va, exactamente, en contra de lo que
debe ser.
Desde la teología… falsa
Los “nuevos modos de misión” parten
de teologías falsas, que son, por serlo, las que tergiversan el
sentido preciso de la misión. ¿Cuáles son sus puntos de apoyo? Estos:
-“Profesan algún modo de agnosticismo
filosófico y religioso: no hay una verdad, hay muchas”
-“Niegan la Revelación cristiana, en
cuanto verdad divina plena y definitiva, pues creen imposible una revelación
del Absoluto infinito en la realidad finita del ser humano, histórica y
continuamente evolutiva”
-“Consideran a Cristo como un Maestro
espiritual más entre otros Maestros suscitados por Dios en la historia”
-“Confunden el orden natural y el
sobrenatural”
-“Afirman que, en cierta manera,
todos los hombres, aunque ellos mismos no lo sepan o incluso no lo quieran,
estando elevados al orden de la gracia, son de hecho cristianos anónimos,
tengan una u otra vía religiosa, o aunque no sigan ninguna”
-“Negando el pecado original, niegan
a los hombres una salvación por gracia, por don gratuito que libremente han de
recibir de Dios por Cristo”
-“Reconocen, en coherencia s sus
principios, ‘otras Revelaciones’ divinas, y estiman las religiones paganas como
‘vías ordinarias de salvación’, complementarias al cristianismo, y no
necesariamente inferiores a él”
Y así, no es de extrañar que tengan
una visión tan distinta de la misión, y un ejercicio tan distinto y distante
del que, por su naturaleza, deberían tener.
Algunos teólogos, con sus posiciones
equivocadas acerca de la misma doctrina católica, se muestran favorecedores de
los “nuevos modos misioneros” que, según hemos visto, tanto daño están haciendo
a la misión. De entre los citados por el autor del libro sólo mencionemos tres,
los más conocidos: el P. Karl Rahner sj y su teoría de los “cristianos
anónimos”, el P. Leonardo Boff ofm -no sólo antes de
secularizarse sino, sobre todo, después-, y el P. Anthony De Mellosj
(con “ambigüedades y dificultades notables sobre puntos doctrinales de
relevante importancia que pueden conducir al lector a opiniones erróneas y
peligrosas”). Lamentablemente, hay muchos más.
Entonces, ¿qué es lo que
conviene a la evangelización?
“Lo primero en las misiones católicas
ha de ser la evangelización”; esto es lo que mandó Jesús con aquel «Id por todo
el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15).
“Esta primacía absoluta del
ministerio de la evangelización es reiterada en el Vaticano II cuando
trata de los Obispos (Christus Dominus 12), de los presbíteros (Presbyterorum
Ordinis 4), de los misioneros (Ad Gentes 5)”.
Resulta de una vital importancia
“suscitar entre los hombres (…) la fe en Cristo, la conversión de los pecados,
la filiación divina, la bienaventuranza inmensa de la vida en la Iglesia”.
Así, además de indicar qué es lo que,
en verdad, debe ser el objeto de la misión, hay que mencionar qué es
conveniente para que las misiones católicas se renueven: “La nueva
evangelización exige, evidentemente, recuperar la fe en la verdad de los
Evangelios y en las grandes certezas de la doctrina católica”. Y todo ello en
el marco de una consideración fundamental que no deberían olvidar los sujetos
activos de las misiones católicas: “Hoy el Evangelio es y será predicado, como
siempre, en el Espíritu Santo, el único que puede renovar la faz de la tierra,
en la Palabra divina tal como viene expresada en el Nuevo Testamento, en la
enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, en el espíritu y en
las palabras del Bautista y de nuestro Señor Jesucristo, de Esteban y de
Santiago, de Pedro y Pablo, en el espíritu y en las palabras de San Francisco
Javier, Patrono de las misiones católicas”.
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