TEMPUS
FUGIT:
LA
ORACIÓN DEL ÁNGELUS Y LA ETERNIDAD
Cada mediodía la Iglesia nos invita a elevar la
oración del ÁNGELUS, recordando la "plenitud de los tiempos".
Hubo un ser humano en quien estaba la plenitud, y esperaba: la
Virgen María. Ella no corría, no miraba hacia adelante ni hacia atrás. La
plenitud de los tiempos estaba en ella, nítido presente abierto a la eternidad,
y esperaba. Y la eternidad se inclinó, el mensaje llegó, y la Palabra eterna
fue carne en su seno purísimo.
En el mediodía del día cristiano siempre renace el misterio del mediodía
de la humanidad. A través de todas las épocas resuena la plenitud de los
tiempos.
Toda nuestra vida debería ser vecina de la eternidad. Siempre
debería estar en nosotros la tranquilidad que está abierta a la eternidad, y
que escucha. Pero la vida es intensa, inquietante, avasalladora, y la
acalla.
Al menos deberíamos detenernos en el mediodía consagrado para el «Ángelus»,
y quitar lo que se abre paso, estar serenos y meditar -rezando- atentamente el
misterio en el que «la Palabra eterna, cuando todo estaba en profundo silencio,
descendió del trono real» –una vez en el hecho histórico externo, pero siempre
renovado en cada alma.
Que grandeza hay en el toque de la campana del Ángelus (hoy muchas
veces silenciada) y que nos recuerda que nuestro tiempo humano es fugaz, y nos
invita a levantar la mirada de la fe hacia la plenitud de los tiempos, como la
aguja de cada torre-campanario.
Y de este modo se puede -en ese momento de la oración meridiana en
medio del mundo- saber que hemos sido creados para la eternidad...
"Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros..."
(Adaptado de un
párrafo del libro "Los signos sagrados" de Romano Guardini)
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