Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

29 de junio de 2015

EN CESAREA DE FILIPO

SIMÓN PEDRO 
RECIBE EL NOMBRE Y LA MISIÓN DE SER ROCA.
LA ESCENA EVANGELICA


La imponente roca de Cesarea de Filipo



“Y Yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no la derrotará”.
Mt. 16, 18

Una genuina “obra de arte” de las Sagradas Escrituras es sin duda esta escena del Evangelio de hoy (Mt XVI, 13-20). Quedarnos asépticamente con las solas y puras palabras del Señor —y tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia— no alcanzaría nunca, por más lustrosa hermenéutica que hiciéramos de cada palabra. O, al menos, nos perderíamos gran parte del asunto, de la magia que sólo se habilita cuando se conjuga bruma y letra, luz, aroma y sonido.
Sólo quien se adentra en la escena integral y se torna poroso a todos los detalles de la misma, recibe el derribante impacto de una Verdad capaz de cautivar y transformar. O la de una belleza capaz de convencer. Intentémoslo juntos:

No es cuestión —ante todo— de caer en paracaídas en Cesarea de Filipos y dejar correr la escena sin más, in medias res, como decían los antiguos. Hay que retroceder algunos cuadros, para presurizar la escena en su exacta atmósfera. 

Habrá que recordar que la cosa viene mal, que las deserciones han sido inmensas, que su reciente visita a Nazaret fue un fracaso rotundo —y un dolor tremendo—; que Herodes asesinó a Juan Bautista. Y que tras eso, con que el grupo estaba ya diezmado y reducido, los desaciertos de los pocos perseverantes estaban a la orden del día: Pedro desconfiando del Señor que lo desafía a caminar sobre las aguas, deja al descubierto su magra fe, su espíritu timorato, su vasta desorientación. Crece la confrontación con los Fariseos; crece la impaciencia de los discípulos ante mujeres que gritan y el gentío que reclama milagros... y sobre todo: cada día, cada hora, los discípulos parecieran entender menos y menos ante Quién están.

En este clima, el grupo emprende el largo camino al Norte, hasta los límites de Israel, remontando el curso del río Jordán hasta su surgente. El viaje tiene algo de huida, o al menos de alejarse de la peligrosa Jerusalén. Y no menos, tiene algo de revisión de vida (retorno a las fuentes), de balances, o de recuento de tropa y de ladrillos para la torre.
 El Señor va secretamente resuelto a hacerles, en privado, su primer gran aviso de que, humanamente hablando, todo esto no sólo va en picada, sino que va a terminar mal: que lo van matar. Y nada menos que por blasfemo. 

Pero antes de eso es que llegan al escenario que nos atañe hoy: los inmensos peñascos del monte Hermón, donde antaño el valiente Josué libró batallas tan sangrientas como valientes. Allí llegan, ya al atardecer, los deshilachados e hirsutos viandantes: traspirados, fatigados, hambrientos, desganados. Un recodo del polvoriento camino, reparado por la verticalidad de estos incólumes morros fue el elegido por el Maestro para dar al grupo la escueta seña: paremos aquí.

Recién entonces es que cabe apretar “play” para que Mateo XVI, 13 empiece a rodar solo. El tremendo contraste entre la feble condición de estos harapientos peregrinos y el vigor y firmeza de esas rocas inconmovibles, hay que dejarle “estar” allí, ante nuestros ojos interiores, y presenciar la muda escena con largor.

Recién entonces, surgen las vocales, el audio, el diálogo.
—¿Qué dice la gente de Mí? —abre el juego Cristo, con cierto aire despreocupado. 

El sol ya casi se escondía. El fuego recién hecho ya chirreaba. Los rudos palestinos desvendaban sus pies, para descansarlos y atender a sus ampollas y llagas. Con desorden y naturalidad, el grupo releva y repasa las versiones más oídas: que es el Bautista, que Elías, que Jeremías.

El Maestro los dejó escurrir hasta la última gota. Y engordó ese silencio que se engolfó luego entre ellos.
 
Juan notó algo inusual en el Señor: que no tenía la mirada puesta en ellos. Un poco en el fuego; otro tanto en el rojizo horizonte: pero no en ellos. 

Y fue entonces que vista ausente y voz silente mutaron conjuntamente: clavando la mirada en los tuétanos de cada uno, con Voz límpida y firme, preguntó: —y ustedes, cada uno de ustedes, ¿quién soy Yo para ustedes?

