Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

30 de septiembre de 2017

SENSUM FIDEI FIDELIUM

El sensus fidei de los fieles en el discernimiento de afirmaciones heterodoxas

 Extracto de la Conferencia del Pbro. Dr. Ignacio E. Andereggen
que pronunció en el marco de la “XLII Semana Tomista” de la Universidad Católica Argentina,
Buenos Aires (11-15 de sept de 2017).



  
En el año 2014 se publicó un documento de la Comisión Teológica Internacional (= CTI) referido al sentido de la fe y su importancia para la vida de la Iglesia y de los creyentes[2] titulado El «sensus fidei» en la vida de la Iglesia (= SF), (Madrid, B.A.C., 2014; en italiano), aprobado por el Card. Müller, Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, durante el pontificado de Francisco.

Es esencial la referencia que el documento hace (SF 18) al pasaje en que San Pablo manifiesta la mente o sentido de Cristo (1Co 2, 16: pues nosotros tenemos la mente de Cristo), del cual, finalmente, el sentido de la fe es una participación. […] Es por proceder del conocimiento humano perfecto de Cristo: visión beatífica, ciencia infusa y ciencia adquirida, unificados en su Conciencia sin perder su distinción y objetividad, que el sensus fidei de la totalidad del Pueblo de Dios que tiene la unción del Santo, la Iglesia, no puede fallar en su conocimiento, y participa de la unidad de su Conciencia. Lo mismo sucede en cada fiel, que participa a su modo del conocimiento fontal de Cristo y de su comunidad. Es por eso que toda disonancia y división en el conocimiento del Cuerpo eclesial, y en su expresión, es contraria en sí al sensus fidei.

Solo el magisterio auténtico está exento absolutamente de error cuando define una verdad (y aún esto en ciertas condiciones); los fieles singulares, así como los pastores y el mismo Papa cuando no definen pueden incurrir en el error y realizar afirmaciones o negaciones contrarias a la unidad de la fe de la Iglesia, que deriva del conocimiento uno de la Cabeza[3]. Dice la Constitución dogmática «Dei Verbum», n. 2:

En materia de fe y de las costumbres pertinentes a la edificación de la doctrina cristiana, debe tenerse como verdadero el sentido de la Escritura que la Santa Madre Iglesia ha sostenido y sostiene, ya que es su derecho juzgar acerca del verdadero sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras; y por eso, a nadie le es lícito interpretar la Sagrada Escritura en un sentido contrario a éste ni contra el consentimiento unánime de los Padres.

El Magisterio es un servicio carismático especial a este sentido de la Escritura, que supera a aquél, y que tiene por fuente al mismo conocimiento de Cristo. Es interesante notar la referencia al sentido del pasado y al sentido del presente, que no pueden ser opuestos: nunca una definición dogmática o moral correspondiente al sentido de la fe podría ir contra el sentido de la Escritura, de la tradición de los Padres y de las definiciones anteriores de la Iglesia. Si sucediera eventualmente, se trataría solo un acto material, verbal, sin verdadera autoridad derivada de Cristo, y respecto del cual no cabría obediencia debida.

La raíz de esta radical continuidad se encuentra en la unidad perfectísima del conocimiento personal del Verbo Encarnado, a la cual corresponde la perfectísima unidad de su Conciencia. […] En efecto, el alejamiento del Conocimiento de Cristo es solidario de los errores filosóficos y culturales, como los que introduce el relativismo contemporáneo en la Teología, en la vida cultural, y en la praxis católica, y produce, al contrario, una hebetudo mentis o torpeza mental semejante a la causada por la lujuria –con la cual el relativismo está frecuentemente conectado, según el testimonio de Pablo–, por la cual resulta imposible discernir los errores.

