Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

29 de enero de 2016

SENCILLAS NORMAS PARA ENCARAR EL ESTUDIO

A LO DIFÍCIL SE LLEGA POR LO FACIL

Un estudiante le preguntó a Santo Tomás de Aquino qué debe hacerse para alcanzar la sabiduría. Si bien la respuesta está dirigida a un joven fraile conventual, se adapta perfectamente a cualquier persona.



Puesto que me preguntaste, carísimo en Cristo, Juan, cómo te debes comportar para lograr el tesoro de la ciencia, estos consejos te doy sobre el particular:

1.  No quieras entrar inmediatamente en el mar, sino a través de los riachuelos, pues a lo difícil se debe llegar por lo fácil.

2.    Te mando que seas taciturno (callado, observador)…

3.     Procura tener limpia la conciencia.

4.     No dejes de dar tiempo a la oración.

5.  Ama el retiro prolongado de la habitación si quieres entrar en la bodega de la sabiduría.

6.     Muéstrate amable con todos.

7. No te preocupes de las cosas de los demás (de las  habladurías y cosas sin importancia…)

8.  No te muestres demasiado familiar con nadie, porque la  excesiva familiaridad engendra desprecio y resta tiempo al  estudio (de dar “ciertas confianzas” a personas con las que  no hay amistad…)

9.    No te entrometas en modo alguno en los dichos y hechos  de los demás.

10.    No quieras tratar de todo a la vez.

11.  Procura seguir los pasos de las personas buenas y santas.

12.   Encomienda a la memoria todo lo bueno que oyes, venga
de quien viniera.

13.    Procura entender lo que lees o escuchas.

14.     Clarifícate en las dudas.

15.   Esfuérzate en colmar la capacidad de tu mente, deseoso de llenar un vaso vacío.

16.    No intentes hacer lo que supera tu capacidad.

Si sigues este camino producirás durante tu vida en la viña del Señor hojas y frutos útiles. Si atiendes a mis consejos conseguirás lo que pretendes.


28 de enero de 2016

CUATRO BREVES REFERENCIAS SOBRE EL AQUINATE

 SANTO TOMAS DE AQUINO, 
presbítero y Doctor de la Iglesia 
(1224-1274)

Doctor Angélico, Lumen Ecclesiae, Doctor humanitas


Triunfo de Santo Tomás de Aquino, de Gozzoli.


En el Año Jubilar de la Misericordia, recordamos su conocido axioma:


«Quia iustitia sine misericordia crudelitas est, misericordia sine iustitia mater est dissolutionis.» (Super Evangelium S. Matthaei lectura. Capítulo V).

“La justicia sin misericordia es crueldad, en tanto que la misericordia sin justicia es el origen de la disolución” (Sobre el Evangelio según San Mateo, V)



Una oración atribuida a Santo Tomás de Aquino dice:


«Concédeme, Señor,
    una voluntad que te busque,
    una sabiduría que te encuentre,
    una vida que te agrade,
    una perseverancia que te espere con confianza
    y una confianza que, al final, llegue a ver tu Rostro».



Y el Beato Papa Pablo VI, dirigiéndose a quienes son docentes les indicó:


              “Los que tienen encomendada la función de enseñar... escuchen con reverencia la voz de los Doctores de la Iglesia, entre los que ocupa un lugar eminente Santo Tomás. En efecto, es tan poderoso el talento del Doctor Angélico, tan sincero su amor a la verdad y tan grande su sabiduría al indagar las verdades más elevadas, al explicarlas y relacionarlas con profunda coherencia, que su doctrina es instrumento eficacísimo, no sólo para poner a buen seguro los fundamentos de la fe, sino también para recabar de ella de modo útil y seguro frutos de sano progreso”



De la Oración de la memoria litúrgica:



                   Señor Dios nuestro, que hiciste admirable a santo Tomás de Aquino por su sed de santidad y por su amor a las ciencias sagradas, te pedimos que nos des su luz para entender sus enseñanzas y fuerza para imitar su vida.

27 de enero de 2016

LOS MALES DE UN EQUIVOCADO ECUMENISMO

DIEZ ERRORES QUE PUEDEN PROVOCAR UN MAL ENTENDIDO DIÁLOGO ECUMÉNICO
Una concepción equivocada del ecumenismo concluye en declarar inútil la evangelización