La pregunta, el tono, la mirada, el clima: todo era de lo más inusual. Era claro que no se trataba de una pregunta ni retórica ni académica, sino brotada de un abismo que clamaba por otro abismo. Una pregunta entrañable, en busca de respuesta entrañable.
 
Sería el atardecer, o el largo y mudo andar; o la majestuosidad de esas rocas, o la persecución ya desatada...: lo cierto es que en el timbre y mirada del Maestro había incluso un dejo de añoranza, y de reclamo, y hasta de sed, por qué no.

—¿Quién soy yo para ti, Simón Barjonás? ¡Dímelo! Y no me salgas con el Credo ni el Catecismo. Dime, qué significo yo para vos. Háblame desde el corazón.

Sed en la voz, notó Juan. Ante semejante planteo, el clima general del grupo viró por completo. Los más desentendidos del diálogo inicial se acercaron. Todos dejaron sus trapos, tientos y cuerdas y demás faenas propias de la desensillada para hacer foco en la inusual pregunta del Maestro. 

Y se habilita entonces la escena de la que viven los cristianos desde hace dos mil años: el harapiento hijo de Jonás, ese brioso y apasionado pescador galileo, mezcla de polvo y sudor, se acerca con torpor hasta el Cristo y se postra ante Él. Antes que con cercenada voz, habla con sus copiosos gestos: clamaba en secreto que por una vez, por una única vez, su rotunda y aciaga brutez no lo inhibiera de expresar con palabras esa certeza entrañable y meridiana de Quién era el Maestro para él.
Captó perfectamente el reclamo que denotaran las palabras de Jesús; ese sutil lamento por la humana incomprensión, por la universal apatía ante la encarnación de Dios. Pedro derrama su desesperante mirada, cual inmensas bellotas negras, en los ojos calmos del Señor.

Cae la tarde sobre el monte Hermón. Sobre la cresta del filoso peñasco, se erige la inmensa fortaleza del palacio que hiciera construir Filipos: es todo un ícono del poder del mundo. Aguerridos guardias escoltan, con cara de piedra y acero, cada una de sus majestuosas entradas. A los pies de esa doble mole —de naturaleza y de imperio— yace el enjuto Simón, el andrajoso Simón, el analfabeto Simón, orillando una confesión que ni los más sapientes griegos ni los más lustrosos alejandrinos sabrían formular: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.

Nadie en el orbe se enteró que en aquel ocaso, al borde de aquel polvoriento camino, se desplegaba tamaño acontecimiento. Y en absoluto es impostado imaginar que todo ello ocurrió con gravedad, con detenida solemnidad. Que incluso los otros Once se han incorporado —uno por uno— ante esta peculiar Liturgia pontifical, cita en el improvisado santuario del recodo acantilado. Sin más baldaquino que el sobrio halago de las primeras estrellas; sin mejor altar que la fatigada Carne del humanado Logos; sin más incienso que el sinuoso hilo de humo del fuego en ciernes; sin más alfombra y mosaico que el monocrómico yermo inerte; sin más ceremonieri que este puñado de agotados linyeras devenidos en príncipes. Un desgreñado enebro ornamenta la Liturgia como única nota de verdor.

Y el majestuoso Cristo se ha incorporado y erguido sobre el confeso galileo y con gesto ceremonial apoya su mano y manto sobre su paje y escudero, Simón, hijo de Jonás. Y con voz ritual y vehemente inicia su proclama —alzando su cuello cual si estuviera ante una inmensa muchedumbre— diciendo con demorada modulación: y Yo, a mi vez te digo. Magnífico acorde. Solemnísimo acorde. Gallardo inicio.
Para luego ofrecerle su timbre palestino a la descuajante Voz del Logos; aquella de los y dijo Dios, del Génesis. 

Y dijo Dios en la penumbrosa Cesarea de Filipos:

Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Por puro azar, en ese preciso instante la guardia romana enciende las antorchas que alumbran y engalanan el pórtico del Palacio imperial.

Un hombre hecho de polvo, que del polvo surge y hacia el polvo derrota sus días; cuyo rostro es un surcado y labrado polvaderal, cuya alma es diminuta como el polvillo, cuyo inestable temperamento es volátil cual la pólvora; cuya firmeza y fidelidad es pulverizable de un soplo... ese hombre-polvo, nunca más minúsculo que allí, al pie de los majestuosos peñascos rocosos, recibe el nombre y la identidad, el rol y la misión de ser Roca.


