Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

31 de julio de 2019

Sanctus Ignatius Loyola, conditor Societas Jesu Ora pro nobis!


ROMANCE DEL
SEÑOR SAN IGNACIO

Unos versos que expresan la conversión de aquel grande de España, 
cuya obra apostólica tanto bien hizo en nuestras tierras con su inigualable Compañía de Jesús.
Del magnífico retablo levantado en Asunción del Paraguay
para el altar papal cuando la visita del Papa Francisco,
 realizado con frutos de la tierra.


Cabalga Ignacio Loyola
por esas tierras de España,
noble capitán sin miedo
por esas tierras cabalga.

Escolta que le seguía
levanta gran ruido de armas;
doncellas salen a verle
hermosas y enamoradas.

En el arte de la guerra
ilustra con sus hazañas
el nombre de sus mayores
y las crónicas de España.

Pero una batalla recia
-¡qué decisiva batalla!-
para Ignacio de Loyola
estaba pronta y ganada.

No la libraba en Pamplona
ni en Córdoba, ni en Granada,
ni en Salamanca la docta,
ni en Castilla la nombrada.

Librábala sobre el campo
indómito de su alma,
y ganábala partiendo
el gavilán de su espada.

Cabalga Ignacio Loyola
los caminos de la Gracia,
noble capitán sin sombra
por esos cielos cabalga.

Y con espada de arcángel
fuertes legiones comanda,
abanderado de Dios

sobre los cielos de España.

Alberto Franco.

Sanctus Ignatius Loyola, conditor Societas Jesu
Ora pro nobis!

22 de julio de 2019

SANTA MARÍA MAGDALENA


Apostolórum apóstola
El Papa Francisco estableció en junio de 2016
que la Memoria litúrgica de Santa María Magdalena
sea celebrada como Fiesta en el Misal Romano.


Santa María Magdalena por Giovanni Battista Tiepolo, † 1770

Aquí un texto de un antiguo antifonario:

“O mundi lampas et margaríta præfulgida,
quæ resurrectiónem Christi nuntiándo
Apostolórum apóstola fíeri meruísti,
María Magdaléna,
Semper pia exorátrix pro nobis
adsis ad Deum, qui te elégit”


“¡Oh María Magdalena 
lámpara del mundo y perla refulgente
que mereciste ser apóstol de los Apóstoles 
anunciando la resurrección de Cristo!
intercede benigna por nosotros siempre ante Dios, 
que así te ha elegido”
(Anthiphonarium S.O.P., ed. M. Gillet, Romæ 1933).

Y el Prefacio de la Fiesta de la Santa (2016) dice así:


En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
glorificarte, Padre omnipotente,
porque tu misericordia no es menor que tu poder
por medio de Cristo, Señor nuestro.

Él se apareció en el huerto a María Magdalena
porque ella lo amó mientras vivía,
lo vio morir en la cruz,
lo buscó yacente en el sepulcro
y fue la primera en adorarlo cuando resucitó de entre los muertos;
así fue honrada con el oficio del apostolado entre los apóstoles
para que ellos anunciaran la buena noticia de la vida nueva
hasta los confines del mundo.


20 de julio de 2019

EL MYSTERIUM LUNAE


La Luna y la Iglesia

El “mysterium lunae” en los Padres de la Iglesia





También Juan Pablo II habló de la Iglesia como “mysterium lunae” en la “Novo millennio ineunte”:

“Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su «reflejo». Es el ‘mysterium lunae’ tan querido por la contemplación de los Padres, los cuales indicaron con esta imagen que la Iglesia dependía de Cristo, Sol del cual ella refleja la luz. Era un modo de expresar lo que Cristo mismo dice, al presentarse como «luz del mundo» (Jn 8,12) y al pedir a la vez a sus discípulos que fueran «la luz del mundo» (cf Mt 5,14).Ésta es una tarea que nos hace temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia que nos hace hombres nuevos” (n. 54).

La luz que Cristo presta a su Iglesia es semejante a la luz que el Sol presta a la Luna. Su calidad pálida, cual “reflejo semioscuro”- como decía San Buenaventura- expresa una verdad que los ojos mortales no pueden contemplar directamente.

Y Santo Tomás añadía, refiriéndose a las diversas fases de la Luna-Iglesia:

“Ya sea bella como la Luna que con paz y seguridad crece, ya sea decreciendo oscurecida por las adversidades”.

Orígenes veía en la Iglesia la Luna nueva, que desaparece para acercarse al Sol, a Cristo, y así decir: “Ya no vivo yo, sino Cristo en mí”.