Un inteligente análisis de un laico español
en el blog ESPADA DE DOBLE FILO



El ecumenismo es una de esas buenas ideas cristianas que, como diría Chesterton, en ocasiones se vuelven locas y arrollan todo lo que encuentran a su paso. Conviene comenzar diciendo que, en sí, se trata de algo bueno, santo y necesario. A fin de cuentas, no es algo nuevo, ni una simple moda actual. La Iglesia siempre ha querido la unidad de todos los cristianos, siguiendo el ejemplo de Cristo, que oró por esa unidad durante la Última Cena: Padre, que todos sean uno, como Tú y Yo somos uno (Jn 17,21).
Desde el origen de la Iglesia, los cismas y herejías siempre se han considerado como una herida para la unidad, que debe cerrarse por medio de la oración, que hace que los esfuerzos humanos fructifiquen. Una muestra de esos intentos por lograr la unidad con los no católicos es la celebración del Concilio de Ferrara-Florencia del siglo XV, en el que se consiguió (siquiera brevemente) la unidad con ortodoxos y monofisitas (tras otro intento aún más breve en el II Concilio de Lion en el siglo XIII). Asimismo, es evidente que los católicos están obligados a amar a todos los hombres, también a los que no pertenecen a la Iglesia. Como recuerda el Concilio Vaticano II,  la caridad nos llama “a tratar con amor, prudencia y paciencia a los hombres que viven en el error o en la ignorancia de la fe” (Dignitatis Humanae, 14).
El Concilio Vaticano II dio un fuerte impulso al ecumenismo, en un contexto mundial en el que los avances de los medios de comunicación y los cambios demográficos y migratorios incrementaban el contacto cotidiano con personas de otras confesiones cristianas y también de otras religiones. No obstante, como hemos visto, eso no implica que el ecumenismo fuera una creación o una novedad del último Concilio. En cualquier caso, durante el último medio siglo, el ecumenismo ha dado algunos frutos notables, como una declaración sobre la justificación con luteranos (aunque rechazada por muchos de ellos), una declaración cristológica común con los monofisitas armenios o la creación de los ordinariatos anglicanos.
Por desgracia, sin embargo, el ecumenismo en muchas ocasiones se contamina de relativismo, indiferentismo, pelagianismo, voluntarismo, sincretismo, otra larga serie de ismos y, a veces, la simple falta de fe.
Cuando esto sucede, las consecuencias son terribles: confusión de los fieles, desconfianza ante la Verdad, adulteración de la fe, pérdida del verdadero sentido de lo que es la Iglesia (especialmente la fe en que la Iglesia es una y única) y abandono de la evangelización. De forma muy resumida, vamos a ver diez peligros que pueden pervertir el sentido del ecumenismo y, que, por desgracia, parecen ser bastante frecuentes hoy en día.


Diez peligros en los que puede caer (y a menudo cae) un mal entendido ecumenismo en la actualidad

1) Buscar una unidad que no esté basada en la Verdad
Tristemente, muchos aficionados al ecumenismo (y también supuestos “expertos”) tienden a reducir el Ecumenismo a llevarse bien, a una supuesta “unidad en el amor” que no incluye la “unidad en la verdad”. Según este enfoque, el amor une y la verdad separa, por lo que el ecumenismo debe centrarse en el primero y no en lo segundo.
Como es lógico, este enfoque no sólo es erróneo, sino directamente blasfemo. La Verdad es Jesucristo, de modo que decir que la verdad nos separa es decir que Cristo nos separa, algo que en realidad es propio del Diablo (en griego, dia-bolos significa precisamente el que crea división).

2) Plantear una especie de “religión de consenso”
La obsesión por la unidad a cualquier precio hace que a menudo se eviten los “temas difíciles” y se considere que lo único “importante” es lo que compartimos con otras confesiones, mientras que lo que nos separa es puramente accidental o simples costumbres particulares que son solamente cuestión de gustos.
Este enfoque disparatado olvida que la fe católica es un cuerpo y no pueden separarse unas partes de otras sin destruir por completo esa fe. Cuando se rechaza (o se oculta en la práctica) parte de la fe católica en aras de una supuesta unidad con otros cristianos, lo que se está haciendo es rechazar por completo la fe y sustituirla por una religión puramente humana, que no puede salvar.

3) Confundir ecumenismo y diálogo interreligioso
El ecumenismo se da entre cristianos, que ya somos hermanos por el bautismo y, por lo tanto, tenemos una unidad sacramental básica que puede (y debe) dar fruto en la unidad plena en la fe y en la caridad. Con los miembros de otras religiones no existe esta unidad sacramental y, por lo tanto, lo que conviene es dialogar, basándonos en lo que nos une, que es la razón y su búsqueda de la Verdad (aprovechando así que, como dice el Vaticano segundo, esas religiones, “no pocas veces reflejan […] un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (Nostra Aetate, 2).
Sin embargo, parece que hay una tendencia a ampliar el término ecumenismo a la relación con el judaísmo, el islamismo, incluso el budismo ateo, etc., que, evidentemente, quedan fuera del concepto, ya que, como decíamos, se limita a los cristianos separados. Las palabras tienen una cierta elasticidad, pero si se estiran demasiado, se rompen, y resultan in-significantes: ya no significan nada. Lo único que se logra con esto es devaluar la fe católica, porque se ponen en pie de igualdad el cristianismo (que es un don de Dios a los hombres) con las religiones no cristianas (que son meros intentos del hombre de encontrar a Dios), olvidando que la diferencia entre el primero y las segundas es infinita.

