Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

30 de junio de 2016

SOBRE EL SACERDOCIO CATÓLICO

Sacerdocio católico y tentación protestante

por el Cardenal Gerhard L. Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

De su introducción al libro que compila 43 homilías del Cardenal Joseph Ratzinger




El Concilio Vaticano II intentó reabrir un nuevo camino hacia la comprensión auténtica de la identidad del sacerdocio. ¿Pero por qué se llegó ahora, a posteriori del Concilio, a una crisis de identidad comparable históricamente sólo con las consecuencias de la Reforma protestante del siglo XVI?

La mediación de la Iglesia se pone en tela de juicio cuando no se perciben con exactitud los fundamentos teológicos del sacerdocio católico, llevando a un planteo de la sola fidei nacida con Lutero.


Pienso en la crisis de la doctrina del sacerdocio que aconteció durante la Reforma protestante, una crisis a nivel dogmático, con lo cual el sacerdote fue reducido a un mero representante de la comunidad, mediante una eliminación de la diferencia esencial entre el sacerdocio ordenado y el sacerdocio común de todos los fieles. Y luego pienso en la crisis existencial y espiritual, acontecida en la segunda mitad del siglo XX, que explotó cronológicamente luego del Concilio Vaticano II – pero por cierto no a causa del Concilio – y cuyas consecuencias sufrimos todavía hoy.

Con gran perspicacia, Joseph Ratzinger pone en evidencia que allí donde falta el fundamento dogmático del sacerdocio católico no sólo se agota la fuente en la cual una vida puede abrevar en el seguimiento de Cristo, sino que falta también la motivación que lleva a una razonable comprensión, tanto de la renuncia al matrimonio por el Reino de los cielos (cfr. Mt 19, 12) como del celibato cual signo escatológico del mundo de Dios que vendrá, signo de un vivir con la fuerza del Espíritu Santo, en alegría y certeza.

Si se oscurece la relación simbólica que pertenece a la naturaleza del sacramento, el celibato sacerdotal se convierte en los resabios de un pasado hostil a la corporalidad y es acentuado y combatido como la única causa de la penuria de los sacerdotes. No menos importante es que desaparece también la evidencia, fundada en el magisterio y en la praxis de la Iglesia, que el sacramento del Orden debe ser administrado sólo a varones. Un oficio concebido en términos funcionales en la Iglesia se expone a la sospecha de legitimación de un dominio, que por el contrario debería ser fundamentado y limitado en sentido democrático. 

La crisis del sacerdocio en el mundo occidental, en las últimas décadas, es también el resultado de una desorientación radical de la identidad cristiana frente a una filosofía que transfiere al interior del mundo el sentido más profundo y el fin último de la historia y de toda existencia humana, privándolo así del horizonte trascendente y de la perspectiva escatológica.


Esperar todo de Dios y basar toda la vida en Dios, que en Cristo nos ha dado todo: ésta y sólo ésta puede ser la lógica de una elección de vida que, en la completa donación de sí, se pone en camino siguiendo a Jesús, participando en su misión de Salvador del mundo, misión que Él cumple en el sufrimiento y en la cruz, y que ha revelado ineludiblemente a través de su Resurrección de entre los muertos.

Pero en las raíces de esta crisis del sacerdocio deben señalarse también factores intra-eclesiales. Tal como muestra en sus primeras intervenciones, Joseph Ratzinger posee desde el comienzo una viva sensibilidad para percibir inmediatamente esos temblores con los que se anunciaba el terremoto: sobre todo en la apertura, por parte de numerosos ámbitos católicos, a la exégesis protestante en boga en los años '50 y '60 del siglo pasado.

Con frecuencia, por el lado católico, no hemos dado cuenta de las visiones prejuiciosas que subyacían en la exégesis surgida desde la Reforma. De este modo, en la Iglesia Católica (y Ortodoxa) se abatió la furia de la crítica al sacerdocio ministerial, porque se presumía que éste no tenía un fundamento bíblico.

El sacerdocio sacramental, totalmente referido al sacrificio eucarístico – tal como había sido afirmado en el Concilio de Trento –, a primera vista no parecía estar fundamentado bíblicamente, tanto desde el punto de vista terminológico como por aquello que se refiere a las prerrogativas particulares del sacerdote respecto a los laicos, especialmente en lo que se refiere al poder de consagrar. La crítica radical al culto – y con ella la superación, a la que se apuntaba, de un sacerdocio que limitase la pretendida función de mediación – pareció que hacía perder terreno a una mediación sacerdotal en la Iglesia.

La Reforma atacó al sacerdocio sacramental, porque se sostenía que ponía en discusión la unicidad del sumo sacerdocio de Cristo (basada en la Carta a los Hebreos) y marginaba el sacerdocio universal de todos los fieles (según 1 Pe 2, 5). A esta crítica se unió por último la moderna idea de la autonomía del sujeto, con la praxis individualista que deriva de ella, la cual mira con sospecha cualquier ejercicio de la autoridad.

¿Qué visión teológica surgió de ello?

Por un lado se observaba que Jesús, desde un punto de vista sociológico-religioso, no era un sacerdote con funciones cultuales y, en consecuencia – para usar una fórmula anacrónica – era un laico.

Por otro lado, sobre la base del hecho que en el Nuevo Testamento no se adopta ninguna terminología sagrada para los servicios y los ministerios, sino más bien denominaciones consideradas profanas, pareció que se podía considerar demostrada como inadecuada la transformación – en la Iglesia de los orígenes, a partir del siglo III – de aquéllos que desarrollaban meras “funciones” en el interior de la comunidad en poseedores impropios de un nuevo sacerdocio cultual.

A su vez, Joseph Ratzinger somete a la crítica histórica marcada por la teología protestante a un examen crítico puntual y lo hace distinguiendo los prejuicios filosóficos y teológicos que subaycen en el uso del método histórico. De ese modo, él logra mostrar que con las adquisiciones de la moderna exégesis bíblica y un análisis preciso del desarrollo histórico-dogmático se puede llegar en forma muy fundamentada a las afirmaciones dogmáticas producidas sobre todo en los Concilios de Florencia, de Trento y del Vaticano II.
 
Lo que Jesús significa para la relación de todos los hombres y de toda la creación con Dios – en consecuencia, el reconocimiento de Cristo como Redentor y Mediador universal de salvación, desarrollado en la Carta a los Hebreos por medio de la categoría de “Sumo Sacerdote” (Archiereus) – no dependió nunca, como condición, de su pertenencia al sacerdocio levítico.

El fundamento del ser y de la misión de Jesús reside más que nada en el hecho que el procede del Padre, de esa casa y de ese templo en el cual habita y debe estar (cfr. Lc 2, 49). Es la divinidad del Verbo que hace de Jesús, en la naturaleza humana que él ha asumido, el único y verdadero Maestro, Pastor, Sacerdote, Mediador y Redentor.


Él hace partícipes de su consagración y misión mediante la llamada a los Doce. De ellos surge el círculo de los apóstoles que fundan la misión de la Iglesia en la historia como dimensión esencial de la naturaleza eclesial. Ellos transmiten su poder a los líderes y pastores de la Iglesia universal y particular, quienes obran a nivel local y supra-local
.

"OREMUS AD INVINCEM" EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA

LA ORACIÓN Y LA MISERICORDIA
"La Ecclesia orans"

Recibimos la Acción misericordiosa de Dios, la guardamos
y la rebalsamos en obras de misericordia.
Somos destinatarios (primero), depositarios (luego)
y dispensadores (al fin) de esta realidad divina.

Quien invirtiera estos roles y abordara el Año de la Misericordia desde el hombre, confundiendo torpemente el sacro misterio de la Misericordia con la plana solidaridad autogestada, seguirá aportando setentismo horizontalista y secularizante a la vida de la Iglesia.

