LA MORAL CASUISTICA Y EL DESINTERÉS POR
LA VERDAD
Las discusiones
ocurridas con ocasión del Sínodo la familia ha puesto de
manifiesto la determinación de un grupo de pastores y teólogos que no dudan en
socavar la cohesión doctrinal de la Iglesia. Este grupo funciona como un
poderoso partido, internacional, rico, organizado y disciplinado.
Monseñor Michel Sooyans
Publicamos un breve ensayo de monseñor
Michel Schooyans ("De la casuística
a la misericordia- ¿hacia un nuevo arte de agradar?"), dedicado al
eclipse de la moralidad católica, perseguida por teólogos y pastores de
la Iglesia.
Monseñor Schooyans nació en Bélgica en
1930. Es sacerdote de la diócesis de Malinas-Bruselas, doctor en filosofía y
teología. Es profesor emérito de la Universidad de Lovaina (Bélgica), miembro
de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y consultor del Pontificio
Consejo para la Familia. Es autor de numerosos libros y ensayos sobre bioética,
demografía, políticas globales de las Naciones Unidas. A petición personal de
Juan Pablo II, que lo quería como colaborador de la Santa Sede, escribió un Vía
Crucis para las familias (2001).
Se podría pensar
que la casuística está muerta y enterrada. Las controversias del siglo XVII,
definitivamente superadas. Pocos son los que leen las Cartas
Provinciales y a los autores que Pascal criticaba (1623-1662).
Estos autores son
los casuistas, es decir, los moralistas que se esfuerzan por resolver casos de
conciencia sin sucumbir al rigorismo. Releyendo las Cartas, nos
impresiona la notable semejanza entre una disputa del siglo XVII y las
posiciones defendidas hoy por pastores y teólogos que aspiran a cambios
radicales de la pastoral y la doctrina de la Iglesia.
El reciente Sínodo
sobre la Familia (octubre de 2014 – octubre de 2015) ha puesto en evidencia un
espíritu de lucha reformista que hoy permite comprender mejor las Cartas
Provinciales. ¡Pascal está empezando a ser conocido bajo una luz
inesperada! Las siguientes páginas simplemente buscan despertar la curiosidad
del lector y ayudarlo a descubrir un nuevo “arte del placer”.
El tesoro de la Iglesia
El Sínodo sobre la
familia ha puesto en evidencia –como si hubiese sido necesario- un profundo
malestar en la Iglesia. Puede tratarse de una crisis de crecimiento, pero
también de debates recurrentes sobre las cuestiones de los “divorciados
recasados”, los “modelos de familia”, el papel de la mujer, el control de la
natalidad, la gestación subrogada, la homosexualidad, la eutanasia.
Es inútil cerrar
los ojos: la Iglesia está cuestionada en los fundamentos.
Éstos se encuentran reunidos en la Sagrada Escritura, en la enseñanza de Jesús,
en la efusión del Espíritu Santo, en el anuncio del Evangelio por parte de los
apóstoles, en la comprensión cada vez más aguda de la Revelación, en el
asentimiento de la fe de la comunidad creyente. Jesús ha confiado a la Iglesia
la misión de acoger estas verdades, para hacer resplandecer su coherencia, para
hacer memoria de ellas.
La Iglesia no ha
recibido del Señor la misión de cambiar estas verdades ni la misión de
reescribir el Credo; es la custodia del tesoro; debe estudiar estas verdades,
explicarlas, profundizar su comprensión e invitar a todos a adherirse a él por
la fe.
A partir de los
Hechos de los apóstoles, la Iglesia reconoce y proclama ser una, Santa,
católica y apostólica. Estas son sus "Notas" distintivas.
La Iglesia (revisar
todas las veces Iglesia con mayúscula inicial) es;
- Una, porque tiene sólo un solo corazón, el de Jesús.
- Santa, porque llama a la conversión al Señor, a la oración; a la contemplación del Señor. El hombre no tiene poder para santificarse a sí mismo, pero todos son llamados a responder a la llamada universal a la santidad.
- Católica, porque ha recibido del Espíritu Santo el don de lenguas: es universal. Comprensión de las lenguas significa unidad en la diversidad, como fruto del Espíritu Santo.
- Apostólica, es decir que está fundada sobre los apóstoles y profetas. La sucesión apostólica significa que existe un vínculo ininterrumpido que nos conecta con la fuente misma de la doctrina de los apóstoles.
Para ofrecer al
mundo la buena noticia que ha venido a traer, el Señor ha querido asociar a su
obra a hombres que escogió para que permanecieran con El y fuesen a enseñar
a todas las Naciones (cf. Mc. 3, 13-19). Estos hombres son testigos de las
palabras que recogieron de boca de Jesús mismo y de los signos que Él ha
obrado. Estos testigos fueron llamados por el Señor para garantizar, de
generación en generación, la fidelidad a la doctrina que Él mismo ha impartido.