4) Buscar la unidad de las “iglesias” en lugar de la unidad de los cristianos
La búsqueda de la “unidad de las iglesias” es la forma protestante de entender el ecumenismo, ya que los protestantes (y, aparentemente, algunos supuestos católicos) creen en una “Iglesia invisible”, de la que más o menos forman parte todas las iglesias (protestantes), que para ellos son simplemente “denominaciones” y que idealmente deberían llevarse bien aunque en la práctica no lo hagan.
Los católicos, sin embargo, sabemos que no existe una unidad de las iglesias, porque sólo hay una Iglesia, que es la Iglesia Católica, como decimos en el Credo: Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Esa unidad es objeto de fe y, por lo tanto, es algo que ya existe, garantizado por Dios como un don y que nadie puede destruir, porque las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). Como dice el Catecismo, “pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una” (CEC 813) y esa unidad se simboliza en la túnica inconsútil (sin costuras) de Cristo.
Lo que sí hay que buscar es la unidad de los cristianos (cf. Unitatis Redintegratio 1), porque, como sabemos, muchos cristianos no están en plena comunión con la Iglesia (a pesar de que pertenecen a ella por el bautismo), sino que se adhieren a otras confesiones. Es decir, lo que está roto o al menos dañado es la unidad en la fe y la caridad de esos cristianos no católicos con la Iglesia una, católica y apostólica. Esa separación (que puede ser por herejía, apostasía o cisma) es una auténtica herida en el Cuerpo de Cristo y el amor de Cristo y de esos hermanos separados nos urge a buscar su curación, pero recordando siempre la verdad sobre la Iglesia una, santa, católica y apostólica: Cristo tiene una sola Esposa y un solo Cuerpo, la Iglesia.

5) Confundir el diálogo con hablar del tiempo
El diálogo, que es un elemento básico del ecumenismo (cf. Unitatis Redintegratio, 4; 9; 11) es una búsqueda de la verdad a través del uso de la razón (dia-logos).
Sin embargo, a veces parece que el diálogo ecuménico se convierte en un fin en sí mismo, en lugar de un medio para encontrar la verdad. Se celebran entonces reuniones inacabables, autorreferenciales y narcisistas, como diría el Papa, en las que no se dialoga propiamente, sino que lo que se hace es hablar de todo menos de la verdad. Es el equivalente eclesial de hablar del tiempo en un ascensor, es decir, limitarse a vaguedades y lugares comunes que no comprometen a nada ni a nadie.

6) Perder y hacer perder el tiempo
Un peligro grande, a mi juicio, consiste en dar una importancia desorbitada al ecumenismo, dedicándole tiempo y recursos que estarían mejor dedicados a otras cosas.
Hay multitud de diócesis españolas, por ejemplo, para las que el ecumenismo debería limitarse prácticamente a las jornadas de oración por la unidad de los cristianos, porque las (pequeñísimas) otras confesiones cristianas son algo completamente ajeno a la vida de la inmensa mayoría de sus fieles. En cambio, tienen delegados de ecumenismo, reuniones con otras confesiones (generalmente, dedicadas a convertir a católicos y sacarlos de la Iglesia), encuentros, celebraciones (a menudo, con “clérigos” no católicos de los grupos más extraños y extravagantes, ya que no tienen otros a mano) y tesis doctorales. Estas cosas podrían tener algún sentido en épocas en las que sobraran el tiempo y los recursos, pero en una época de falta de vocaciones y en la que la evangelización es una urgencia de vida o muerte, perder el tiempo en ellas es ridículo y, probablemente, pecaminoso.

7) Pretender llegar a la meta sin siquiera haber comenzado la carrera
A veces se “queman etapas”, intentando llegar a la unidad o incluso pretendiendo haber llegado ya a esa unidad sin haber puesto los cimientos necesarios. Muchos bienintencionados pero torpes ecumenistas proponen, por ejemplo, que católicos y protestantes celebren juntos la Eucaristía, sin entender que no puede haber comunión eucarística si no hay comunión en la fe. Así lo ha entendido siempre la Iglesia, en Oriente y en Occidente: la Eucaristía es a la vez signo y causa de la unidad de la Iglesia.
Otra modalidad de este error consiste en un supuesto “ecumenismo desde abajo” que propone una política de hechos consumados: pequeñas comunidades de católicos y no católicos que, por propia iniciativa, celebran juntos los sacramentos como si ya hubiera unidad de hecho entre ellos. Parece evidente que lo único que se puede conseguir con estas cosas es fomentar el indiferentismo religioso para el que todo da igual y, de paso, cometer sacrilegios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2120).

