En la noche del 31 de octubre se ha ido globalizando una celebración llamada HALLOWEEN,
que hunde sus raíces en el culto a los muertos que los sacerdotes druidas ofrecían para comunicarse con los espíritus.
La frontera entre los vivos y los muertos se diluía en esta noche, y los espíritus, benévolos o malignos, ingresaban al mundo
visible. Para ahuyentar a los segundos, utilizaban trajes y máscaras, se
ofrecían alimentos a los difuntos, y se encendían hogueras. Una idea similar a
la que tenían los pueblos indígenas de Latinoamérica para celebrar el
reencuentro entre los vivos y los muertos en fechas señaladas como esta.
Se la conocía en los
cultos celtas como la noche de Samhain o “noche de los muertos” al finalizar el verano, noche bañada por una áura
mágica, misteriosa y aterradora. Personajes terroríficos y hechizados
-brujas, fantasmas, duendes, espíritus-, salen del abismo para
mezclarse entre los mortales.
En Asturias, esta noche se la conocía como
la “fiesta de la oscuridad”, porque a partir de este día, la tiniebla va “comiendo”
a la luz, transición del verano al invierno.
Si bien muchos de
los que celebran el llamado Halloween, desconocen estas raíces idolátricas y su
culto a los muertos, sus consecuencias no son inocuas.
Y una civilización que pierde sus esencias, va transformándose en una sociedad que reemplaza su culto al Creador por las creaturas, con todo tipo de hechicerías, conjuros, supmaleficios, en un ambiente preternatural desesperante.
Y una civilización que pierde sus esencias, va transformándose en una sociedad que reemplaza su culto al Creador por las creaturas, con todo tipo de hechicerías, conjuros, supmaleficios, en un ambiente preternatural desesperante.
El joven sacerdote
argentino, Gustavo Lombardo, párroco en Suncho Corral (Santiago del Estero) lo
explica con contundencia y claridad. Se puede ver en este enlace:
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