VARIACIONES DEL CONCEPTO DE
VIRTUD EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO MODERNO
Ponencia, presentada en la XLIV Semana Tomista año 2019 en
la UCA de Buenos Aires, el doctor Raúl Arlotti, el viernes 13 de septiembre,
donde se hace una síntesis de los cambios que se fueron produciendo en Occidente acerca del concepto de Virtud en la Política.
donde se hace una síntesis de los cambios que se fueron produciendo en Occidente acerca del concepto de Virtud en la Política.
Es un escrito que, con breves conceptos, nos muestra como llegamos a la actualidad en lo que se refiere a los políticos y a la ciencia política.
Maquiavelo, uno de los autores que más contribuyó a entender el concepto de virtud política como una facultad humana, una cualidad de la inteligencia antes que de la voluntad, y cuya función estriba en ‘conocer la ocasión’.
1. La Recepción Medieval de los Conceptos ‘Ciencia Política’ y ‘Virtudes
Políticas’
A pesar de que las palabras
‘política’ y ‘políticas’, durante buena parte de la Edad Media están ausentes
en los documentos producidos por papas, reyes y señores feudales, ese tiempo
mantiene algunas reliquias del lenguaje clásico de la política.
Filósofos, eruditos y
teólogos del siglo XII reconocen una ciencia de la política y discuten sobre
las virtudes políticas. Referencias a la Ciencia Política aparecen en las
clasificaciones de las ciencias y se la menciona junto a las virtudes
políticas, ejemplo relevante de ello es que “hacia 1141, Hugo de San Víctor
asigna a la Política su puesto en la Ciencia de las costumbres.
Al lado de la Ética, vista
como moral individual y de la Económica, planteada como moral familiar,
establece la Ciencia de la Ciudad, Ciencia Pública” (1) .
Las tres mayores tradiciones
que cooperan en el trabajo de reconstruir la Ciencia Política y el lenguaje
político son:
- la tradición de las virtudes
políticas,
- el Aristotelismo
- y el Derecho Romano.
En lo que hace a la
recepción de la tradición de las virtudes políticas, en la segunda mitad del
siglo XII, encontramos la obra de Simon de Tournai, alumno de la escuela de
Pedro Abelardo, quien distingue entre virtudes políticas y virtudes católicas o
universales. Tal distinción la realiza tomando como criterio el deber propio y
el objetivo que busca alcanzar cada tipo de virtud.
Por
su parte, Alain de Lille entiende que no se puede afirmar que las virtudes
políticas sean simplemente virtudes, sino que ellas constituyen una clase
particular de virtudes, en el sentido que son propias de la polis, virtudes reconocidas por las
costumbres imperantes en las ciudades y, por lo tanto, particularistas, en
oposición a las virtudes católicas que son universales (2) .
Para
Godofredo de Poitiers, quien compuso una Suma Teológica, las virtudes políticas
son un medio entre las naturales y las teológicas o católicas. Reconoce que las
virtudes naturales son innatas, un hábito de virtud que todo hombre posee por
su propia naturaleza, mientras que las virtudes políticas son el hábito que los
hombres adquieren a través de la reiteración de actos virtuosos.
Según
San Alberto Magno, a las virtudes políticas se las llama de tal modo porque son
las que mantienen a la república según las condiciones de los ciudadanos, cuyo
signo es que toda la legislación refuerza la virtud de los ciudadanos (3) .
Aunque San Alberto es el restaurador y repositor del significado de la noción
de virtudes políticas, van a ser los escritores del autogobierno comunal, y
entre ellos, el boloñés Guido Faba, quienes lo usan para retratar al buen
gobernante (4) .
2. Santo Tomás como universalizador del concepto de Virtud
Como se sabe, para Santo
Tomás, la virtud es definida en los términos siguientes: “disposición habitual al bien”.
Hábito que lleva a practicar el bien en forma estable.
La virtud propiamente dicha
es, pues, un hábito operativo de la voluntad o “una disposición estable para
bien obrar”, adquirida con la luz de la razón y que tiene por sujeto
una facultad voluntaria de un ser inteligente.
Es una buena cualidad del
espíritu que hace vivir rectamente y de la cual nadie hace mal uso (5) .