A ellos compete el deber de profundizar la comprensión de los testimonios que
se refieren a Él y de autenticar la Tradición.
La enseñanza del
Señor comporta una dimensión moral exigente. Esta enseñanza invita ciertamente
a una adhesión de razón a la regla de oro, que los grandes sabios de la
humanidad han meditado durante siglos. Jesús lleva esta regla a la perfección.
Pero la Tradición de la Iglesia incorpora preceptos de conducta propios, en
cuya cima está el amor a Dios y al prójimo. «En todo traten a los demás tal y
como quieren que ellos los traten a ustedes: ésta es la Ley y los Profetas
"(Mt. 7, 12). Este doble mandato es la referencia básica para el proceder
cristiano. Éste está llamado a abrirse a la iluminación del Espíritu, que es
amor, y a corresponder a esta iluminación de fe a través del amor (cf. Gal. 5,
6).
Entre éste –el amor–
y aquella –la fe– el vínculo es indisoluble. Si -y esto es la enseñanza de la Iglesia- este enlace
está roto, la moral cristiana se hunde en diferentes formas de relativismo o
escepticismo.
Uno llega entonces
a conformarse con opiniones fluctuantes y subjetivas. Se establece una brecha entre la verdad y la
acción. Ya no hay referencia a la verdad, ni a la autoridad que la
garantice. La moral cristiana no es ya dada por Dios a los hombres.
Se llega a pensar
que el hombre incluso no necesita amar a Dios para salvarse a sí mismo, ni
necesita creer en Su amor.
Quebrada por una censura
fatal, la moral ve abrirse de par en par la puerta para el legalismo, el
agnosticismo y el secularismo.
Las reglas de vida
enseñadas por los Profetas, por el Señor, por los Padres de la Iglesia poco a
poco se van apagando. Predominan a partir de entonces las prescripciones de los
especialistas de la ley, herederos de los escribas y fariseos.
La moral se convierte así en una forma de
positivismo gnóstico reservado para los iniciados. Este conocimiento
no encuentra “legitimidad” sino en las decisiones puramente discrecionales de
aquellos a los que se concede el privilegio de enunciar una nueva moral,
privada de toda referencia fundamental a la verdad revelada.
En su enseñanza, San
Pablo nos invita a evitar las trampas de una moral privada de enraizamiento en
la Revelación. Así es cómo exhorta a los cristianos:
"No os
conforméis a este siglo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra
mente, para que podáis discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno,
aceptable y perfecto" (Rm. 12, 2)
"Así que ruego
que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento y en todo tipo de
discernimiento, para que podáis distinguir siempre lo mejor" (Fil. 1,9 ss;
cf. 1 Tim. 5,19-22)
El regreso de la Casuística
Es ahora entonces,
cuando se puede percibir el retorno de la casuística, que debería permitir a
los moralistas examinar y resolver los casos de conciencia. Algunos moralistas
están empeñados en proporcionar soluciones que satisfagan las necesidades de
quienes recurren a su iluminación.
En estos casuistas
de ayer y de hoy, los principios fundamentales de la moral son opacados por los
juicios a menudo divergentes que emiten estos serios consejeros espirituales.
El desinterés por la moral fundamental ha dejado el campo libre a la
creación de un derecho positivo que prohíbe en los códigos de comportamiento
todo lo que se refiera a normas fundamentales de moralidad.
El casuista o neocasuista se ha convertido en
legislador y juez. Cultiva el arte de confundir a los fieles. La preocupación
por la verdad revelada y accesible a la razón pierde su interés. A lo sumo,
interesará a las posiciones "probables". Gracias al probabilismo, una
tesis podrá dar lugar a interpretaciones contradictorias.
El probabilismo
permitirá sugerir ora el calor, ora el frío, los pro y los contra. Se olvida la
enseñanza de Jesús: "cuando usted hablen, digan 'sí' o ‘no'; todo lo demás
viene del Maligno" (Mt 5, 37; Jn 5,12; cf. 2 Cor 1, 20). Sin embargo, cada
neocasuista se mueve según su propia interpretación. La tendencia es hacia la
confusión de las tesis; a la duplicidad, a la doble o triple verdad; a una
avalancha de interpretaciones. El casuista tiene un corazón dividido, pero
tiene la intención de seguir siendo amigo del mundo (cf. Jn. 4, 4-8).
