UNA REALIDAD DEVASTADORA
Un brillante
artículo escrito por el escritor español Juan Manuel de Prada en el ABC de hoy,
que muy bien se puede aplicar a nuestra triste realidad pre-electoral
argentina, tan vacía de valores y grandeza.
Se refiere a
un joven activista catalán: Gabriel Rufián Romero. Pertenece a la
plataforma Súmate creada en 2013 que apoya la independencia de Cataluña.
Activista social que lucha por el derecho de autodeterminación de Cataluña.
Es diputado de las Cortes españolas y el Portavoz adjunto del Grupo de Esquerra Republicana en el Congreso.
Lo que
escribe Prada no es sólo aplicable a lo que está ocurriendo en Cataluña, sino que
también son los síntomas devastadores de la triste realidad de nuestro querido
país, con miles de jóvenes “militantes antisistema”, que profesan un nihilismo
angustiante y una ideología del resentimiento que nos habla de un ateísmo
práctico caprichoso, desesperante y globalizado.
Foto: cinco días de violencia urbana en Barcelona.
Antisistemas sistémicos
Entre los vándalos de Barcelona no hay sólo
jóvenes independientes frustrados, sino también profesionales de la destrucción,
que son también jóvenes.
La imagen de un
Gabriel Rufián expulsado por los suyos de una manifestación me ha recordado Los demonios, aquella novela donde
Dostoievski probaba a ilustrar la genealogía del nihilismo violento, ese hijo
malcriado de la democracia que viene a completar la obra iniciada por sus
papás. El gran maestro ruso arremetía en su novela contra esos liberales que se
dedicaban a culpar a la religión de todos los males que azotaban al país,
mientras educaban en la impiedad y en la satisfacción del capricho a sus
vástagos, que empezaban por abjurar de la fe, para después frecuentar cenáculos
subversivos y terminar urdiendo atentados. Cuando el padre de la novela
descubre con horror los manejos de su hijo le pregunta qué está haciendo; y el
hijo le responde cínicamente: «¡Padre, completo la labor que tú has iniciado!».
Es una dinámica
infalible que ahora cobra contornos truculentos en las calles de Barcelona.
Hubo unos políticos que organizaron un trampantojo de secesión, culpando a
España de todos los males que azotaban al país; y luego vinieron sus hijos
dispuestos a completar la labor que ellos habían iniciado.
Pero pretender que
esta dinámica sea fruto meramente del adoctrinamiento independentista es coger
el rábano por las hojas. A fin de cuentas, entre los vándalos que se han
dedicado a causar todo tipo de estragos en Barcelona no hay sólo jóvenes
indepes frustrados, sino también profesionales de la destrucción, algunos
venidos de muy lejanas tierras, englobados en ese prototipo que difusamente
llaman «antisistema» por no llamarlo por su verdadero nombre, que es
«sistémico»; pues nada hay tan sistémico como un antisistema, que el fruto más
granado, el vástago más acabado del sistema vigente.
En el clarividente
prólogo de La tournée de Dios,
Jardiel Poncela acierta a explicar el origen del proceso desintegrador que
corroe a las sociedades liberales, que se dedican a halagar a sus jóvenes con
un festín de derechos (de bragueta o de autodeterminación, lo mismo da) hasta
convertirlos en monstruos de voracidad: «La palabra derecho -escribe Jardiel-
sale de todas las bocas: “Yo tengo
derecho”. -“¿Con qué derecho?”. -“Defiendo mis derechos”. -“¡No hay
derecho!”-“Estoy en mi derecho”».
Pero este festín de
derechos tiene siempre muy mala digestión, pues se moldea una nueva generación «sin concepto ya del deber, engreída,
soberbia y fatua, llena de altiveces, dispuesta a no resignarse, frívola y
frenética, olvidada de la serenidad y la sencillez, ambiciosa y triste, que
reclamándole a la vida mucho más de lo que la vida puede dar, corre enloquecida
hacia la definitiva bancarrota».
Y es una bancarrota
rabiosa, porque -como el propio Jardiel observa- los hombres, cuando han
perdido la perspicacia para ver dentro de sí, se convierten en alimañas
sedientas de venganza. En Cataluña
esa sed de venganza se reviste con los ropajes del independentismo; pero en su
fondo antropológico es puro resentimiento, que es siempre la estación final de
ese proceso desintegrador que se inicia con el festín de los derechos.
«El resentimiento -escribe Castellani- es indignación reprimida -mal o insuficientemente- que se irradia
concéntricamente de objeto en objeto y de zona en zona anímica. Hay hoy día
ideologías del resentimiento expuestas en lenguaje científico y con las mayores
apariencias de objetividad. Este rencor convertido en septicemia no tiene otra
penicilina que una gran inyección de amor tan tremenda que sólo es posible por
la Fe y por la Gracia -ayudadas de intermediarios humanos-, como suele Dios
hacer sus cosas». Pero, ¿dónde están esos intermediarios? Tal vez Dios ya
no quiera saber nada de España.
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