Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

25 de mayo de 2018

VIVAT DEUS, UNUS ET TRINUS, IN CORDIBUS NOSTRIS


EL "THRONUM GRATIAE"

Vitral de la Basílica del Espíritu Santo en Buenos Aires

Un ejemplo del arte cristiano, 
concebido con belleza y profunda simbología.



            La Basílica del Espíritu Santo presenta una planta en forma de cruz latina. En la intersección de la Nave Longitudinal y la Nave Transversal, se encuentra el Crucero. Este espacio se alza hasta la Bóveda central, en cuya cúspide se eleva un cimborrio que permite apreciar un doble efecto arquitectónico. Favorecer la iluminación interior y resaltar al exterior el punto de encuentro de las naves.





         En la breve linterna de este cimborrio se distingue un vitral o roseta que se ilumina naturalmente mediante una lucarna circular que aporta luz y ventilación desde el exterior, donde se eleva el cupulín que remata en su aguja con una veleta a los cuatro vientos.






         En el óculo central de este vitral se simboliza, por sobre todo el conjunto iconográfico de la Basílica, a DIOS UNO Y TRINO, ALFA Y OMEGA. Fue diseñada por el renombrado vitralista francés Gustave Pierre Dagrant.


            A finales de diciembre de 1906 la firma DAGRANT de Burdeos, Francia, concluyó y embarcó hacia Buenos Aires los vitrales, oportunamente encomendados para concluir la ornamentación iconográfica del templo del Espíritu Santo, diseñada por el Padre Arquitecto de la Congregación del Verbo Divino, R.P. Juan Beckert, svd.

            Es evidente que, al proyectar la magnífica Basílica, su talentoso arquitecto colocó este vitral en este lugar –el más alto del templo, luego de las torres-campanario- con una clara enseñanza. En la cúspide de las Bienaventuranzas se encuentra el “Trono de la Gracia”, hacia donde deben ir dirigidas las mentes y los corazones de los fieles reunidos en la celebración de la Sagrada Eucaristía.

         San Arnoldo Janssen encabezaba sus cartas con el lema: VIVAT DEUS, UNUS ET TRINUS, IN CORDIBUS NOSTRIS, fruto de su gran devoción a la Santísima Trinidad, heredada de sus mayores.




            La temática de este vitral es conocida con el nombre de Thronum Gratiae. La clara impronta sajona de esta imagen sagrada, surge especialmente en el alto Medioevo, hacia el siglo XII. 

            Hay muchas pinturas, tallas y códices miniados que representan este icono, y es evidente que estaba en la mente y en la espiritualidad de San Arnoldo Janssen, impulsor de la Basílica del barrio de Palermo. 

          Aquí copiamos seis ejemplos de la multitud de imágnes del Thronum Gratiae a lo largo de los siglos:



Miniatura del Misal de Cambrai, c 1120


Österreichischer Meister,Austria, 1410


Retablo de la Wiesenkirche de Soest, Westfälischer Meister (Maestro de Westfalia),(1260-1270)


Trinidad, de Alberto Durero (1511), óleo de 135 × 123 cm conservado en el Kunsthistorisches de Viena


Tron Laski, c 1500




Gnadenstuhl del Gertraudenhospital de Anfang, siglo XVI.





Gnadenstuhl barroco del coro de la Asamkirche de Múnich, 1733–1746.


         En el caso de la Basílica del Espíritu Santo se trata de un vitral diseñado en forma de roseta, que se organiza, primariamente, con un óculo central propiamente figurativo y hagiográfico. Representa la tradicional disposición trinitaria vertical 'en altura' Padre, Hijo y el Espíritu Santo entre ellos. Todo el conjunto está inscripto sobre un fondo de un vívido azul celeste, color también presente en los siete ventanales del ábside central de la Basílica. Esta cromía ha sido referenciada por expertos como "bleu Dagrant", lo que parece indicar que el genial vitralista había creado un azul particularmente reconocible.

  Finalmente, ese círculo central está rodeado por una corona concéntrica. Su composición es geométrica, bordeada por dos circunferencias de perlas. Está constituido por ocho paneles trapezoidales curvos que se concatenan formando la silueta de una estrella de 12 puntas ornamentada con un patrón de motivos vegetales, lóbulos, follajes y florones multicolores.