“Aquel que tiene poder para devolverle la vida a los que están muertos,
y no lo hace, 
es un asesino”.
San Silvano del Monte Athos
Esta lapidaria sentencia, de uno de los monjes más grandes que ha dado el siglo pasado, más que hacer de epígrafe, pretende ser una suerte de pedal de fondo, continuo, que le otorgue clave y tono a cuanto intentaremos balbucear.
En el decurso de este año de la Misericordia hemos insistido a tiempo y destiempo, a diestra y siniestra (vasta siniestra) sobre el peligro de devaluar la categoría “Misericordia” a una realidad meramente humana, horizontal. Para gritar con el salmista y el Profeta: ¡Tú eres Dios, sólo Tú eres Dios! ¡Y sólo Tú eres Misericordia, sólo Tú!
La Misericordia es una realidad divina. Y todo lo divino es Dios mismo. Con el Prólogo de Juan podemos decir que En el Principio era la Misericordia y la Misericordia estaba junto a Dios y la Misericordia era Dios. Y la Misericordia se hizo Carne y la ejerció entre nosotros. Y nosotros hemos conocido su Poder, su Acción, su kenótico Movimiento por el que fuimos alcanzados y transformados.
Y sólo por eso, como un auténtico rebalse de lo recibido, somos capaces de misericordia. Así como Dios se hace hombre para que el hombre pueda ser divinizado, la Misericordia se hace Carne, para que toda carne pueda tener entrañas de misericordia. Por sobreabundancia de lo recibido.
Esta verdad no es ocioso recordarla con insistencia, pues es erosionada y devaluada a diario por el gravitante poder del antropocentrismo antropotrópico.
Recibimos la Acción misericordiosa de Dios, la guardamos y la rebalsamos en obras de misericordia. Somos destinatarios (primero), depositarios (luego) y dispensadores (al fin) de esta realidad divina.
Quien invirtiera estos roles y abordara el Año de la Misericordia desde el hombre, confundiendo torpemente el sacro misterio de la Misericordia con la plana solidaridad autogestada, seguirá aportando setentismo horizontalista y secularizante a la vida de la Iglesia. Ofrecerá una impostación, una torpe mueca, entregará papel pintado sin reservas.
En cambio, cuando las obras de Misericordia son la genuina entrega del tesoro divino recibido, ésta tiene el inconfundible poder transformante propio de lo divino. No es una palmadita al hombro de conmiseración humana: es la Luz divina actuando en el otro.
Esto vale para todas las obras de misericordia. Esas que la Iglesia catalogó prolijamente en 7 obras materiales y 7 obras espirituales. Todas son participación en la misma y única Misericordia divina.

No obstante, estas catorce especies de obras, están planteadas a modo de peldaños, escalones, ascendentes en su grado de participación de lo divino. “Ascenso y descenso del alma por la misericordia”, diría Marechal… De allí que el ejercicio de la misericordia se ha de iniciar dando pan al hambriento y agua al sediento, pero sin detenerse en el ascenso hasta llegar a la plegaria por vivos y muertos como cumbre y plenitud de la misericordia posible.
Hablemos un poco más en concreto y con precisión de este oficio. De este poder de intercesión. Se trata del poder más excelso que haya recibido el hombre. El diminuto humano, elevado a la insólita categoría de hijo de Dios (o sea, a la categoría de Dios), cobra potestad para modificar el rumbo de los designios divinos.
Esta es la tesis clave del asunto. Sin la cual la súplica, la intercesión se nos pulveriza entre los dedos y queda reducida a un placebo tranquilizante. Esto, jamás formulado así por la Iglesia, no obstante, se cuela por sus hendijas como un invisible gas letal que va adormilando primero y matando luego a los orantes de brazos levantados.
Y esto exige, ante todo, un examen de conciencia para revisar mi Fe sobre esta verdad: ¿creo o no creo que el que pide recibe, que al que llama se le responde, que todo cuanto supliquemos en su Nombre será escuchado y atendido y concedido? ¿Creo o no creo?
Creemos en definitiva que es más efectivo visitar a un enfermo o a un preso o incluso corregir al errado o consolar al triste, porque esta catorceava obra nos resulta… un tanto exigua, nimia, vaporosa. Casi un eufemismo de caridad.
(Y nos cuesta rezar, nos “pesa” esta carga, no tanto por el peso mismo de la tarea, sino por el peso de la desconfianza. No es el peso que soporta Atlas sino el peso de Sísifo…).
Cuando en verdad, la súplica, pasando por uno de tantos hobby de gente sobrada en tiempo, es el punto de apoyo de la palanca que mueve al mundo y secretamente lo ilumina. La plegaria, decía san Juan Clímaco es conversación con Dios y conservación del mundo.
Como Abraham negociando con Dios el rescate de Sodoma, o María en Caná. (El primer milagro de Cristo es simultáneo al primer acto suplicante de la Iglesia, dirá Newman).
Somos elevados a la dignidad de causa en los Designios divinos.
Ciertamente no yerra Platón al insistir que “es imposible corromper a los dioses comprando su benevolencia”. Comprar no. Sino que Él ha resuelto, libérrimamente, regalar este poder a los hombres. A los hombres divinizados.
“Si ves a tu hermano pecar... reza por él y le darás vida” (1Jn 5,16). No hay pecado de omisión que pueda competir en gravedad con el abismo de este poder otorgado. De aquí el epígrafe que encabeza este texto, que de algún modo condensa en lapidaria sentencia todo cuanto hay para decir.
Va de nuevo: “Aquel que tiene poder para devolverle la vida a los que están muertos, y no lo hace, es un asesino”. Impactante es la fuerza con que lo expresa el gran maestro copto Matta el Meskin (Mateo el pobre), en un corto tratadillo titulado La oración por los demás: una grave responsabilidad: “si por un motivo cualquiera dejas de rezar por los pecadores que viven a tu alrededor y omites suplicar en su favor, morirán en su pecado. La negligencia en la oración llega así a su colmo y provoca las más graves consecuencias. El pecador muere en su propio pecado por no haber despertado tú su alma. ¿Cómo podrás justificarte, si has descuidado rezar por él y le has privado del manantial de Vida del que Dios te ha hecho responsable?”
En verdad: escalofriante...
Somos, todos, la Ecclesia Orans, la Iglesia Orante, Esposa del Omnipotente. Ella es la nueva Dalila que ha robado el secreto del poder del corazón a su Amado.
Hay un misterio adicional, que es el de la sustitución vicaria. Un misterio por el cual asumo lo ajeno y me hago cargo. Vale y aplica para muchos asuntos. También para la plegaria. La oración “por” los otros puede hallar en ese “por” no sólo un sentido direccional, destinatario, sino sustitutivo, “en-lugar-de”. Rezo por Fulano, que no sabe rezar, o que no puede rezar o que no quiere rezar. Rezo en lugar de aquellos que no tienen Fe. Y que por tanto, como decía Chesterton, padecen esa máxima desgracia del ateo: no saber a quién agradecer cuando las cosas salen bien. O rezo por aquellos que hundidos en el fango del pecado no se atreven a levantar los ojos al Cielo…
Y aquí hay algo crucial: es mi carencia raigal la que genera una empatía, un pathos, que me permite abrazar al mundo y clamar por él. Desde las honduras de la fisura primordial, llorando a las puertas cerradas del Edén, es que se hace posible la lacrimosa súplica universal. En definitiva, la oración por los otros es genuina cuando los otros ya no son otros sino otro-yo.
La súplica audaz, intrépida, insistente, infatigable, es como una flecha encendida, una saeta al Corazón de Dios. Como elfos diestros debemos recargar cada aurora nuestra aljaba y, una por una, estirar la flecha en el arco y lanzarla sin ambages.
Claro que para que esto cobre el verdadero relieve que merece, es crucial entender el grado de urgencia en que vive la Humanidad. Sin esto, sería como hacer una égloga del buen soldado y de su invalorable misión… ¡sin hipótesis bélica alguna! Pues no es el caso. Urge entender que estamos en guerra. En una guerra sangrienta y atroz. Urge entender que el Mundo no está quieto y sereno en un punto de paz y equilibrio (y no por una guerra interplanetaria, como se decía en los sesenta o por una tercera guerra mundial como se dice hoy). El tema es mucho más profundo.
El cosmos entero, el orden creado yace en un abrupto plano inclinado volcado hacia el caos y descomposición final. Sólo una ínfima cuña, katejón, evita la caída libre al abismo. Y esa cuña es la plegaria de los santos.
¡Arde el mundo en llamas!, arengaba santa Teresa a sus monjas para que no desfallecieran en la irremplazable misión de intercesión. Si Moisés baja los brazos, gana Amalek; si los levanta, gana Israel. Es así de simple. De escalofriantemente simple. Por eso, digámoslo de nuevo: quien haya recibido como don, el poder de revivir un muerto y no lo revive, es responsable de esa muerte. La plegaria es ese poder de resucitar muertos. La no-plegaria es fratricidio.
Ascenso y descenso del alma por la misericordia; subiendo y bajando por los catorce peldaños. El dinamismo sinérgico que este ejercicio grácil es uno de los rasgos identitarios de lo cristiano. Pues, una vez reconocidos los catorce escalones, comienza la danza, el subir y bajar cuál ágil cervatillo, fusionando las obras materiales con las espirituales. Es el secreto más exquisito de lo cristiano: una misericordia encarnada, hilemórfica dirían los antiguos, desmarcada tanto de macilentos asistencialismos como de piedades fantasmagóricas.
En cuerpo y alma. En carne y pneuma.
Helder Camara decía en los años setenta que no se le podía anunciar el Evangelio a quien tenía hambre; que primero había que darle de comer y luego recién hablarle de Dios. La sentencia cuenta con esa peculiar luz (intensa, ciertamente) propia de los engañosos sofismas del Enemigo. La falacia es fatal. Y la trampa radica en el maldito “o-una-cosa-o-la-otra” con que se disgrega, se desgarra todo lo cristiano, cuya experticia es la de unir, vincular, sumar, superponer, lo uno con lo otro. ¡Háblale de Dios mientras le das de comer! Que si esperas a resolver lo primero para abordar lo segundo, eso segundo no llegará jamás.
Pero no sólo por esto. Sobre todo para que las obras de misericordia tengas cuerpo y alma, tengan carne y espíritu y no sean ni cadáveres asistencialistas ni fantasmas piadosos. La oración por los demás unge y anima cualquier otra obra de misericordia, otorgándole la vitalidad y el brío que sólo ella puede darle.
Ejemplifiquemos.
Es bueno darle una limosna al mendigo. Un billete sano, de los que dejan agujero en la billetera, no de los que estorban. Ese es un peldaño. Y es bueno, a la noche, al hacer mis oraciones, recordarlo y rezar por él. Otro peldaño. Pero el gran desafío de una misericordia completa y encarnada es poder, al entregarle el billete, decirle: ¿conoce el Padrenuestro? ¿Podremos rezar juntos uno, yo por sus intenciones y Usted por las mías?
Eso es sinergia.
Eso es espíritu encarnado.
Eso es cristianismo.
Visito un enfermo y le llevo flores, una revista, mi mejor sonrisa, compañía… y doy el salto al piso catorce: ¿estás para que recemos juntos un par de avemarías? Y si está muy mal, uno le dice: yo las rezo, vos, por adentro, acompañalas…
Ad ínvicem, decían los antiguos. Una bella expresión con que solía concluirse una carta: oremus ad ínvicem. No hay débito mayor que nos debamos los unos a los otros. No hay pecado de omisión más brutal, más abisal, que éste. Tenemos poder de devolver la vida a los muertos: Dios nos libre de no devolvérsela, pues se nos dirá en el Juicio: ¡asesino! Y nosotros intentaremos un “¿cuándo Señor, cuándo? Si yo jamás empuñé un arma”. Y resonará entonces, como un trueno ensordecedor, la sentencia athonita: Aquel que tiene poder para devolverle la vida a los que están muertos, y no lo hace, es un asesino.