8) Confundir a los fieles
Las posibilidades de confundir a los fieles con un ecumenismo mal entendido o imprudente son legión, ya que cualquier acción pública de la Iglesia o de clérigos católicos tiene siempre una dimensión de catequesis. En ese sentido, es una terrible imprudencia dar la impresión de que se aprueban errores en un esfuerzo por llevarse bien con los cristianos de otras confesiones. Esto es especialmente importante en todo lo que se refiere a celebraciones litúrgicas, porque, no lo olvidemos, lex orandi, lex credendi.
Por ejemplo, cuando los fieles ven a su párroco o a su obispo en una “celebración”, junto a una “obispa” gay protestante, ambos revestidos con ornamentos litúrgicos y presidiendo cada uno una parte de la celebración, casi inevitablemente llegan a la conclusión de que todo da igual y de que el protestantismo y el catolicismo, en el fondo, son lo mismo. Lo mismo sucede cuando se ceden iglesias católicas para ceremonias protestantes. A mi juicio, estas celebraciones deberían reducirse al mínimo y, en general, no hacerse con “ministros” que en realidad no han recibido el sacramento del orden (o, peor aún, no pueden recibirlo). Una cosa es tener una reunión no litúrgica en la que al principio o al final se rece un padrenuestro, por ejemplo, y otra muy diferente devaluar el culto a Dios con personas que no son realmente ministros ordenados pero pretenden serlo.

9) Lenguaje buenista
Otra posibilidad de error (que también está presente en otros campos, como el de la teología moral) es el uso de un lenguaje excesivamente buenista, que sólo se fija en lo bueno y “positivo”, como si todo fuera de color de rosa y la separación se limitase a un simple malentendido, sin reconocer la realidad del error y el pecado. Es obvio que la cortesía y el respeto son buenos, pero esa cortesía y ese respeto nunca pueden ejercerse a costa de la verdad, porque decir la verdad (que hace libres a los hombres) es la mayor muestra de respeto y cortesía. Yo he venido al mundo para dar testimonio de la Verdad, dijo Cristo (Jn 18,37).
Hemos visto múltiples ejemplos de este problema con ocasión del próximo aniversario de la Reforma protestante. Multitud de “expertos” ecumenistas cantan las bondades de esa Reforma y del propio Lutero, olvidando las terribles herejías introducidas por ella (que siguen siéndolo) y el enorme pecado que supuso (al margen de las posibles buenas intenciones subjetivas de los participantes, que son cuestiones que le competen sólo a Dios). Como dijo el cardenal Koch, “no podemos celebrar un pecado”.

10) Suplantar a la evangelización
Es quizá el mayor peligro de un ecumenismo mal entendido. En muchos casos (por no decir muchísimos), un ecumenismo desviado termina por arrebatar su lugar a la evangelización, sustituyendo la importancia de que los hombres conozcan la verdad y formen parte de la única Iglesia de Cristo por “procesos” de acercamiento entre las diversas confesiones cristianas. Se llega incluso a desaconsejar o dificultar las conversiones individuales al catolicismo, algo que es un terrible pecado contra la fe.
Como consecuencia del error número 4, olvidan estos “ecumenistas” que la misma declaración Dignitatis Humanae comienza diciendo “que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los hombres” (DH 1). Difícilmente podría ser más claro: “única y verdadera religión” y “todos los hombres”. 
La evangelización es un mandato fundamental de Cristo a la Iglesia. Cualquier planteamiento que pretenda sustituirla por otra cosa es, ipso facto, un engaño y una tentación, que destruye a los hombres, privándoles de la vida eterna. Dios nos libre de esta tentación.
Conviene señalar, por último, que estos diez peligros están interrelacionados y, de hecho, todos ellos surgen del primero (la falta de cimiento en la Verdad) y van a desembocar en el décimo (el abandono de la evangelización), igual que de una raíz podrida sale un árbol enfermo que da frutos malos. Por ello, si se quieren solucionar hay que ir a esa raíz y sanarla.



26 de enero de 2016

LA ESCISIÓN DE LA TÚNICA INCONSUTIL DEL CUERPO DE CRISTO

LA REFORMA DE LUTERO Y EL CONCILIO DE TRENTO



La Historia de la Iglesia nos brinda muchas enseñanzas, que es bueno recordar y tener presentes. 

El siglo XVII fue una época tormentosa para la vida de la Iglesia católica. 

Aquí un breve resumen de la dolorosa escisión que produjo el luteranismo y la respuesta vigorosa de la propia Iglesia, con una pléyade de santos místicos, fundadores y confesores que a la luz del tiempo se agigantan.


"Es lícito encolerizarse cuando se sabe qué especie de traidores, ladro­nes y asesinos son los papas, sus cardenales y legados. 
Le complacería a Dios que varios reyes de Inglaterra se empeñaran en acabar con ellos.
Castigamos a los ladrones a espada; ¿por qué no hemos de agarrar al Papa, a los cardenales y a toda la pandilla de la Sodoma romana y lavarnos las manos en su sangre?
Todos estos caerán cuando su sacrílega y abominable Misa haya sido reducida a polvo” 

(Martín Lutero)



¿Cuáles son las causas más remotas y generales del protestantismo de Lutero?