Y San Agustín deseaba que la Luna fuese absorbida en el Sol: “En sus días florecerá la justicia y una paz abundante, hasta que no haya luna”.

La tez curtida de la Iglesia sería el resultado de la abrasión de la luz del Sol: “No te preocupes por mi tez curtida, ya que es el sol que me ha quemado” (San Buenaventura).
Aunque nuestros pecados oculten la gloria de la Iglesia, nada puede impedir que en su rostro, oscuro pero hermoso, resplandezca el Sol.

Padre Guillermo Juan Morado.


19 de julio de 2019

HACE MEDIO SIGLO RESONÓ LA PALABRA DE DIOS EN LA LUNA


50 años del alunizaje
de la Apolo XI
20 DE JULIO DE 1969

EL EVANGELIO Y LOS SALMOS EN LA LUNA




Los tres astronautas de la misión APOLO XI: Armstrong, Aldrin y Collins.


Este sábado 20 de julio se cumplen 50 años del día en que el módulo lunar Eagle de la misión espacial Apolo 11 aterrizara en el Mar de la Tranquilidad de la Luna.

En ese momento el astronauta Buzz Aldrin tomó el sistema de comunicación y envió el siguiente mensaje al control en tierra:

Me gustaría pedir un momento de silencio. Invito a cada persona que nos esté escuchando, en cualquier parte sea, a contemplar por un momento los sucesos de estas últimas horas y dar gracias del modo que cada uno quiera”.

Esto lo escuchamos todos los que veíamos absortos la trasmisión por televisión de ese acontecimiento. Sin embargo, la NASA censuró el momento espiritual más importante en la historia de la exploración del espacio.

Después que Aldrin terminó de dar el mensaje, leyó el pasaje del evangelio de San Juan:

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Quien permanece en Mí, y Yo en él, tiene mucho fruto, porque separados de Mí no podéis hacer nada (Juan 15,5).

Luego abrió dos pequeños paquetes que contenían pan y vino de su iglesia parroquial presbiteriana en Texas.

Mientras su compañero Neil Armstrong miraba en silencio, Aldrin tomó esas especies. Así, la primera comida preparada y consumida en la Luna fue una expresión simbólica de la Última Cena del Señor en el Cenáculo de Jerusalén.

Pero, además, el astronauta presbiteriano tenía un trozo de papel en el que había garabateado algunos versículos del salmo 8: 

«Cuando veo los cielos, obra de tus manos, la Luna y las estrellas que creaste, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te preocupes?». 

Aldrin puso el papel sobre la superficie del satélite y regresó a la nave.

El astronauta tuvo la intención de transmitir estos dos significativos gestos religiosos a la Tierra, pero a último momento la NASA los silenció para evitar exacerbar la batalla legal que estaba llevando a cabo una “militante atea” Madalyn Murray O’Hair, conocida promotora del ateísmo en USA con su “Fundación Ateos de América” y que fue asesinada en 1995. Ella había pedido que en su lápida se escribiera “Mujer, atea y anarquista. Esa soy yo”.

Sietes meses antes, Madalyn había llevado a juicio a la NASA por permitir que los astronautas de la Apolo 8 leyeran el Libro del Génesis en la comunicación de Nochebuena mientras orbitaba alrededor de la Luna.

Cuando la Apollo XI aterrizó en la Luna, la agencia espacial actuó en conformidad con los reclamos de la activista atea y censuró ese extraordinario momento religioso de un creyente fuera de la órbita terrestre.

Esto ocurrió hace ahora medio siglo…

En el inmenso silencio del espacio de nuestro sistema solar, resonó la Sagrada Escritura, proclamada por un hombre de fe.


17 de julio de 2019

EL LIBRO DEL GÉNESIS EN LA LUNA


UNA NAVIDAD ORBITANDO LA LUNA


Fotografía de la Tierra desde el horizonte lunar, tomada desde la Apolo VIII en diciembre de 1968.

En el icónico año 1968, 
año de protestas y conflictos sociales muy agudos, 
que marcó un cambio de época,  
donde la moda era "prohibido prohibir",
y los intelectuales "adorados" eran Sartre y Beauvoir,
ocurrió un episodio poco conocido.
Fue en la Navidad de 1968:


Los tres astronautas de la Apolo 8 -los primeros hombres en viajar en una nave espacial fuera de la órbita terrestre- Lovell, Anders y Borman.


El programa espacial APOLO diseñado por la NASA para que el hombre llegara a pisar la Luna tuvo su momento excepcional con la APOLO XI el 20 de julio de 1969, cuando ello ocurrió.