Diego de Jesús
Las Victorias, Buenos Aires,  invierno 2016
San Silvano del Monte Athos
Esta lapidaria sentencia, de uno de los monjes más grandes que ha dado el siglo pasado, más que hacer de epígrafe, pretende ser una suerte de pedal de fondo, continuo, que le otorgue clave y tono a cuanto intentaremos balbucear.
En el decurso de este año de la Misericordia hemos insistido a tiempo y destiempo, a diestra y siniestra (vasta siniestra) sobre el peligro de devaluar la categoría “Misericordia” a una realidad meramente humana, horizontal. Para gritar con el salmista y el Profeta: ¡Tú eres Dios, sólo Tú eres Dios! ¡Y sólo Tú eres Misericordia, sólo Tú!
La Misericordia es una realidad divina. Y todo lo divino es Dios mismo. Con el Prólogo de Juan podemos decir que En el Principio era la Misericordia y la Misericordia estaba junto a Dios y la Misericordia era Dios. Y la Misericordia se hizo Carne y la ejerció entre nosotros. Y nosotros hemos conocido su Poder, su Acción, su kenótico Movimiento por el que fuimos alcanzados y transformados. Y sólo por eso, como un auténtico rebalse de lo recibido, somos capaces de misericordia. Así como Dios se hace hombre para que el hombre pueda ser divinizado, la Misericordia se hace Carne, para que toda carne pueda tener entrañas de misericordia. Por sobreabundancia de lo recibido.
Esta verdad no es ocioso recordarla con insistencia, pues es erosionada y devaluada a diario por el gravitante poder del antropocentrismo antropotrópico.
Recibimos la Acción misericordiosa de Dios, la guardamos y la rebalsamos en obras de misericordia. Somos destinatarios (primero), depositarios (luego) y dispensadores (al fin) de esta realidad divina.
Quien invirtiera estos roles y abordara el Año de la Misericordia desde el hombre, confundiendo torpemente el sacro misterio de la Misericordia con la plana solidaridad autogestada, seguirá aportando setentismo horizontalista y secularizante a la vida de la Iglesia. Ofrecerá una impostación, una torpe mueca, entregará papel pintado sin reservas.
En cambio, cuando las obras de Misericordia son la genuina entrega del tesoro divino recibido, ésta tiene el inconfundible poder transformante propio de lo divino. No es una palmadita al hombro de conmiseración humana: es la Luz divina actuando en el otro.
Esto vale para todas las obras de misericordia. Esas que la Iglesia catalogó prolijamente en 7 obras materiales y 7 obras espirituales. Todas son participación en la misma y única Misericordia divina.
No obstante, estas catorce especies de obras, están planteadas a modo de peldaños, escalones, ascendentes en su grado de participación de lo divino. “Ascenso y descenso del alma por la misericordia”, diría Marechal… De allí que el ejercicio de la misericordia se ha de iniciar dando pan al hambriento y agua al sediento, pero sin detenerse en el ascenso hasta llegar a la plegaria por vivos y muertos como cumbre y plenitud de la misericordia posible.
Hablemos un poco más en concreto y con precisión de este oficio. De este poder de intercesión. Se trata del poder más excelso que haya recibido el hombre. El diminuto humano, elevado a la insólita categoría de hijo de Dios (o sea, a la categoría de Dios), cobra potestad para modificar el rumbo de los designios divinos.
Esta es la tesis clave del asunto. Sin la cual la súplica, la intercesión se nos pulveriza entre los dedos y queda reducida a un placebo tranquilizante. Esto, jamás formulado así por la Iglesia, no obstante, se cuela por sus hendijas como un invisible gas letal que va adormilando primero y matando luego a los orantes de brazos levantados.
Y esto exige, ante todo, un examen de conciencia para revisar mi Fe sobre esta verdad: ¿creo o no creo que el que pide recibe, que al que llama se le responde, que todo cuanto supliquemos en su Nombre será escuchado y atendido y concedido? ¿Creo o no creo?
Creemos en definitiva que es más efectivo visitar a un enfermo o a un preso o incluso corregir al errado o consolar al triste, porque esta catorceava obra nos resulta… un tanto exigua, nimia, vaporosa. Casi un eufemismo de caridad.
(Y nos cuesta rezar, nos “pesa” esta carga, no tanto por el peso mismo de la tarea, sino por el peso de la desconfianza. No es el peso que soporta Atlas sino el peso de Sísifo…).
Cuando en verdad, la súplica, pasando por uno de tantos hobbys de gente sobrada en tiempo, es el punto de apoyo de la palanca que mueve al mundo y secretamente lo ilumina. La plegaria, decía san Juan Clímaco es conversación con Dios y conservación del mundo.
Como Abraham negociando con Dios el rescate de Sodoma, o María en Caná. (El primer milagro de Cristo es simultáneo al primer acto suplicante de la Iglesia, dirá Newman).
Somos elevados a la dignidad de causa en los Designios divinos.
Ciertamente no yerra Platón al insistir que “es imposible corromper a los dioses comprando su benevolencia”. Comprar no. Sino que Él ha resuelto, libérrimamente, regalar este poder a los hombres. A los hombres divinizados.
“Si ves a tu hermano pecar... reza por él y le darás vida” (1Jn 5,16). No hay pecado de omisión que pueda competir en gravedad con el abismo de este poder otorgado. De aquí el epígrafe que encabeza este texto, que de algún modo condensa en lapidaria sentencia todo cuanto hay para decir. Va de nuevo: “Aquel que tiene poder para devolverle la vida a los que están muertos, y no lo hace, es un asesino”. Impactante es la fuerza con que lo expresa el gran maestro copto Matta el Meskin (Mateo el pobre), en un corto tratadillo titulado La oración por los demás: una grave responsabilidad: “si por un motivo cualquiera dejas de rezar por los pecadores que viven a tu alrededor y omites suplicar en su favor, morirán en su pecado. La negligencia en la oración llega así a su colmo y provoca las más graves consecuencias. El pecador muere en su propio pecado por no haber despertado tú su alma. ¿Cómo podrás justificarte, si has descuidado rezar por él y le has privado del manantial de Vida del que Dios te ha hecho responsable?”
En verdad: escalofriante...
Somos, todos, la Ecclesia Orans, la Iglesia Orante, Esposa del Omnipotente. Ella es la nueva Dalila que ha robado el secreto del poder del corazón a su Amado.
Hay un misterio adicional, que es el de la sustitución vicaria. Un misterio por el cual asumo lo ajeno y me hago cargo. Vale y aplica para muchos asuntos. También para la plegaria. La oración “por” los otros puede hallar en ese “por” no sólo un sentido direccional, destinatario, sino sustitutivo, “en-lugar-de”. Rezo por Fulano, que no sabe rezar, o que no puede rezar o que no quiere rezar. Rezo en lugar de aquellos que no tienen Fe. Y que por tanto, como decía Chesterton, padecen esa máxima desgracia del ateo: no saber a quién agradecer cuando las cosas salen bien. O rezo por aquellos que hundidos en el fango del pecado no se atreven a levantar los ojos al Cielo…
Y aquí hay algo crucial: es mi carencia raigal la que genera una empatía, un pathos, que me permite abrazar al mundo y clamar por él. Desde las honduras de la fisura primordial, llorando a las puertas cerradas del Edén, es que se hace posible la lacrimosa súplica universal. En definitiva, la oración por los otros es genuina cuando los otros ya no son otros sino otro-yo.
La súplica audaz, intrépida, insistente, infatigable, es como una flecha encendida, una saeta al Corazón de Dios. Como elfos diestros debemos recargar cada aurora nuestra aljaba y, una por una, estirar la flecha en el arco y lanzarla sin ambages.
Claro que para que esto cobre el verdadero relieve que merece, es crucial entender el grado de urgencia en que vive la Humanidad. Sin esto, sería como hacer una égloga del buen soldado y de su invalorable misión… ¡sin hipótesis bélica alguna! Pues no es el caso. Urge entender que estamos en guerra. En una guerra sangrienta y atroz. Urge entender que el Mundo no está quieto y sereno en un punto de paz y equilibrio (y no por una guerra interplanetaria, como se decía en los sesenta o por una tercera guerra mundial como se dice hoy). El tema es mucho más profundo. El cosmos entero, el orden creado yace en un abrupto plano inclinado volcado hacia el caos y descomposición final. Sólo una ínfima cuña, katejón, evita la caída libre al abismo. Y esa cuña es la plegaria de los santos. ¡Arde el mundo en llamas!, arengaba santa Teresa a sus monjas para que no desfallecieran en la irremplazable misión de intercesión. Si Moisés baja los brazos, gana Amalek; si los levanta, gana Israel. Es así de simple. De escalofriantemente simple. Por eso, digámoslo de nuevo: quien haya recibido como don, el poder de revivir un muerto y no lo revive, es responsable de esa muerte. La plegaria es ese poder de resucitar muertos. La no-plegaria es fratricidio.
Ascenso y descenso del alma por la misericordia; subiendo y bajando por los catorce peldaños. El dinamismo sinérgico que este ejercicio grácil es uno de los rasgos identitarios de lo cristiano. Pues, una vez reconocidos los catorce escalones, comienza la danza, el subir y bajar cuál ágil cervatillo, fusionando las obras materiales con las espirituales. Es el secreto más exquisito de lo cristiano: una misericordia encarnada, hilemórfica dirían los antiguos, desmarcada tanto de macilentos asistencialismos como de piedades fantasmagóricas.
En cuerpo y alma. En carne y pneuma.
Helder Camara decía en los años setenta que no se le podía anunciar el Evangelio a quien tenía hambre; que primero había que darle de comer y luego recién hablarle de Dios. La sentencia cuenta con esa peculiar luz (intensa, ciertamente) propia de los engañosos sofismas del Enemigo. La falacia es fatal. Y la trampa radica en el maldito “o-una-cosa-o-la-otra” con que se disgrega, se desgarra todo lo cristiano, cuya experticia es la de unir, vincular, sumar, superponer, lo uno con lo otro. ¡Háblale de Dios mientras le das de comer! Que si esperas a resolver lo primero para abordar lo segundo, eso segundo no llegará jamás.
Pero no sólo por esto. Sobre todo para que las obras de misericordia tengas cuerpo y alma, tengan carne y espíritu y no sean ni cadáveres asistencialistas ni fantasmas piadosos. La oración por los demás unge y anima cualquier otra obra de misericordia, otorgándole la vitalidad y el brío que sólo ella puede darle.
Ejemplifiquemos.
Es bueno darle una limosna al mendigo. Un billete sano, de los que dejan agujero en la billetera, no de los que estorban. Ese es un peldaño. Y es bueno, a la noche, al hacer mis oraciones, recordarlo y rezar por él. Otro peldaño. Pero el gran desafío de una misericordia completa y encarnada es poder, al entregarle el billete, decirle: ¿conoce el Padrenuestro? ¿Podremos rezar juntos uno, yo por sus intenciones y Usted por las mías?
Eso es sinergia.
Eso es espíritu encarnado.
Eso es cristianismo.
Visito un enfermo y le llevo flores, una revista, mi mejor sonrisa, compañía… y doy el salto al piso catorce: ¿estás para que recemos juntos un par de avemarías? Y si está muy mal, uno le dice: yo las rezo, vos, por adentro, acompañalas…
Ad ínvicem, decían los antiguos. Una bella expresión con que solía concluirse una carta: oremus ad ínvicem. No hay débito mayor que nos debamos los unos a los otros. No hay pecado de omisión más brutal, más abisal, que éste. Tenemos poder de devolver la vida a los muertos: Dios nos libre de no devolvérsela, pues se nos dirá en el Juicio: ¡asesino! Y nosotros intentaremos un “¿cuándo Señor, cuándo? Si yo jamás empuñé un arma”. Y resonará entonces, como un trueno ensordecedor, la sentencia athonita: Aquel que tiene poder para devolverle la vida a los que están muertos, y no lo hace, es un asesino.
Diego de Jesús
Las Victorias, invierno 2016


