LA DOCTRINA CLASICA SIEMPRE CLARIFICA
La Jornada mundial por la paz de este
año 2019 tiene como lema (presentado por el Papa Francisco): LA BUENA
POLÍTICA, AL SERVICIO DE LA PAZ.
Siguiendo este lema, la brillante
pluma del escritor español Juan Manuel de Prada escribe hoy en el ABC un
artículo sobre tres vicios muy dañinos que pueden caracterizar a un político, y
que son un obstáculo grave para el bien común y para la paz.
Porque la doctrina clásica -tan
olvidada en estos tiempos de emotivismo, marketing y pragmatismo- siempre es
clarificadora.
TRES
TIPOS DE GOBERNANTES PERNICIOSOS:
LOS INEPTOS, LOS PREPOTENTES Y LOS PERVERSOS.
LOS INEPTOS, LOS PREPOTENTES Y LOS PERVERSOS.
Afirmaba Santo Tomás que el Gobierno
debe confiarse a quienes exceden en virtud e inteligencia al común de los
mortales. No hay gobierno digno de tal nombre sin un sentido natural de la
jerarquía o una anuencia de los espíritus que reconoce y encumbra a quien
descuella sobre los demás. Encumbrar lo que es de naturaleza inferior es
siempre un motivo de devastación y ruina.
Los clásicos distinguían tres tipos de
gobernantes dañinos: el inepto, el prepotente y el perverso.
1. El gobernante inepto es achaque propio de las monarquías, sobre todo si son
hereditarias (pero también de las electivas, si quienes eligen son memos o
malintencionados). De vez en cuando, hasta en las estirpes más egregias, surge
un hombre débil con pocas dotes de mando, con pocas luces, con poca energía,
con poca capacidad de sacrificio. Y a estos hombres, precisamente porque tienen
poca autoridad, les gusta exagerarla, del mismo modo que el hombre alfeñique y
blandengue suele ser también el más autoritario. Como tienen la íntima
convicción de no merecer el mando, se vuelven mandones y aspaventeros. Pero sus
aspavientos dan más risa que miedo.
2. Mucho más temible que el gobernante inepto es el
gobernante prepotente, que es achaque propio de dictaduras. Al gobernante
prepotente lo caracteriza el apetito de poder, el placer de imponer su voluntad
sobre los gobernados, que es una concupiscencia aún más peligrosa que la
carnal. Al concupiscente de pasiones carnales, una vez satisfechos sus apetitos,
lo invade el hastío; mientras que el concupiscente de poder, una vez satisfecho
el capricho de alcanzarlo, quiere perpetuarse en él, incluso endiosarse, como
hacían los emperadores romanos. Inevitablemente, el gobernante prepotente
realiza todo tipo de manejos para satisfacer su ansia de mando: oculta o simula
sus fracasos, recurre a la intriga, la mentira y la venganza, se rodea de una
camarilla corrupta; y, en fin, envenena la convivencia, hasta hacerla
irrespirable.
3. Pero todos sus desmanes no son, sin embargo, tan dañinos como
los del gobernante perverso, tan característico de las democracias. El
gobernante perverso es una «voluntad pura» que sólo se nutre de sí misma; y en
su ebriedad puede llegar hasta la voluptuosidad de destruir, pues la destrucción
es el acto supremo de dominio. Al gobernante perverso le gusta destruir todo en
derredor, convirtiendo al prójimo en instrumento de su ansia de dominio: es un
felón que hace concesiones y pacta oscuros contubernios con los enemigos de su
pueblo; es un sacamuertos que disfruta resucitando odios ancestrales; es un
corruptor que obtiene un placer supremo pervirtiendo a sus gobernados. Para que
su perversión pase inadvertida y se convierta en hábitat natural, envenena las
fuentes educativas (para que los niños sean el día de mañana jenízaros
dispuestos a defender la perversión con uñas y dientes) y enardece a sus
gobernados entre sí, alentando todas las formas de disputas posibles, incluso
las que afectan a las formas de solidaridad más necesarias para la
supervivencia de la sociedad, como es la solidaridad entre hombres y mujeres.
Detrás del gobernante perverso anida siempre la úlcera del resentimiento, la
más turbia de las pasiones humanas, que -como la adicción a las drogas-
necesita de constantes satisfacciones que no hacen sino exacerbarla más. Y nada
satisface más al gobernante perverso que anegar con la pasión turbia del
resentimiento al pueblo que gobierna, enfrentando a ricos contra pobres, a
mujeres contra hombres, a andaluces contra catalanes. Pobre España, en manos de
gobernantes perversos (si, para más inri, son ineptos y prepotentes).
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