Antes de ello, hubo varias misiones espaciales de exploración y ejercicios previos en el espacio. La APOLO VIII fue la primera misión tripulada que salió de la órbita terrestre y circunnavegó la Luna. Los astronautas, con la esfera lunar a la vista, dirigieron un mensaje el 24 de diciembre de 1968

Después de unas palabras acerca de la orografía selenita que contemplaban, dijeron:

“Estamos aproximándonos a la salida del sol en la Luna, y para todos los habitantes de la Tierra, la tripulación de la Apolo 8 tiene un mensaje que queremos enviar a cada uno”.

«En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba desordenada y vacía, 
y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, 
y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.
Y vio Dios que la luz era buena; 
y separó Dios la luz de las tinieblas.»

Jim Lovell:

«Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. 

Y fue la tarde y la mañana un día.
Luego dijo Dios: 
Haya expansión en medio de las aguas, 
y separe las aguas de las aguas.
E hizo Dios la expansión, 
y separó las aguas que estaban debajo de la expansión, 
de las aguas que estaban sobre la expansión. 
Y fue así.
Y llamó Dios a la expansión Cielos. 
Y fue la tarde y la mañana el día segundo.»

Frank Borman:

«Dijo también Dios: 

Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, 
y descúbrase lo seco. 
Y fue así.
Y llamó Dios a lo seco Tierra, 
y a la reunión de las aguas llamó Mares. 
Y vio Dios que era bueno.»

Borman añadió a continuación:

«Y desde la tripulación del Apolo 8, concluimos este mensaje con nuestro saludo: ¡Buenas noches!, ¡Feliz navidad!, y que Dios os bendiga a todos, a todos vosotros en la buena Tierra».

Alrededor de mil millones de personas oyeron esta salutación: la mayor audiencia televisiva hasta entonces. Por alguna razón, todo comenzó a verse desde una nueva perspectiva. Las venerables y antiguas palabras del Génesis, describiendo la bondad del mundo en su Creación original resonaron en el espacio. Aquel momento cautivó la imaginación de poetas, periodistas y autores durante años.

Un telegrama anónimo a los astronautas después de la misión decía: «Gracias, Apolo 8. Ustedes salvaron a 1968».


13 de julio de 2019

SPOLIATUS ET VULNERATUS: EL DON SALVÍFICO DE LOS SACRAMENTOS


DE LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO

EL HOMBRE ALIENADO DE DIOS
QUE YACE A LA VERA DEL CAMINO

Estupenda reflexión de Benedicto XVI en su Libro “Jesús de Nazaret”  sobre esta conocidísima parábola evangélica (Lc. 10, 25-37)


"El Buen Samaritano" de Rembrandt
(el hombre asaltado y herido es conducido a la posada por el samaritano)

Los Padres de la Iglesia han dado a la parábola una lectura cristológica.

Alguien podría decir: esto es una alegoría, por tanto, una interpretación que nos aleja del texto. Pero si consideramos que, en todas las parábolas, el Señor nos quiere invitar de maneras siempre diversas a la fe en el reino de Dios, ese reino que es Él, entonces una interpretación cristológica no es una lectura desviada.

En cierto sentido corresponde a una potencialidad intrínseca del texto y puede ser un fruto que se desarrolla desde su semilla.

Los Padres ven la parábola en la dimensión de la historia universal: el hombre que yace medio muerto y despojado a la vera del camino, ¿no es acaso una imagen de “Adán”, del género humano que realmente “ha caído víctima de los ladrones”? Había salido de Jerusalén hacia Jericó. Dejaba la ciudad santa.

¿No es verdad que el ser humano, esta criatura que es el hombre, en el curso de toda su historia se encuentra alienado, ha sido martirizado, se ha abusado de él?

La humanidad ha vivido casi siempre en la opresión; y desde otro punto de vista: los opresores, ¿son acaso la verdadera imagen del ser humano, o no son ellos los primeros en ser deformados, una degradación del ser humano? Karl Marx ha descrito de manera drástica la “alienación” del ser humano; aun si no llegó hasta la verdadera profundidad de la alienación porque razonaba solamente en el ámbito material, sin embargo, ha proporcionado una imagen clara del ser humano que ha caído víctima de los ladrones.

La teología medieval ha interpretado los dos datos de la parábola sobre el estado del ser humano despojado como afirmaciones antropológicas fundamentales.

De la víctima emboscada se dice, por una parte, que fue despojada (spoliatus); por otra, que fue golpeada casi hasta morir (vulneratus: cf. Lc 10,30).

Los escolásticos refirieron estos dos participios a la doble dimensión de la alienación del ser humano.

