LO SAGRADO ES
PROPIO
DE LA LITURGIA
CATÓLICA
La Liturgia es la
glorificación de Dios y la santificación de los hombres. Es el ámbito de lo
sagrado.
No es un “show” o
un espectáculo profano, banal y vulgar.
Desacralizar la liturgia es desnaturalizarla, hacerla irreconocible e
inservible. Al final se acaba sustituyendo a Dios por el hombre, y la
glorificación de Dios por el culto al hombre y la exaltación de sus emociones,
afectos, compromisos.
"Subiré al Altar del Señor, al Dios que alegra mi juventud"
"Introibo ad altare Dei: ad Deum qui lætificat juventutem mea"
Artículo
publicado por el padre Javier Sánchez Martínez
de la diócesis de
Córdoba, España.
Afirmar la
sacralidad de la Liturgia no es corriente hoy; más bien, concurriendo diversas
causas para esto, se afirma lo contrario, desacralizándola, haciéndola vulgar y
banal, de modo que no haya diferencia alguna entre la liturgia y lo profano,
entre la liturgia y lo cotidiano. En gran medida, se ha relegado a Dios al
segundo plano para exaltar al hombre y la comunidad, sus emociones, su
subjetividad. La desacralización de la liturgia ha sido una opción querida y
buscada, potenciando lo lúdico, lo festivo y lo didáctico.
La liturgia es glorificación de Dios y
santificación de los hombres. En la liturgia ha de cumplirse lo que Cristo
recordó a Satanás en el desierto: “Al Señor, tu Dios, adorarás, y sólo a Él
darás culto” (Mt 4,10). El culto divino, la expresión humana de adoración a
Dios, se realiza en la liturgia de la Iglesia.
Tampoco acaba de ser cierta la afirmación de que
Cristo ha roto la separación entre lo sagrado y lo profano cuando al expirar se
rasgó el velo del Templo, porque la redención aún no se ha completado y el
mundo sigue siendo mundo, secular, dominado por el Príncipe de las tinieblas
(cf. Jn 12,31; 2Co 4,4), el padre de la mentira (Jn 8,44), mientras que la
Iglesia –y su liturgia- es el ámbito claro de lo divino, del encuentro con Dios
y de su actuación salvífica. Por eso la liturgia marca un hiato, una ruptura,
entre lo profano (aún por redimir) y lo sagrado, entre el mundo terreno en el
que nos desenvolvemos y las realidades celestiales que pregustamos en la
liturgia.
Sí, la liturgia es el ámbito de lo sagrado; más
aún, la liturgia es sagrada. Una buena imagen de lo que ocurre en la sagrada
liturgia y de la actitud y el comportamiento necesarios los tenemos en el
episodio de Moisés ante la zarza ardiente: se le manda que se descalce y adore
porque “el sitio que pisas es terreno sagrado” (Ex 3).
Cristo mismo vivió en su existencia terrena la
sacralidad de la liturgia de la Antigua Alianza –salmos, oraciones,
bendiciones, peregrinaciones al Templo de Jerusalén, etc-. La Cena pascual era
un gran acto litúrgico, solemne y sagrado. Cualquiera que conozca el desarrolla
del seder pascual ve la disposición solemne de la mesa, la mejor vajilla y
copas, el ritual establecido, los salmos cantados, etc., y así Cristo celebró
la Última Cena, añadiendo la Eucaristía, consagrando el pan y el vino. Esto
está lejos de la consideración secularizada de que esta Última Cena fue una
comida con unos colegas, informal y dramática, sino una verdadera liturgia,
sagrada, ritual, de Jesucristo, el verdadero Cordero pascual.
La liturgia es glorificación de Dios, como
después, la existencia cristiana entre las realidades temporales, será su
prolongación, una glorificación de Dios en el mundo: “glorificad a Dios en
vuestros corazones” (1P 3,15), “ofreced vuestros cuerpos como hostia viva” (Rm
12,1), “servid a Cristo Señor” (Col 3,23).
Desacralizar la liturgia es desnaturalizarla,
hacerla irreconocible e inservible. Al final se acaba sustituyendo a Dios por
el hombre, y la glorificación de Dios por el culto al hombre y la exaltación de
sus emociones, afectos, compromisos.
Muchos años llevamos ya asistiendo a esta pobreza
litúrgica, cada vez más antropocéntrica y menos sagrada, cada vez más
convertida en espectáculo y menos recogida, interior y espiritual. Ratzinger,
atento a todas estas realidades, desgranaba sus raíces y consecuencias hace ya
años:
“En los últimos
quince años hemos estado demasiado condicionados por la idea de
‘desacralización’. Estuvimos bajo el impacto de las palabras de la carta a los
Hebreos: ‘Cristo murió fuera de la puerta’ (13,12). Además, esto se puso en
conexión con otra frase que dice que en el momento de la muerte del Señor el
velo del templo se rasgó en dos. El templo, ahora, está vacío. El sacrum,
la santa presencia de Dios, ya no se oculta en él; está fuera, en el exterior
de la ciudad. El culto se ha trasladado desde la casa santa a la vida, pasión y
muerte de Jesucristo. Él fue presencia auténtica de Dios ya durante su vida. Al
rasgarse el velo del templo –habíamos pensado-, habían sido desgarrados los
límites entre lo sagrado y lo profano. El culto ya no es algo separado de la
vida cotidiana, sino que lo santo habita en la cotidianeidad. Lo sagrado ya no
es un ámbito especial, sino que quiere estar en todas partes, se quiere
realizar precisamente en el ámbito mundano. De aquí se han sacado consecuencias
muy concretas, incluso para las vestiduras de los sacerdotes, para la forma del
culto litúrgico y la arquitectura de iglesias. En todas partes se debían abatir
los bastiones: en ningún ambiente debían ya ser distinguibles entre sí la vida
y el culto…
En la medida en
que el mundo no ha llegado a plenitud, permanece en él la diferencia entre lo
sagrado y lo profano, pues Dios no le priva de la presencia de su santidad,
pero tampoco esa santidad suya lo ha asumido todavía en su totalidad. La pasión
de Jesucristo fuera de los muros de la ciudad y la ruptura del velo del templo
no significan que ahora todo espacio sea templo o que absolutamente nada lo
pueda ser ya. Esto solamente ocurrirá en la nueva Jerusalén…
Esto quiere decir
que aquí la sacralidad es más densa y más potente, porque es más auténtica de
lo que era en la Antigua Alianza… La reverencia no se ha hecho superflua, sino
más exigente. Y como el hombre está formado de cuerpo y alma, y además es un
ser sociable, también necesitamos siempre la expresión visible de la reverencia,
las reglas de juego de su configuración colectiva, de sus signos visibles en
este mundo no salvado y no-santo” (Ratzinger, J., Homilía, en Obras Completas,
vol. XI, 356-357).
Nadie puede excusarse con palabras mágicas, como
si fueran un talismán, para continuar desacralizando la liturgia e impidiendo
el encuentro con Dios; no es “pastoral” desfigurar la liturgia, sino lo más
anti-pastoral, impropio de un pastor que quiera llevar a su rebaño a los prados
fértiles; no es “creatividad” reinventar la liturgia constantemente a gusto del
consumidor humano, degradándola en espectáculo, sino que “creatividad” será
buscar medios de evangelización para las nuevas realidades y desafíos; no es
“evangelizar” hacer de la liturgia un discurso de moniciones constantes y
amplias homilías con el nuevo moralismo de hoy (¡hablar de valores!) porque la
liturgia evangeliza por sí misma y es distinta por completo del ámbito
didáctico de la catequesis.
La liturgia, que es sagrada, tiene su propia
función, su propio camino y su propia naturaleza; cuando se desacraliza, se
destruye, prestando un pésimo servicio a las comunidades cristianas.
P. Javier Sánchez Martínez, sacerdote
Misa Pontifical en Roma, en la iglesia parroquial de la Santísima Trinidad de los peregrinos,
31 de mayo de 2015
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