MIÉRCOLES
DE CENIZA
Siguiendo
un aforismo conocido, podemos decir que “No todo oro reluce”. No hay modo mejor
de presentar la Cuaresma que bajo esta sapientísima sentencia: no te encandiles
más corriendo detrás de aquello que tiene brillo y esplendor. Hay un oro, un
oro más antiguo que el mundo, un oro opaco y oscuro, que es más valioso e
imperecedero que cualquier otro. Descúbrelo. Y corre tras él. Es el deslucido
oro de la contrición y la penitencia. El agrisado oro de la renuncia y el
despojo. Se trata del misterioso oro de la ceniza en tu frente.
Déjate ungir la cabeza con este oro gris.
Iniciamos
un camino que, más que horizontal es vertical. Y no justamente hacia las
alturas. Sino todo lo contrario: es un éxodo al “De Profundis”, a lo más
profundo de nuestra nada. Hacia las raíces profundas de nuestro ser.
Hundidos en ese abismo, desde esa aguda experiencia de ser polvo, desde allí, “desde las cenizas, se elevará un fuego”. Porque siempre quedan rescoldos en las brasas aparentemente apagadas.
El
salmo CXXX lo expresa así:
De profundis clamavi ad te, Domine;
Domine exaudi vocem meam.
Fiant aures tuae intendentes
in vocem deprecationis meae.
Desde lo más profundo te invoco, Señor,
Señor, escucha mi voz.
Estén tus oídos atentos
al clamor de mi plegaria.
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