Decían que ha sido spoliatus supernaturalibus y vulneratus in naturalibus: fue despojado del esplendor de la gracia sobrenatural recibida como un don, y fue herido en su naturaleza.

Ahora bien, ésta es una alegoría que va mucho más allá del sentido de la parábola, pero representa siempre un intento por precisar el carácter doble de la herida que pesa sobre la humanidad.

El camino de Jerusalén a Jericó aparece, pues, como la imagen de la historia universal; ese hombre medio muerto a la orilla es la imagen de la humanidad.

Si la víctima de la emboscada es por antonomasia la imagen de la humanidad, entonces el samaritano sólo puede ser la imagen de Jesucristo.

Dios mismo, que es para nosotros el extranjero y el lejano, se ha puesto en camino para venir a hacerse cargo de su criatura herida. Dios, el lejano, en Jesucristo se ha hecho prójimo. Vierte aceite y vino en nuestras heridas –un gesto en el cual se ha visto una imagen del don salvífico de los sacramentos– y nos conduce al albergue, la Iglesia, en el cual nos hace curar y nos da el anticipo del costo de la ayuda.

La gran visión del hombre que yace alienado e inerme a la vera del camino de la historia y de Dios mismo, que en Jesucristo se ha hecho su prójimo, podemos fijarla sencillamente en la memoria como una dimensión profunda de la parábola que se refiere a nosotros mismos. El imperativo imperioso contenido en la parábola no queda así debilitado, sino que es llevado hasta su grandeza plena.

El gran tema del amor, que es el auténtico punto culminante del texto, alcanza así toda su amplitud.

Ahora, de hecho, nos damos cuenta de que todos nosotros estamos “alienados” y necesitamos de redención.

Ahora nos damos cuenta de que todos tenemos necesidad del don del amor salvífico de Dios que se hace nuestro prójimo, para poder nosotros por nuestra parte hacernos prójimos.

Las dos figuras de las que hemos hablado conciernen a cada ser humano singularmente: toda persona está “alienada”, apartada realmente del amor (que es justamente la esencia del “esplendor sobrenatural” del cual hemos sido despojados); toda persona debe ser en primer lugar curada y fortalecida por el don.

Pero después cada persona debe hacerse a su vez samaritana, seguir a Cristo y hacerse como Él.

Sólo entonces vivimos de manera justa. Sólo amamos de manera justa, si nos hacemos semejantes a Él que nos ha amado primero.

8 de julio de 2019

R,I,P.


La celebración de los funerales

En la actualidad se escucha en predicaciones de funerales frases como:
«nuestro hermano ha muerto y ha resucitado», «goza ya de Dios en el cielo», y otras semejantes.
«¿Son correctas esas frases?», «¿son católicas?».
Muchas veces, en los funerales,
se da gracias a Dios por el difunto,
pero pocas se pide por él, por su purificación final
y por su salvación eterna.

Una Carta pastoral del arzobispo de Pamplona-Tudela muy clarificadora al respecto



No nos avergoncemos de la Revelación divina, 
-Sagradas Escrituras y Tradición viva-
siempre enseñada fielmente por la Iglesia, Madre y Maestra.

Si queremos que el edificio 
de nuestras vidas personales y comunitarias 
se fundamente en la fe de la Iglesia, 
y no en la opinión de algunos, 
debemos «perseverar en la enseñanza de los apóstoles»






         La santidad y la belleza de la vida de la Iglesia se manifiestan de un modo especial en las comunidades parroquiales. En ellas, la vida humana queda dignificada de forma sobre-humana por el Bautismo (nacimiento), por la Eucaristía (memorial de la Pascua y anticipo del Cielo), por los demás sacramentos, por la catequesis, por los funerales (muerte) o por la atención caritativa a pobres y a enfermos.

         En esta ocasión, quiero fijarme especialmente en los funerales, que congregan en el templo a tantos fieles, parientes, amigos y vecinos, en un momento de especial profundidad humana. No todos son creyentes, ni todos practicantes. Sin embargo, en alguna medida, todos intuyen el misterio de la Iglesia, Esposa de Cristo, cuando recuerda como Madre la muerte de uno de sus hijos. De ahí que debamos celebrar las exequias litúrgicas con el mayor esmero y devoción. Mucho colaboran a ello los coros parroquiales, a quienes hemos de agradecer su preciosa participación en la Liturgia.

