Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

29 de noviembre de 2015

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

LAS DOS VENIDAS

(de las Catequesis de San Cirilo de Jerusalen, siglo II)


 
Les anunciamos la venida de Cristo, y no sólo una, sino también una segunda que será sin duda mucho más gloriosa que la primera. La primera se realizó en el sufrimiento, la segunda traerá consigo la corona del Reino.

Porque en Cristo casi todo presenta una doble dimensión.

- Doble fue su nacimiento: uno, de Dios, antes de todos los siglos; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos.

- Doble su venida: una en la oscuridad y calladamente, como lluvia sobre el césped; la segunda, en el esplendor de su gloria, que se realizará en el futuro.

- En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado en un pesebre; en la segunda aparecerá vestido de luz.

- En la primera sufrió la Cruz, pasando por encima de su ignominia; en la segunda vendrá lleno de poder y de gloria, rodeado de todos los ángeles.

Por lo tanto, no nos detengamos sólo en la primera venida, sino esperemos, en vigilante espera, la segunda.

Y así como en la primera dijimos: “Bendito el que viene en nombre del Señor”, en la segunda repetiremos lo mismo cuando, junto con los ángeles, salgamos a su encuentro y lo aclamemos adorándolo y diciendo de nuevo: “Bendito el que viene en nombre del Señor”.

Por eso, la fe que hemos recibido por tradición nos enseña a creer en Aquel que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre. Y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.

Vendrá, por tanto, Jesucristo desde el cielo, vendrá glorioso en el último día. Y entonces será la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será totalmente renovado.

¡VEN SEÑOR JESÚS!

(Las imágenes son del Nacimiento del Señor en la Fachada de la Natividad de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona y Cristo con la Cruz en la Plaza de San Pedro, en Roma)


27 de noviembre de 2015

INICIO DEL ADVIENTO


REFLEXIÓN AL INICIAR EL ADVIENTO



En vigilante espera...


Por el R.P. Rainero Cantalamessa ofm, Predicador de la Casa Pontificia



Referida a las Sagradas Lecturas del I Domingo de Adviento,
ciclo C:

Jeremías 33 14-16;
1 Tesalonicenses 3, 12-4,2;
Lucas 21, 25-28.34-36



Recuerdo haber visto de niño, en una revista de aventuras, una escena que se me quedó fijada para siempre. Es por la noche y se ha caído un puente del ferrocarril; un tren, ignorante, llega a toda velocidad; el guardavías se pone entre éstas gritando: «¡Detente! ¡Detente!», agitando una linterna para señalar el peligro; pero el maquinista está distraído y no lo ve, y avanza arrastrando el tren al río... No querría cargar las tintas, pero me parece una imagen de nuestra sociedad, que avanza frenéticamente al ritmo de rock ‘n roll, desatendiendo todas las señales de alarma que provienen no sólo de la Iglesia, sino de muchas personas que sienten la responsabilidad del futuro...

Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El Evangelio que nos acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de Lucas. La Iglesia acoge la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un año al otro, para invitarnos a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo, a plantearnos las preguntas que cuentan: «¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y sobre todo, ¿adónde vamos?».


En las lecturas de la Misa dominical, todos los verbos están en futuro. En la primera lectura escuchamos estas palabras de Jeremías: «Mirad que días vienen –oráculo del Señor- en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo...».


A esta espera, realizada con la venida del Mesías, el pasaje evangélico le da un horizonte o contenido nuevo, que es el retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos. «Las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria».


Son tonos e imágenes apocalípticas, de catástrofe. Sin embargo se trata de un mensaje de consuelo y de esperanza. Nos dicen que no estamos caminando hacia un vacío y un silencio eternos, sino hacia un encuentro, el encuentro con Aquél que nos ha creado y que nos ama más que un padre y una madre. En otro lugar el propio Apocalipsis describe este evento final de la historia como una entrada al banquete nupcial. Basta con recordar la parábola de las diez vírgenes que entran con el esposo en la sala nupcial, o la imagen de Dios que, en el umbral de la otra vida, nos espera para enjugar la última lágrima que penda de nuestros ojos.