20 de mayo de 2018

NO SE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES


  CUIDA LA OBRA QUE HAS COMENZADO



  Digámosle que necesitamos de su presencia, y pidámosle que permanezca en nuestro corazón para no alejarse jamás de él.

  Mostrémosle nuestra alma sellada con su carácter indeleble en el Bautismo y la Confirmación; roguémosle que cuide de su obra.

     Somos suyos. Dígnese Él hacer en nosotros lo que le pedimos, pero que nuestros labios lo digan con sinceridad, y acordémonos que para recibir y conservar el Espíritu de Dios hay que renunciar al mundo, porque Jesús ha dicho: “No podéis servir a dos señores".

Dom Prosper Guéranger




VENI CREATOR SPIRITUS!



"Si queremos que Pentecostés
no se reduzca a un simple rito
o a una conmemoración,
sino que sea un acontecimiento actual de salvación,
debemos disponernos con religiosa espera
a recibir el don de Dios
mediante la humilde y silenciosa escucha de Su Palabra.

Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo,
tal vez es necesario que la Iglesia esté menos 'ajetreada' en actividades
y más dedicada a la oración".

Benedicto XVI
De su homilía del 31 de Mayo de 2009


LAS DOS  MANOS DE DIOS PADRE

Una reflexión para el día de Pentecostés, donde se palpita la gran sabiduría de la tradición cristiana entrelazada con la cultura griega y romana en una admirable síntesis, de gran profundidad espiritual




         Los Padres de la Iglesia solían graficar el misterio de la Trinidad diciendo que el Padre tenía dos manos: su Hijo y el Espíritu Santo. Quien más alentó esta imagen fue san Ireneo, explicando cómo la Redención no podría darse sin la complementación con que ambos brazos divinos conjugan la tarea, cada cual con su rol irreductible. 

         Alguno se atrevió a intensificar esto de los roles distintos, al punto de decir que casi eran roles opuestos aunque no contradictorios. 

         Y que gracias a esa divina oposición es que se da la magia de nuestra divinización.

         Su Mano Derecha, el Logos eterno, le aporta a la tarea Solidez, Rectitud, Firmeza, Justicia y Justeza. Él es la Roca. Lo firme. Él es el sí, sí; no, no. La Espada sin curvatura. La Solidez de la Verdad. Y encarnado, traduce con el peso de la materia, esos mismos rasgos intradivinos.

         Pero Dios tiene otra Mano. Y es el Pneuma increado.

Su “forma de ser” (si me dan venia para decirlo así) es notablemente diferente. Ya dentro de Dios mismo denota un rol bien otro: entre el Padre infinito y el Hijo infinito, es Él quien sondea esas honduras abisales de la entraña misma de Dios… Él es pura gracilidad, livianísima sutilidad, bellísima ligereza. Por eso el lenguaje humano cuando intenta nombrarlo recurre a las imágenes del Aire, del Fuego, del Agua, del Viento, del Aliento… 

         Así es Él en Dios y hacia fuera de Dios, cuando interviene, como Brazo divino, en la Obra redentora. 

         Son aquellas dos Manos del Padre, que Rembrandt, en su Regreso del Hijo pródigo se esmeró en pintar tan distintas.

         Insistamos: sus características tan diferentes son las que habilitan esta acción conjunta del Hijo y el Espíritu en nuestros corazones. Pero ojo: podría imaginarse que al ser fuerzas opuestas y de la misma intensidad, en la compensación se neutralizan mutuamente, dejando en reposo el Obrar de Dios en nosotros. 

         Pues no. En absoluto. 
        
         La coincidencia de opuestos se traban en una sinergia paradojal donde los opuestos se potencian. Una espada encerada no la torna más blanda: gana en vigor; como la fonte mana y corre con más gracia sobre el contrapunto de su lecho pedregoso. El tornado embistiendo contra el firme acantilado no le resta a éste su vigor: le suma aplomo y firmeza. Las ráfagas de viento soplando sobre el fuego, no lo apagan: lo azuzan, lo enardecen, lo avivan…

         Dicho con menos metáfora: la Ley de Dios, traspasada por el Aliento del Amor divino, no la mitiga ni atenúa: ¡al contrario!, alcanza un vigor y rigor descomunal. La filosa Palabra de Dios, atravesada por el divino Pneuma, no se licúa ni se diluye: ¡al contrario!, se intensifica. La Justicia divina abrasada por el Amor increado, no es menos justa: ¡al contrario!

