EL CAMINO DE LA BELLEZA PARA LLEGAR AL
MISTERIUM FIDEI
Un
exquisito texto del escritor argentino Leopoldo Marechal
(las fotos son del Monasterio del Cristo Orante en Tupungato, Mendoza, Argentina, una fraternidad monástica fundada el 15 de octubre de 1988 y presente en Cuyo desde 1995)
(las fotos son del Monasterio del Cristo Orante en Tupungato, Mendoza, Argentina, una fraternidad monástica fundada el 15 de octubre de 1988 y presente en Cuyo desde 1995)
“Por
senderos montañeses y huellas de cabras has ascendido hasta el viejo monasterio
levantado en plena soledad.
Una razón de arte, y no un motivo piadoso, te ha guiado en
aquel ascenso matutino.
Y al entrar en la capilla desierta se deslumbran tus ojos:
frescos y tablas de colores paradisíacos, bajorrelieves adorables, maderas
trabajadas, bronces y cristalerías gozan allá la inmarcesible primavera de su
hermosura.
Y estás preguntándote ya quién ha reunido, y para quién, tanta
belleza en aquel desierto rincón de la montaña, cuando una fila de monjes
blancos aparece junto al altar y se ubica sin ruido en los tallados asientos
del coro.
Y te asustas, porque sólo te ha guiado una razón de arte.
No bien el Celebrante inicia la aspersión del agua, los del coro
entonan el Asperges.
La casulla roja, con su cruz bordada en oro, resplandece luego
sobre el alba purísima que viste aquel mudo sacrificador: en su antebrazo
izquierdo cuelga ya el manípulo rojo sangre como la casulla.
Y cuando el Celebrante sube las gradas del altar lleno de
florecillas rojas, los monjes de pie cantan el Introito.
A continuación los Kiries desolados, el Gloria triunfante, la
severa Epístola, el Evangelio de amor y el fogoso Credo resuenan en la nave
solitaria.
Y escuchas desde tu escondite, como un ladrón sorprendido,
porque sólo te ha guiado una razón de arte.
Ofrecidos ya el pan y el vino, una crencha de humo brota en el
incensario de plata; y el Celebrante inciensa las ofrendas, el Crucifijo, las
dos alas del altar; devolviendo el incensario al acólito, recibe a su vez el
incienso y lo agradece con una reverencia; en seguida el acólito se dirige a
los monjes y los inciensa, uno por uno.
Y sigues atentamente aquella estudiada multiplicidad de gestos
cuyo significado no alcanzas; y, no sin inquietud, piensas ya que tan solemne
liturgia se desarrolla sin espectador alguno y en un desierto rincón de la
montaña, tal una sublime comedia que actores locos representasen en un teatro
vacío.
Pero de súbito, cuando sobre la cabeza del Celebrante se yergue
la Forma blanca, te parece adivinar allí una presencia invisible que llena todo
el ámbito y en silencio recibe aquel tributo de adoración, la presencia de un
Espectador inmutable, sin principio ni fin, mucho más real que aquellos actores
transitivos y aquel teatro perecedero.
Y un terror divino humedece tu piel, y tiemblas en tu escondite
de ladrón; porque sólo te ha guiado una razón de arte”.
(Leopoldo
Marechal, Adán Buenosayres (1948), Libro V, parte I).
Hermosísimos: tu texto, el monastério e los locos que desde allí nos empujan a los abismos de Lo Más Allá de Todo. Desde Brasil, gracias, hermano.
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