Poco a poco se
marchitarán las reglas de conducta establecidas por la voluntad de Dios y
transmitidas por el Magisterio de la Iglesia. Por lo tanto se puede cambiar la
calificación moral de los actos. Los casuistas no se conforman con endulzar
esta calificación; quieren transformar la propia ley moral. Esta será la tarea
de los casuistas, de los confesores, de los directores espirituales, a veces de
algunos obispos. Todo el
mundo deberá tener la preocupación de agradar. Por lo tanto, debe
recurrir a las componendas, adaptar su discurso a la satisfacción de las
pasiones humanas: no es preciso rechazar a nadie.
La calificación
moral de un acto no depende de su conformidad con la voluntad de Dios como nos
muestra la Revelación. Depende de la intención del sujeto moral y esa intención
puede ser modelada y formada por el director de conciencia que “acompaña”
a sus asistidos. A los efectos de agradar, el Director tendrá que aflojar el
rigor de la doctrina transmitida por la tradición.
El pastor tendrá
que adaptar sus palabras a la naturaleza humana, y a que las pasiones conducen
naturalmente al pecado. De allí la progresiva supresión de referencias al
pecado original y la gracia. Es evidente la influencia de Pelagio (monje de
origen bretón, siglo v): el hombre debe salvarse a sí mismo y tomar en sus
manos su destino. Decir la
verdad ya no es parte del rol del casuista. Estos deben cautivar, presentar un
discurso fascinante, hacerle el juego a la salvación fácil, encantar a los que aspiran
a "oír novedades” (cf. 2 Tm 4, 3).
En resumen, el
eclipse de la moral revelada abre el camino a la inauguración de la casuística
y crea el espacio favorable para el establecimiento de un gobierno de las
conciencias. Se restringe el espacio para la libertad religiosa, que la
Escritura propone a los pequeños hijos de Dios, y que es inseparable de la fe
en el Señor.
Entonces debemos
examinar algunos ejemplos de los sectores en donde el trabajo de los casuistas
de hoy se evidencia con más claridad.
Así, en nombre de
la compasión, el divorcio, el aborto y la eutanasia serán también aceptados por
la Iglesia
El gobierno de las conciencias
Con la llegada, en
la Iglesia, de los gobernadores de las conciencias, podemos percibir la
proximidad entre la concepción casuística del gobierno de la ciudad y la
concepción que se encuentra, por ejemplo, en Maquiavelo, en La Boëtie o en Hobbes. Sin decirlo
o sin darse cuenta, lo neo-casuistas son en todos los aspectos herederos de
estos maestros del arte de gobernar a los siervos, arte que se encuentra en los
autores citados.
El dios mortal, el
Leviatán, determina lo que es correcto y lo que es bueno; decide lo que las
personas deben pensar y querer. Él, el Leviatán, es quien señorea la
conciencia, el pensamiento y la acción de todos sus súbditos. No debe rendir
cuenta a nadie. Debe dominar las mentes de sus súbditos y establecer el “bien”
que se debe perseguir y el "mal" que debe evitarse. Toda la autoridad
política tiene en definitiva su origen en este dios mortal, que es el
gobernador de las conciencias. Junto con los tres autores citados, los
neo-casuistas se alistan tras los teóricos de la tiranía y del totalitarismo.
¿El ABC del poder totalitario no consiste acaso fundamentalmente en someter las
conciencias, y en alienarlas? De esta manera, el casuista ofrece un
salvoconducto a cualquiera que quiera establecer una religión cívica única y
fácilmente controlable, de modo que las leyes discriminen a los ciudadanos.
¿Adaptar los sacramentos?
Para mantener a
todos felices, hay que "adaptar" los sacramentos. Tomemos el caso del
Sacramento de la Penitencia. El desinterés del que hoy es objeto este
sacramento se comprende por el “rigorismo” del cual los confesores han
dado pruebas desde hace ya tiempo. Esto, al menos, es lo que asegura el
casuista. Hoy en día, el confesor debe aprender a hacer que este Sacramento
complazca a los penitentes. Pero edulcorando la severidad atribuida a este
sacramento, el casuista desvía al penitente de la gracia que Dios concede. La neo-casuística aleja al
pecador de la fuente divina de la misericordia, a la que debemos volver.
Las consecuencias
de esta desviación deliberada son paradójicas y dramáticas. La nueva moral
conduce el cristiano a hacer inútil el sacramento de la penitencia y, por lo
tanto, la Cruz de Cristo y su Resurrección (cf. 1 Cor 1, 17). Si este
sacramento no es aceptado como uno de los eventos más importantes del amor
misericordioso de Dios para con nosotros; si ya no es percibido como necesario
para la salvación, pronto no habrá más ordenaciones de obispos o sacerdotes
para la absolución sacramental a los pecadores. La escasez y eventual
desaparición de la ofrenda sacramental del perdón por el sacerdote llevará a
cabo y de hecho ya ha provocado otras desapariciones, incluida la ordenación
sacerdotal y la Eucaristía. Y así sucesivamente sucederá con los sacramentos de
la iniciación cristiana (bautismo y confirmación), y con la Unción de los
enfermos, para no hablar de la liturgia en general...