Desde el punto de vista cristiano, toda la historia humana es una larga espera. Antes de Cristo se esperaba su venida; después de Él se espera su retorno glorioso al final de los tiempos. Precisamente por esto el tiempo de Adviento tiene algo muy importante que decirnos para nuestra vida. Un gran autor español, Calderón de la Barca, escribió un célebre drama titulado La vida es sueño. Con igual verdad se debe decir: ¡la vida es espera! Es interesante que éste sea justamente el tema de una de las obras teatrales más famosas de nuestro tiempo: Esperando a Godot, de Samuel Beckett...


Cuando una mujer está embarazada se dice que «espera» un niño; los despachos de personas importantes tienen «sala de espera». Pensándolo bien, la vida misma es una sala de espera. Nos impacientamos cuando estamos obligados a esperar una visita o una experiencia. Pero ¡ay si dejáramos de esperar algo! Una persona que ya no espera nada de la vida está muerta. La vida es espera, pero es también cierto lo contrario: ¡la espera es vida!


¿Qué diferencia la espera del creyente de cualquier otra espera, por ejemplo, de la espera de los dos personas que aguardan a Godot? Ahí se espera a un misterioso personaje (que después, según algunos, sería precisamente Dios, God, en inglés), pero sin certeza alguna de que llegue de verdad. Debía acudir por la mañana, envía a decir que irá por la tarde; en ese momento dice que no puede ir, pero que lo hará con seguridad por la noche, y por la noche que tal vez irá a la mañana siguiente... Y los dos pobrecillos están condenados a esperarle; no tienen alternativa.


No es así para el cristiano. Éste espera a Uno que ya ha venido y que camina a su lado. Por esto, después del primer domingo de Adviento, en el que se presenta el retorno final de Cristo, en los domingos sucesivos escucharemos a Juan Bautista que nos habla de su presencia en medio de nosotros: «¡En medio de vosotros -dice- hay uno a quien no conocéis!». Jesús está presente en medio de nosotros no sólo en la Eucaristía, en la palabra, en los pobres, en la Iglesia... sino que, por gracia, vive en nuestros corazones y el creyente lo experimenta.


La del cristiano no es una espera vacía, un dejar pasar el tiempo. En el Evangelio del domingo Jesús dice también cómo debe ser la espera de los discípulos, cómo deben comportarse entretanto, a fin de no verse sorprendidos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida... Estad en vela, pues, orando en todo tiempo...».


Pero de estos deberes morales tendremos ocasión de hablar en otros momentos. Termino con un recuerdo cinematográfico. Hay dos grandes historias de iceberg llevadas a la gran pantalla. Una es la del Titanic, que conocemos bien..., la otra la relata la película de Kevin Kostner Rapa Nui, de hace algunos años. Una leyenda de la isla de Pascua, situada en el Océano Pacífico, dice que el iceberg es en realidad una nave que cada ciertos años o siglos pasa junto a la isla para permitir al rey o al héroe del lugar encaramarse a ella e ir hacia el reino de la inmortalidad.

Existe un iceberg en la ruta de cada uno de nosotros, la hermana muerte. Podemos fingir que no lo vemos o no pensar en ello como la gente despreocupada que, en el Titanic, estaba de fiesta esa noche, o podemos estar preparados para subirnos y dejarnos conducir hacia el reino de los santos. El tiempo de Adviento debería servir también para esto...

25 de noviembre de 2015

EJEMPLO DE AUSTERO ARS CELEBRANDI

EN EL DÍA DE CRISTO REY




Retablo Mayor de la Capilla del Convento carmelitano de Beas de Segura.


Una impecable trasmisión de Televisión Española, del pasado 22 de noviembre de 2015, en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.

Se trata de la Misa celebrada en el Convento San José de las Carmelitas, en Beas de Segura, Jaén. Es la primera de las fundaciones de Santa Teresa en Andalucía, en 1575.

Un broche magnifico del Año Jubilar teresiano y del Año de la vida consagrada.

Se puede apreciar en este video la maravillosa arquitectura de la capilla conventual y la dignísima celebración de la Eucaristía, presidida por el Vicario General de la diócesis de Jaén.

Todo perfectamente previsto, sin prisas, con una austera solemnidad, una profunda piedad y una sagrada serenidad.

Excelente el Coro de las religiosas de clausura, que al concluir la Misa entonan el himno CHRISTUS VINCIT.

Un ejemplo edificante de cómo deben celebrarse los sagrados Misterios de la Liturgia. Una homilía corta, profunda y aleccionadora. Los fieles que siguen con unción la celebración. Y todos los detalles bien atendidos, sin nerviosismos y con sobriedad.

Es de destacar el cáliz usado en este Misa, que perteneció a San Juan de la Cruz.

Al contemplar estas imágenes de un pequeño pueblo perdido de España, reconforta ver la fuerza interior de la Iglesia, diseminada por todo el orbe, que rinde culto de honor a su Divino Fundador, el Rey del Universo.

El enlace:

http://www.rtve.es/alacarta/videos/dia-del-senor/dia-del-senor-convento-santa-teresa-beas-del-segura-jaen/3373638/



22 de noviembre de 2015

"YO SOY REY"

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

La escultura románica catalana del siglo XII sobre el Crucifijo

En el Evangelio de hoy, 
en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo (Ciclo B)
se lee el impresionante diálogo entre Poncio Pilato y Cristo, ocurrido antes de su crucifixión, 
aludiendo a su trono y su gloria que es la Cruz.

Pilatos le dijo:

            «¿Entonces Tú eres rey?»
   
Jesús respondió:
       
            «Tú lo dices: Yo soy rey.
            Para esto he nacido
            y he venido al mundo:
            para dar testimonio de la Verdad.
            El que es de la Verdad, escucha mi voz».
                                                                           (Jn, 18, 36-37)






En la foto se observa:

Una cruz policromada con Cristo en Majestad o Maiestas Domini.

Este Cristo es un claro exponente de la escultura románica catalana y manifiesta lo que de conceptual y solemne tiene el arte medieval. Es la representación del Crucificado, que se prodigó desde comienzos del siglo XII en el Pirineo catalán

Lo muestra vivo y triunfante en la Cruz. Esta última tipología, heredera de la tradición bizantina, se caracteriza por la rigidez y frontalidad de las figuras, representadas con grandes ojos abiertos y los pies clavados
separadamente.

La pieza presenta a Cristo sin corona vestido con una larga túnica de tipo siríaco, decorada con águilas imperiales. La esquematización de la figura, su actitud hierática y el rostro sin sufrimiento, tratan de transmitir su soberanía y magnificencia.

La cruz, policromada por ambos lados, es también símbolo de realeza, por lo que se trata más de un trono que de un instrumento de suplicio. 

Sobre la cabeza de Cristo se lee la inscripción: IHS XPS REX ON, abreviatura de Iesus Christus Rex Iudeorum (Jesucristo Rey de los Judíos).

En su parte superior están pintadas personificaciones del sol y de la luna, que aluden al eclipse que se produjo a la muerte de Jesús.

A la derecha está la Virgen, a la izquierda, San Juan y, en la parte inferior, Adán saliendo del sepulcro como símbolo de la redención del hombre por Jesucristo.


Se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

21 de noviembre de 2015

LA PAZ DE CRISTO EN EL REINO DE CRISTO


LA PAZ DE CRISTO
EN EL REINO DE CRISTO

A continuación reproducimos algunos fragmentos 
de la Encíclica Ubi Arcano de S. S. Pío XI, 
del 23 de diciembre de 1922, 
los cuales resuenan con gran actualidad en estos momentos de violencia y discordia.


II. LOS MALES PRESENTES

2. La falta de paz.
Admirablemente cuadran a nuestra Edad aquellas palabras de los Profetas:
Esperamos la paz y este bien no vino,
el tiempo de la curación, y he aquí el terror;
el tiempo de restaurarnos, y he aquí a todos turbados.
Esperamos la luz, y he aquí las tinieblas…;
y la justicia, y no viene; 
la salud, y se ha alejado de nosotros.

Pues aunque hace tiempo en Europa se han depuesto las armas, sin embargo sabéis cómo en el vecino Oriente se levantan peligros de nuevas guerras, y allí mismo, en una región inmensa como hemos antes dicho, todo está lleno de horrores y miserias, y todos los días una ingente muchedumbre de infelices, sobre todo de ancianos, mujeres y niños, mueren de hambre, de peste y por los saqueos; y donde quiera que hubo guerra no están todavía apagadas las viejas rivalidades, que se dan a conocer: o con disimulo en los asuntos políticos, o de una manera encubierta en la variedad de los cambios monetarios, o sin rebozo en las páginas de los diarios y periódicos; y hasta invaden los confines de aquellas cosas que por su naturaleza deben permanecer extrañas a toda lucha acerba, como son los estudios de las artes y de las letras.

 3. Falta la paz internacional.
 De ahí que los odios y las mutuas ofensas entre los diversos Estados no den tregua a los pueblos ni perduren solamente las enemistades entre vencidos y vencedores, sino entre las mismas naciones vencedoras, ya que las menores se quejan de ser oprimidas y explotadas por las mayores, y las mayores se lamentan de ser el blanco de los odios y de las insidias de las menores. Y los Estados sin excepción, experimentan los tristes efectos de la pasada guerra; peores ciertamente los vencidos, y no pequeños los mismos que no tomaron parte alguna en la guerra. Y los dichos males van cada día agravándose más, por irse re tardando el remedio; tanto más, que las diversas propuestas y las repetidas tentativas de los hombres de Estado para remediar tan tristes condiciones de cosas han sido inútiles, si ya no es que las han empeorado. Por todo lo cual, creciendo cada día el temor de nuevas guerras y más espantosas, todos los Estados se ven casi en la necesidad de vivir preparados para la guerra, y con eso quedan exhaustos los erarios, pierde el vigor de la raza y padecen gran menoscabo los estudios y la vida religiosa y moral de los pueblos.

4. Falta la paz social y política.
 Y lo que es más deplorable, a las externas enemistades de los pueblos se juntan las discordias intestinas que ponen en peligro no sólo los ordenamientos sociales, sino la misma trabazón de la sociedad.
Debe contarse en primer lugar la “lucha de clases", que, inveterada ya como llaga mortal en el mismo seno de las naciones, inficiona las obras todas, las artes, el comercio; en una palabra, todo lo que contribuye a la prosperidad pública y privada y este mal se base cada vez más pernicioso por la codicia de bienes materiales de una parte, y de la otra por la tenacidad en conservar los, y en ambas a dos por el ansia de riquezas y de mando. De aquí las frecuentes huelgas, voluntarias y forzosas; de aquí los tumultos públicos y las consiguientes represiones, con descontento y daño de todos.
 Añádanse las luchas de partido para el gobierno de la cosa pública, en la que las partes contendientes suelen de ordinario hostilizarse con la mira puesta, no sinceramente, según las varias opiniones, en el bien público, sino el logro del propio provecho con daño del bien común. Y así vemos cómo van en aumento las conjuras, cómo se originan insidias, atentados contra los ciudadanos y contra los mismos ministros de la autoridad; cómo se acude al terror, a las amenazas, a las francas rebeliones y a otros desórdenes semejantes, tanto más perjudiciales cuanto mayor es la parte que en el gobierno tiene el pueblo, cual sucede con las modernas formas representativas. Estas formas de gobierno, si bien no están condenadas por la doctrina de la Iglesia (como no está condenada forma alguna de régimen justo y razonable), sin embargo, conocido es de todos cuán fácilmente se prestan a la maldad de las facciones.

5. Falta la paz doméstica.
 Y es verdaderamente doloroso ver cómo un mal tan pernicioso ha penetrado hasta las raíces mismas de la sociedad, es decir, hasta en las familias, cuya disgregación hace tiempo iniciada ha sido muy favorecida por el terrible azote de la guerra, merced al alejamiento del techo doméstico de los padres y de los hijos, y merced a la licencia de las costumbres, en muchos modos aumentada. Así se ve muchas veces olvidado el honor en que debe tenerse la autoridad paterna; desatendidos los vínculos de la sangre: los amos y criados se miran como adversarios;se viola con demasiada frecuencia la misma fe conyugal, y son conculcados los deberes que el matrimonio impone ante Dios y ante la sociedad.

Falta la paz del individuo.
 De ahí que, como el mal que afecta a un organismo o a una de sus partes principal mente hace que también los otros miembros, aun los más pequeños, sufran, así también es natural que las dolencias que hemos visto afligir a la sociedad y a la familia alcancen también a cada uno de los individuos. Vemos, en efecto, cuan extendida se halla entre los hombres de toda edad y condición una gran inquietud de ánimo que les hace exigentes y díscolos, y cómo se ha hecho ya costumbre el desprecio de la obediencia y la impaciencia en el trabajo. Observamos también cómo ha pasado los límites del pudor la ligereza de las mujeres y de las niñas, especial mente en el vestir y en el bailar, con tanto lujo y refinamiento, que exacerba las iras de los menesterosos. Vemos, en fin, cómo aumenta el número de los que se ven reducidos a la miseria, de entre los cuales se reclutan en masa los que sin cesar van engrosando el ejército de los perturbadores del orden.

Resumen de males.
 En vez, pues, de la confianza y seguridad reina la congojosa incertidumbre y el temor; en vez del trabajo y la actividad, la inercia y la desidia; en vez de la tranquilidad del orden, en que consiste la paz, la perturbación de las empresas industriales, la languidez del comercio, la decadencia en el estudio de las letras y de las artes; de ahí también, lo que es más de lamentar, el que se eche de menos en muchas partes la conducta de vida verdadera mente cristiana, de modo que no sola mente la sociedad parece no progresar en la verdadera civilización de que suelen gloriarse los hombres, sino que parece querer volver a la barbarie.

6. Falta la paz religiosa. Daños espirituales.
 Y a todos estos males aquí enumerados vienen a poner el colmo aquellos que, cierto, no percibe el hombre animal, pero que son, sin embargo, los más graves de nuestro tiempo. Queremos decir los daños causados en todo lo que se refiere a los intereses espirituales y sobrenaturales, de los que tan íntimamente depende la vida de las almas; y tales daños, como fácilmente se comprende, son tanto más de llorar que las pérdidas de los bienes terrenos, cuanto el espíritu aventaja a la materia. Porque fuera de tan extendido olvido de los deberes cristianos, arriba recordado, cuán grandes penas nos causa, Venerables Hermanos, lo mismo que a vosotros, el ver que de tantas Iglesias destinadas por la guerra a usos profanos no pocas están todavía sin abrirse al culto divino; que muchos seminarios, cerrados entonces, y tan necesarios para la formación de los maestros y guías de los pueblos, no pueden todavía abrirse; que en todas partes haya disminuido tanto el número de sacerdotes arrebatados unos por la guerra mientras se ocupaban en el ministerio, extraviados otros de su santa vocación por la extra ordinaria gravedad de los peligros, y que por lo mismo en muchos sitios se vea reducida al silencio la predicación de la palabra divina, tan necesaria para la edificación del cuerpo místico de Cristo.
  
IV. REMEDIOS DE ESTOS MALES
Ya hemos enumerado brevemente, Venerables Hermanos, las causas de los males que afligen a la sociedad; veamos los remedios aptos para sanarla, sugeridos por la naturaleza misma del mal.


12. La paz de Cristo.
 Y ante todo es necesario que la paz reine en los corazones. Porque de poco valdría una exterior apariencia de paz, que hace que los hombres se traten mutuamente con urbanidad y cortesía, sino que es necesaria una paz que llegue al espíritu, los tranquilice e incline y disponga a los hombres a una mutua benevolencia fraternal. Y no hay semejante paz si no es la de Cristo; y la paz de Cristo triunfe en nuestros corazones; ni puede ser otra la paz suya, la que Él da a los suyos, ya que siendo Dios, ve los corazones, y en los corazones tiene su reino. Por otra parte, con todo derecho pudo Jesucristo llamar suya esta paz, ya que fue el primero que dijo a los hombres: Todos vosotros sois hermanos, y promulgó sellándola con su propia sangre la ley de la mutua caridad y paciencia entre todos los hombres: este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado: soportad los unos las  cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo.

16. La paz de Cristo en el Reino de Cristo. Extensión y carácter de este reino
Síguese, pues, que la paz digna de tal nombre, es a saber, la tan deseada paz de Cristo, no puede existir si no se observan fielmente por todos en la vida pública y en la privada las enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo: y una vez así constituida ordenadamente la sociedad, pueda por fin la Iglesia, desempeñando su divino encargo, hacer valer los derechos todos de Dios, los mismo sobre los individuos que sobre las sociedades.
En esto consiste lo que con dos palabras llamamos Reino de Cristo. Ya que reina Jesucristo en la mente de los individuos, por sus doctrinas, reina en los corazones por la caridad, reina en toda la vida humana por la observancia de sus leyes y por la imitación de sus ejemplos. Reina también en la sociedad doméstica cuando, constituida por el sacramento del matrimonio cristiano, se conserva inviolada como una cosa sagrada, en que el poder de los padres sea un reflejo de la paternidad divina, de donde nace y toma el nombre; donde los hijos emulan la obediencia del Niño Jesús, y el modo todo de proceder hace recordar la santidad de la Familia de Nazaret. Reina finalmente Jesucristo en la sociedad civil cuando, tributando en ella a Dios los supremos honores, se hacen derivar de él el origen y los derechos de la autoridad para que ni en el mandar falte norma ni en el obedecer obligación y dignidad, cuando además le es reconocido a la Iglesia el alto grado de dignidad en que fue colocada por su mismo autor, a saber, de sociedad perfecta, maestra y guía de las demás sociedades; es decir, tal que no disminuya la potestad de ellas -pues cada una en su orden es legítima-, sino que les comunique la conveniente perfección, como hace la gracia con la naturaleza; de modo que esas mismas sociedades sean a los hombres poderoso auxiliar para conseguir el fin supremo, que es la eterna felicidad, y con más seguridad provean a la prosperidad de los ciudadanos en esta vida mortal.
De todo lo cual resulta claro que no hay paz de Cristo sino en el reino de Cristo, y que no podemos nosotros trabajar con más eficacia para afirmar la paz que restaurando el reino de Cristo.




20 de noviembre de 2015

CRISTO REY EN EL ARTE CRISTIANO

“Maiestas Domini” o Cristo en Majestad 

Es una iconografía del cristianismo utilizada tanto en pintura como en escultura y mosaico, que representa la figura de Cristo en actitud triunfante, como Juez y Rey,  y que posee un simbolismo con característica particulares. Se colocaban en las iglesias abaciales, de catedrales y de parroquias, tanto rurales como urbanas. Recibe también el nombre de Pantocrátor.


Especialmente en la Edad Media esta expresión artística en los templos tenía una finalidad catequética y buscaba que los fieles se introdujeran en los misterios que se celebraban en los templos. Ayudaba a comprender el carácter consagrado que poseen estos lugares sagrados.

1. En la escultura románica

Especialmente destacado es la representación de Cristo Rey y Juez en los tímpanos de las puertas de acceso de los templos románicos. Hay innumerables ejemplos de éstos en toda Europa.

En las fotos vemos al tímpano de la Catedral de Burgos (arriba) y el famoso Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela (abajo)




La idea central de colocar esta imagen a la puerta del templo es la de invitar a quien ingresa a tomar conciencia que está entrando a un lugar consagrado, que es considerado Casa de Dios y Puerta del Cielo, donde se celebran los misterios de la fe, como un anticipo de la Jerusalén celestial

2. En la pintura románica

En el arte románico, con el término Pantocrátor se designa la imagen con que se representa al Redentor

La figura, siempre mayestática, muestra a la persona divina en similar actitud: con la mano diestra levantada para impartir la bendición y teniendo en la izquierda los Evangelios o las Sagradas Escrituras. En ocasiones, se representa sólo el busto; otras veces, la figura completa entronizada. 

Se lo pinta en el interior del templo, en las bóvedas de horno de los ábsides, de manera que los fieles, al participar del Sacrificio Eucarístico, tienen ante su mirada el altar y esta imagen.

En la foto se observa el ábside de San Clemente de Tahull, en Cataluña.




3. En mosaico bizantino

El arte bizantino es una expresión artística que se configura a partir del siglo VI, fuertemente enraizada en el mundo helenístico, como continuadora del arte paleocristiano oriental. En sus primeros momentos, Bizancio se consideró como el continuador natural, en los países del Mediterráneo oriental, del Imperio romano, siendo transmisor de formas artísticas que influyen poderosamente en la cultura occidental medieval. Los períodos del arte bizantino se ajustan, como es frecuente, a las grandes fases de su historia política. La policromía de sus mosaicos puede ser admirada, aún hoy.

En la foto Cristo Pantocrátor (Parte del Mosaico de la Deésis) El más famoso de los mosaicos bizantinos (siglo XII) de la Iglesia de la Sagrada Sabiduría (Hagia Sofia) conservado en Estambul (antigua Constantinopla) y el Pantocrator de la Catedral de Cefalú.








4. En los códices miniados o miniaturas

En los manuscritos y libros ilustrados de la Edad Media, las miniaturas, palabra proveniente del Latín miniare,[1] eran pinturas o dibujos de figuras, incluidas o no en escenas o composiciones, las cuales, en su caso, representaban diversos temas propios de su etapa histórica, como los temas de carácter sacro, similares a los que llenaban los vitrales de las catedrales e iglesias en el arte románico y en el primer arte gótico.

La figura de Jesucristo Rey aparece en muchos de estos manuscritos iluminados, con hermosos fondos de oro y gran colorido.
En la reproducción se observa un códice del año 1220




5. En vitrales

Si bien en los vitrales góticos no proliferó la imagen de Cristo Rey, hay una tendencia moderna a producirlos en los templos contemporáneos.

Un buen ejemplo de ello es el que muestra la foto, de la Catedral de Vitoria, recientemente fabricado.



18 de noviembre de 2015

LA HIJA PRIMOGÉNITA DE LA IGLESIA

Santa Clotilde, reina de los francos

Artífice del título de Francia (Reino de los francos)
como “hija primogénita de la Iglesia


Vitral neogótico de SANTA CLOTILDE en el monasterio de San Martín de Florac


Clotilde nació en Lyon, reino de Borgoña, en el año 475, y desde niña sufrió mucho ya que su tío Gundebaldo mandó asesinar a su padre y ahogar a su madre. Ella huyo a Ginebra y en el año 493 se casó con el Rey Clodoveo, tras ser perseguida por sus parientes arrianos.
Clodoveo era el rey de los francos, quienes eran un pueblo bárbaro que aún conservaba una religiosidad pagana con culto a Odín. En breve tiempo nació el primer niño de este matrimonio y a pesar de que Clodoveo no era católico, accedió a los ruegos de Clotilde para que se bautizara al niño. Lamentablemente el niño murió en pocos días y esto provocó que Clodoveo pensara que era obra de los dioses que lo castigaban por haber permitido el bautizo. Al año siguiente nació el segundo hijo y de nuevo Clotilde logró que se le bautizara, a pesar de los temores y supersticiones del rey.
Grande sorpresa fue que el niño creció con mucha salud, mientras tanto Clotilde trataba de convertir a su esposo al catolicismo explicándole la fe y pidiendo a Dios la gracia de la conversión.
En el año 496 se llevó a cabo la batalla de Tolbiac: los germánicos estaban a punto de vencer al ejército de Clodoveo. Esto significaría la caída del reino de los francos. Clodoveo, recordando al Dios del que su esposa le había hablado tanto, le juró que si ganaba la batalla se bautizaría católico. Sorprendentemente la victoria fue para Clodoveo después de que el jefe de los germánicos fue abatido y que el ejército se dispersara, fiel a su palabra, al poco tiempo, se hizo bautizar por el obispo San Remigio junto con 3000 miembros de su ejército.
Así es como Francia se convirtió en la primogénita de la Iglesia, el reino franco fue el primero de los reinos que irían abrazando la fe católica.
En el año 511 muere Clodoveo y Clotilde entristecida por tantas guerras entre sus propios hijos por la ambición del poder que los llevó a hacerse la guerra unos contra otros, al punto que varios nietos de la santa murieron a espada en aquellas guerras civiles por la sucesión. Se retiró a un monasterio de Tours donde se entregó a servir a los pobres y a atender enfermos y afligidos junto con una vida de oración.
Una noche sus hijos Clotario y Childeberto estaban preparándose para un enfrentamiento mutuo en la mañana siguiente. Clotilde pasó toda esa noche en oración mientras los otros pensaban en la batalla. De repente una tormenta tremenda hizo que la batalla fuera imposible de realizarse y los dos hermanos acabaron por reconciliarse.
Estos dos hijos llevarían, cuando muere Clotilde en el 545, los restos de su madre para enterrarlos al lado de la tumba del rey Clodoveo. La fiesta litúrgica de Santa Clotilde es el 3 de junio. San Gregorio de Tours dice que la reina Clotilde era admirada por todos a causa de su gran generosidad en repartir limosnas, y por la pureza de su vida y sus largas y fervorosas oraciones.


Bautismo del Rey Clodoveo por el Obispo San Remigio. Vitral de la Saint Chapelle



17 de noviembre de 2015

EL SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA DE DIOS

CARTA PASTORAL DEL ARZOBISPO DE SEVILLA

Monseñor Juan José Asenjo
15 de noviembre de 2015



El sacramento de la Penitencia en el Año Jubilar de la Misericordia: fuente de crecimiento espiritual

Escudo episcopal del actual arzobispo de Servilla

LA CONFESIÓN:
UN REGALO DE LA MISERICORDIA DE DIOS


Queridos hermanos:

Si meditáramos con frecuencia en la omnipotencia divina reflejada en la creación del mundo y en todas las intervenciones de Dios a lo largo de la Historia Santa, quedaríamos admirados de las maravillas obradas por Dios con el antiguo Israel y con nosotros, el nuevo Israel, testigo de su encarnación, de su predicación y milagros, de su pasión, muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones.