         Lo dionisíaco y lo apolíneo no se compensan o anulan entre sí: configuran un divino Torbellino órfico, la maravilla de una Acción divina que precisa de lo recto y lo curvo, lo sólido y lo líquido, lo suave y lo firme… pero no en un vaivén bipolar, sino en la sinfónica simultaneidad de ambas Manos divinas.

Por eso necesitamos Pentecostés.

         Y por eso necesitamos que Pentecostés sea la plenitud de la Pascua.        

         La Iglesia siempre se vio tentada de atarle una de las Manos a Dios. Creyendo que la descompensación de fuerzas se resuelve inhibiendo lo dionisíaco o bien lo apolíneo. 

         Y no. Hay que restablecer, sin intervencionismos, el libérrimo actuar conjunto de ambos Brazos del Dios Uno. Para que el tono muscular exacto, la afinación precisa de la paradoja cristiana recobre su “a punto”.

         Una Iglesia pneumática sin la robustez del Logos encarnado, es un macilento fantasma. 

         Una Iglesia cristológica, sin la sutilidad del Espíritu divino, es un pesado y torpe elefante. 

         En cambio, cuando el cristiano es movido por Ambas Manos de Dios, se da “eso” tan peculiar, tan inédito en la historia de las religiones, tan curioso como maravilloso: la conjunción de todos los opuestos posibles engarzados como una pieza de encaje, en la minúscula existencia de esta joya miniaturista que es el corazón humano divinizado.

         Ocurre entonces lo inefable: el silencio de esta persona se torna elocuente, y al hablar dice el silencio; su veracidad es indulgente y su clemencia es abrumadoramente veraz; su amor es justísimo y su justicia, de una caridad exquisita. Alumbra como un cirio puesto en un lugar alto, desde el más secreto ocultamiento; la obediencia le otorga libertad, su pobreza lo hace rico, y su amor universal es tan concreto como un par de ojos donde se vuelca sin límites. 

         Logra lo imposible de impostar: ser aplomado y risueño, ser serio y afable, ser seguro y humilde. Áspero y cálido, calmo e imparable. Estable e imprevisible. Y no intercalando de a ratos lo uno y lo otro, sino en ese mágico “a-la-vez”. 

         El Hombre alcanzado por Cristo y el Espíritu es sereno y apasionado, profético y apacible. Es un niño anciano. Es lugareño y extranjero, comprometido y desentendido. Vive una cordura que es locura, y una fascinación por lo divino que es embriagadora sobriedad o sobria borrachera. Aplomo y desmesura se entresijan en apretada trama. Su alma es diminuta como un grano de mostaza y de una amplitud más vasta que el espacio estelar.
Está muerto pero vive. Lo embarga muy a la vez el temor y el amor, lo tremendo y lo fascinante, el llanto y el gozo.

         Y su plegaria (tal vez el rasgo más distintivo), su plegaria es tan sencilla como entramada: balbucea rezos como un niño con la seriedad de un adulto. Es tan gratuita como pretenciosa, tan pausada como insistente, tan confiada como retraída, tan simple como un vaso de agua, tan compleja como un meduloso vino. Sus rezos son sobrios y desmesurados. Audaces y comedidos. Disfruta su plegaria siendo su mayor calvario: es su refugio y su tormento. Reza con muy pocas palabras… que son incontables como las estrellas del cielo. Si valiera la sinestesia: en cada plegaria ruge como una paloma, y arrulla como un león…

         Heráclito lo llamó bajo un término hoy tan banalizado: “Harmonía”. Y dice el presocrático que sólo los dioses pueden otorgarla y que ésta no consiste en fusionar opuestos irreductibles, sino en lograr que se den juntos.

