Una Iglesia que se
ahoga en el sentimentalismo
Un artículo para
pensar,
que retrata una
realidad que se observa
en muchos lugares
de la vida de nuestra sociedad –también en la Iglesia-
donde se banaliza
la razón y se idolatran la emotividad y los sentimientos.
Por Jorge Soley,
(INFOCATÓLICA 27.12.18)
Suelo
leer lo que escribe Samuel Gregg, habitualmente ponderado e informado. El
artículo que escribió la semana pasada, “Una Iglesia que se ahoga en el sentimentalismo”
(en inglés en THE NATIONAL CATHOLIC REPORTER) me llamó especialmente la
atención porque abordaba un fenómeno devastador y muy extendido que está
desfigurando la Iglesia y condenándola a la irrelevancia más atroz. El
subtítulo también me pareció significativo: “La fe y la razón están asediadas por una idolatría de los
sentimientos”. Y eso mientras muchos se alegran de los efímeros
momentos de gloria que el sentimentalismo desbocado les ofrece.
Gregg
señala en su recomendable artículo que la Iglesia siempre ha tenido en alta estima la razón,
la que nos permite usar la lógica, conocer la verdad moral o entender y
profundizar en la Revelación. Tal valoración puede haber llevado, reconoce
Gregg, en determinados momentos a excesos. No es el caso en nuestros tiempos,
cuando lo que parece prevalecer es lo que Gregg califica como “affectus per solam”, o lo
que podemos traducir como “sentimientos
y nada más”. Una actitud, extendidísima, que se caracterizaría por
“una exaltación de los
sentimientos, un desprecio de la razón y la subsiguiente infantilización de la
fe cristiana”.
A
continuación Gregg se detiene en los síntomas de este peligroso fenómeno.
Merece la pena repasarlos:
1.
Uso generalizado en la predicación y enseñanza de un lenguaje que es más
característico de una terapia que de las palabras usadas por Cristo y sus
apóstoles. Palabras como “pecado” desaparecen y son sustituidas
por “sufrimientos”, “remordimientos” o “errores”.
2.
Rechazo de la defensa razonada de la moral católica acusando a
quien lo hace de ser hiriente o moralista. Parece como si la verdad debiera ser
silenciada si puede herir los sentimientos de alguien.
3.
Rechazo a hablar sobre el juicio y la posibilidad real del
infierno. El sentimentalismo sencillamente evita el tema. Se pregunta
Gregg, ¿cuándo fue
la última vez que la posibilidad de condenarse eternamente fue mencionada en la
misa de tu parroquia?
4.
Un Jesucristo deformado. “El
Cristo que nos presentan es una especie de rabino liberal que recicla trivialidades como
“cada uno tiene su propia verdad”, “haz lo que te haga sentir bien”, “sé
autentico contigo mismo”, “quién soy yo para juzgar”, etc. Y sobre todo, nunca
tengas miedo: este Jesús garantiza el cielo, o lo que sea, a todo el mundo”.
Aquí la cita de Ratzinger que reproduce Gregg es impagable:
“Un Jesús que está de acuerdo con todos
y con todo, un Jesús sin su santa ira, sin la dureza de la verdad y del
verdadero amor no es el Jesús real que nos muestran las Escrituras, sino una
miserable caricatura. Una concepción de los evangelios en la que la seriedad de
la ira de Dios está ausente no tiene nada que ver con el Evangelio bíblico”.
5.
Y por último, un
declinar de la claridad en la exposición de la fe cristiana.
Cuestionándose
acerca de las causas que nos han llevado a esta situación Gregg enumera las
siguientes:
a)
El contagio de un
mundo en el que el emotivismo es generalizado y que
considera la moralidad como el compromiso con determinadas causas. Lo que importa es el grado de pasión
en tu compromiso y el grado de corrección política del mismo.
b)
Una concepción de la fe que consiste en lo que ésta hace por cada uno de
nosotros y nuestro bienestar, y no en nuestra salvación.
c) Los esfuerzos por diluir y
distorsionar la ley natural desde el postconcilio. A pesar
de algún loable intento de recuperación, la ley natural tiene una posición
marginal en el magisterio actual. “El
precio de esto es que cuando relegas la razón a la periferia de la fe
religiosa, empiezas a imaginar que la fe es de algún modo independiente de la
razón, o que la fe es de algún modo inherentemente hostil a la razón.
Finalmente la razonabilidad de la fe deja de ser importante y de este modo se
acaba en la ciénaga del sentimentalismo”.
d)
La desaparición de
la lógica del currículo educativo .
e)
La excesiva insistencia
en una mala psicología y en una mala sociología por parte
de muchos clérigos formados durante la década de los 70.
La
solución a esta plaga de sentimentalismo no está en negar la importancia de los
sentimientos y emociones, sino en integrar estos de modo coherente con la fe,
la razón y la voluntad. No será fácil, pero la alternativa es una Iglesia
convertida en oenegé, y como dice Gregg, resignada a la pura irrelevancia.
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