La primera causa es sin duda la decadencia de la autoridad pontificia, agudizada durante el período de Aviñón. Allá los papas multiplicaron los casos y beneficios reservados a la curia para aumentar las rentas pontificias, lo cual fue ocasión de innumerables protestas. Disminuye todavía más el prestigio del papado con motivo del cisma de occidente, cuando el pueblo no sabe dónde está la verdadera cabeza de la iglesia. Se acostumbran a no obedecer al papa romano. La doctrina de los teólogos y de la universidad sobre la preeminencia del concilio sobre el pontificado supone una profunda herida en el prestigio y la autoridad del sucesor de Pedro. A esto se añade que durante el siglo XV y XVI, los papas se preocupan más de lo temporal y político que de lo religioso. Se convierten en príncipes seculares e intentan crear un reino para sí y sus familiares, como los demás príncipes de Italia.

Una segunda causa hay que descubrirla en la decadencia de la teología escolástica, junto con el falso misticismo. De aquí nacen errores radicales. Los humanistas desprecian a los teólogos, y se preocupan más por la forma externa, que por el fondo y contenido. Los protestantes no sólo desprecian a los teólogos, sino también a la misma teología, pues la consideran opuesta al cristianismo. El falso misticismo influye en el fideísmo protestante y se convierte en médula de la piedad calvinista. La teología ha derivado en dialéctica ociosa. Pero la mística sin el fundamento de la teología puede terminar en un misticismo peligroso

Una tercera causa está en los abusos y corruptelas de los clérigos y en la avidez de recursos de la curia romana. Esto, aunque grave, no debería causar un rompimiento, pero sí exigía una reforma.

Todo esto indica que el campo estaba preparado. Bastó que Lutero lanzase su consigna de reforma y de vuelta al primitivo cristianismo, para que muchos le siguiesen.

Y una cuarta causa: la condición político-social de Europa y especialmente de Alemania, donde se acentúa un acusado nacionalismo frente a la política imperial de Carlos V. Muchos príncipes y nobles alemanes serán de los primeros en adherirse a la causa revolucionaria de Lutero.


¿Quién fue el protagonista de esta Reforma?


El monje agustino Martín Lutero fue el protagonista de este doloroso cisma en la Iglesia católica. Qué duda cabe que en un inicio Lutero se movió por una actitud verdaderamente religiosa, pues quería una iglesia más pura y acorde al Evangelio. Pero con el paso del tiempo las pasiones irascibles le hicieron explotar y desobedecer a la autoridad papal, pues Lutero era violento e intransigente. Se ordenó de sacerdote, no tanto por vocación sincera, sino por el deseo de no condenarse, dado que él sentía dentro de sí muy fuerte la concupiscencia.

¿Cuál fue la chispa que provocó el incendio?


El príncipe Alberto compró al Papa León X el arzobispado de Maguncia. Para que Alberto pagara, León X le concedió publicar una indulgencia para recabar dinero destinado a la construcción de la catedral de Maguncia y de la basílica de san Pedro en Roma. Indignado Lutero publicó 95 proposiciones acerca de la doctrina de las indulgencias, mezclando reproches contra la autoridad eclesiástica, y las clavó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Lutero rechazaba la falsa seguridad que daban las indulgencias, pues el cristiano no puede comprar la gracia de Dios. Lutero en estos primeros momentos se mostraba moderado en su ataque al papado y no pensaba en romper con Roma. Sus tesis tuvieron un enorme éxito a través de Alemania y de toda Europa. Erasmo las aprobó con entusiasmo.


¿Cómo reaccionó la Iglesia con Lutero?


Durante tres años, los miembros de su orden y algunos enviados de Roma intentaron persuadirle a corregir sus afirmaciones. Pero la disputa despertó el nacionalismo alemán. Lutero se presentó como el campeón de un pueblo cansado de los procedimientos fiscales de la corte romana y de la acumulación de los bienes eclesiásticos en Alemania. Lutero, enardecido por esto, apeló a la reunión de un concilio y comenzó a criticar duramente al papa y la autoridad eclesiástica.

En junio de 1520, la bula pontificia “Exsurge, Domine” condenaba 41 proposiciones de Lutero. Tenía dos meses para obedecer y enmendarse. Lutero quemó solemnemente la bula el 10 de diciembre de 1520. En enero de 1521 fue excomulgado. Convocado a la dieta de Worms para que explicara su pensamiento, ante la asamblea de los príncipes del imperio y ante el emperador Carlos V, rey de España y emperador de Alemania, Lutero afirmó que se sentía obligado únicamente por la Escritura y por su conciencia, y mantuvo sus posiciones. Fue desterrado del imperio y tuvo que ocultarse en mayo de 1521. En su retiro tradujo la Biblia al alemán. En la ciudad de Espira se llevó a cabo una asamblea con el fin de apagar el incendio que ocasionó Lutero; pero los luteranos descontentos, protestaron ante la Dieta de Espira (1529). Desde entonces quedaron con el nombre de “protestantes”.