         Nuestro mayor agradecimiento es para los sacerdotes, que una y otra vez bendicen y santifican, con los ritos litúrgicos de las exequias, la muerte de sus feligreses. No nos cansemos de celebrar funerales, aunque sean muy numerosos en algunas parroquias y en ocasiones parezca que nuestro trabajo no es apreciado. «Hacedlo todo, para la gloria de Dios» (cf. 1Co 10,31). Si aquello que debemos hacer lo hacemos poniendo toda nuestra atención y nuestro amor por aquellos que Dios nos ha confiado, no caeremos en una rutina vacía y agobiante, sino que cada vez celebraremos las exequias con más esperanza y gozo espiritual. Hay algo que me preocupa hace tiempo en relación con este tema y que no debo ocultaros.

         La semana pasada me escribía un diocesano refiriéndome algunas expresiones que venía oyendo en predicaciones de funerales, como «nuestro hermano ha muerto y ha resucitado», «goza ya de Dios en el cielo», y otras semejantes. «¿Son correctas esas frases?», me preguntaba, «¿son católicas?». Y añadía su extrañeza por el hecho de que muchas veces en los funerales se da gracias a Dios por el difunto, pero pocas se pide por él, por su purificación final y por su salvación eterna.
        
         Responderé a estas preguntas recordando el Credo y ateniéndome a lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, que es también mi enseñanza como obispo y la de todos los obispos católicos en comunión con el Papa.

Muerte y resurrección no son simultáneas. 

Así lo enseña la fe de la Iglesia, formulada desde el principio. «Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo» (Flp 3,20-21). Habla el Apóstol de la segunda venida de Cristo, la última y definitiva. Entonces se realizará la resurrección de los muertos, en el último día, en la Parusía, que ciertamente no se ha producido todavía.

Así lo enseña el Catecismo: «Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día» (Catecismo, nº 1016).

La resurrección de la carne en el último día, que va más allá de la simple inmortalidad del alma, es algo tan importante que San Pablo sufrió gustoso las burlas de los atenienses por defender esta verdad de fe (cf. Hch 17,32-34). Sigamos nosotros hoy su ejemplo.


“Todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal” (2Cor 5,10).

Ésta es la fe siempre confesada por la Iglesia, que el Catecismo hoy declara: «Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre» (Catecismo, nº 1022). Si olvidamos esto, vaciamos de sentido la Pasión y Muerte de Cristo, que ha tomado en serio nuestros pecados, y hacemos vanas sus propias palabras en el Evangelio (cf. Mt 25,31-46).

El purgatorio existe, gracias a Dios. 

Y digo «gracias a Dios» pues no pocos vamos a necesitarlo, si por la misericordia de Dios morimos en su amistad pero aún necesitados de purificación. «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación [son las «benditas almas del purgatorio»], sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo» (Catecismo, nº 1030).

Es algo que se entiende muy bien, si se explica adecuadamente, pues todos somos conscientes de que, en nuestro estado actual, tenemos muchos apegos, vicios, etc. que nos separan de Dios y que necesitamos purificar para entrar verdaderamente en el cielo. Dios mismo tendrá que quitarnos nuestros harapos y ponernos el vestido de fiesta necesario para el banquete eterno.

Debemos ofrecer sufragios en favor de las benditas almas del purgatorio. 

Así lo ha enseñado la Iglesia desde sus inicios, en toda su tradición litúrgica y en varios Concilios: «Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos» (Catecismo, nº 1032).

También esto es algo que el pueblo cristiano siempre ha entendido perfectamente, y nosotros hoy no debemos ocultarlo. La unión de los bautizados en Cristo es tan fuerte, que ni siquiera la muerte puede romperla. Por lo tanto, nuestras oraciones siguen beneficiando a los hermanos que aún se encuentran en la purificación del purgatorio (purificatorio), al igual que ellos interceden por nosotros. No es pequeño el consuelo que en esta verdad pueden encontrar aquellos que han perdido a un ser querido.


No nos avergoncemos de la Palabra divina, siempre enseñada fielmente por la Iglesia, Madre y Maestra. Si queremos que el edificio de nuestras vidas personales y comunitarias se fundamente en la fe de la Iglesia, y no en la opinión de algunos, debemos «perseverar en la enseñanza de los apóstoles» (Hch 2,42).

Aunque un ángel del cielo nos anunciara otras doctrinas, no debemos creerle (cf. Gál 1,6-9). Jesucristo concedió su autoridad a los apóstoles y ahora el Papa y los obispos hemos de seguir confirmando en la fe católica a nuestros fieles.

Atrevernos a comunicar la verdad a nuestros hermanos es la acción que mejor expresa el amor y el respeto que por ellos tenemos. 

+ Francisco Pérez González,
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela