LA AUTORIDAD DE LOS PADRES Y LA EDUCACIÓN DE
LAS ALMAS
Carta del
Abad del Monasterio de Barroux, Francia
Venerable Enrique Shaw, su esposa e hijos
La
elección de la escuela es una
fuente de angustia para algunos padres, prestos a hacer grandes sacrificios a
fin de dar una buena educación a sus hijos. Pero, ¡Atención! La escuela no lo
hace todo. Al contrario, los padres son los primeros educadores
de las almas que Dios les ha confiado muy especialmente. Lo principal de la
educación se hace en el hogar.
Permítanme, entonces, darles algunos consejos pedagógicos de base, sacados del
capítulo de la Regla de San Benito sobre el abad, consejos de buen sentido
sobre la autoridad de los padres. La autoridad de los padres, del padre y de la
madre, es absolutamente necesaria para lograr
una buena educación.
Que el
padre y la madre se recuerden del nombre que ellos llevan, y
realicen por sus actos el título de jefes de familia. Es decir, que ellos tomen
consciencia de su participación
en la autoridad de Dios sobre sus hijos; de hecho, que ellos tengan
una verdadera autoridad sobre sus hijos en cuanto a las verdades que deben
saber, y al comportamiento que ellos deben tener. Los padres deben darles a sus
hijos órdenes e instrucciones como una semilla en las almas. Que el padre y la
madre se recuerden a menudo que ellos deberán dar cuenta exacta en el juicio de
Dios: sobre sus enseñanzas, y sobre la obediencia de sus hijos. ¿Ellos habrán
les enseñado la verdad; ellos habrán hecho lo que sea necesario para que sus
hijos les obedezcan? Porque no es suficiente sólo explicar, es necesario
también aplicar lo explicado.
Demasiados
padres no creen en su autoridad, o renuncian a ella, porque es una responsabilidad difícil y
laboriosa la de conducir a las almas. Difícil, porque el educador
debe adaptarse a cada temperamento: a algunos, el sólo consejo le es
suficiente; a otros, será necesario repetírselos a menudo; a otros todavía,
será necesario corregirles más duramente. Difícil, porque ellos no
deben cerrar los ojos ante el mal, bien al contrario, ellos deben
extirpar las faltas y pecados hasta en su raíz, y lo más rápido posible, a fin
de inculcar a los niños buenos hábitos. Y al mismo tiempo, la corrección debe
ser justa, y no rascar demasiado la herrumbre, ni quebrar la caña ya doblada.
Un
punto muy importante: la
unidad entre el padre y la madre. La doble autoridad es querida por Dios,
porque Él la refuerza por el número, y la suaviza al mismo tiempo por la
diversidad de las sensibilidades. Pero esto también tiene sus peligros. Si los
niños sienten una oposición entre sus padres, ellos no tendrán la tranquilidad
de espíritu para recibir en profundidad las buenas enseñanzas. Los hijos
peligran también de tomar parte por el uno o por el otro, o de hundirse en el
error para seguir sus propios placeres, o de tomar pretexto en estas
desavenencias para no hacer caso a nada. Según san Benito, la
desunión entre las autoridades es la peor cosa que pueda suceder en una
comunidad. En revancha, la autoridad de los padres será tanto más
aceptada, cuanto más ellos muestren ejemplo por sus actos. Ellos deben inculcar
en sus hijos lo que es bueno y sano más por actos que por palabras. Y el acto
primero y fundamental es la unidad.
Un
último punto: san Benito pone en guardia a los “jefes de familia” de no
descuidar la educación de las almas, dándole más importancia a las
cosas pasajeras, terrestres y caducas. Que ellos no se preocupen
excesivamente de tener pocos recursos, teniendo por eso que dejar a
menudo a los niños solos en las casas. Un niño debería siempre encontrar a
alguien en la casa cuando vuelve de la escuela. A alguien, y no a algo.
Dom
Louis-Marie OSB, Abad de Sainte-Madeleine, Le Barroux,
en la
Carta a los Amigos del Monasterio del 15 de Septiembre de 2015
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