SF se constituye a partir de la concepción de la Escritura, de los Padres, de los teólogos medievales y los grandes del s. XIX, como Newman, sobre las referencias de los Sumos Pontífices a la fe del Pueblo en el caso de las grandes verdades marianas, y concluye con una elaboración teológica especialmente apoyada sobre el C. Vaticano II y Santo Tomás. […] Dice por ejemplo SF 62:

El sensus fidei fidelis confiere al creyente la capacidad de discernir si una enseñanza o una praxis son coherentes con la verdadera fe de la cual él ya vive… Permite también a cada creyente percibir una desarmonía, una incoherencia o una contradicción entre una enseñanza o una praxis y la fe cristiana auténtica de la cual vive. El reacciona a la manera de un melómano que percibe las notas equivocadas en la ejecución de una pieza musical. En este caso los creyentes resisten interiormente a las enseñanzas o a las prácticas en cuestión y no los aceptan o no participan de ellas. “El hábito de la fe posee esta capacidad gracias a la cual el creyente se retrae de dar su consentimiento a lo que es contrario a la fe, así como la castidad se retrae en relación a lo que es contrario a la castidad” (De verit., q. 14, a. 10 ad 10).


La cita de De veritate que SF reporta, nos refiere a la conexión de las virtudes, que finalmente se da no solamente entre las morales, sino también entre las morales y las intelectuales, y finalmente y sobre todo entre las sobrenaturales y todas las naturales, según su propia jerarquía, que impide, por ejemplo, poner por encima de la fe una obediencia ciega, material, y espiritualmente repugnante, y a su vez desconectada de virtudes morales […]. Esta conexión remite nuevamente, como dijimos, a la unidad de la Conciencia y de la perfección espiritual de Cristo, de la que el creyente participa por la gracia, así como lo hacen específicamente, de modo más restringido, los pastores por la autoridad magisterial carismática. Continúa el texto de SF 63:

Advertidos por el propio sensus fidei, los creyentes particulares pueden llegar a rehusar el consentimiento a una enseñanza de los propios legítimos pastores si no reconocen en tal enseñanza la voz de Cristo, el buen Pastor. “Las ovejas lo siguen [al buen Pastor] porque conocen su voz. A un extraño, en cambio, no lo seguirán, sino que huirán lejos de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10, 4-5). Para Santo Tomás un creyente, aún privado de competencia teológica, puede y, más aún, debe, resistir en virtud del sensus fidei a su Obispo si este predica cosas heterodoxas. En tal caso el creyente no se eleva a sí mismo como criterio último de la verdad de fe: al contrario, frente a una predicación materialmente “autorizada” pero que lo turba, sin que pueda explicar exactamente la razón de esto, difiere el propio asentimiento, y apela interiormente a la autoridad superior de la Iglesia universal.


La autoridad de la Iglesia Universal no se identifica allí con el S. Pontífice o el colegio de los Obispos; corresponde al sensus fidei infalible de toda la Iglesia. Dice además el Angélico:

Cuando hubiese un peligro inminente para la fe, los prelados deberían ser reprendidos por los súbditos incluso públicamente. Por eso Pablo, que era súbdito de Pedro, a causa del peligro inminente de escándalo acerca de la fe, reprendió públicamente a Pedro[4].


El texto del Aquinate aludido por la CTI corresponde al Escrito sobre las Sentencias:

Al Prelado que predica contra la fe no hay que asentir, porque en esto es discordante respecto de la primera regla [la divina]. Y ni por la ignorancia el súbdito es excusado del todo, porque el hábito de la fe produce una inclinación a lo contrario, dado que enseña acerca de todas las cosas que pertenecen a la salvación, como se dice en I Jn. 1. Por lo cual si el hombre no es demasiado fácil en creer a cualquier espíritu, cuando se predica algo insólito (insolitum), no asentirá, sino que requerirá en otra parte, o se recomendará a Dios, no introduciéndose en sus secretos por encima de su capacidad[5].


Lo “insólito” aquí son las novedades (1 Tm 6, 20) contrarias a la Tradición.

Aparece enseguida la diferencia de sensibilidad respecto de la situación eclesial de los últimos cien años. El problema de conciencia moral en el fiel, con fe no segura, aparece hoy como una preocupación por no asentir al Prelado. En el texto de santo Tomás, el problema de conciencia aparece, al contrario, por asentir al Prelado cuando no corresponde. Es evidente que en la modernidad […] se pasó de una valoración principal del sentido de la fe del creyente en la Iglesia como Cuerpo, a una valoración principal del magisterio de la Iglesia, que corresponde a una función ministerial ejercida por quienes reciben un carisma especial. Esta, a su vez, es entendida crecientemente en el sentido de la autoridad potestativa y ejecutiva. Santo Tomás, en cambio, se está refiriendo teológicamente a la fe como virtud teologal, especialmente formada por la caridad, que es superior a la gracia carismática y al mismo carácter del sacramento del orden, el cual está al servicio de la perfección de la gracia, de la fe y de la caridad.

Pero se pone un problema de gnoseología teológica. ¿Cómo se conoce la totalidad del sentido de la fe de la Iglesia a la que el sentido de la fe del creyente singular debe asentir?

La inclinación connatural al sentido de la fe (que permanece incluso sin la gracia) es anterior, según el ser –aunque no siempre según el tiempo– a cualquier determinación[6], o definición, y además está sujeta a crecimiento conforme crece la vida espiritual y la caridad del creyente. La determinación anterior según el tiempo ayudará materialmente al sentido de la fe […], y la posterior lo confirmará, si es coherente con las anteriores. […] Como dice el Angélico, si se da contradicción, disonancia y perturbación ante la predicación, mientras tanto suspenderá el juicio, hasta que crezca y se determine su sentido de la fe y le haga encontrar claridad y superación de las dudas. Lo que nunca podrá hacer el creyente es violentar su conciencia adhiriendo imprudentemente a aquella novedad que aparezca en la praxis de la vida de la Iglesia, en las concepciones comunes, o en el mismo magisterio, como contraria a la fe de la Iglesia considerada en su totalidad, incluyendo el pasado […].

En efecto, se trata finalmente de una realidad espiritual mística, que supera cualquier formulación sensible, aunque tiene una vinculación necesaria con esta, como sucede en general en el conocimiento humano. Como enseña el Doctor Común, la Escritura es un Rayo de Luz10, así como el Evangelio es principalmente la Gracia11; el texto es secundario y complementario, aunque necesario esencialmente. Así, con más razón, sucede con los Documentos de la tradición y las determinaciones del magisterio, que están al servicio del Evangelio. Es por este motivo que el sensus fidei, que en primer lugar es comunitario, como teniendo la Iglesia por sujeto, y después personal, es fundamental respecto de las definiciones del magisterio, que nunca podrán ir contra él […]. Esto, es claro, no significa que el Papa o los obispos no puedan errar, sobre todo, en la predicación-magisterio, y más todavía, en los actos prudenciales de gobierno, por naturaleza particulares.

Volvamos al comentario a las Sentencias. […] Ahora la atención está puesta en el nexo entre el sensus fidei y las diversas interpretaciones del texto [de Amoris laetitia] que, con una continuidad sorprendente, sigue casi inmediatamente a la publicación de SF, produciéndose así una oportunidad de verificación de su doctrina. Afirma el Aquinate:

No es necesario que el hombre tenga conocimiento explícito de todos los artículos de la fe, sino de algunas cosas que son necesarias según el tiempo aquel; y así se evitan todos los errores y dudas (dubitationes). […] Por lo cual, en el tiempo en el cual emerge la necesidad de conocer explícitamente, sea por una doctrina contraria que aparece, sea por un movimiento de duda (motum dubium) que surge, entonces el hombre fiel, por la inclinación de la fe, no consiente a las cosas que están contra la fe, sino que difiere el asentimiento, hasta ser instruido más plenamente[7].


Está claro que el sentido de la fe se ejercita diferentemente según la condición de los miembros del Cuerpo Místico15. […] La explicación doctrinal, finalmente, no puede ser separada de la inclinación. Es por esto que, en el caso que nos ocupa de la comunión de los divorciados con segunda relación, la reacción de los fieles es diferente según se trate de obispos, presbíteros, laicos, doctores, etc. Existe, sin embargo, una comunión profunda en la misma fe, y en su sentido, que deriva finalmente del de Cristo.

El sentido de la fe de los obispos lleva naturalmente a percibir, más directamente, los inconvenientes de la posición que sostiene que –en algunos casos particulares–, quienes viven en estado consciente de adulterio prolongado podrían recibir la sagrada Eucaristía, como un peligro que atenta directamente contra la unidad de la Iglesia y de la fe, respecto de la cual tienen un ministerio especial.

Recientemente algunos obispos advertían sobre la división que se constata[8]. Es claro que la división entre obispos, presbíteros y fieles, no corresponde al verdadero sentido de la fe, que es una (Ef 4, 5). La Constitución «Lumen Gentium», n. 12 […] señala solemnemente:

La universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (cf. 1 Jn 2, 20-17) no puede fallar en el creer, y ejerce esta su peculiar propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando “desde el Obispo hasta los últimos fieles seglares” manifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres.


El sentido de la fe de los presbíteros se ejercita más directamente en la función de ser cabeza espiritual de los fieles en el ordenamiento particular de la comunidad, participando a su modo de la plenitud del sacerdocio de Cristo. Es evidente que, en este caso, por su responsabilidad pastoral directa e inmediata, las palabras de Santo Tomás asumidas por SF sobre la necesidad moral de ser consecuentes con el sentido de la fe, adquieren una relevancia especial. […] La conciencia del sentido de la fe de los presbíteros está unida a una responsabilidad específica en la Iglesia[9], no solamente referida al bien de las almas singulares, o de una porción del Pueblo de Dios, sino a la misma Iglesia universal. […]

El sentido de la fe de los seglares que poseen verdadera vida espiritual está naturalmente preparado para percibir la consonancia o la disonancia de una verdadera o falsa concepción del matrimonio cristiano y de la Eucaristía con el sentido de la fe que ellos mismos poseen. SF 8 subraya cómo en algunas épocas de la vida de la Iglesia fueron los simples fieles y no los pastores los que principalmente mantuvieron el sentido de la fe ortodoxa. Es de notar cómo […] existen nuevas formas de expresión y comunicación favorecidas por el uso de Internet. […] Su existencia no puede ser desconocida o minimizada desde el punto de vista teológico, constituyendo muchas veces indicio de la reacción vital de los fieles con auténtico interés por las cosas de la fe y el bien común de la Iglesia, no raras veces con una sensación de abandono por parte de los pastores, que debe ser adecuadamente comprendida. […]

Si la praxis está por encima de la teoría, es claro que la concepción del matrimonio cristiano surgirá principalmente de la realidad de hecho, y no de la luz recibida por la fe en la revelación divina, y aplicada por su sensus, al ordenamiento de la vida humana incluso en el matrimonio. Así se llega a concebir una dialéctica entre los “casos particulares” y la ley divina revelada, absolutamente alejada de la realidad de ésta. Son los casos particulares los que deben ser iluminados, perfeccionados y determinados por ésta divinamente, y no la imperfección de los casos la que debe interpretar el sentido de la ley evangélica […].

Pbro. Dr. Ignacio E. Andereggen

NOTAS:

[1] Ignacio E. M. Andereggen es un sacerdote católico, filósofo y teólogo argentino nacido en la Ciudad de Buenos Aires en 1958. Doctor en Filosofía y en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, es profesor Ordinario titular de Metafísica y de Gnoseología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica Argentina (Buenos Aires), y profesor Invitado en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) y en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma). Andereggen fue investigador del CONICET, es miembro correspondiente de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino y de Religión Católica (Roma), Vocal de la Sociedad Tomista Argentina, y ha publicado numerosos artículos (https://unigre.academia.edu/ignacioandereggen) de sus disciplinas y libros algunos de ellos traducidos al italiano.
[2] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, El «sensus fidei» en la vida de la Iglesia, Madrid, B.A.C., 2014; en italiano: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/
rc_cti_20140610_sensus-fidei_it.html
[3] In IV Sent. d. 13, q. 2, a. 1: “Omnis gratia in Eo est, sicut omnes sensus in capite. Similiter etiam dicitur Caput ratione secundae proprietatis, quia per Ipsum, sensum fidei et motum caritatis accepimus”.
[4] S. Th. II-II, q. 33, a. 4 ad 2.
[5] In III Sent. d. 25, q. 2, a. 1 D, ad 3)
[6] In Boethii de Trinitate, II q. 3, a. l ad 4.
[7] In III Sent. d. 25, q. 2, a. 1 B, ad 3. 15  In III Sent. d. 25, q. 2 a. 1 C, co.
[8] CARD. CARLO CAFFARRA a Francisco, 25/4/17, con W. BRANDMÜLLER, R. BURKE, J. MEISNER, en: http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/2017/06/20/unaltra-lettera-dei-quattro-cardinali-alpapa-anche-questa-senza-risposta/
[9] LUIS FERNÁNDEZ DE TRONCONIZ Y SASIGAIN, Sensus Fidei: lógica connatural de la existencia cristiana, un estudio del recurso al “sensus fidei” en la teología católica de 1950 a 1970, Vitoria, Eset 1976, 98-99. 





24 de septiembre de 2017

HALAGAR AL MUNDO

Copio un breve e interesante artículo del periodista español Juan Manuel de Prada, donde hace un diagnóstico de la sociedad española actual (que bien cabe también para nuestra Argentina) que vive al margen –e incluso enfrentando- los valores cristianos.

Se refiere a una situación eclesial muy difundida y que está a la vista, que obnubila la verdadera misión de la Iglesia. Es un "revival" de los años setenta, (planteado ahora en términos de una falsa tolerancia y un esquema "políticamente correcto") cuyos ejes temáticos son la ofuscación del orden sobrenatural y del don de la gracia divina. 

Su resultante es un devastador languidecimiento del espíritu apostólico y una descomposición del entramado cristiano de la vida social:



HALAGAR AL MUNDO

Por Juan Manuel de Prada

        Aunque el antagonismo de la Iglesia con el mundo es invariable, a lo largo de la Historia han variado mucho sus modalidades: la Iglesia proclama la pobreza cuando el mundo se postra ante la riqueza, la mortificación cuando el mundo se entrega a la concupiscencia, la razón cuando el mundo se entrega al sentimentalismo, la fe cuando el mundo se rinde al racionalismo cientificista, etcétera.

        El halago al mundo se produce cuando la Iglesia se allana a la mentalidad del mundo, cuando la religión del Dios hecho hombre se pliega ante la nueva religión del hombre hecho Dios. Ya no se trata de reconocer la justa autonomía de las realidades seculares -que la Iglesia siempre había reconocido- sino de aceptar la total y radical independencia de tales realidades, que con frecuencia se configuran no solo al margen de la religión, sino incluso enfrentadas a ella.

        Así se ha producido un paulatino desenganche de la sociedad en sus formas de organización política y en sus expresiones culturales de la visión cristiana, hasta el extremo de que los propios creyentes e incluso los religiosos, empujados por un espíritu camaleónico de asimilación al mundo, han adoptado como propias actitudes que excluyen la intervención de lo sobrenatural.

        Todos estos procesos habían sido combatidos por la Iglesia durante siglos. Pero tras la Segunda Guerra Mundial, y muy especialmente desde los años sesenta, la Iglesia entraría en un proceso que Pablo VI denominó “autodemolición”, que aceleraría el declive religioso en las sociedades occidentales.

        Tal declive, aunque retardado, golpearía crudamente a nuestra sociedad, donde ya el treinta por ciento de los españoles se declara abiertamente ateo, y donde la práctica religiosa ha decrecido hasta hacerse minoritaria, a la vez que la doctrina católica en cuestiones de moral pública y privada es cada vez menos escuchada; e incluso tergiversada y oscurecida desde altas instancias, en un esfuerzo por acomodarse al mundo, o siquiera de no “molestarlo”.

        Entretanto, la acción caritativa se dedica a remediar las consecuencias del pecado, y no a combatir el pecado mismo. Y la liturgia ha sido sometida a un proceso paulatino de desacralización.

        Pablo VI se preguntaba en cierta ocasión: “¿Es así como debe entenderse el significado de la palabra magistral de Jesús, que nos quiere ‘en el mundo’, pero no ‘del mundo’? ¿No ha llamado y escogido Él a sus discípulos, a aquellos que debían extender y continuar el anuncio del reino de Dios, distinguiéndoles, más aún, separándolos del modo común de vivir, y pidiéndoles que lo dejaran todo para seguirle solamente a Él?”.

        Esta misma pregunta me hago cuando veo a tantos clérigos obsesionados en halagar al mundo…






21 de septiembre de 2017

LA FUERZA DEL SILENCIO ((IV)

Del magnífico libro del Cardenal africano Robert Sarah, 

"LA FUERZA DEL SILENCIO FRENTE A LA DICTADURA DEL RUIDO" 

(Ediciones Palabra, 2017)






TEXTOS SAGRADOS

Son muchos los textos de la sagrada Escritura que se refieren al silencio:
  • ".. en el mucho hablar no faltan culpas" (Pr.10,19)
  • "Quien vigila su boca, guarda su vida; quien abre demasiado sus labios, se desencaja" (Pr.13,3)
  • "El prolijo en palabras se hace detestable" (Sí.20,8)
  • "Os digo que de toda palabra va a que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio" (Mt.12,36)
  • "Pon a tu boca puertas y cerrojos. Haz a tu boca balanza y pesos justos. Pon atención de no resbalar con la lengua, no sea que caigas ante los enemigos que te acechan" (Sí.28,29-30)


LA ASCESIS DEL SILENCIO

La ascesis del silencio es una medicina necesaria: una medicina en ocasiones dolorosa, pero eficaz. 

El ruido carece de control, igual que un navío sin capitán en un mar encrespado. 

Mientras que el silencio es un paraíso, como un océano sin límites.
El silencio es también un gran timón capaz de conducirnos a buen puerto. 

Elegir el silencio es lo mejor. El hombre que ama el silencio tiene la posibilidad de conducir la vida sabia y eficazmente. (Cfr. Nros. 95-96)


17 de septiembre de 2017

OFENDER A DIOS


MUCHO MÁS ME PESA HABER 

OFENDIDO A UN DIOS TAN BUENO 

 Y TAN GRANDE COMO VOS


LOS MISERABLES
Meditación del Monasterio del Cristo Orante


El Hijo pródigo de Bartolomé Murillo (1670)

Empapado en un sudor frío me incorporé en la cama como si alguien me hubiera agarrado de los pelos y sentado. El pulso acelerado, la respiración agitada y el eco reverberante del filoso grito, del lacerante grito, que, una vez más, pulverizaba la recurrente y agobiante pesadilla, por llamarle así.

Me urge, antes de avanzar con el relato de los hechos, dejar asiento de un escollo ancestral del cavilar humano. Creo que a todos resulta claro que afirmar que Júpiter queda arriba o debajo de nuestro planeta Tierra es completamente arbitrario; o mejor dicho: es inadecuado, indebido. Pues fuera de nuestro campo gravitatorio ya no hay arriba ni abajo. 

Lo mismo cabe decir (y esa es mi urgencia, para poder retomar mi relato) de la eternidad respecto al tiempo. Hablar de acontecimientos eternos como previos a nuestro presente o posteriores a él es, de nuevo, no sólo arbitrario sino indebido. La eternidad acontece por fuera del tiempo y la relación que guarda con él no admite las categorías de anterioridad o posterioridad.


Aclarado esto, retomo los sucesos. Este recurrente despertar de la pesadilla ante el estruendo de una Voz ubicua y visceral increpándome de miserable, es el hilo de Ariadna con que ingresar (y regresar) a ese centro interior en que acontecen cosas, ¡infinitas cosas!, que son ajenas al tiempo.

Allí es engendrado un Hijo eterno. Y allí también, este mismo Hijo, Rey y Señor, juzga la raza de los hombres. Allí (si es que se trata de un lugar) soy juzgado por el divino Juez eterno. Sus ojos son llamas de fuego. Su porte, inconmovible. Sus inmensas Manos sobre su falda denotan una calma contenida (o al menos es lo que me resulta).

Los tiempos verbales son verbos del tiempo. A falta de otros, usaré el presente para referirme a estos hechos eternos protagonizados.

Allí, una voz, con una celeridad desmedida, reporta mi conducta, como un tejedor escarda la lana. Hay un aire litúrgico en el estilo en que lo hace. Diría que es cantilado, en tono recto, pero me resulta muy impropio utilizar estos términos. Lo cierto es que se entona mi vida completa en un timbre agudo, ligero y monocorde. 

Lo abisal, lo escalofriante, es que superpuesto a eso, otra voz, un bajo grueso y profundo, a un ritmo lento, menciona otra conducta: la del Señor, el Cristo Viviente. Pero no alude a los hechos consignados en los Evangelios (¡ojalá así fuera!), sino a las Acciones concretas con que el Señor intervino en cada asunto de mi vida. 

Tardé en caer en la cuenta de que se trataba de la misma estructura litúrgica con que se rezan los improperios el Viernes Santo: hijo mío, qué te hice, ¿en qué te ofendí? ¡Respóndeme! Yo por ti hice esto y aquello, y tú, en cambio, me devolviste con esto otro.