Según este pensamiento, la
virtud tiene tres caracteres:
1. Dar propensión al bien,
porque este es su verdadero objeto.
2. Dar facilidad de obrar
bien, porque supera sin dificultad los obstáculos que se le oponen.
3, Dar prontitud para
practicar el bien, porque, apenas lo conoce, se inclina a cumplirlo.
Bajo este andamiaje
conceptual, el Santo de Aquino, siguiendo a Aristóteles, entiende que el buen
gobernante y el buen ciudadano son lo mismo, puesto que un gobernante para ser
bueno debe poseer las virtudes que hacen bueno al hombre.
Así, la virtud no se
distingue por la condición del agente que la realiza, sino por la voluntad del
mismo. Pero, dado que la política es una parte de la prudencia, el hombre
político, es decir el gobernante de la ciudad, debe ser prudente. Por lo tanto,
la conclusión del Aquinate es que el gobernante debe ser bueno, ya que la
prudencia es la capacidad para hacer la elección correcta, y por ser correcta conduce
al bien.
3. Virtud y Política en Egidio Romano
Esta imagen de la política y del hombre político es
sometida a una revisión por Egidio Romano, uno de los seguidores más cercanos
de Santo Tomás, quien, en su De Regimene
Principum, obra escrita entre 1277 y 1279, presenta a la política como el
arte de ser buen rey, con lo cual introduce un cambio importante en el rango de
la aplicación del concepto de política.
Esta obra, desde su publicación, lleva a que los
filósofos aristotélicos se centren en señalar los requisitos que un régimen y
un gobernante deben reunir para ser considerados ‘políticos’ (6) .
Los príncipes deben ser perfectamente virtuosos y
mostrar todas las virtudes no únicamente para ellos sino también para los
demás, puesto que su falta de virtud afecta a toda la comunidad sobre la que
tiene su potestad (7) .
4, Las Obras Políticas: Producto de
las Virtudes
Las formulaciones del
concepto de virtud dadas por la filosofía perenne quedan claramente reflejadas
en las obras de política, sobre todo en aquellas que caen bajo el subgénero
denominado “Espejo de Príncipes”
cuya característica es la de ser trabajos que contienen una guía de acción para
el buen gobierno de los Estados, y están siempre fundadas en las virtudes
necesarias que llevan a tal fin.
La proyección de los
Espejos, cuando el Renacimiento ya se extiende por distintos lugares de Europa,
queda en manos de los padres jesuitas que se inspiran en la tradición tomista
de donde toman los principios básicos, y en la que el concepto de virtud, en el
sentido que hemos señalado, juega un papel central (8) .
5. El cambio del concepto de Virtud Política en el Renacimiento
El concepto de virtud es
reinterpretado por algunos pensadores del Renacimiento, especialmente aquellos
a los que se suele denominar humanistas, entre otros, Pico de la Mirándola,
Marsilio Ficino, Erasmo de Rotterdam y Nicolás Maquiavelo.
Si bien todos ellos son
resaltadores del concepto de virtud (virtù),
lo hacen con una significación distante de la de Tomás de Aquino y de otros
escolásticos; pues para esos humanistas, virtud significa la voluntad de
crear el propio destino, el espíritu de empresa, la audacia calculada, una
inteligencia aguda, que no excluye ni la
crueldad, ni la astucia cuando esas se consideran necesarias.
Con ellos la virtud ha
tomado un claro sentido político (9) .
En Maquiavelo, que es el
autor que nos interesa ahora, la virtù
pasa a ser una facultad humana, una cualidad de la inteligencia antes que de la
voluntad, cuya función estriba en ‘conocer
la ocasión’.
Virtud ‘excelente’ llama a
esa facultad de conocer la ocasión o preverla. La esencia de la virtud consiste
en ver la ocasión y tomarla, no dejarla pasar en vano.
Este es el modo en que el Secretario Florentino rompe
con la tradición clásica y lleva el concepto de virtud a la órbita de la
técnica y de la utilidad, concretamente a la utilidad política.
La virtù es aquella cualidad
sobresaliente de la inteligencia que permite al hombre señorear el movimiento
de las cosas humanas. Es un conjunto de cualidades que permiten al príncipe
vencer los obstáculos del presente y hacer frente a cuantos tropiezos pueda
depararle el futuro, que se asocia con la inteligencia, la acción y la
destreza. Es una energía, una facultad de querer y de hacer, prescindiendo del
contenido moral de la acción (10).
