DES-DIOSADOS
De la genialidad de Marcelino Menéndez Pelayo
(1856-1912),
casi una profecía
Un artículo del año 2012 escrito por el periodista español Juan
Manuel de Prada, donde se refería al proceso de desintegración de España, a partir
del secesionismo catalán.
Tiene una actualidad sorprendente, también para la decadente
realidad socio-política argentina. Especialmente habida cuenta que, de todos
los candidatos de todos los ámbitos de las últimas elecciones, ninguno mencionó
siquiera a Dios.
Vale la pena releerlo, y ver la explicación de los dos cuadros de
Goya que lo acompañan.
En el epílogo de sus
"Heterodoxos", Menéndez Pelayo -en célebre frase que pone de los
nervios a nuestra época-, después de afirmar una evidencia (a saber, que la fe
católica ha sido lo que ha dado ser y sustancia a España a lo largo de los
siglos), vaticina que, el día en que España vuelva la espalda a esa fe que la
constituyó, no le restará otra suerte sino disgregarse en mezquinos reinos de
taifas, a la greña entre sí, para regocijo de carroñeros foráneos prestos a la
rapiña.
El vaticinio de Menéndez Pelayo ya
se está cumpliendo ante nuestros ojos; aunque, por supuesto, nos moriremos sin
reconocerlo, como les ocurre a quienes padecen una enfermedad vergonzante.
Escribió Belloc, en la misma línea
que Menéndez Pelayo, que las civilizaciones las fundan las religiones; y que,
cuando las religiones se debilitan y oscurecen, las civilizaciones claudican,
se desintegran y fenecen.
Y es que la religión, en efecto,
enseña al hombre cuál es su misión en la tierra, que no es otra sino la de
estar ligado en un entramado social y recogido amorosamente en el seno divino.
Todo cuanto ha sido creado ha nacido con una vocación de unidad, desde los
ángeles hasta los átomos.
Y, cumpliendo esa vocación para la
que hemos nacido, nos ligamos con nuestros semejantes, en matrimonio, en
instituciones, en la comunidad política... Ocurre esto mientras hay religión;
porque, faltando esta, todas las uniones se tornan quebradizas y artificiales,
pues les falta su razón de ser.
Cuando no hay una divina paternidad
común, toda fraternidad humana es inútil empeño; y, aunque se disfrace muy
zalameramente de retóricas pomposas, acaba degenerando en querella, porque sólo
la sostiene el interés.
Por supuesto, los hombres se
inventan diversos sucedáneos idolátricos que llenen el hueco dejado por Dios; y
fingen que tales idolillos bastan para mantener su vocación de unidad
traicionada. Pero tales idolillos no hacen sino encizañar más a los hombres,
que acaban como aquellos personajes del cuadro de Goya: hundidos hasta el
jarrete en la ciénaga de sus rencillas, mientras se propinan garrotazos entre
sí.
Y así:
-desdiosada, la democracia se
convierte en demogresca;
-así, desdiosadas, las naciones más
grandes se hacen añicos y se tornan muchas, pequeñas y esclavas;
-así, desdiosados, los gobernantes
se convierten en máquinas sin alma que acatan los dictados de la avaricia
extranjera; así todo, sucesivamente, se va al garete, entre divisiones y
rebatiñas.
Todos los epifenómenos que hoy
padecemos, englobados bajo el marbete eufemístico de «crisis» -económica,
institucional, política, social, etcétera-, no son sino síntomas hormigueantes,
tumultuosos e histéricos de una misma enfermedad, que Menéndez Pelayo resumía
magistralmente en el epílogo de sus "Heterodoxos".
(JUAN
MANUEL DE PRADA – ABC –
29
de octubre de 2012)
DOS
PINTURAS
DE FRANCISCO DE GOYA
Corresponden a dos pinturas de
Francisco de Goya,
de una serie llamada "Pinturas negras"
que pintó
para su casa de Madrid hacia 1820.
El gran pintor español se hallaba cercano a
su muerte,
y retrató imágenes dantescas que anticiparon el expresionismo
moderno.
1) La primera, titulada "Duelo
a garrotazos" muestra a dos villanos luchando a bastonazos en un
paraje desolado enterrados en el barro hasta las rodillas. Este tipo de duelos
se producían en la época al igual que los de caballeros, sólo que, a diferencia
de estos, las armas eran garrotes y carecían de reglas y protocolo: padrinos,
cuenta de pasos, elección de armas.
2) La segunda, llamada "Las
Parcas", trata el tema mitológico de tres diosas del destino,
encabezadas por Átropos, diosa de lo inexorable, que porta unas tijeras
para cortar el hilo; Cloto, con su rueca (que Goya sustituye por un
muñeco o recién nacido, probable alegoría de la vida), y Láquesis, la
hiladora, que en esta representación mira a través de una lente, que simboliza
el tiempo. A las tres figuras femeninas suspendidas en el aire se añade una
cuarta de frente, un hombre, con las manos maniatadas a la espalda. Las
tres Parcas estarían decidiendo el destino del hombre cuyas manos atadas no
pueden oponerse a su hado.
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