Dentro de todas las maravillas obradas por Dios en la vida de la Iglesia y en nuestra propia vida, no es menor la misericordia que Él derrocha con nosotros cuando pecamos y perdona nuestras faltas si arrepentidos las confesamos humildemente en el hermosísimo sacramento de la penitencia, con la conciencia de que Dios nos perdona plenamente y hasta el fondo. Cuando entre nosotros nos perdonamos, queda siempre un poso de resentimiento. Dios nuestro Señor, sin embargo, nos perdona del todo, sin llevar cuentas del mal, si humildemente confesamos nuestros pecados a la Iglesia, después de un sincero examen de conciencia, con dolor de corazón y propósito de la enmienda.

CRISIS DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA: CAUSAS

1) Para nadie es un secreto que desde hace años el sacramento de la penitencia está atravesando una profunda crisis. En ella, a los sacerdotes nos cabe una gran responsabilidad, pues muchos de nosotros hemos abdicado de una obligación principalísima, estar disponibles para oír confesiones, dando a conocer a los fieles horarios generosos en los que estamos disponibles para servirles el perdón de Dios. En ocasiones hemos recurrido abusivamente a las celebraciones comunitarias de la penitencia, con absolución general y sin manifestación expresa e individual de los pecados, que son inválidas y un desprecio palmario de las normas de la Iglesia, recordadas reiteradamente por los Papas en los últimos años.

2) Otra de las causas de la crisis de este bellísimo sacramente es la pérdida del sentido del pecado, denunciada ya en el año 1943 por el papa Pío XII en la Encíclica Mystici Corporis. Hoy no es difícil encontrar personas que dicen que no se confiesan porque no tienen pecados. Tal vez por ello son infinitamente más los que comulgan que los que confiesan. Sin embargo, no hay verdad más clara en la Palabra de Dios que ésta: Todos somos pecadores. En el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, sólo la Santísima Virgen está liberada de entonar cada día el «Yo confieso». Todos los demás somos pecadores. La Iglesia es una triste comunidad de pecadores, pues como nos dice el apóstol Santiago, «en muchas cosas erramos todos» (Sant 3,2). San Juan por su parte nos dice que «si decimos que no hemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y no somos sinceros» (1 Jn 1,8).

3) Una tercera causa de la depreciación del sacramento del perdón en nuestros días es la exaltación del individuo que impide reconocer la necesidad de la mediación institucional de la Iglesia en el perdón de los pecados. Por ello, muchos cristianos dicen que no necesitan del sacramento y del sacerdote, porque se confiesan directamente con Dios. Esta postura, de claro matiz protestante, ignora la voluntad expresa de Jesús resucitado, que en la misma tarde de Pascua instituye este sacramento como remedio precioso para la remisión de los pecados (cf. Jn 20, 23) y para el crecimiento en el amor a Dios y a los hermanos.

No quiero terminar sin recordar a sacerdotes y fieles algunas pautas prácticas para recibir este sacramento, de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica. La primera es que sigue vigente el segundo precepto de la Iglesia: Confesar al menos una vez al año, y en peligro de muerte o si se ha de comulgar. Es evidente que si el sacramento de la penitencia es manantial de fidelidad, de crecimiento espiritual y de santidad, es sumamente recomendable la práctica de la confesión frecuente.

Hay que recordar también que no se puede comulgar si no se está en estado de gracia o se han cometido pecados graves. Conviene además que lo sacerdotes encarezcan tanto la dimensión personal del pecado, algo que nos envilece y degrada, que es una ofensa a Dios y un desprecio de su amor de Padre, y la dimensión eclesial del pecado, que merma el caudal de caridad que existe en el Cuerpo Místico de Jesucristo.

Quiero recordar también que los fieles pueden y deben solicitar a sus sacerdotes que dediquen tiempo al confesonario y que fijen en cada parroquia los horarios de atención sacramental para que los fieles puedan recibir el sacramento de la reconciliación, al que tienen derecho por estricta justicia.

En las vísperas de la inauguración del Jubileo de la Misericordia, concluyo asegurando que después del bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la penitencia es el más hermoso de todos los sacramentos, puesto que es fuente de progreso y crecimiento espiritual, sacramento de la misericordia, la paz, la alegría y el reencuentro con Dios.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina,
arzobispo de Sevilla