29 de junio de 2016

EUCHARISTOMEN Y MISTERIUM

SABIAS PALABRAS DEL PAPA EMÉRITO BENEDICTO XVI


Ayer, 28 de junio de 2016, en la víspera de la solemnidad de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, en la Sala Clementina del Vaticano, se celebró los 65 años de la ordenación sacerdotal de Joseph Ratzinger. (29-6-1951, en Frisinga, Múnich, Alemania por manos de S. Emcia Rvma. Michael cardenal von Faulhaber, arzobispo de Munich y Frisinga.)
En el breve vídeo de abajo se aprecian las palabras de Benedicto XVI en dicho acto. Palabras de una sabiduría excepcional, dichas con serenidad y una excelsa lucidez.
Los imperdibles tres minutos de su alocución pueden resumirse en tres ideas, que identifican la vida de un sacerdote católico:
Ø en una palabra griega: EUCHARISTOMEN,
Ø en una palabra latina: MISTERIO
Ø y en una frase latina (que forma parte de la anamnesis eucarística): GRATIAS AGENS BENEDIXIT FREGIT DEDITQUE.

Impresionante testimonio sacerdotal del Papa emérito, con sutiles expresiones de fe firme y exquisitos pensamientos espirituales. Que nos expresan la importancia de la vida sacramental en la Iglesia, y especialmente de la vida sacerdotal:”in persona Christi capitis” sin sacerdotes no tendríamos la Eucaristía,

Aquí el enlace para ver el video con subtítulos en español:



TRANSCRIPCIÓN DEL DISCURSO DEL PAPA EMERITO


"Santo Padre, queridos hermanos,

Hace 65 años, uno de los sacerdotes que se ordenó conmigo escribió en el recordatorio de su primera misa, además de su nombre y la fecha, una sola palabra en griego: Eucharistomen convencido de que esta palabra, en todas sus dimensiones, ya dice todo lo que se puede decir en este momento. Eucharistomen es un gracias humano... Gracias a todos. ¡Gracias especialmente a usted, Santo Padre! 

La bondad que ha mostrado desde el primer momento de su elección, en cada momento de mi vida aquí, me impresiona, me llega hasta lo más profundo. Más que en los jardines del Vaticano, con su belleza, el lugar donde yo vivo es su bondad, allí me siento protegido. 

Gracias por sus palabras de agradecimiento, por todo. Y esperamos que usted siga guiándonos por este camino de la Misericordia Divina, mostrándonos el camino hacia Jesús, a Jesús, hacia Dios.