Y, en cuanto a cuál es la virtud política más sobresaliente,
encuentra la respuesta en la astucia.
Así, vemos cómo la virtud medieval de la prudencia se
convierte en astucia en el Renacimiento.
Debe tomarse en cuenta que,
en el tiempo que escribe Maquiavelo, los Estados de Europa son considerados
como patrimonios legítimos de ciertas familias, y toda la Ciencia Política se
reduce a enseñar a los príncipes el modo más fácil y seguro de mantenerse en la
posesión de sus dominios, sea de manera justa o injusta, legitima o abusiva (11)
.
Como consecuencia de este
contexto y de los cambios en el significado de la voz virtud se da un nuevo
tipo de literatura política.
6. La literatura de la Razón de Estado (12)
La literatura sobre la razón
de Estado se centra en las reglas o principios que enseñan al gobernante lo que
tiene que hacer en orden a mantener su Estado y para que se cumpla la tendencia
orgánica a incrementarse y consolidarse, a la vez que le indica cuáles son los
caminos y las metas del crecimiento.
Para el gobernante, orientar
exitosamente los caminos para que el Estado crezca es propiamente convertirse
en un virtuoso.
De este modo, se da cuerpo a
una doctrina que, por tentativas diversas, procura responder a un doble
cuestionamiento:
1. ¿Qué debe hacer el
político a fin de mantener su Estado sano y robusto?
2. ¿Cuáles son los caminos
más aptos para llegar a esa meta? (13)
En ambos casos no importa si
la respuesta es moral o no.
7. Interpretaciones post-renacentistas y modernas de la virtud
En el pensamiento político,
Thomas Hobbes, va a dar una visión distinta de virtud de aquella que enseña
Maquiavelo. El pensador inglés sostiene que virtud es “algo valorado por su
eminencia”. En política, esa eminencia descansa principalmente en la prudencia;
pero si a ella se le añade “el uso de medios injustos o deshonestos… se obtiene
esa torcida sabiduría que es llamada astucia” (14) .
Con esto Hobbes da un giro a
la idea de ‘virtud’ de Maquiavelo y vuelve sobre ciertos postulados que se
inspiran en la tradición.
Por su parte, Rousseau,
autor que, según una pléyade de historiadores y juristas, tanto ha influido
para la concreción de nuestro primer gobierno patrio, sostiene que la sociedad
civil exige virtud. La virtud significa vivir de acuerdo con el principio de la
represión consciente del animal y del hombre sentimental. Ella es un esfuerzo.
Dice Rousseau: “No hay felicidad sin fortaleza ni virtud
sin lucha: la palabra virtud resulta de la palabra fuerza; la fuerza es la base
de toda virtud. La virtud pertenece sólo a los seres débiles de naturaleza,
pero fuertes de voluntad; por esto precisamente honramos al hombre justo y por
esto, aun atribuyendo a Dios la bondad, no lo denominamos virtuoso, porque sus
buenas obras son cumplidas por Él sin esfuerzo alguno” (15) .
Esta interpretación de la
virtud como esfuerzo se va a profundizar con Kant, para quien la virtud pasa a
ser fuerza. Ella es una cuestión de autocontrol contra los objetos inapropiados
de deseo o tentación y la define como “el poder para dominar las inclinaciones
de uno cuando se rebelan contra la ley”.
De acuerdo con esta
definición la acción virtuosa es aquella que inhibe los deseos contrarios a la
ley, y, de este modo, la virtud queda asociada al deber (16) .
En la Introducción a la
“Metafísica de las Costumbres”, Kant caracteriza a la virtud como “fortaleza”,
es decir como fuerza capaz de mover al agente moral por el ‘deber’ o la sola
representación. Esta concepción se opone a la virtud como hábito y a la virtud
como habilidad, es decir a las concepciones medievales y humanistas del
Renacimiento.
A partir del siglo XIX, la
voz virtud se hace cada vez más menos frecuente en el vocabulario de la
política, y en el siglo XX no aparece en los diccionarios especializados de
Ciencia Política y rara vez es utilizada en las obras de mayor divulgación;
‘virtud’ se ha convertido en un vocablo foráneo de la política.
