Crucifijo que se alza sobre el alta mayor de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos
CARTA APOSTÓLICA
“SALUTIFEARE CRUCIS”
DE
SU SANTIDAD JUAN XIII
CON LA QUE SE ELEVA A
LA DIGNIDAD Y HONOR DE
BASÍLICA MENOR
A LA
IGLESIA DE LA SANTA CRUZ DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
EN LA DIÓCESIS DE
MADRID
7 DE ABRIL DEL AÑO DEL SEÑOR 1960
Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el
signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del
caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a
modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso.
Este monte sobre el que se eleva el signo de la Redención humana
ha sido excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre
amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y
continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y
allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las
luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por
toda la nación española.
Esta obra, única y monumental, cuyo nombre es Santa Cruz del
Valle de los Caídos, la ha hecho construir Francisco Franco
Bahamonde, Caudillo de España, agregándole una Abadía de monjes benedictinos de
la Congregación de Solesmes, quienes diariamente celebran los Santos
Misterios y aplacan al Señor con sus preces litúrgicas.
Es un monumento que llena de no pequeña admiración
a los visitantes: acoge en primer lugar a los que a él se acercan un
gran pórtico, capaz para concentraciones numerosas; en el frontis ya del templo
subterráneo se admira la imagen de la Virgen de los Dolores que abraza en su
seno el cuerpo exánime de su Divino Hijo, obra en que nos ha dejado el artista
una muestra de arte maravilloso. A través del vestíbulo y de un segundo atrio,
y franqueando altísimas verjas forjadas con suma elegancia, se llega al sagrado
recinto, adornado con preciosos tapices historiados; se muestra en él patente
la piedad de los españoles hacia la Santísima Virgen en seis grandes relieves
de elegante escultura, que presiden otras tantas capillas. En el centro del
crucero está colocado el Altar Mayor, cuya mesa, de un solo bloque de granito
pulimentado, de magnitud asombrosa, está sostenida por una base decorada con
bellas imágenes y símbolos. Sobre este altar, y en su vértice, se eleva, en la
cumbre de la montaña, la altísima Cruz de que hemos hecho mención.
Ni se debe pasar por alto el riquísimo mosaico en que aparecen
Cristo en su majestad, la piadosísima Madre de Dios, los apóstoles de España
Santiago y San Pablo y
otros bienaventurados y héroes que hacen brillar con luz de paraíso la cúpula
de este inmenso hipogeo.
Es, pues, este templo, por el orden de su estructura, por el culto que en él
se desarrolla y por sus obras de arte, insigne entre los mejores,
y lo que es más de apreciar, noble sobre todo por la piedad que inspira y
célebre por la concurrencia de los fieles.
Por estos motivos, hemos oído con agrado las preces
que nuestro amado hijo, el Abad de Santa Cruz del Valle de los Caídos, nos ha
dirigido, rogándonos humildemente que distingamos
este tan prestigioso templo con el nombre y los derechos de Basílica Menor.
En consecuencia, consultada la Sagrada Congregación de Ritos,
con pleno conocimiento y con madura deliberación y con la plenitud de nuestra
potestad apostólica, en virtud de estas Letras y a perpetuidad,
elevamos al honor y dignidad de Basílica Menor la iglesia llamada de Santa Cruz
del Valle de los Caídos, sita dentro de los límites de la diócesis de
Madrid, añadiéndola todos los derechos y privilegios que competen a los templos
condecorados con el mismo nombre.
Sin que pueda obstar nada en contra.
Esto mandamos, determinamos, decretando que las presentes Letras
sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces y que consigan y obtengan sus
plenos e íntegros efectos y las acaten en su plenitud aquellos a quienes se
refieran actualmente y puedan referirse en el futuro; así se han de interpretar
y definir; y queda nulo y sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar
contra ellas, a sabiendas o por ignorancia, por quienquiera o en nombre de
cualquiera autoridad.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el
anillo del Pescador, el día siete del mes de abril del año mil novecientos
sesenta, segundo de nuestro Pontificado.
Ioannes
PP. XXIII.
Por
mandato de Su Santidad
Domenico Cardenal
Tardini
Cardinalis
Secretarius Status.
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