(...)

Gracias, cardenal Müller, por el trabajo que ha hecho para la presentación de mis textos sobre el sacerdocio, en los que trato de ayudar a nuestros hermanos a entrar siempre de nuevo en el misterio en el que el Señor se entrega a nuestras manos.

Eucharistomen... En aquel entonces mi amigo Berger no se refería sólo a la dimensión de la gratitud humana, sino por supuesto a la palabra más profunda que se esconde y aparece en la liturgia, en la Escritura, en las palabras "gratias agens benedixit fregit deditque”...

Eucharistomen la acción de gracias evoca la nueva dimensión que Cristo dio. Él transformó en agradecimiento, y por lo tanto en bendición, la cruz, el sufrimiento, todo el mal del mundo. Y así, fundamentalmente ha transustanciado la vida y el mundo y nos ha dado y nos da cada día el Pan de la vida verdadera, que supera al mundo gracias a la fuerza de su amor.

Al final, queremos inserirnos en este "gracias” del Señor, y así recibir realmente la novedad de la vida y ayudar a la transustanciación del mundo: que sea un mundo, no de muerte sino de vida; un mundo en el que el amor haya vencido a la muerte.

Gracias a todos ustedes. Que el Señor nos bendiga a todos."



Dos momentos de la ordenación sacerdotal de Joseph Ratzinger el 29 de junio de 1951 en la Catedral de Frisinga.

- en una palabra griega: EUCHARISTOMEN,
- en una palabra latina: MISTERIO
- y en una frase latina (que forma parte de la anamnesis eucarística): GRATIAS AGENS BENEDIXIT FREGIT DEDITQUE.
Impresionante testimonio sacerdotal del Papa emérito, con sutiles expresiones de fe firme y exquisitos pensamientos espirituales.
  

28 de junio de 2016

SS. APOST. PETRI ET PAULI, ORATE PRO ECCLESIA


29 de junio
SOLEMNIDAD LITÚRGICA
DE LOS SANTOS APOSTOLES
PEDRO Y PABLO



De la misión del Apóstol San Pedro, llegado a Roma:

“El camino del apóstol Pedro hacia Roma, como representante de los pueblos del mundo, se rige sobre todo por la palabra “una”: su tarea consiste en crear la “unidad de la catholica”, de la Iglesia formada por judíos y paganos, de la Iglesia de todos los pueblos.

Esta es la misión permanente de san Pedro: hacer que la Iglesia no se identifique jamás con una sola nación, con una sola cultura o con un solo Estado. Que sea siempre la Iglesia de todos. Que reúna a la humanidad por encima de todas las fronteras y, en medio de las divisiones de este mundo, haga presente la paz de Dios, la fuerza reconciliadora de su amor”.

                                                                  Benedicto XVI, 29.6.2008



OH ROMA FELIX

(Himno del breviario romano de este día, del siglo IX)

Pedro, portero del cielo; 
Pablo, maestro de los gentiles,
ambos padres de Roma

Decora lux aeternitatis auream diem beatis irrigavit ignibus, Apostolorum quae coronat principes, reisque in astra liberam pandit viam.

Mundi magíster, atque caeli Janitor, Romae parentes, arbitrique gentium,  perennis ille, hic per crucis victor necem, Vitae senatum laureati possident.


O Roma felix, quae duorum principum es consecrata glorioso sanguine: Horum cruore purpurata ceteras excellis orbis una pulchritudines.

Una hermosa luz de eternidad,
irrigó con felices fuegos el día dorado,
que corona a los príncipes de los Apóstoles, y que abre a los reos
un camino libre hacia los astros.

Uno Maestro del mundo, el otro portero del cielo, ambos padres de Roma y jueces del más severo tribunal,
llegan a la mansión eterna, después de morir el uno por la espada
y el otro en la cruz.

¡Oh Roma! feliz tú que fuiste consagrada con la sangre gloriosa de dos príncipes: vestida de púrpura con su sangre,
sobrepasas las bellezas todas juntas del mundo.





25 de junio de 2016

CUANDO EL AFAN DE AGRADAR ALEJA AL PECADOR DE LA FUENTE DIVINA DE LA MISERICORDIA


 

LA MORAL CASUISTICA Y EL DESINTERÉS POR LA VERDAD

 

 

Las discusiones ocurridas con ocasión del Sínodo la familia ha puesto de manifiesto la determinación de un grupo de pastores y teólogos que no dudan en socavar la cohesión doctrinal de la Iglesia. Este grupo funciona como un poderoso partido, internacional, rico, organizado y disciplinado.

 





Monseñor Michel Sooyans

 

Publicamos un breve ensayo de monseñor Michel Schooyans ("De la casuística a la misericordia- ¿hacia un nuevo arte de agradar?"), dedicado al eclipse de la  moralidad católica, perseguida por teólogos y pastores de la Iglesia.

Monseñor Schooyans nació en Bélgica en 1930. Es sacerdote de la diócesis de Malinas-Bruselas, doctor en filosofía y teología. Es profesor emérito de la Universidad de Lovaina (Bélgica), miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y consultor del Pontificio Consejo para la Familia. Es autor de numerosos libros y ensayos sobre bioética, demografía, políticas globales de las Naciones Unidas. A petición personal de Juan Pablo II, que lo quería como colaborador de la Santa Sede, escribió un Vía Crucis para las familias (2001).

 

Los casos de conciencia contra la verdad revelada

 

Se podría pensar que la casuística está muerta y enterrada. Las controversias del siglo XVII, definitivamente superadas. Pocos son los que leen las Cartas Provinciales y a los autores que Pascal criticaba (1623-1662).

 

Estos autores son los casuistas, es decir, los moralistas que se esfuerzan por resolver casos de conciencia sin sucumbir al rigorismo. Releyendo las Cartas, nos impresiona la notable semejanza entre una disputa del siglo XVII y las posiciones defendidas hoy por pastores y teólogos que aspiran a cambios radicales de la pastoral y la doctrina de la Iglesia.

El reciente Sínodo sobre la Familia (octubre de 2014 – octubre de 2015) ha puesto en evidencia un espíritu de lucha reformista que hoy permite comprender mejor las Cartas Provinciales. ¡Pascal está empezando a ser conocido bajo una luz inesperada! Las siguientes páginas simplemente buscan despertar la curiosidad del lector y ayudarlo a descubrir un nuevo “arte del placer”.

 

El tesoro de la Iglesia

 

El Sínodo sobre la familia ha puesto en evidencia –como si hubiese sido necesario- un profundo malestar en la Iglesia. Puede tratarse de una crisis de crecimiento, pero también de debates recurrentes sobre las cuestiones de los “divorciados recasados”, los “modelos de familia”, el papel de la mujer, el control de la natalidad, la gestación subrogada, la homosexualidad, la eutanasia.

Es inútil cerrar los ojos: la Iglesia está cuestionada en los fundamentos. Éstos se encuentran reunidos en la Sagrada Escritura, en la enseñanza de Jesús, en la efusión del Espíritu Santo, en el anuncio del Evangelio por parte de los apóstoles, en la comprensión cada vez más aguda de la Revelación, en el asentimiento de la fe de la comunidad creyente. Jesús ha confiado a la Iglesia la misión de acoger estas verdades, para hacer resplandecer su coherencia, para hacer memoria de ellas.

La Iglesia no ha recibido del Señor la misión de cambiar estas verdades ni la misión de reescribir el Credo; es la custodia del tesoro; debe estudiar estas verdades, explicarlas, profundizar su comprensión e invitar a todos a adherirse a él por la fe.

A partir de los Hechos de los apóstoles, la Iglesia reconoce y proclama ser una, Santa, católica y apostólica. Estas son sus "Notas" distintivas.

La Iglesia (revisar todas las veces Iglesia con mayúscula inicial) es;

  • Una, porque tiene sólo un solo corazón, el de Jesús.
  • Santa, porque llama a la conversión al Señor, a la oración; a la contemplación del Señor. El hombre no tiene poder para santificarse a sí mismo, pero todos son llamados a responder a la llamada universal a la santidad.
  • Católica, porque ha recibido del Espíritu Santo el don de lenguas: es universal. Comprensión de las lenguas significa unidad en la diversidad, como fruto del Espíritu Santo.
  • Apostólica, es decir que está fundada sobre los apóstoles y profetas. La sucesión apostólica significa que existe un vínculo ininterrumpido que nos conecta con la fuente misma de la doctrina de los apóstoles. 