Esto encuentra su
explicación en que durante el siglo XIX, la Ciencia Política va dejando de lado
la tradición sobre la que había montado sus conocimientos y elaborado sus
obras.
El resultado de la nueva
orientación es el predominio de dos tipos de Ciencia Política:
1. Una ciencia
analítico-descriptiva de lo político.
2. Una ciencia de las leyes
de lo político.
La política vista desde una
perspectiva analítico-descriptiva es hostil y contraria a la pregunta por la
esencia y fundamento de las normas humanas, pues con ello abandonaría el
terreno de los hechos y de los experienciables y se pasaría al dominio de la
especulación filosófica, de lo que no es fácticamente verificable y, por lo
tanto, no es científico.
Por ello, la ciencia
política no puede ocuparse del tema de la virtud en la política.
Por su parte, la Ciencia
Política como ciencia que busca leyes de lo político, se reduce a sí misma a
una especie de disciplina científico natural, con la cual nos encontramos en el
deísmo del “Espíritu de las Leyes” de Montesquieu, en la sociología de Comte y
en la sociología legalista de Durkheim, o la filosofía de la historia de las
leyes del mundo capitalista de Karl Marx y, en nuestros días, en el ámbito
anglosajón donde predomina una idea de Ciencia Política que se comprende a sí
misma como ciencia natural, y en la que la virtud no tiene ningún espacio para
ser estudiada o comprendida dentro de lo político (17) .
Para poner fin a nuestros
argumentos queremos dejar señalado que el concepto de virtud podrá retornar a
la Ciencia Política si esta vuelve a ser una ciencia práctica, cuyo objeto sea
lo noble y lo justo.
Esto es, el retorno a una
Ciencia Política que considere, como lo ha hecho desde la antigüedad hasta el
siglo XIX, que es político todo lo que concierne al bien de la comunidad y de
cada uno de aquellos que la componen, y que tal bien no se puede alcanzar si no
se tiene en cuenta y valora en su más acabada dimensión al obrar bueno y
virtuoso.
Por cierto, en esa
consideración del obrar, la Ciencia Política debe hacer hincapié entre sus
enseñantes y enseñados aquello que Santo Tomás repite con frecuencia: la obra
propia y principal de la virtud es la elección recta, sin ésta no puede
hablarse de virtud.
Esa elección recta, en el
ámbito de lo político, tiene siempre como fin el bien total de la naturaleza
humana, que es lo que determina el contenido del bien común. Bien total que se
resume en la vida virtuosa.
De este modo, la política
será la docente del orden objetivo de los valores y la ciencia que enseña a
evitar todo exceso y parcialidad dentro de la comunidad.
Dimensión esta que en el hoy
se encuentra marginada y ausente de la vida pública y que debemos retomar con
urgencia para volver la política a una anchura y proporciones digna de lo
humano.
Raúl
Arlotti
NOTAS
1 Cfr. BENEYTO, J., Los Orígenes
de la Ciencia Política en España (Madrid, Doncel, 1976) p. 13. En España, en el
siglo XII, Domingo de Gundisalvo, escribe De Divisione Philosophiae, en cuyo
cuadro entra la Política y acentúa su valor de ‘prudencia’ como cabeza de las
ciencias morales. Ibidem p. 14.
2 Cfr. COTTIN, O., Psychologie et Morale au
XIIe et XIII Siècles (Gemboux, Duculot, 1948) p. 118. Alain de Lille al
preguntarse si las virtudes políticas pueden convertirse en virtudes católicas
su respuesta es que sí; puesto que los objetivos de las virtudes políticas son
la gloria, la dignidad y la grandeza, fines, por cierto, loables, pero no
suficientes para la vida buena y el fin último del hombre; mas cuando estas
están informadas por la fe, la caridad y la esperanza, alcanzan el estatus de
virtudes católicas y por lo tanto abren al hombre el camino a ese fin último.
3 Ibidem, p. 180.
4 Cfr. su Summa de Vitiis et
Virtutibus” en: Quadribium, I, 1956, pp. 41-152.
5 Cfr. Suma Teológica I, IIae, q.
55, a.
6 Cfr. su: De Regimene Principum,
L. I, I, 2. Siguiendo las enseñanzas de Aristóteles, Egidio afirma que el orden
de indagación de los requisitos exigidos para que el régimen y el gobernante
puedan ser calificados de ‘políticos’ debe ser tanto racional como natural.
Para ello, es necesario operar discutiendo primero la regla de uno mismo
(ética), luego la regla de la familia y concluir en el gobierno de la ciudad
(política). Este orden es racional porque uno debe aprender a gobernarse a sí
mismo y a su familia antes de gobernar a una ciudad; y es natural porque
reproduce un esquema de evolución de lo menos simple e imperfecto a lo más
complejo y perfecto. En el primer libro del Regimene, es donde Egidio discute
los objetivos, las virtudes, las pasiones y costumbres del príncipe. Él
construye una imagen del príncipe y reconoce que el príncipe merece gobernar
solo sí tiene prudencia y a esta la acompañan las otras virtudes morales.
Reconoce que aquel que carece de virtud merece ser siervo, solo un hombre que
es capaz de someter sus propias pasiones y apetitos a la regla de la razón
puede tener éxito en mantener un reino unido y pacífico.
7 Ibidem, I, 2-5.
8 Cfr. O’ NEILL, Ch. E. y DOMINGUEZ, J.M.,
(dir) Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús (Madrid, Universidad
Pontificia de Comillas, 2001) t. II, p. 1313.
9 Cfr. DELUMEAU, J., La
Civilización del Renacimiento (Barcelona, Juventud, 1977) p 402.
10 Cfr. CHABOT, F., Escritos
sobre Maquiavelo (México, FCE, 1984) p. 254.
11 Cfr. CONDE, F. J., El Saber
Político en Maquiavelo (Madrid, Revista de Occidente, 1976) p. 22, nota n° 25.
12 Según F. MEINECKE, la
expresión tiene que haberse impuesto paulatinamente a partir del tercer decenio
del S. XVI. Guicciardini habla en una ocasión de ‘regioni’ e uso degli stati’,
en su: Diálogo sobre la Constitución de Florencia (1523 - 1527). En un pasaje
de la misma expresa: 'matar a todos los prisioneros, a fin de debilitar la
ciudad'; y dice: ‘ello no es cristiano, pero así lo exige la 'ragione e uso
degli stati'. Resulta difícil saber si quiere expresar con ello un concepto ya
acuñado. El primer testimonio de la doctrina ha querido verse en un anónimo de
1525; pero el primero en usar como concepto fijo la expresión es el arzobispo y
humanista G. Della Casa a mediados del S. XVI. Para G. Botero, en su: Ragione
di Stato (1589), la razón de Estado es el conocimiento de los medios adecuados
para fundar, mantener y aumentar un Estado. En esta línea de interpretación se
encuentran el P. Mariana y P. de Rivadeneyra. T. Campanella, sostiene que la
razón de Estado es la suma de la razón política ‘lo que nuestro
anticristianismo llama ‘ratio status’, esto es, que debe apreciarse más la parte
que el todo y a sí mismo más que al género humano y más que a Dios. Los
teóricos de la razón de Estado tratan a menudo de probar la posibilidad y
conveniencia de una ‘buena’ razón de Estado, en contraposición a la 'cattiva
ragione di stato'. No obstante confiesan que, en el lenguaje corriente, se
entiende por razón de Estado la doctrina en que el príncipe puede perseguir sus
propios intereses por todos los medios, incluso los más condenables. Ejemplo de
esta posición son: A. Palazzo, G. Frachetta, M. Chiaramonti, L. Settala. El
afán de todos ellos es encontrar una definición de la verdadera buena razón de
Estado que satisfaga tanto lógica como éticamente.
13 Cfr. MEINECKE, F., La Idea de
la Razón de Estado en la Edad Moderna (Madrid, IEP, 1951) p. 13.
14 Cfr. HOBBES, Th., Leviatán
(Madrid, Editora Nacional, 1979) L. I., cap. VIII.
15 Cfr. su: Emilio o de la
Educación (Madrid, Alianza 2011), libro V.
16 Cfr. SHERMAN, N., Making a
Necessity of Virtue Aristotle and Kant on Virtue (Cambridge, Cambridge University
Press 1997) p. 1
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