No eran ejemplos sueltos, representativos de cada etapa de mi vida, sino la enumeración completa y exhaustiva de cada uno de sus gestos y de los míos, opuestos, vergonzosamente opuestos.

Las voces ambas se cruzaban y entretejían en un doloroso lamento. El Juez y Señor, con ojos bajos (como si fuera Él el reo juzgado), con un Rostro dolido pero sereno, a intervalos impredecibles abre su Boca para bramar con un estruendo inefable: ¡miserable! 

Hay indignación en la afirmación, pero no en la voz. En su Voz sólo hay dolor. Infinito dolor.


Los portentos de Dios sobre mi diminuta vida continúan el curso de su grave y minuciosa letanía. Obras y prodigios, dones y favores, regalos y perdones, auxilios inauditos. Y el maldito contrapunto de mi miserable cinismo, ruin y vil, hecho pensamiento, palabra, obra y omisión.

El Señor te perdonó barbaridades sin nombre y tú no olvidas aquel vuelto que te deben. ¡Miserable!

El Señor te concedió desmesuradas dádivas y tú te niegas a hacer ese minúsculo favor. ¡Miserable!

El Señor ha orado por ti, día y noche sin descanso y tú no eres capaz de hacerle compañía despierto, siquiera una hora. ¡Miserable!

El Señor derrama su Sangre por Ti y tú esquivas el bulto al más insignificante sufrimiento. ¡Miserable!


La letanía era interminable. Cada vez que la Voz del Rey y Señor tronaba su lamento, parecían conmoverse los cimientos de mi ser. Ese “Miserable” era un látigo de fuego que destrozaba mis entrañas. 

Entendí que no había expresión más filosa, más lacerante, más hiriente que esa. Ojalá me dijera rebelde contumaz, estúpido o maldito, necio o malvado. Pero no: el acento era otro, pues el dolor del Ofendido era otro. Era la asimetría, el contraste, la vileza con que devolver mal por bien, odio por amor, golpiza ante el abrazo. Ese ¡miserable! (como aquel “¿por qué me pegas?” de la Pasión) parecía decir: no está el problema en que seas malo; lo intolerable, lo monstruoso, es que seas tan descaradamente ingrato, vil, innoble y rastrero con los dones recibidos. Tan desgraciado. Tan desaprensivamente cínico. Tan desalmado. 

Eres exactamente eso: un miserable.


Es entonces cuando crece la angustia y el horror, ya no por los desaciertos cuanto por haber ofendido a un Dios tan bueno y tan grande como Tú. Y en un rapto de locura, pido el secreto milagro. Y en esa ínfima fisura que se da entre la sentencia y su ejecución se interpone mi Kyrie Eleison, como una lanza abriendo un Costado de eternidad. Y la sombra de la abeja sobre la baldosa vuelve a moverse, como en aquel patio de Praga. Por un milagro secreto, vuelve a haber tiempo. Para clamar misericordia. Y paso del estupor a la súbita gratitud. Y entiendo que el tiempo no tiene más razón de ser que ese: suplicar misericordia.

Sudado y sentado en la cama, aún puedo escuchar el hiriente y herido “Miserable”. Pero sin improperios. “¡Misericordia!”, grité. ¡Miserable!, se me respondió. ¡Misericordia Señor!, retomé. Miserable siervo, devolvió… Como un ritmo cardíaco, el tiempo recobraba su pulso y color al son de estos diástoles y sístoles de miseria y misericordia. Un progresivo alivio fue creciendo hasta tornarse bálsamo y consuelo. 

Seguía habiendo indignación en la afirmación… pero en su Voz ya sólo había ternura y compasión.

Y lo entendí: en esa escueta fisura del Juicio, tajo en la eternidad, mientras se mueva la sombra de la abeja, se nos otorga gemir misericordia desde la candente miseria.


Cuando el pecado ya no es la mera infracción a un reglamento y pasa a ser el acto miserable, desgraciado y cruel con que devolver odio por amor; cuando pecado es la misteriosa y desalmada iniquidad que nos hace devolver con mal el bien recibido, nace la moral profunda. 