Para ofrecer al mundo la buena noticia que ha venido a traer, el Señor ha querido asociar a su obra a  hombres que escogió para que permanecieran con El y fuesen a enseñar a todas las Naciones (cf. Mc. 3, 13-19). Estos hombres son testigos de las palabras que recogieron de boca de Jesús mismo y de los signos que Él ha obrado. Estos testigos fueron llamados por el Señor para garantizar, de generación en generación, la fidelidad a la doctrina que Él mismo ha impartido. A ellos compete el deber de profundizar la comprensión de los testimonios que se refieren a Él y de autenticar la Tradición.

La enseñanza del Señor comporta una dimensión moral exigente. Esta enseñanza invita ciertamente a una adhesión de razón a la regla de oro, que los grandes sabios de la humanidad han meditado durante siglos. Jesús lleva esta regla a la perfección. Pero la Tradición de la Iglesia incorpora preceptos de conducta propios, en cuya cima está el amor a Dios y al prójimo. «En todo traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes: ésta es la Ley y los Profetas "(Mt. 7, 12). Este doble mandato es la referencia básica para el proceder cristiano. Éste está llamado a abrirse a la iluminación del Espíritu, que es amor, y a corresponder a esta iluminación de fe a través del amor (cf. Gal. 5, 6).

Entre éste –el amor– y aquella –la fe– el vínculo es indisoluble. Si -y esto es la enseñanza de la Iglesia- este enlace está roto, la moral cristiana se hunde en diferentes formas de relativismo o escepticismo.

Uno llega entonces a conformarse con opiniones fluctuantes y subjetivas. Se establece una brecha entre la verdad y la acción. Ya no hay referencia a la verdad, ni a la autoridad que la garantice. La moral cristiana no es ya dada por Dios a los hombres.

Se llega a pensar que el hombre incluso no necesita amar a Dios para salvarse a sí mismo, ni necesita creer en Su amor.

Quebrada por una censura fatal, la moral ve abrirse de par en par la puerta para el legalismo, el agnosticismo y el secularismo.

Las reglas de vida enseñadas por los Profetas, por el Señor, por los Padres de la Iglesia poco a poco se van apagando. Predominan a partir de entonces las prescripciones de los especialistas de la ley, herederos de los escribas y fariseos.

La moral se convierte así en una forma de positivismo gnóstico reservado para los iniciados. Este conocimiento no encuentra “legitimidad” sino en las decisiones puramente discrecionales de aquellos a los que se concede el privilegio de enunciar una nueva moral, privada de toda referencia  fundamental a la verdad revelada.

En su enseñanza, San Pablo nos invita a evitar las trampas de una moral privada de enraizamiento en la Revelación. Así es cómo exhorta a los cristianos:

"No os conforméis a este siglo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que podáis discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto" (Rm. 12, 2)

"Así que ruego que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento y en todo tipo de discernimiento, para que podáis distinguir siempre lo mejor" (Fil. 1,9 ss; cf. 1 Tim. 5,19-22)


 

El regreso de la Casuística

 

Es ahora entonces, cuando se puede percibir el retorno de la casuística, que debería permitir a los moralistas examinar y resolver los casos de conciencia. Algunos moralistas están empeñados en proporcionar soluciones que satisfagan las necesidades de quienes recurren a su iluminación.

En estos casuistas de ayer y de hoy, los principios fundamentales de la moral son opacados por los juicios a menudo divergentes que emiten estos serios consejeros espirituales. El desinterés por la moral  fundamental ha dejado el campo libre a la creación de un derecho positivo que prohíbe en los códigos de comportamiento todo lo que se refiera a normas fundamentales de moralidad.

El casuista o neocasuista se ha convertido en legislador y juez. Cultiva el arte de confundir a los fieles. La preocupación por la verdad revelada y accesible a la razón pierde su interés. A lo sumo, interesará a las posiciones "probables". Gracias al probabilismo, una tesis podrá dar lugar a interpretaciones contradictorias.

El probabilismo permitirá sugerir ora el calor, ora el frío, los pro y los contra. Se olvida la enseñanza de Jesús: "cuando usted hablen, digan 'sí' o ‘no'; todo lo demás viene del Maligno" (Mt 5, 37; Jn 5,12; cf. 2 Cor 1, 20). Sin embargo, cada neocasuista se mueve según su propia interpretación. La tendencia es hacia la confusión de las tesis; a la duplicidad, a la doble o triple verdad; a una avalancha de interpretaciones. El casuista tiene un corazón dividido, pero tiene la intención de seguir siendo amigo del mundo (cf. Jn. 4, 4-8).

Poco a poco se marchitarán las reglas de conducta establecidas por la voluntad de Dios y transmitidas por el Magisterio de la Iglesia. Por lo tanto se puede cambiar la calificación moral de los actos. Los casuistas no se conforman con endulzar esta calificación; quieren transformar la propia ley moral. Esta será la tarea de los casuistas, de los confesores, de los directores espirituales, a veces de algunos obispos. Todo el mundo deberá tener la preocupación de agradar. Por lo tanto, debe recurrir a las componendas, adaptar su discurso a la satisfacción de las pasiones humanas: no es preciso rechazar a nadie.

 

La calificación moral de un acto no depende de su conformidad con la voluntad de Dios como nos muestra la Revelación. Depende de la intención del sujeto moral y esa intención puede ser modelada y formada por el director de  conciencia que “acompaña” a sus asistidos. A los efectos de agradar, el Director tendrá que aflojar el rigor de la doctrina transmitida por la tradición.

El pastor tendrá que adaptar sus palabras a la naturaleza humana, y a que las pasiones conducen naturalmente al pecado. De allí la progresiva supresión de referencias al pecado original y la gracia. Es evidente la influencia de Pelagio (monje de origen bretón, siglo v): el hombre debe salvarse a sí mismo y tomar en sus manos su destino. Decir la verdad ya no es parte del rol del casuista. Estos deben cautivar, presentar un discurso fascinante, hacerle el juego a la salvación fácil, encantar a los que aspiran a "oír novedades” (cf. 2 Tm 4, 3).

En resumen, el eclipse de la moral revelada abre el camino a la inauguración de la casuística y crea el espacio favorable para el establecimiento de un gobierno de las conciencias. Se restringe el espacio para la libertad religiosa, que la Escritura propone a los pequeños hijos de Dios, y que es inseparable de la fe en el Señor.

Entonces debemos examinar algunos ejemplos de los sectores en donde el trabajo de los casuistas de hoy se evidencia con más claridad.

Así, en nombre de la compasión, el divorcio, el aborto y la eutanasia serán también aceptados por la Iglesia


 

El gobierno de las conciencias

 

Con la llegada, en la Iglesia, de los gobernadores de las conciencias, podemos percibir la proximidad entre la concepción casuística del gobierno de la ciudad y la concepción que se encuentra, por ejemplo, en Maquiavelo, en La Boëtie o en Hobbes. Sin decirlo o sin darse cuenta, lo neo-casuistas son en todos los aspectos herederos de estos maestros del arte de gobernar a los siervos, arte que se encuentra en los autores citados.

El dios mortal, el Leviatán, determina lo que es correcto y lo que es bueno; decide lo que las personas deben pensar y querer. Él, el Leviatán, es quien señorea la conciencia, el pensamiento y la acción de todos sus súbditos. No debe rendir cuenta a nadie. Debe dominar las mentes de sus súbditos y establecer el “bien” que se debe perseguir y el "mal" que debe evitarse. Toda la autoridad política tiene en definitiva su origen en este dios mortal, que es el gobernador de las conciencias. Junto con los tres autores citados, los neo-casuistas se alistan tras los teóricos de la tiranía y del totalitarismo. ¿El ABC del poder totalitario no consiste acaso fundamentalmente en someter las conciencias, y en alienarlas? De esta manera, el casuista ofrece un salvoconducto a cualquiera que quiera establecer una religión cívica única y fácilmente controlable, de modo que las leyes discriminen a los ciudadanos.

¿Adaptar los sacramentos?

 

Para mantener a todos felices, hay que "adaptar" los sacramentos. Tomemos el caso del Sacramento de la Penitencia. El desinterés del que hoy es objeto este sacramento se comprende por el “rigorismo”  del cual los confesores han dado pruebas desde hace ya tiempo. Esto, al menos, es lo que asegura el casuista. Hoy en día, el confesor debe aprender a hacer que este Sacramento complazca a los penitentes. Pero edulcorando la severidad atribuida a este sacramento, el casuista desvía al penitente de la gracia que Dios concede. La neo-casuística aleja al pecador de la fuente divina de la misericordia, a la que debemos volver.

Las consecuencias de esta desviación deliberada son paradójicas y dramáticas. La nueva moral conduce el cristiano a hacer inútil el sacramento de la penitencia y, por lo tanto, la Cruz de Cristo y su Resurrección (cf. 1 Cor 1, 17). Si este sacramento no es aceptado como uno de los eventos más importantes del amor misericordioso de Dios para con nosotros; si ya no es percibido como necesario para la salvación, pronto no habrá más ordenaciones de obispos o sacerdotes para la absolución sacramental a los pecadores. La escasez y eventual desaparición de la ofrenda sacramental del perdón por el sacerdote llevará a cabo y de hecho ya ha provocado otras desapariciones, incluida la ordenación sacerdotal y la Eucaristía. Y así sucesivamente sucederá con los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo y confirmación), y con la Unción de los enfermos, para no hablar de la liturgia en general...

Sin embargo, para los neo-casuistas no hay más revelación que deba recibirse ni tradición que deba transmitirse. Como ya se ha señalado, "¡lo verdadero es lo nuevo!". Lo nuevo es la nueva señal de la verdad. Esta nueva casuística conduce a los cristianos a hacer tabla rasa del pasado. Por último, la obsesión por complacer a todos empuja a los casuistas a un retorno a la naturaleza, a aquella que era precedente al pecado original.

 

La cuestión de "recasarse"


 

La enseñanza de los neo-casuistas nos hace recordar la condescendencia de la que dieron buena prueba los obispos ingleses en la confrontación con el Rey Enrique VIII.

 

De nuevo resurgen las preguntas,  aunque varían las modalidades de condescendencia. ¿Quiénes son estos clérigos de todo orden, que tratan de complacer a los poderosos de este mundo? ¿Leales o rebeldes? ¿Cuántos pastores de todos los rangos quieren forjar alianzas con los poderosos de este mundo, aunque hoy de modo solapado, sin tener que jurar públicamente lealtad a los "valores" del mundo? Tratando de facilitar el "recasamiento" los neo-casuistas dan vía libre a todos los actores políticos que socavan el respeto por la vida y la familia. Con ellos, las declaraciones de nulidad serían tan fáciles como los matrimonios repetidos y con modalidades variables.

Los neo-casuistas tienen gran interés en los casos de divorciados “recasados". Como en otros casos, la forma que ofrecen es un buen ejemplo de la “táctica del salami” (cf. Mátyás Rákosi, 1947). Según ésta, se acuerda en ir presentando en cortes o “rebanadas” lo que no se podría digerir nunca en bloque.

Observemos el procedimiento.

Primer corte: en el punto de partida, por supuesto, se hallan las referencias a la enseñanza de las Escrituras sobre el matrimonio y la enseñanza de la Iglesia sobre el asunto.

Segundo corte: uno insiste en buscar una solución para "acomodar" esta enseñanza. La tercera etapa, bajo forma de interrogación: ¿los divorciados “recasados”, se hallan en un estado de pecado grave?

La cuarta rebanada es la entrada en escena del director de conciencia, que ayudará a los divorciados "vueltos a casar" a "discernir", es decir, a elegir lo que más les convenga en su situación. Este director de conciencia debe entender y perdonar. Debe demostrar compasión, pero ¿qué compasión? Para el casuista, de hecho, cuando se procede a la calificación moral de un acto, la preocupación por la compasión debe prevalecer sobre las acciones objetivamente malas: debe ser flexible, adaptarse a las circunstancias.

La quinta rebanada de salami, es que todo el mundo puede discernir, personalmente y con libertad de pensamiento, lo que mejor le conviene. De hecho, en el camino, la palabra “discernimiento” es equívoca, ambigua. No debe ser tomada con el significado paulino de las Escrituras. Ya no se trata de buscar de Dios, sino de discernir la elección más conveniente, que maximizará “las cosquillas en las orejas” que provocan las novedades evocadas por San Pablo (2 Tim 4, 3).


 

El asesinato

 

El asesinato presenta otro caso que merece nuestra atención. Nos centraremos aquí en un caso de desviación de la intención. Ya en la casuística clásica del s. XVII el homicidio podría proceder del deseo de venganza, que es un delito. Para evitar esta calificación penal, se necesitaba desviar esta intención criminal –de tomar venganza– y asignar el homicidio a otra intención moralmente admisible. En lugar de invocar la venganza como motivación, se invocaba por ejemplo, el deseo de defender el honor, que era considerado como moralmente digno.

Vamos a ver cómo se aplica esta desviación de la intención a otro caso, contemporáneo. Se argumenta de la siguiente manera: el aborto es un crimen. La Sra. X quiere abortar a su hijo; este bebé no es deseado. Pero el aborto es un crimen moralmente inadmisible. Se desvía entonces la intención para que la intención inicial se cancele. ¡No pretende deshacerse de un niño engorroso! En lugar de ello y en vez de su intención original, se sostiene que en este caso el aborto es moralmente permisible porque por ejemplo el objetivo essalvar la vida de los sujetos enfermos, conseguir medicinas con piezas anatómicas en buen estado y precio. La intención determina la calidad moral del acto. Así que usted puede complacer a una gama más amplia de los beneficiarios a quienes los casuistas no dejan de pregonar la "generosidad" y "libertad de espíritu".

Es bien sabido lo que enseña la iglesia sobre el aborto. Desde el momento en que se constata la presencia del ser humano, la Iglesia enseña que la vida y la dignidad de este ser deben respetarse, hasta la muerte natural. La doctrina de la Iglesia sobre esta cuestión es coherente y está atestiguada por la tradición. Esta situación frustra a algunos neo-casuistas. Por lo tanto acuñan un nuevo término: la humanización del embrión. Hay, dicen, humanización del embrión si hay una comunidad que da cabida a este embrión. Es la sociedad la que humaniza al embrión. Si la sociedad niega esta humanización, se podrá legalizar la eliminación del embrión. En ausencia de esta humanización por parte de la sociedad, el embrión no tiene ningún derecho que pueda ser invocado ni, por tanto, ninguna protección legal. Si la sociedad se niega a humanizar el embrión, no puede ser un asesinato, puesto que no se reconoce la realidad humana de este embrión. Porque para que haya asesinato sería necesario que haya sido posible la concesión de su humanización por una ley positiva, ¡sin la cual no es no hay ni muerte ni homicidio!

En los ejemplos citados la táctica del salami viene en ayuda de los neo-casuistas. Al principio, el aborto es ilegal, luego se lo presenta como algo excepcional, luego llega a ser raro, luego tolerado, después legalizado, finalmente forma parte de las costumbres. Quienes se oponen a estos abortos son menospreciados, amenazados, relegados al ostracismo, condenados. Esta es la manera de destruir el derecho y las instituciones políticas. ¡Tengamos en cuenta que, gracias a la casuística, el aborto es tolerado primero en la Iglesia y luego en el Estado! ¡El derecho positivo asume el papel de la nueva moral! Es lo que se ha podido ver en Francia, en el debate sobre la legalización del aborto. Este es un escenario que podría extenderse a todo el mundo. Gracias a los esfuerzos de neo-casuistas, el aborto podría ser declarado un nuevo "derecho humano" a escala universal.

Eutanasia

 

También el tema de la eutanasia merece una mención. Esta práctica se extiende cada vez más en los países occidentales, tradicionalmente cristianos. Los demógrafos con frecuencia destacan el envejecimiento de la población de estas regiones del mundo. La esperanza de vida al nacer ha aumentado casi en todas partes. En principio, el envejecimiento es en sí mismo bueno. A lo largo de los siglos, en todo el mundo, los hombres han luchado contra la muerte precoz. A principios del siglo XIX, la esperanza de vida al nacer era a menudo del orden de 30 años. Hoy en día, la misma expectativa de vida es alrededor de ochenta años.

Esta situación, sin embargo, plantea problemas de todo tipo. Mencionemos uno: ¿quién pagará las pensiones? “Eutanasiar” al viejo engorroso y caro seguramente obtendría ahorros significativos. Por lo tanto se dice que debemos ayudar al anciano costoso a "morir con dignidad". Dado que es políticamente difícil retrasar la edad en se llega al retiro laboral, se reducirá la esperanza de vida. El proceso está ya en marcha en algunas partes de Europa. Esto supone ahorros significativos: reduce los costos de salud, productos farmacéuticos y especialmente masiva reducción de las pensiones a pagar. Debido a que al pensamiento políticamente correcto repugna un plan tan austero, debe cambiarse la intención para aprobar una ley que legalice la eutanasia.

