CARTA PASTORAL DEL ARZOBISPO DE SEVILLA
Monseñor Juan José Asenjo
15 de noviembre de 2015
El sacramento de la Penitencia en el Año Jubilar de la Misericordia:
fuente de crecimiento espiritual
Escudo episcopal del actual arzobispo de Servilla
LA
CONFESIÓN:
UN REGALO
DE LA MISERICORDIA DE DIOS
Queridos
hermanos:
Si
meditáramos con frecuencia en la omnipotencia divina reflejada en la creación
del mundo y en todas las intervenciones de Dios a lo largo de la Historia
Santa, quedaríamos admirados de las maravillas obradas por Dios con el antiguo
Israel y con nosotros, el nuevo Israel, testigo de su encarnación, de su
predicación y milagros, de su pasión, muerte, resurrección y envío del Espíritu
Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones.
Dentro de todas las maravillas obradas por Dios en la vida de la Iglesia y en nuestra propia
vida, no es menor la misericordia que Él
derrocha con nosotros cuando pecamos y perdona nuestras faltas si arrepentidos
las confesamos humildemente
en el hermosísimo sacramento de la penitencia, con la conciencia de que Dios
nos perdona plenamente y hasta el fondo. Cuando entre nosotros nos perdonamos,
queda siempre un poso de resentimiento. Dios nuestro Señor, sin embargo, nos
perdona del todo, sin llevar cuentas del mal, si humildemente confesamos
nuestros pecados a la Iglesia, después de un sincero examen de conciencia, con
dolor de corazón y propósito de la enmienda.
CRISIS
DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA: CAUSAS
1) Para nadie es un secreto que desde hace años el sacramento de la
penitencia está atravesando una profunda crisis. En ella, a
los sacerdotes nos cabe una gran responsabilidad, pues muchos
de nosotros hemos abdicado de una obligación principalísima, estar disponibles
para oír confesiones, dando a conocer a los fieles horarios generosos en los
que estamos disponibles para servirles el perdón de Dios. En ocasiones hemos
recurrido abusivamente a las celebraciones comunitarias de la penitencia, con
absolución general y sin manifestación expresa e individual de los pecados, que
son inválidas y un desprecio palmario de las normas de la Iglesia, recordadas reiteradamente
por los Papas en los últimos años.
2) Otra
de las causas de la crisis de este bellísimo sacramente es la pérdida
del sentido del pecado, denunciada ya en el año 1943 por el papa Pío XII en la
Encíclica Mystici Corporis.
Hoy no es difícil encontrar personas que dicen que no se confiesan porque no
tienen pecados. Tal vez por ello son
infinitamente más los que comulgan que los que confiesan. Sin embargo, no hay verdad más clara
en la Palabra de Dios que ésta: Todos somos pecadores. En el Cuerpo Místico de
Cristo que es la Iglesia, sólo la Santísima Virgen está liberada de entonar
cada día el «Yo
confieso». Todos los demás somos pecadores. La Iglesia es una
triste comunidad de pecadores, pues como nos dice el apóstol Santiago, «en muchas cosas erramos todos» (Sant
3,2). San Juan por su parte nos dice que «si decimos que no hemos pecado nos engañamos a nosotros
mismos y no somos sinceros» (1
Jn 1,8).
3) Una tercera causa de la depreciación del
sacramento del perdón en
nuestros días es la exaltación
del individuo que
impide reconocer la necesidad de la mediación institucional de la Iglesia en el
perdón de los pecados. Por ello, muchos cristianos dicen que no necesitan del
sacramento y del sacerdote, porque se confiesan directamente con Dios. Esta
postura, de claro matiz protestante, ignora la voluntad expresa de Jesús
resucitado, que en la misma tarde de Pascua instituye este
sacramento como remedio precioso para la remisión de los pecados (cf. Jn 20,
23) y para el crecimiento en el amor a Dios y a los hermanos.
No quiero
terminar sin recordar a sacerdotes y fieles algunas pautas prácticas para
recibir este sacramento, de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia expresado
en el Catecismo de la
Iglesia Católica. La primera es que sigue
vigente el segundo precepto de la Iglesia: Confesar al menos una vez al año, y
en peligro de muerte o si se ha de comulgar. Es evidente que si
el sacramento de la penitencia es manantial de fidelidad, de crecimiento
espiritual y de santidad, es sumamente recomendable la práctica de la confesión
frecuente.
Hay que recordar también que no se puede comulgar si no se está en
estado de gracia o se han cometido pecados graves. Conviene además que lo
sacerdotes encarezcan tanto la dimensión personal del pecado, algo que nos
envilece y degrada, que es una ofensa a Dios y un desprecio de su amor de
Padre, y la dimensión eclesial del pecado, que merma el caudal de caridad que
existe en el Cuerpo Místico de Jesucristo.
Quiero recordar también que los fieles pueden y deben solicitar a
sus sacerdotes que dediquen tiempo al confesonario y que fijen en cada parroquia los
horarios de atención sacramental para que los fieles puedan recibir el
sacramento de la reconciliación, al que tienen derecho por estricta justicia.
En las vísperas de la inauguración del Jubileo de la Misericordia,
concluyo asegurando que después del bautismo y la Eucaristía, el
sacramento de la penitencia es el más hermoso de todos los sacramentos, puesto
que es fuente de progreso y crecimiento espiritual, sacramento
de la misericordia, la paz, la alegría y el reencuentro con Dios.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina,
arzobispo de Sevilla
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