SAN ROBERTO BELARMINO sj,
Catequesis del Papa Benedicto XVI sobre este santo obispo
jesuita y doctor de la Iglesia, un hombre de gobierno que supo equilibrar la
vida de oración con una sabia predicación y con luminosos escritos, en tiempos de cismas y herejías.
Su vida y su obra es un legado que no puede ser desatendido. Tiene importantes enseñanzas para la vida de la
Iglesia de hoy, con referencias precisas y certeras.
San Roberto
Belarmino nos lleva con la memoria al tiempo de la dolorosa escisión de la
cristiandad occidental, cuando un grave crisis política y religiosa provocó el
distanciamiento de naciones enteras de la Sede Apostólica.
Nació el 4 de octubre de 1542, en Montepulciano,
cerca de Siena, era sobrino, por parte de madre, del papa Marcelo II. Tuvo una
excelente formación humanística antes de entrar en la Compañía de Jesús el 20
de septiembre de 1560. Los estudios de filosofía y teología, que realizó entre
el Colegio Romano, Padua y Lovaina, centrados en santo Tomás y en los Padres de
la Iglesia, fueron decisivos para su orientación teológica. Ordenado sacerdote
el 25 de marzo de 1570, fue, durante algunos años, profesor de teología en
Lovaina.
Sucesivamente, llamado a Roma como profesor en el
Colegio Romano, le fue confiada la cátedra de "Apologética"; en la
década en la que desempeñó tal encargo (1576-1586), elaboró un curso de
lecciones recogidas después en el Controversiae, obra célebre por la
claridad y la riqueza de contenidos y por el corte prevalentemente histórico.
Había concluido hacía poco tiempo el Concilio de Trento y para la Iglesia
Católica era necesario reforzar y confirmar su propia identidad también respecto
a la Reforma protestantes. La acción de Belarmino se insertó en este contexto.
Desde el 1588 al 1594 fue, primero, padre espiritual de los estudiantes
jesuitas del Colegio Romano, entre los cuales conoció y dirigió a san Luis
Gonzaga, después superior religioso. El Papa Clemente VII lo nombró teólogo
pontificio, consultor del Santo Oficio y rector del Colegio de Confesores de la
Basílica de San Pedro. Del 1597 al 1598 escribe su catecismo, Dottrina
cristiana breve, que fue su trabajo más famoso.
El 3 de marzo de 1599 fue nombrado cardenal por el
Papa Clemente VIII y, el 18 de marzo de 1602, fue nombrado arzobispo de Capua.
Recibió la ordenación episcopal el 21 de abril del mismo año. En los tres años
en los que fue obispo diocesano, se distinguió por el celo con que predicaba en
la catedral, por la visita que realizaba semanalmente en las parroquias, por
los tres Sínodos diocesanos y un Concilio provincial al que dio vida. Después
de haber participado en los cónclaves que eligieron a los Papas León XI y Pablo
V, fue llamado a Roma, donde formó parte de las Congregaciones del Santo
Oficio, del Índice, de los Ritos, de los Obispos y de la Propagación de la Fe.
Tuvo también encargos diplomáticos, en la República de Venecia e Inglaterra,
defendiendo los derechos de la Sede Apostólica. En sus últimos años compuso
varios libros de espiritualidad, en los cuales condensó el fruto de sus
ejercicios espirituales anuales. De la lectura de los mismos el pueblo
cristiano obtiene, todavía hoy, gran edificación. Murió en Roma el 17 de
septiembre de 1621. El Papa Pío XI lo beatificó en 1923, lo canonizó en 1930 y
lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1931.
San Roberto Belarmino tuvo un papel importante en
la Iglesia en las últimas décadas del siglo XVI y de los primeros años del siglo
sucesivo. Sus Controversiae constituyeron un punto de referencia, todavía
válido, para la eclesiología católica sobre las cuestiones acerca de la
Revelación, la naturaleza de la Iglesia, los Sacramentos y la antropología
teológica. En estos se acentúa el aspecto institucional de la Iglesia, con
motivo de los errores que circulaban sobre tales cuestiones. Incluso Belarmino
aclaró los aspectos invisibles de la Iglesia como el Cuerpo Místico y lo
ilustró con la analogía del cuerpo y del alma, con el fin de describir la
relación entre las riquezas internas de la Iglesia y los aspectos exteriores
que la vuelven perceptible. En esta obra monumental, que intenta sistematizar
las varias controversias teológicas de la época, él evita todo corte polémico y
agresivo respecto a las ideas de la Reforma, y usa los argumentos de la razón y
de la Tradición de la Iglesia e ilustra de un modo claro y eficaz la doctrina
católica.
Sin embargo, su legado se encuentra en la forma en
la que concibió su trabajo. Los tediosos oficios de gobierno no le impidieron,
de hecho, caminar hacia la santidad con la fidelidad a las exigencias de su
propio estado de religioso, sacerdote y obispo. De esta fidelidad surge su
compromiso con la predicación. Siendo, como sacerdote y obispo, antes que nada
un pastor de almas, sintió el deber de predicar asiduamente. Hay centenares de
sermones -las homilías- realizadas en Flandes, en Roma, en Nápoles y en Capua
con ocasión de las celebraciones litúrgicas. No menos abundantes son sus
expositiones y las explanationes a los párrocos, a las religiosas, a los
estudiantes del Colegio Romano, que a menudo hablan de la Sagrada Escritura
especialmente de las Epístolas de san Pablo. Su predicación y sus catequesis
tienen este mismo carácter de sencillez que obtuvo de la educación jesuita,
toda dirigida concentrar las fuerzas del alma en Jesús, profundamente conocido,
amado e imitado.
En los escritos de este hombre de gobierno se
advierte de modo claro, incluso en la reserva en la que esconde sus
sentimientos, la primacía que asigna a las enseñanzas de Cristo. San Belarmino
ofrece de esta manera un modelo de oración, alma de toda actividad: una oración
que escucha la Palabra del Señor, que se colma con la contemplación de la
grandeza, que no se encierra en sí misma, que se alegra de abandonarse a Dios.
Un signo distintivo de la espiritualidad del Belarmino y la percepción viva y
personal de la inmensa bondad de Dios, por el que nuestro Santo se sentía
verdaderamente hijo amado por Dios y era fuente de gran alegría el recogerse,
con serenidad y sencillez, en la oración, en la contemplación de Dios. En su
libro De ascensione mentis in Deum -Elevación de la mente a Dios- compuesto
sobre la estructura del Itinerarium de san Buenaventura, exclama:
"Oh
alma, tu ejemplo es Dios, belleza infinita, luz sin sombras, esplendor que
supera el de la luna y del sol. Alza los ojos a Dios en el que se encuentran
los arquetipos de todas las cosas, y del cual, como desde una fuente de
infinita fecundidad, deriva esta variedad casi infinita de las cosas. Por tanto
debes concluir: quien encuentra a Dios encuentra todas las cosas, quien pierde
a Dios pierde todo".
En este texto se oye el eco de la célebre
contemplatio ad amorem obtineundum -contemplación para obtener el amor- de los
Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola. El Belarmino, que vivió en la
fastuosa y a menudo malsana sociedad de los últimos años del siglo XVI y la
primera del siglo XVII, de esta contemplación recoge aplicaciones prácticas y
proyecta la situación de la Iglesia de su tiempo con animosa inspiración
pastoral. En el libro De arte bene moriendi -el arte de morir bien- por
ejemplo, indica como norma segura del buen vivir y también del buen morir, el
meditar a menudo y seriamente que se deberá rendir cuentas a Dios de las
propias acciones y del propio modo de vivir, y evitar la acumulación de
riquezas en esta tierra, sino de vivir sencillamente y con caridad para
acumular bienes en el cielo. En el libro De gemitu columbae -El gemido de la
paloma, donde la paloma representa a la Iglesia- exhorta con fuerza al clero y
a todos los fieles a una reforma personal y concreta de la propia vida
siguiendo lo que enseñan las Escrituras y los Santos, entre los cuales cita en
particular a san Gregorio Nacianceno, san Juan Crisóstomo, san Jerónimo y san
Agustín, además de los grandes fundadores de órdenes religiosas como san
Benito, santo Domingo y san Francisco. Belarmino enseña con gran claridad y con
el ejemplo de su propia vida que no puede haber una verdadera reforma de la Iglesia
si primero no se da nuestra reforma personal y la conversión de nuestro
corazón.
En los Ejercicios espirituales de san Ignacio,
Belarmino daba consejos para comunicar de un modo profunda, también a los más
sencillos, la belleza de los misterios de la fe. Escribió
"Si tienes
sabiduría, comprendes que has sido creado para la gloria de Dios y para tu
salvación eterna. Esta es tu finalidad, este es el centro de tu alma, este es
el tesoro de tu corazón. Por esto, considera bueno para ti, lo que te conduce a
esta finalidad, verdadero mal lo que no lo hace. Sucesos prósperos o adversos,
riquezas y pobreza, salud y enfermedad, honores y ultrajes, vida y muerte, el
sabio no debe ni buscarlos ni evitarlos por sí mismo. Son buenos y deseables
solo si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son malos y
evitables si la obstaculizan" (De ascensione mentis in Deum, grad. 1).
Estas, obviamente no son palabras pasadas de moda,
sino palabras para meditar largamente hoy por nosotros para orientar nuestro
camino sobre esta tierra.
Nos recuerdan que el fin de nuestra vida es el Señor,
el Dios que se ha revelado en Jesucristo, en el cual Él continúa llamándonos y
prometiéndonos la comunión con Él. Nos recuerdan la importancia de confiar en
el Señor, de vivir una vida fiel al Evangelio, de aceptar e iluminar con la fe
y con la oración toda circunstancia y toda acción de nuestra vida, siempre
deseosos de la unión con Él. Gracias.
Benedicto XVI pp
Catequesis del miércoles 26 de febrero de
2011
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