Estos son los puntos doctrinales de Lutero, que contrastaban con la doctrina de la Iglesia católica:


a) Sólo la Escritura: ni Tradición ni Magisterio son necesarios. La única fuente de la verdad revelada es la Escritura, y cada quien la interpreta a su manera (libre examen).


b) Sólo la fe, sin obras: nuestras obras están corrompidas, porque estamos empecatados desde la punta de la cabeza hasta los pies; por tanto, nuestras obras no merecen nada. Sólo hay que creer en Cristo que nos tiende su manto de misericordia. La salvación, dice, proviene de la fe, no de las obras ni de la recepción de los sacramentos. Para Lutero no existe el libre albedrío, sino que la concupiscencia es invencible, pues el hombre, después del pecado original, quedó incompleto, sin fuerzas ni libertad. Por tanto, si nuestras obras no valen para Lutero, tampoco valen nuestras oraciones y misas por los difuntos. Nuestros actos –sigue diciendo- son pecaminosos. Sólo la fe le salva. Para Lutero, Dios lo hace todo, el hombre no hace nada.

c) Sólo el Bautismo y una Eucaristía sui generis: niega los demás sacramentos. Pero, aunque admitía la eucaristía y una cierta presencia de Cristo en ella, negaba su carácter sacrificial y la transubstanciación. Para él el orden sagrado no era un sacramento y negaba toda diferencia entre sacerdotes y laicos. Y no admitía la confesión hecha a un sacerdote. Tampoco el matrimonio para él era sacramento y por lo mismo admitió el divorcio.

d) Sólo Cristo: por tanto, rechazó los intermediarios, pues creía que toda mediación humana era negar la mediación única de Cristo y hacer depender del hombre su propia salvación. Por lo mismo rechazó el culto a la Virgen y a los santos, y negó que la iglesia tuviera poder de alcanzar la remisión de las culpas a base de indulgencias.

e) Sólo la Iglesia invisible. Él acepta la Iglesia, pero la concibe como la comunidad interior e invisible de los creyentes; en consecuencia rechaza su estructura visible y jerárquica, querida por Cristo.


¿Qué consecuencias trajo la reforma de Lutero?


Alemania se dividió, unos a favor y otros en contra de Lutero. Los nobles se lanzaron al asalto de las tierras eclesiásticas, en nombre de la igualdad de los hombres ante Dios. Los campesinos pobres se sublevaron contra los señores que los explotaban. Y todo en nombre de la Palabra de Dios. Lutero invitó a los señores a matar a los revoltosos, al no poder aplacar a los campesinos. ¡Fue una guerra atroz!

Después del cisma de Lutero vinieron muchas otras separaciones en la iglesia. Hagamos un recuento de ellas.

a) Los anabaptistas predicaban la necesidad de un nuevo bautismo, que debían recibirse en edad adulta; por lo mismo no admitían el bautismo de los niños. Coincidían con los luteranos en afirmar que sólo la fe salva y en decir que la eucaristía sólo tiene valor de memorial. Pero se diferenciaban de ellos en que rechazaban toda autoridad, no sólo eclesiástica sino también civil, pues los vueltos a bautizar formaban una comunidad de iguales. De esta corriente fue Thomas Münzer que promovió la guerra de los campesinos, y Jan Bochelson que se proclamó rey de Münster y permitía la poligamia.

b) Calvino, laico francés, se adhirió a las nuevas ideas reformistas, pero desarrolló una doctrina propia sobre la predestinación, según la cual Dios ya tiene predestinados a unos para el cielo y a otros para el infierno, independientemente de sus obras.

c) Zwinglio, fascinado por las ideas de Lutero, defendió la Escritura como única fuente de la verdad en la iglesia, criticó el culto a las imágenes, el celibato impuesto a los sacerdotes, y llegó hasta a negar el sacramento de la eucaristía. En Zurich secularizó los conventos y promovió la liturgia en alemán.

d) Juan Knox, sacerdote católico escocés, se dejó seducir por las ideas reformistas y fundó la iglesia presbiteriana. Perseguido en su tierra, se refugió junto a Calvino.

e) Enrique VIII, rey de Inglaterra, al no obtener del papa la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, siguió el ejemplo de protesta de Lutero proclamando la independencia de la Iglesia anglicana, y constituyéndose él mismo en su cabeza. Santo Tomás Moro, canciller del reino, siguiendo el dictamen de su conciencia prefirió morir antes que aceptar las disposiciones separatistas y divorcistas del rey Enrique, que a toda costa quería del papa Clemente VII el divorcio de Catalina de Aragón para contraer matrimonio con Ana Bolena. Así, pues, Enrique VIII se autonombró jefe espiritual de la iglesia inglesa y amenazó con la pena de muerte a aquellos súbditos que no lo reconociesen como tal. También fue condenado a muerte el cardenal Juan Fisher y otros. La hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón, María Tudor, al convertirse en reina, restableció el catolicismo y procedió a más de 200 ejecuciones de protestantes; hecho éste que le valió el nombre de María la sanguinaria. La reina Isabel (1558-1603), hija de Enrique y Ana Bolena, volvió a borrar el catolicismo del reino inglés reduciéndolo a las catacumbas y estableció definitivamente el anglicanismo.