         ¿Cómo es posible encarnar tantos contrarios superpuestos?, ¿cómo pueden en el hombre darse semejante cúmulo de abrumadoras paradojas? 

         El secreto es uno solo: no ser portador de un Cristo sin Espíritu ni de un Espíritu sin Cristo. Sino ser receptor del Aliento divino soplado por la Boca de Jesús, nuestro Orfeo, la Roca tallada por el Viento, Apolo ungido por Dioniso. 

         Sólo en ese soplido se nos concede la coincidencia de opuestos, pues es la Voz de Uno de la Trinidad y el Hálito del Otro. Y entre Ambos fraguan en el alma la forma trinitaria, haciéndola dios por participación.

         El Can Cerbero ya ha sido hechizado por el poder de la Lira de Orfeo. Su amada Eurídice ya ha sido rescatada. Sopla aire fresco en Eleusis. Las ninfas todas claman por que el Hijo de Apolo nos envié a Dioniso para que todo el Olimpo vuelva a Zeus y vuelvan a haber héroes en la devastada tierra.

         Veni Creator Spiritus!"


Diego de Jesús
Monasterio del Cristo Orante, Mendoza.


19 de mayo de 2018

EL VERDADERO PROTAGONISTA DE LA IGLESIA


VENI SANCTE SPIRITUS!

 "Permanecer juntos fue la condición que puso Jesús para recibir el don del Espíritu Santo; el presupuesto de su concordia fue la oración prolongada. De este modo se nos ofrece una formidable lección para cada comunidad cristiana.

 A veces se piensa que la eficacia misionera depende principalmente de una programación atenta y de su sucesiva aplicación inteligente a través de un compromiso concreto. Ciertamente el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier otra repuesta se necesita su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia.

     Las raíces de nuestro ser y de nuestro actuar están en el silencio sabio y providente de Dios."


Benedicto XVI, Misa de Pentecostés 2006.




Una ilustración muy querida por San Arnoldo Janssen, fundador de los Misioneros del Verbo Divino, 
quien tenía una gran devoción al Espíritu Santo. 
Un cuadrito en triángulo similar a éste
lo regalaba a las personas y familias que se consagraban 
a la tercera persona de la Santísima Trinidad. 
Muestra en el vértice la mano de Dios Padre Creador, 
la Cruz y el monograma de Cristo Redentor 
y la paloma que representa al Espíritu Santo Vivificador, 
y siete rayos que simbolizan los siete dones.
Asimismo, los tres rayos dorados y los tres círculos enlazados evocan a la Santísima Trinidad.


Frontal del Altar de la Basílica del Espíritu Santo en la Solemnidad de Pentecostés.



13 de mayo de 2018

SANTO Y SEÑA DE LA ASCENSIÓN


¡SURSUM CORDA!
¡HABEMUS AD DOMINUM!

Ni reptantes aplastados por la gravedad del suelo,
ni fláccidos fantasmas etéreos


Tímpano del pórtico real de la Catedral de Chartres (s.XIII, transición del románico al gótico)

"Cuentan los registros de la época que en tiempo de los Padres de la Iglesia, e incluso bien entrado el Medioevo, no era infrecuente escuchar a varias cuadras de la iglesia el “sursum corda!”.

¿Qué era esto? El diálogo litúrgico que el sacerdote entablaba con la feligresía al comienzo de la anáfora, sobre el umbral del vórtice abisal de la Misa.

Lo notable es que no tenía visos de ser ni el gris y apagado cumplimiento de la rúbrica ni tampoco una piadosa y melosa monición. Reseñan los anales que esos “sursum corda” retumbaban en cada aldea de la Cristiandad como la arenga de un jefe militar a su tropa, como un montado caudillo azuza a su escuadrón en los umbrales de la batalla. ¡Sursum corda!, brama voz en cuello el capitán; “¡Habemus ad Dominum!” contesta el batallón al unísono cerrando filas. Y tras eso, avanza la columna, con su jefe a la cabeza, a conquistar las almas usurpadas por el enemigo. 

El vulgo no hablaba latín, ni falta que le hacía para reconocer y amar esta expresión como santo y seña de su falange. Es más: el sursum corda, en su apretada y seca concisión, tenía el temple de un látigo, de un ascua encendida, lo que ninguna lengua bárbara o romance podía ofrecer. 