(Meditación del Monasterio del Cristo Orante)

PEDRO, el poder de las llaves - PABLO, su doctrina

                EN EL DÍA DE 
SAN PEDRO Y SAN PABLO

 Medallón pintado en la Basílica del Espíritu Santo en Buenos Aires



HIMNO
ROMA SE VISTIÓ DE GRACIA

Pedro, roca; Pablo, espada.
Pedro, la red en las manos;
Pablo, tajante palabra.

Pedro, llaves; Pablo, andanzas.
y un trotar por los caminos
con celo ardiente en las pisadas.

Cristo tras los dos andaba:
a uno lo tumbó en Damasco,
y al otro lo hirió con lágrimas.

Roma se vistió de gracia:
crucificada la roca,
y la espada muerta a espada.
Amén.


BENDICIÓN DE LA SOLEMNIDAD
PEDRO: EL PODER DE LAS LLAVES
PABLO: SU DOCTRINA

Dios todopoderoso
que los consolidó por el testimonio de san Pedro,
y los estableció en la sólida fe de la Iglesia,
los bendiga.
R. Amén.

A ustedes, que fueron instruidos
por la incansable predicación de san Pablo,
con su ejemplo
les conceda ganar a sus hermanos para Cristo.
R. Amén.

Pedro por el poder de las llaves, Pablo por su doctrina,
y ambos por su intercesión,
nos conduzcan a la Patria que ellos merecieron alcanzar,
uno por la cruz y el otro por la espada.
R. Amén.



EN EL DÍA DEL ROMANO PONTÍFICE

Pedimos al Señor por el Papa Francisco,
para que lo ilumine y fortalezca
en el desempeño
del ministerio petrino que le fue conferido,
como sucesor de San Pedro en su Cátedra,
para que sea siempre
principio y fundamento visible de la unidad de la Iglesia.





26 de junio de 2015

ESCRITORES ARGENTINOS

EL CAMINO DE LA BELLEZA PARA LLEGAR AL MISTERIUM FIDEI

Un exquisito texto del escritor argentino Leopoldo Marechal


(las fotos son del Monasterio del Cristo Orante en Tupungato, Mendoza, Argentina, una fraternidad monástica fundada el 15 de octubre de 1988 y presente en Cuyo desde 1995)



“Por senderos montañeses y huellas de cabras has ascendido hasta el viejo monasterio levantado en plena soledad.

Una razón de arte, y no un motivo piadoso, te ha guiado en aquel ascenso matutino.

Y al entrar en la capilla desierta se deslumbran tus ojos: frescos y tablas de colores paradisíacos, bajorrelieves adorables, maderas trabajadas, bronces y cristalerías gozan allá la inmarcesible primavera de su hermosura.

Y estás preguntándote ya quién ha reunido, y para quién, tanta belleza en aquel desierto rincón de la montaña, cuando una fila de monjes blancos aparece junto al altar y se ubica sin ruido en los tallados asientos del coro.

Y te asustas, porque sólo te ha guiado una razón de arte.



No bien el Celebrante inicia la aspersión del agua, los del coro entonan el Asperges.

La casulla roja, con su cruz bordada en oro, resplandece luego sobre el alba purísima que viste aquel mudo sacrificador: en su antebrazo izquierdo cuelga ya el manípulo rojo sangre como la casulla.

Y cuando el Celebrante sube las gradas del altar lleno de florecillas rojas, los monjes de pie cantan el Introito.

A continuación los Kiries desolados, el Gloria triunfante, la severa Epístola, el Evangelio de amor y el fogoso Credo resuenan en la nave solitaria.

Y escuchas desde tu escondite, como un ladrón sorprendido, porque sólo te ha guiado una razón de arte.




Ofrecidos ya el pan y el vino, una crencha de humo brota en el incensario de plata; y el Celebrante inciensa las ofrendas, el Crucifijo, las dos alas del altar; devolviendo el incensario al acólito, recibe a su vez el incienso y lo agradece con una reverencia; en seguida el acólito se dirige a los monjes y los inciensa, uno por uno.



