HOMILIA DEL CARDENAL ROBERT
SARAH
En la celebración
del Cuarto Centenario de las apariciones de Santa Ana en Sainte-Anne-d'Auray, Bretaña, Francia.
26 de julio del Año Santo Jubilar 2025
LO QUE SALVA AL MUNDO
ES EL HOMBRE QUE ADORA A CRISTO
Queridas hermanas y hermanos de Bretaña y de toda
Francia:
Saludo con respeto a las autoridades civiles
presentes con motivo del 400 aniversario de las apariciones de Santa Ana. En
este lugar, el Papa León XIV me ha enviado como su delegado para este
santuario. Con este gesto, el Santo Padre quiere subrayar la importancia que
concede a vuestra peregrinación. Os transmito su bendición y su afecto
paternal.
Saludo con estima a Monseñor Centène, obispo de
Vannes, a los demás obispos, a los superiores religiosos, a los sacerdotes
venidos de Bretaña y de otros lugares, y a vosotros, queridos peregrinos de
Santa Ana, que habéis venido aquí para responder a su llamada y, sobre todo,
para adorar a Dios.
Una tierra elegida
Hace 400 años, Santa Ana se apareció a Yvon
Nicolazic y le dijo:
“No temas. Soy Ana,
madre de María. Dile a tu párroco que sobre esta tierra llamada ‘le Bocenno’
—donde estamos ahora— existía una antigua capilla en mi honor. Fue destruida
hace más de 900 años. Quiero que se reconstruya cuanto antes y que la cuiden,
porque Dios quiere ser honrado aquí”.
Dios ha elegido esta tierra. De entre todos los lugares posibles, eligió
este. ¿Por qué? Para recordarnos que Él es el primero, que su
gloria nos precede, que nada nos pertenece. La creación, la
redención, todo es don gratuito de su amor. No hemos merecido su amor;
Él nos amó primero.
No es opcional: es un deber
Adorar a Dios no es una opción, es un deber, una
necesidad de justicia. Pero en nuestras sociedades occidentales, Dios
ha sido relegado. Se presenta la religión como un bienestar emocional, una
filantropía para migrantes o sin techo, una espiritualidad de desarrollo
personal. Pero eso no es fe.
Cristo rechazó convertir las piedras en pan: no
vino a alimentar el cuerpo, sino a salvar el alma. Aunque todos tuvieran
comida y prosperidad, la humanidad no estaría redimida. La
salvación viene de adorar a Dios, recibir el Pan del cielo, que es
Cristo mismo.
Francia: tierra sagrada
No profanéis Francia con leyes que promueven la muerte donde Dios
quiere la vida. Esta nación es una tierra santa, reservada a Dios.
Venid aquí con respeto, en silencio, con el alma limpia. No llenéis los
templos de ruido ni de espectáculos.
Las iglesias no son salas de conciertos ni
de actividades culturales. Son la casa de Dios. Entrad en ellas
correctamente vestidos, con reverencia. Agradezco a los bretones que visten sus
trajes tradicionales no por folclore, sino como signo exterior de una
disposición interior: almas purificadas por la confesión y dispuestas a
adorar.
La liturgia no es un espectáculo humano,
es nuestra pobre pero verdadera respuesta a la gloria de Dios. La música
sagrada, la belleza, el silencio… todo nos conduce a la adoración.
Reconstruir el templo del alma
Santa Ana pidió reconstruir su capilla. Dios
hoy quiere que reconstruyamos su Iglesia, empezando por la del alma. Cada
uno de nosotros es un santuario sagrado por el bautismo. Pero ese templo puede
estar en ruinas. Si lo está, es hora de reconstruirlo sobre la roca
firme: Jesucristo.
Es tiempo de confesarte. De expulsar las idolatrías del dinero, de la
pantalla, de la seducción vulgar. Tu alma es tierra sagrada. Cuídala. Solo
en ese santuario interior, Dios podrá hablarte, consolarte y convertirte.
Allí oirás su llamada a la santidad, o quizás al
sacerdocio o a la vida consagrada. Si profanas tu alma, podrías perder
tu vocación y tu identidad.
La adoración, única respuesta al mal
Santa Ana no se rebeló ante su infertilidad. Adoró. El
mal, la injusticia, el sufrimiento de los inocentes no tienen explicación
humana. Pero tienen una respuesta divina: la adoración.
La adoración silenciosa es más fuerte que la
oscuridad. Es el grito que atraviesa el desespero. Es la semilla que engendra
esperanza.
Queridos sacerdotes, sois pocos y sobrecargados. Pero os
suplico: consagrad tiempo a la adoración ante el Santísimo Sacramento. Es
ahí donde renace la esperanza.
Conclusión: adoradores en espíritu y verdad
Hemos venido a aprender, con Santa Ana, a adorar
a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas. Y cuando todo parezca
perdido, cuando el mundo se oscurezca, podremos repetir con el Papa
León XIV:
El mal no vencerá. El mal no prevalecerá. Dios, nuestro Dios, es
infinitamente bueno, infinitamente bello, infinitamente grande.
Que hoy, en este lugar bendito, se eleve desde cada corazón un grito de amor:
¡Venid, adoremos al Señor! Doblemos la rodilla ante Él, nuestro Creador,
porque Él es nuestro Dios.
Amén. Amén.
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