Así creció la Cristiandad: al pulso vivo de los sursum corda.
Levantar el corazón hacia el Señor: quintaesencia de nuestra Fe. No nos hace falta mucho más. Y no sólo no hace falta mucho más sino mucho menos: nos sobra mucho ropaje pesado que nos impide el vuelo. 

Porque de eso se trata: de volar a Dios.

¿Y cómo?

Es crucial entender que el sursum corda no es un imperativo irracional, voluntarista. No es una empresa de mudanza arengando a sus peones para que levanten el piano hasta el altillo. Este piano es movido, es traccionado, desde el altillo… El corazón humano es atraído desde lo Alto. 

Por eso el sursum corda es conjuratorio. 

Curiosamente no contiene ningún verbo explícito (y mucho menos, en tiempo imperativo); apenas afirma “Hacia-arriba los corazones”: y el poder mismo de la conjura enciende el alma de los fieles, que en su respuesta atestiguan el milagro consumado. Un misterioso e irresistible poder imantador se desata en la entraña del creyente impulsado hacia arriba. 

Un arriba interior, un arriba espiritual, un arriba celestial.

Y no es menudo el milagro dado que el Hombre, en su caída condición actual, es un ser rastrero. Más allá del cínico eufemismo con que gusta llamarse “homo erectus”, ha recaído sobre él la maldición del Origen: “te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo”. A ese fámulo del suelo, a ese pobre y ruin incapaz siquiera de mirar por encima de su minúsculo mundito cotidiano, de otear por sobre su agostada tierra baldía... a ese se le conjura: ¡sursum corda! y cambian los vientos interiores: el gélido cierzo muerto se detiene (ese que sólo trae sequedad espiritual y lo marchita y aplasta todo) y entra a soplar el cálido austro, el apacible ábrego… ese Viento que recuerda los amores antiguos, el fervor primero, ese Viento divino que levanta los apetitos al amor de Dios y entra a aspirar por el huerto interior, trayendo las fecundas lluvias que todo lo aroman.

Cuánto anhelaba el hombre antiguo, apesadumbrado por angustias y aflicciones sin tregua, abatido por una vida áspera y dura, cuánto anhelaba que llegara el domingo y en nombre de Dios recayera sobre él el poderoso conjuro: ¡sursum corda! ¡Cómo no habría de oírse la Voz liberadora a leguas de distancia! 

Aquel reo conminado al castigo de masticar polvo era levantado a comer Pan de ángeles…

Sí: levantado, atraído, por Otro. No por sí mismo.

Pero, ¿quién opera esta tracción? ¿Quién es Ese que realiza tamaña proeza? ¿De quién es la Voz encantadora que derrama y conjura los sursum corda?

Es la Voz del Señor, la Voz de Cristo en Ascensión. Nuestro alado Juglar, nuestro ágil Cervatillo, nuestro Amado Señor volviendo al Padre.

Así como insistimos tanto en que el Verbo de Dios no se hizo hombre para hacerse hombre sino para divinizarnos, del mismo modo cabe decir que no bajó del Cielo para bajar del Cielo sino para poder subir al Cielo, subiéndonos con Él. Subió a los Cielos llevando cautivos. No vino al mundo para venir al mundo, sino para rescatarnos y llevarnos al Padre.

No es pequeña la paradoja de que en los tiempos actuales, en que tanto se ha insistido en la actuosa participación, este diálogo litúrgico carezca de fuego y brío. No sólo porque el castellano “levantemos”, opaco y pesado, dista tanto del rutilante “sursum”… sino porque se ha perdido el rumbo de la consigna, el norte al que apunta. Es más, corren penosos tiempos en que este levantar, este “elevarse” es hasta mal visto por desencarnado, por arrogante, elitista; por volado, sin compromiso.

La ingravidez tiene muy mala prensa hoy. 

Bajo la falaz dialéctica de “abajar el corazón hacia el hermano” se procura apagar la magia del sursum corda.

Aunque tal vez haya que coincidir con el mundo en la fobia a la ingravidez. Pues lo nuestro no es anular la gravedad sino invertirla, que la masa del sólido Cielo ejerza su intensa atracción y nos gravite sobre sí. Como, en arras, lo hacen tan bien el incienso y el fuego. 