Y sigues atentamente aquella estudiada multiplicidad de gestos cuyo significado no alcanzas; y, no sin inquietud, piensas ya que tan solemne liturgia se desarrolla sin espectador alguno y en un desierto rincón de la montaña, tal una sublime comedia que actores locos representasen en un teatro vacío.




Pero de súbito, cuando sobre la cabeza del Celebrante se yergue la Forma blanca, te parece adivinar allí una presencia invisible que llena todo el ámbito y en silencio recibe aquel tributo de adoración, la presencia de un Espectador inmutable, sin principio ni fin, mucho más real que aquellos actores transitivos y aquel teatro perecedero.





Y un terror divino humedece tu piel, y tiemblas en tu escondite de ladrón; porque sólo te ha guiado una razón de arte”.

(Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres (1948), Libro V, parte I).






LA MUERTE Y LA VIDA

Creo en la resurrección de la carne
y la vida eterna.




“La fe en la resurrección
es una profesión de fe
en la existencia real de Dios
y una profesión de fe en su Creación,
al «sí» incondicional que caracteriza
la relación de Dios
con la Creación y la materia...

Eso es lo que nos da autoridad
para poder cantar el aleluya pascual en medio de un mundo
sobre el cual planea
la sombra amenazante de la muerte”.

Cardenal Joseph Ratzinger

“El Dios de Jesucristo”

ECOLOGÍA Y ECOLOGISMO


¿Es la ecología una nueva religión?


¿Por qué Dios no creó un mundo tan perfecto
 que en él no pudiera existir ningún mal?
En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor
(cf  santo Tomás de Aquino,S. Th., 1, q. 25, a. 6).
Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas,
Dios quiso libremente
crear un mundo "en estado de vía" hacia su perfección última.
Este devenir trae consigo en el designio de Dios,
 junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros;
 junto con lo más perfecto lo menos perfecto;
 junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones.
Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico,
mientras la creación no haya alcanzado su perfección
(cf Santo Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, 3, 71)

Cita N° 49 de la Encíclica LAUDATO SI´ del Papa Francisco
Catecismo de la Iglesia católica, 310



La Iglesia ante los retos de la Ecología 

La Iglesia Católica no ha sido indiferente a los análisis que dieron origen a la ecología, pues, aunque ellos provienen del mundo de la ciencia especializada, nos afectan a todos los seres humanos, y en realidad a toda la vida como la conocemos sobre esta Tierra. Relativamente pronto un buen número de autores creyentes han encontrado conexiones profundas entre las inquietudes ecológicas y los contenidos de nuestra fe. Ello ha sucedido en tres líneas principalmente.

En primer lugar, la Creación es obra de Dios, 

Ningún creyente puede quedarse impasible ante la destrucción de lo que Dios ha hecho. En cada flor, en cada galaxia, en cada animal hay un mensaje de sabiduría, de poder y de amor, que viene de Dios. Perder una especie, o peor aún, colaborar en su extinción, es como cerrar los ojos a las maravillas del Señor. Es algo equivalente a la ingratitud y la sordera. Por el contrario, como lo testificó sobre todo San Francisco de Asís, la contemplación respetuosa y amorosa de la Naturaleza es un camino real de encuentro con el Señor.

En segundo lugar, el libro del Génesis nos habla de cómo Dios encarga la creación al cuidado del Hombre. 

El ser humano, cada uno en particular y todos como familia de Dios, tenemos no el encargo de saquear a la naturaleza, como quien desocupa una cantera, sino de cuidarla, como quien cultiva un jardín. Tal es la visión bíblica. No es difícil ver las implicaciones que esto tiene en relación con algunos conceptos modernos como "desarrollo sostenible" o planificación urbana.

En tercer lugar, detrás de los desastres ecológicos hay siempre seres humanos afectados, y siempre los más afectados son los más pobres. 

La búsqueda de un mundo más apto para la vida coincide en buena parte con la búsqueda de una sociedad más abierta a la justicia. De hecho, cada "pecado" ecológico puede ser descrito en términos de una injusticia cometida contra la casa de todos. El que tiene la mentalidad de saquear a la naturaleza no parece que cambie de mentalidad cuando trata con seres humanos: en ambos casos priman el egoísmo, la miopía, el utilitarismo a corto plazo.

Por estas y parecidas razones es evidente que quienes creemos en Cristo como Señor de todo lo creado tenemos buenas razones para comprender el lenguaje de la ecología y para apoyar, a nuestra propia forma, la causa de los ecologistas. Sobre esto, sin embargo, hay que añadir algunas precisiones.