Europa, pues, quedó dividida religiosamente. Hubo luchas y guerras de religión que llenaron de sangre varias partes de Europa. Enrique IV de Borbón, convertido al catolicismo publicó en 1598 el tolerante edicto de Nantes que reconoció la libertad religiosa; es decir, que cada príncipe escogiera la religión para su territorio: “Cuius regio, eius religio” (cada región tiene su religión). Los súbditos tienen que seguir la opción de su príncipe o marcharse al destierro.

¿Cómo acabó el monje Lutero? Finalmente, en 1525, Lutero se casó con una antigua religiosa, Catalina Bora, “para burlarse del diablo y de sus satélites... y de todos los que son lo bastante locos para prohibir casarse a los clérigos”.



¿Qué juicio podemos dar sobre la doctrina de Lutero y el luteranismo?


a) Aspectos positivos.
 Lutero, al inicio, sólo pretendía volver al primitivo cristianismo del que se había venido alejando la iglesia, y eso era bueno. No pretendía en ese tiempo separarse de la Iglesia Católica. También era un elemento positivo el valor que concedía a la Sagrada Escritura y su deseo de ponerla al alcance de todos los cristianos. Ya hemos dicho que la tradujo al alemán. También era bueno su afán por recalcar el valor salvífico de la fe, que había quedado oscurecido por el tráfico de indulgencias. Es asimismo de alabar la importancia que concedió al bautismo y el haber puesto en evidencia la igual dignidad de todos los bautizados.

b) Aspectos negativos. Pero la doctrina de Lutero puso en discusión y negó muchas verdades fundamentales de la fe católica. Poco a poco, lo que comenzó siendo una reforma de las costumbres terminó en una reforma de la fe católica y de la estructura misma de la Iglesia. Sus buenos deseos terminaron en rebeldía y herejía, al negar el origen divino de la jerarquía, al entender la justificación en un sentido que no tenía suficiente cuenta de la cooperación humana, al rechazar varios de los sacramentos. Eso fue lo triste, pues rompió la túnica inconsútil de la Esposa de Cristo.

Además de la escisión que produjo en la Iglesia, su doctrina produjo otros males. El más vistoso es el subjetivismo tanto al interpretar la Escritura al defender el “libre examen”, como en el campo dogmático por negar el papel magisterial del Papa y de los obispos. Algunos autores ven en este subjetivismo una de las raíces del racionalismo moderno.

Otra consecuencia negativa fue que, al aliarse con los nobles de la nación alemana, incrementó la sujeción de las iglesias al estado. Si miramos este punto con imparcialidad, tendremos que recordar la frase de Péguy: “Todo comienza en mística y todo acaba en política”.



La gran Reforma católica: El Concilio de Trento


Dios hizo surgir la reforma católica, no sólo para combatir al protestantismo, sino para lanzar con más claridad la doctrina de la Iglesia católica.

La Iglesia católica convocó el concilio de Trento (1545-1563), bajo los Papas Paulo III, Julio III
y Pío IV.


El fin y el objeto de Trento fue salvar la ortodoxia de las costumbres, mantener la unidad de la Iglesia, reanimar la santidad en el clero y el pueblo. Trento abrió una nueva era a la iglesia y sus decretos empezaron a practicarse por toda la cristiandad. El concilio además de abocarse a la reforma de las costumbres, se centró sobre todo en aclarar la doctrina católica, negada por Lutero.


En la primera etapa del concilio (1545-1547), siendo Papa Paulo III, se reconoció el valor de la tradición apostólica, igual al de la Escritura como fuente de fe; se definió el canon  de los libros inspirados; se declaró el significado de la Vulgata, no en el sentido filológico (ausencia de errores de traducción), sino en el dogmático; se proclamó como norma de interpretación de la Escritura la opinión común de los santos padres y el juicio de la Iglesia; se publicaron los decretos dogmáticos sobre el pecado original y sobre la justificación; se llevó a examen y se definió la doctrina sobre los sacramentos en general y del bautismo y de la confirmación en particular, y se dio una serie de decretos de reforma respecto a la predicación, la obligación de residencia y el cúmulo de beneficios.


En la segunda etapa (1551-1552), siendo Papa Julio III, prosiguieron los decretos relativos a la eucaristía, a la penitencia y a la extremaunción, además de los concernientes al ejercicio de la autoridad episcopal, las costumbres del clero y la colación regular de los beneficios eclesiásticos.

En la tercera etapa (1561-1563), siendo Papa Pío IV, se promulgaron los decretos sobre la comunión bajo las dos especies, que declararon no necesaria; sobre el carácter sacrificial de la misa; sobre los sacramentos del orden y del matrimonio; sobre el purgatorio, la veneración de los santos, de las imágenes y reliquias. Simultáneamente se dieron cuarenta y dos artículos, que pueden ser considerados como la esencia de la reforma tridentina, concernientes a los más importantes sectores de la vida eclesiástica: acerca de la residencia de los obispos, las condiciones para la colación de las órdenes por parte de los obispos, el uso del latín en la celebración de la misa y administración de sacramentos, sobre la disciplina del clero, la formación eclesiástica, etc.