Ni reptantes aplastados por la gravedad del suelo, ni fláccidos fantasmas etéreos: lo nuestro es el terso y grácil porte de quien está tensado al Cielo, así como una marioneta vive de arriba, es erguida desde arriba.

Sursum corda es el santo y seña, es la clave, la consigna, para dejarnos arrebatar y atraer al Cielo. Y es ésa la hermosura más excelsa de la vocación recibida, y en la que debería írsenos todo deseo, todo empeño, todo orante anhelo: dejarme arrebatar por Aquel que pasa en su carro alado: Cristo en ascensión. 

Su paso es furtivo (¡es la Pascua, es la Pascua del Señor!). Como un ave rapaz se echa raudamente sobre su presa para remontarla, así el Señor con nosotros. 

El Dios que se encarnó sin ti, no sube a los Cielos sin ti.


Diego de Jesús
Monasterio del Cristo Orante, Mendoza.

12 de mayo de 2018

SURSUM CORDA


“QUE SE ALCEN LOS PORTONES
QUE SE LEVANTEN LOS DINTELES
QUE SE ABRAN LAS ANTIGUAS COMPUERTAS:
VA A ENTRAR EL REY DE LA GLORIA”
(Cfr. Ps XXIII)


“Beda el Venerable, monje inglés muerto en el 735, cuenta, en sus crónicas de su viaje a Tierra Santa, que la noche de la Ascensión, el monte de los Olivos parecía estar encendido en fuego, de la cantidad de cristianos con antorchas que a medianoche subían para esperar la aurora rezando, todos orientados hacia el Saliente, festejando así esta entrañable fiesta.

Patriarca y clero; monjes y oblatos; hombres, mujeres y niños. Cientos, miles: todos en unívoca dirección de cara al Cielo, donde las nubes habían sido rasgadas por la Carne del Logos al penetrar las entrañas mismas de Dios, instalando a la Humanidad en los interiores de la Vida intratrinitaria. Y que prometió que del mismo lugar lo veríamos regresar.

La Cabeza –como ocurre en los partos– había salido del estrecho útero del mundo creatural para respirar el Aire increado. Y nosotros, su Cuerpo, los pies de esta Cabeza (diría Crisóstomo), habíamos iniciado el vuelo esponsal, sobre las plateadas alas del Águila de oro puro.

En este imponente Suceso –histórico y metahistórico a la vez– miríadas de ángeles avisan a las demás Potestades que alcen los portones, que levanten los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas; pues va a hacer su entrada triunfal el Rey de la Gloria. ¿Y quién es ese Rey de la Gloria? –atreve algún Querubín. Jesucristo, el Señor –avisa con tono grave san Miguel. El Señor de los ejércitos, el héroe valeroso, vencedor del Enemigo.

Así se inaugura la Liturgia celestial, la única Realidad, cuyas sombras y figuras configuran nuestras liturgias terrenas.

Y anota san Ambrosio: “los mismos ángeles se maravillaron de este Misterio. Cristo Hombre, al que vieron poco antes retenido en estrecha tumba, ascendía hasta lo más alto del Cielo. El Hijo regresaba vencedor, cargado de una presa desconocida, de un curioso botín conquistado a la Muerte. No, ¡no es un mero hombre el que entra, sino el Mundo entero en la Persona del Redentor de todos!”

Sí: el mundo entero, anidado en el Costado inmenso de su Esposo y Señor, sube como incienso a Lo Abierto de la Inmensidad divina; a la majestuosa intemperie de un Dios desmesurado”.

"¡Sursum corda! ¡Llévanos tras de Ti!"


El athonita



La oración colecta de la solemnidad de la Ascensión del Señor lo expresa con precisión y unción:

Concédenos, Dios todopoderoso,
darte gracias con santa alegría,
porque en la ascensión de Cristo, tu Hijo,
nuestra humanidad es elevada junto a Ti,
ya que Él, como cabeza de la Iglesia,
nos ha precedido en la gloria
que nosotros, su cuerpo, esperamos alcanzar.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.