Ambigüedades del Movimiento Ecológico 

La ecología es una cosa y el uso que algunos quieren hacer de ella es otra cosa. Mientras que las perspectivas básicas de la ecología y sus propuestas fundamentales son no sólo razonables sino perfectamente compatibles con nuestra fe, uno no debe pensar que eso justifica o "canoniza" todo lo que venga bajo el rótulo de lo ecologista, o también lo "orgánico," lo "natural" o lo "verde." Recordemos que con alguna frecuencia las mismas personas que se horrorizan de que mueran focas no se espantan de que se aborten niños. Pasa lamentablemente que muchos quieren oponer los derechos de la madre, bajo el título de "derechos reproductivos de la mujer," contra los derechos del niño no-nacido; y en el contexto de tal oposición consideran que ser de izquierda, políticamente hablando, ser ecologista y ser feminista a ultranza, va todo junto. En realidad ese es un coctel mal diseñado, que sólo superficialmente aparenta unidad.

Dicho de otro modo: hay ecologistas y ecologistas, y uno no debe suponer que todo aquel que habla con ternura o con emoción sobre la naturaleza es en realidad un aliado del bien común real de la humanidad y de la creación misma. Como cristianos debemos recordar siempre que san Pablo vinculó el bien de la creación a la manifestación de los hijos de Dios (Romanos 8,19-21). Hay algo muy profundo ahí: si amamos la naturaleza, no la idolatramos, pues ningún bien es superior al bien humano, y ningún bien humano es permanente y profundo si no tiene raíz en el bien de la redención.

Otra cosa a tener en cuenta en el diálogo con los ecologistas es qué clase de medidas se quieren implantar. No faltan los que quieren ligar todos los males a la sobrepoblación humana y por eso son muchos ya los que opinan que los "primeros auxilios" para el planeta Tierra incluyen controles drásticos de las tasas de reproducción. Un paso más, y estaremos hablando de esterilizaciones masivas, que de hecho han sucedido ya.

Finalmente, no podemos cerrar los ojos ante un hecho: muchos tratan a las teorías y propuestas ecológicas como si se tratara de una religión, muy al estilo de la llamada Nueva Era (New Age). La razón es que, como la ecología busca conexiones entre seres vivos, hay gente que habla del planeta como de un solo ser vivo, y no están pensando en una metáfora. Luego dan otro paso: así como la vida "material" está tan interconectada, entonces, según ellos, toda vida debe estarlo, y eso implica la vida "espiritual." Por supuesto, como su concepto de espíritu es bastante confuso, ahí cabe por ejemplo decir cosas como que "en el fondo yo soy Dios, y tú eres Dios y todo es Dios." Semejante panteísmo es insostenible racionalmente y sobre todo es contrario e incompatible con nuestra fe.

Federico Nietzsche, uno de los pensadores más anticristianos de la Historia, dio como consigna a sus seguidores: "Permaneced fieles a la tierra." Con este lema Nietzsche quería que su gente no anhelara ni esperara un "cielo," sino que buscara todas sus preguntas y respuestas en el reino de lo visible y lo "natural." La suya fue una guerra contra lo "sobrenatural" porque lo único que debía estar "libre" era el "super-hombre." No deja de existir el riesgo de que muchos ecologistas se conviertan en fieles devotos del principio nietzscheano, pues se puede llegar a un punto en que el cosmos y su armonía se vuelven tan importantes que en sus altares resulta que hay que matar a todos... desde fetos humanos hasta Dios mismo.


Conclusión 

No podemos llamarnos a engaño en dos cosas: 

1) Necesitamos activar más y mejor nuestra conciencia ecológica. 

2) Necesitamos no dejarnos confundir por la retórica ambigua que lamentablemente usan muchos ecologistas.

Frente a la naturaleza, a la que hemos herido con nuestras irresponsabilidades, necesitamos amor pero también sabiduría.

De lo que se trata finalmente es de la realización del plan de Dios, que tiene su culminación en Cristo, pues "todo fue creado por Él y para Él." (Colosenses 1,1)


(cfr. Fray Nelson Medina)



24 de junio de 2015

UNA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO

EL PRECURSOR:
LA PERSONIFICACIÓN DE LO ANTIGUO
Y EL ANUNCIO DE LO NUEVO

De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 293, 1-3: PL 38, 1327-1328)




    La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo. Ello no deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no alcanzaran a estar a la altura de misterio tan elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para profundizarlo y sacar provecho de él.

    Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una joven virgen. El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la Virgen cree el del nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe. Esto es, en resumen, lo que intentaremos penetrar y analizar; y, si el poco tiempo y las pocas facultades de que disponemos no nos permiten llegar hasta las profundidades de este misterio tan grande, mejor os adoctrinará aquel que habla en vuestro interior, aun en ausencia nuestra, aquel que es el objeto de vuestros piadosos pensamientos, aquel que habéis recibido en vuestro corazón y del cual habéis sido hechos templo.

    Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegan hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su significado.

    Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: Dinos quién eres. Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que existía ya al comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio.


23 de junio de 2015

¿EL DERECHO AL ABORTO?

La vida, primer derecho humano



               "En una época 
en que se trata de respetar y cuidar la naturaleza 
y la vida en todas sus dimensiones, 
llama la atención que desde el mismo Gobierno nacional 
se desproteja de este modo la vida humana más vulnerable y que se conculquen deliberadamente 
derechos humanos básicos" 
-dicen los Obispos argentinos-




DECLARACIÓN DE LA COMISIÓN EJECUTIVA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA23 DE JUNIO 2015




Hace unos días el Ministerio de Salud de la Nación ha promulgado un “Protocolo para la atención integral de las personas con derecho a la interrupción legal del embarazo”, actualización de la “Guía técnica para la atención integral de los abortos no punibles” editada en el año 2010 por el mismo Ministerio.

1- Con sorpresa constatamos que, en lugar de procurar caminos de encuentro para salvar la vida de la madre y su hijo, y de buscar opciones verdaderamente terapéuticas y alternativas, las autoridades obligan a impulsar el aborto. El nuevo texto incluye un cambio sustancial respecto al documento anterior al eliminar el concepto de “abortos no punibles”, sustituyéndolo por “derecho a la interrupción legal del embarazo (ILE)”. Esta terminología evade la realidad jurídica de que no existe en nuestro país un “aborto legal” ni un “derecho al aborto”.

2- Entre otros cambios en el actual Protocolo se encuentra la ampliación, de hecho, de la causal derivada del peligro para la vida y la salud de la madre.  No hace referencia a que ese peligro varía en gravedad si puede o no ser evitado por otros medios y amplía, además, las posibilidades de afectación a la salud incluyendo  “el dolor psicológico y el sufrimiento mental asociado con la pérdida de la integridad personal y la autoestima”.

3- Es muy llamativo que se limite un derecho humano fundamental: la objeción de conciencia.  Se excluye la objeción de conciencia institucional, siendo que la Ley 25673, creadora del Programa de salud sexual y procreación responsable (ámbito desde el cual se emite este Protocolo), la admite expresamente en su artículo 10. En cuanto a la objeción de conciencia individual, el Protocolo la niega en la práctica cuando obliga a los médicos objetores a practicar un aborto cuando no esté disponible ningún otro profesional dispuesto a eliminar dicha vida. Asimismo, al presentarse como obligatorio para todo el país, el Protocolo se superpone y conculca las autonomías provinciales en materia de salud. El Protocolo va más allá de la legislación vigente y con vicios de inconstitucionalidad. 


4- Al no favorecer la denuncia cuando el aborto es producto de una violación, la mira del Protocolo parece estar puesto en la eliminación de la persona por nacer, ignorando la responsabilidad del violador y favoreciendo el encubrimiento de un delito gravísimo.


Recordamos la sabia advertencia ética de San Juan Pablo II cuando expresó que "en el caso de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella". (Evangelium Vitae, 73). 

El Papa Francisco acaba de hablarnos en su Encíclica Laudato Si, sobre la ecología integral y humana: “dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades”. Y, citando a Benedicto XVI, Francisco nos recuerda que: “Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social” (Laudato Si, 120).

En una época que se trata de respetar y cuidar la naturaleza y la vida en todas sus dimensiones, llama la atención que desde el mismo Gobierno se desproteja de este modo la vida humana más vulnerable y que se conculquen deliberadamente derechos humanos básicos.

Pidamos a María de Luján que nos enseñe como Nación a cuidar y respetar siempre toda vida humana.

Comisión Ejecutiva
Conferencia Episcopal Argentina
23 de junio de 2015
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