El 15 de julio de 1563 se aprobó el importante decreto sobre la erección de los seminarios; solamente por él se podían dar por bien empleados todos los trabajos del concilio. Igualmente, se legisló sobre diversos aspectos de la vida en la Iglesia: el matrimonio que invalidaba los matrimonios clandestinos, las indulgencias, los ayunos, las visitas pastorales, la observancia de los días festivos, la acumulación de beneficios, la reforma de las órdenes religiosas... Y propició, además, que más tarde se publicara el misal y el breviario, el Catecismo Romano y del índice de libros prohibidos.

En esta última etapa asistieron 225 Padres: seis cardenales, tres patriarcas, 193 arzobispos y obispos, siete abades y siete superiores generales de órdenes religiosas, 39 procuradores de otros tantos prelados ausentes.

Habían pasado dieciocho años desde su inauguración. Pío IV confirmó los decretos conciliares mediante la bula “Benedictus Deus” (1564) e instituyó la Congregación del Concilio para la mejor interpretación de los mismos y su ejecución. Tales decretos fueron aceptados sin reserva por la mayor parte de los soberanos y de los Estados católicos. Sólo Francia admitió los dogmáticos, pero no los disciplinares.

Aquí están resumidos los principales puntos doctrinales del concilio de Trento:


a) Declaró que las fuentes de la revelación son las Escrituras y la tradición de la Iglesia. De esta manera la Iglesia contestaba la doctrina de Lutero que todo lo cifraba en la sola Escritura.


b) Fijó los libros de la Biblia o canon: son 73 libros; 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. Los protestantes aceptan 39 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento; en total, 66 libros; siete menos que los católicos. Los protestantes no aceptan Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiastés, Baruc, 1 y 2 de Macabeos.


c) Explicó la doctrina del pecado original, la gracia y los sacramentos, que en pocas palabras se resume así: El hombre nace herido con el pecado original, pero no corrompido. Dicho pecado se borra totalmente con el bautismo, aunque queda la concupiscencia o la tendencia o inclinación al pecado. El bautismo nos santifica y el hombre con la gracia del bautismo y de los sacramentos puede hacer obras buenas y meritorias a los ojos de Dios. Así daba contestación al protestantismo que decía que el hombre estaba totalmente corrompido y era incapaz de hacer el bien, aunque haya recibido el bautismo. Para ellos el bautismo hace justo al hombre, pero no porque lo regenere, sino porque Dios ya no le imputa el pecado, en virtud de los méritos de Cristo.


d) Reafirmó la existencia de los siete sacramentos.


e) Afirmó que sólo la fe en Jesucristo salva, pero que las obras buenas son necesarias. Los protestantes decían que sólo la fe salva, pues todas las obras hechas por el hombre son obras empecatadas y no agradables a Dios.


f) Volvió a enseñar, conforme a la tradición, el valor de las indulgencias, el culto a los santos, el celibato, la vida religiosa, la existencia del purgatorio. Para ganar las indulgencias se necesita, además de la obra de caridad a la que está ligada, tener un corazón contrito, que rechaza el pecado. Ese espíritu penitencial se debe manifestar confesándose, recibiendo la comunión y rezando por las intenciones del papa. Si no hay este espíritu penitencia, la indulgencia sería una compraventa, que es lo que Lutero echó en cara a la Iglesia.


g) Publicó el Catecismo romano, destinado a los párrocos, para ayudarles en su predicación y en la enseñanza del catecismo a los niños.


Los Papas aplicaron el concilio, organizaron la Iglesia, instituyeron seminarios, universidades. Roma se embelleció y adquirió su fisonomía de capital del mundo católico. La cúpula de la basílica de san Pedro se acabó en 1590. Los años santos de 1575 y 1600 tuvieron un gran éxito.


Grandes santos hombres y mujeres que vivieron en este tiempo de Reforma católica, entre quienes es preciso citar a San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús. Pedro Canisio, jesuita holandés, recorrió incansablemente Europa y especialmente los países germánicos para poner en práctica la reforma católica. En Milán, Carlos Borromeo representa el modelo de obispo según el concilio de Trento: llevó una vida austera, reunió sínodos diocesanos, fundó colegios y seminarios

La Orden de clérigos regulares llamada Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, y aprobada por el Papa Paulo III en 1540 colaboró enormemente en este esfuerzo de la Iglesia por preservar y defender la fe católica, contra el virus protestante. Fue realmente un baluarte firme y seguro del catolicismo. Gracias a ella, Trento se llevó adelante.

En consecuencia, el concilio de Trento imprimió un nuevo rumbo a la Iglesia; afirmó la ortodoxia y devolvió al pueblo la confianza en sus pastores. Desde Trento, el obispo y el párroco deberán vivir con el pueblo.