¿Cómo se debe proceder? Desarrollando un discurso piadoso, centrado en la compasión. Debe ser aceptable para todas las categorías de personas afectadas por este programa. A estas personas, hay que hacer que se adhieran a un programa que tenga por objeto dar la muerte "en buenas condiciones" y "con dignidad”. ¡La muerte “con dignidad” será el pináculo de la calidad de vida! En lugar de auspiciar tratamientos paliativos y rodear con afecto a los enfermos, abusarán de su fragilidad, y se les engañará sobre el tratamiento mortal que se le va a infligir. Los neo-casuistas permanecerán como vigilantes para comprobar la conformidad del acto homicida con la ley positiva que "autoriza" el regalo de la muerte. La colaboración de capellanes particularmente joviales será apreciada grandemente para autenticar la compasión significada en la muerte obsequiada como un regalo.


 

El partido que quiere desmantelar la moralidad en el nombre de pietismo

 

Las discusiones ocurridas con ocasión del Sínodo la familia ha puesto de manifiesto la determinación de un grupo de pastores y teólogos que no dudan en socavar la cohesión doctrinal de la Iglesia. Este grupo funciona como un poderoso partido, internacional, rico, organizado y disciplinado. Los miembros activos del partido tienen fácil acceso a los medios de comunicación; a menudo operan abiertamente. Funcionan con el apoyo de algunas de las más altas autoridades de la Iglesia. El principal objetivo de estos activistas es la moral cristiana, a la cual reprochan una gravedad incompatible con los "valores" de nuestro tiempo.

Es necesario encontrar caminos que conduzcan a la Iglesia a su propio gusto, reconciliando su moral con las pasiones humanas. La solución propuesta por los neo-casuistas comienza con el cuestionamiento de la teología moral fundamental, luego con el oscurecimiento natural de la luz de la razón. Las referencias a la moral cristiana revelada en las Escrituras y en las enseñanzas de Jesús son desviadas de su significado originario. Los preceptos de la razón son considerados como susceptibles de ser cuestionados indefinidamente: el probabilismo conlleva obligaciones. Primero debe ser reconocida la voluntad de aquellos que son lo suficientemente poderosos como para imponer su voluntad. No se vacilará en hacerse “uncir junto a los incrédulos” (cf. 2 Cor. 6, 14).

Este voluntarismo moral será lo suficientemente amplio como para ponerse al servicio del poder político, del Estado, pero también del mercado, de las altas finanzas, del derecho, etc. Concretamente, habrá que complacer a los líderes políticos corruptos, a los campeones de la evasión de impuestos y la usura, a los médicos abortistas, a los comerciantes industriales de píldoras, a los abogados dispuestos a defender los casos menos defendibles, a los agrónomos enriquecidos con productos transgénicos, etc. La nueva moral se extenderá insidiosamente en los medios de comunicación, en las familias, en las escuelas, en las universidades, en los hospitales, en los tribunales.

Así se ha formado un cuerpo social que niega el primer lugar a la búsqueda de la verdad, pero que es muy activo donde encuentre conciencias para gobernar, asesinos para tranquilizar, sinvergüenzas para liberar, ricos para complacer. Gracias a esta red, los neo-casuistas pueden ejercer su control sobre los engranajes de la Iglesia, influir en la elección de candidatos para los altos cargos, tejer alianzas que ponen en peligro la existencia misma de la Iglesia.


 

¿Hacia una religión de pietismo?

 

1. Lo más preocupante en los casuistas es el desinterés por la verdad. En ellos encontramos un relativismo, e incluso un escepticismo que hace que en la moral debemos actuar según la norma más probable. Tenemos que elegir la norma que, en esas circunstancias, sea considerada más placentera para esa persona, para ese director espiritual, para ese público. Esto vale tanto para la sociedad como para los hombres. Todos deben hacer su elección, no en función de la verdad, sino dependiendo de las circunstancias. Las mejores leyes son las que más agradan, y al mayor número de personas. Asistimos a la expansión de una religión de pietismo, e incluso a un utilitarismo individualista, porque la preocupación por complacer a los otros no deja de ser el complacerse a uno mismo.

2. Con el objeto de complacer, los casuistas deben estar a la moda, estar atentos a las noticias. Los Padres de la iglesia de las generaciones anteriores y los grandes teólogos del pasado, incluso reciente, son presentados como inadecuados para la situación actual de la iglesia; deben ser superados. Para estos casuistas, la tradición de la Iglesia debe ser por así decir, filtrada y sometida a un cuestionamiento radical. Nosotros –asegura con gravedad el neo-casuista– sabemos lo que la Iglesia debe hacer ahora para atraer a todo el mundo (cf. Jn. 9). El deseo de agradar se dirige particularmente a los ganadores. La nueva moral social y política debe tener cuidado con estas personas. Tienen un nivel de vida a proteger o mejorar; deben mantener su rango. ¡Y tanto peor por los pobres que no tienen los mismos cargos mundanos! Por supuesto que también los pobres necesitarán ser complacidos, pero debe admitirse que son menos "interesantes" que las personas influyentes. ¡Uno no puede complacer a todo el mundo!

La moral de los casuistas en última instancia se asemeja a una gnosis destilada en círculos seleccionados; a un saber de tipo esotérico que abastece a una minoría de personas que no advierten en absoluto la necesidad de ser salvados por la Cruz de Jesús. El pelagianismo raramente ha sido tan próspero.

3. La moral tradicional de la Iglesia siempre ha reconocido que existen actos objetivamente malos. Esta misma teología moral también reconoce y desde hace largo tiempo, la importancia de las circunstancias. Esto significa que para la calificación de un acto se debe tener en cuenta las circunstancias en que se realizó el acto y los grados de responsabilidad; es lo que los moralistas llaman la imputabilidad. Los casuistas de hoy minimizan la importancia de la moral tradicional y amplifican dramáticamente el papel de las circunstancias. A continuación, la conciencia es empujada al engaño, porque se deja desviar tras el deseo de placer.

Como puede verse en los medios de comunicación, los casuistas a menudo están fascinados por un mundo destinado a desaparecer. Demasiado a menudo olvidan que con Jesús, un mundo nuevo ya ha comenzado. Recordamos el punto central de la historia humana: "las cosas viejas pasaron, he aquí que hay una nueva realidad" (Ap. 21, 5). Oímos incluso a San Pablo: "Renovaos por medio de la transformación espiritual de vuestra mente y revestíos del nuevo hombre creado según Dios en justicia y santidad que proceden de la verdad" (Ef. 4, 22-23).

4. La acción de los casuistas hoy no sólo afecta a la enseñanza moral de la Iglesia. Esta acción afecta toda la teología dogmática y, en particular la cuestión del Magisterio. Este punto es a menudo muy poco subrayado.

La unidad de la Iglesia está en peligro allí donde proponen proyectos específicos, a veces demagógicos, de descentralización, en gran parte inspirados en la Reforma luterana. ¡Se dependería entonces de los príncipes de este mundo, más que reforzar la unidad en torno al Buen Pastor!

La santidad de la Iglesia está en peligro allí donde los casuistas explotan la debilidad de los hombres y predican una devoción fácil y el olvido de la Cruz.

La catolicidad está en peligro donde la Iglesia se aventura en el camino de Babel y subestima la efusión del Espíritu Santo, el don de lenguas. ¿No es Él mismo, el Espíritu, quien reúne a la diversidad de los que se unen a la misma fe en Jesús, el Hijo de Dios?

La apostolicidad de la Iglesia está en peligro, allí donde en nombre de una malentendida exención, una comunidad, un “partido” es liberado de la jurisdicción del obispo y se considera dependiente directamente del Papa. Muchos neo-casuistas están eximidos de la comunidad de esta manera. ¿Cómo dudar de que esta exención debilita a todo el Colegio episcopal?


Mons. Michel Schooyans

 

Referencias bibliográficas:


  • CARIOU, Pierre, Pascal et la casuistique, Paris, PUF, colección Cuestiones, 1993.
  • Papa Juan Pablo II, carta encíclica Veritatis Splendor, Vaticano, 1993.
  • Testamento de Nouveau, TOB [Traducción ecuménica de la Biblia], ediciones numerosas.
  • Pascal, Les Provinciales, texto a cargo de por Jacques Chevalier, París, La Pléiade, 1954.
  • Pascal, Les Provinciales, edición revisada por Jean Steinmann, París, Armand Colin, 1962.
  • Prólogo de Pascal, Les Provinciales, por Robert Kanters, Lausanne, Éd. Rencontre.1967.
  • En Wikipedia: se halla muy buena documentación sobre Pascal, casuístico, Los Provinciales.