Hay que hacer el paso del pecado como mera picardía y travesura, frutos del límite y la debilidad, al pecado como el sórdido y macabro hábito de dar vinagre al que tiene sed. Hay que entender de una buena vez, que la esencia del pecado, eso que lo torna tan tenebroso, no es el error o desacierto, sino la inexplicable ofensa a un Dios tan bueno y tan grande como Tú. Sin más motivo que la crueldad.


Nosotros, desalmados, los Miserables, escondidos dentro de tus Llagas, Señor, mientras se prolonga este milagro secreto, clamamos piedad, gemimos por misericordia.

16 de septiembre de 2017

CRUCE, HOSTIA ET VIRGO

Del magnífico libro del Cardenal africano Robert Sarah, 

"LA FUERZA DEL SILENCIO FRENTE A LA DICTADURA DEL RUIDO" 

(Ediciones Palabra, 2017):


“Si queremos crecer en el amor de Dios 
tenemos que afianzar nuestra vida sobre tres grandes realidades: 
la santa Cruz, 
la sagrada Forma eucarística 
y la Santísima Virgen 
(Cruce, Hostia et Virgo) 
Tres misterios que se nos han entregado 
para edificar, alimentar y santificar.
Y para ser contemplados en silencio” 
(cfr. N. 57)

 Señor y Virgen del Milagro 
entronizados en la Catedral de Salta 
para sus fiestas patronales, 
con sus magníficos doseles 
a ambos lados del espléndido Altar mayor

8 de septiembre de 2017

IN NATIVITATE BEATÆ MARIÆ VIRGINIS

 EN LA FIESTA LITÚRGICA DE LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Tomado del Catecismo de San Pío X:

130. ¿Cuándo celebra la Iglesia la fiesta de la NATIVIDAD de la Santísima Virgen María? –

La Iglesia celebra la, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María el día 8 de septiembre.

131. ¿Por qué se celebra la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María? –

Se celebra la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María porque desde su nacimiento fue la más santa de todas las criaturas y porque estaba destinada a ser la madre del Salvador.

132. ¿Se celebra sólo la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen? –

Se celebra la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen y la de San Juan Bautista. Pero hay que observar que la Santísima Virgen no sólo nació en gracia, sino que también fue en gracia concebida, mientras que de San Juan Bautista solamente puede decirse que fue santificado antes de nacer.

133. ¿Qué vida llevó la Santísima Virgen? –

La Santísima Virgen, aunque descendía de la regia estirpe de David, llevó una vida pobre, humilde y escondida, pero preciosa delante de Dios, no pecando jamás ni aun venialmente y creciendo continuamente en gracia.

134. ¿Qué hay que admirar de un modo especial en las virtudes de la Santísima Virgen? –

En las virtudes de la Santísima Virgen hay que admirar de un modo especial el voto de virginidad que hizo desde sus más tiernos años, cosa de que no había ejemplo hasta entonces.

135. ¿Qué hemos de hacer en la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María? –

En la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María hemos de hacer cuatro cosas:

ü 1ª, dar gracias a Dios por los dones y prerrogativas singulares con que la enriqueció sobre todas las criaturas;

ü 2ª, pedirle que por su intercesión destruya en nosotros el reino del pecado y nos dé constancia y fidelidad en su santo servicio;

ü 3ª, venerar la santidad de María y congratularnos con ella de sus grandezas;

ü 4ª, procurar imitarla, guardando cuidadosamente la gracia y ejercitando las virtudes, principalmente la humildad y pureza, por las cuales mereció concebir a Jesucristo en sus purísimas entrañas.

Mural del ábside de la Basílica de la Natividad de la Virgen María en la ciudad santafesina de Esperanza, Argentina. Muestra a San Joaquín, con la Virgen niña en sus brazos y a Santa Ana en el lecho, en tanto varios ángeles colaboran en el momento del parto. Desde el cielo un rayo de luz muestra el nombre de la neonata: MARÍA

Al nacimiento de Nuestra Señora

Mirad que nace la Aurora
del divino Amanecer
y, cuando la ve nacer,
la muerte se esconde y llora.

Miradla, pequeña ahora,
ríe y duerme sin saber,
pero mañana ha de ser
del cielo Reina y Señora.

No solo Dios encarnó
al único Verbo eterno
que con su cruz nos bendijo,

sino que también nos dio,
cual Padre amoroso y tierno,
tal Madre para tal Hijo.