Sin embargo, para
los neo-casuistas no hay más revelación que deba recibirse ni tradición que
deba transmitirse. Como ya se ha señalado, "¡lo verdadero es lo nuevo!". Lo nuevo
es la nueva señal de la verdad. Esta nueva casuística conduce a los cristianos
a hacer tabla rasa del pasado. Por último, la obsesión por complacer a todos
empuja a los casuistas a un retorno a la naturaleza, a aquella que era
precedente al pecado original.
La cuestión de "recasarse"
La enseñanza de los
neo-casuistas nos hace recordar la condescendencia de la que dieron buena
prueba los obispos ingleses en la confrontación con el Rey Enrique VIII.
De nuevo resurgen
las preguntas, aunque varían las modalidades de condescendencia. ¿Quiénes
son estos clérigos de todo orden, que tratan de complacer a los poderosos de
este mundo? ¿Leales o rebeldes? ¿Cuántos pastores de todos los rangos quieren
forjar alianzas con los poderosos de este mundo, aunque hoy de modo solapado,
sin tener que jurar públicamente lealtad a los "valores" del mundo?
Tratando de facilitar el "recasamiento" los neo-casuistas dan vía
libre a todos los actores políticos que socavan el respeto por la vida y la
familia. Con ellos, las declaraciones de nulidad serían tan fáciles como los
matrimonios repetidos y con modalidades variables.
Los neo-casuistas
tienen gran interés en los casos de divorciados “recasados". Como en otros
casos, la forma que ofrecen es un buen ejemplo de la “táctica del salami” (cf.
Mátyás Rákosi, 1947). Según ésta, se acuerda en ir presentando en cortes o
“rebanadas” lo que no se podría digerir nunca en bloque.
Observemos el
procedimiento.
Primer corte: en el
punto de partida, por supuesto, se hallan las referencias a la enseñanza de las
Escrituras sobre el matrimonio y la enseñanza de la Iglesia sobre el asunto.
Segundo corte: uno
insiste en buscar una solución para "acomodar" esta enseñanza. La
tercera etapa, bajo forma de interrogación: ¿los divorciados “recasados”, se
hallan en un estado de pecado grave?
La cuarta rebanada
es la entrada en escena del director de conciencia, que ayudará a los
divorciados "vueltos a casar" a "discernir", es decir, a
elegir lo que más les convenga en su situación. Este director de conciencia
debe entender y perdonar. Debe demostrar compasión, pero ¿qué compasión? Para
el casuista, de hecho, cuando se procede a la calificación moral de un acto, la
preocupación por la compasión debe prevalecer sobre las acciones objetivamente
malas: debe ser flexible, adaptarse a las circunstancias.
La quinta rebanada
de salami, es que todo el mundo puede discernir, personalmente y con libertad
de pensamiento, lo que mejor le conviene. De hecho, en el camino, la palabra
“discernimiento” es equívoca, ambigua. No debe ser tomada con el significado
paulino de las Escrituras. Ya no se trata de buscar de Dios, sino de discernir
la elección más conveniente, que maximizará “las cosquillas en las orejas” que
provocan las novedades evocadas por San Pablo (2 Tim 4, 3).
El asesinato
El asesinato
presenta otro caso que merece nuestra atención. Nos centraremos aquí en un caso
de desviación de la intención. Ya en la casuística clásica del s. XVII el
homicidio podría proceder del deseo de venganza, que es un delito. Para evitar
esta calificación penal, se necesitaba desviar esta intención criminal –de
tomar venganza– y asignar el homicidio a otra intención moralmente admisible.
En lugar de invocar la venganza como motivación, se invocaba por ejemplo, el
deseo de defender el honor, que era considerado como moralmente digno.
Vamos a ver cómo se
aplica esta desviación de la intención a otro caso, contemporáneo. Se argumenta
de la siguiente manera: el aborto es un crimen. La Sra. X quiere abortar a su
hijo; este bebé no es deseado. Pero el aborto es un crimen moralmente
inadmisible. Se desvía entonces la intención para que la intención inicial se
cancele. ¡No pretende deshacerse de un niño engorroso! En lugar de ello y en
vez de su intención original, se sostiene que en este caso el aborto es
moralmente permisible porque por ejemplo el objetivo essalvar la vida de los
sujetos enfermos, conseguir medicinas con piezas anatómicas en buen estado
y precio. La intención determina la calidad moral del acto. Así que usted puede
complacer a una gama más amplia de los beneficiarios a quienes los casuistas no
dejan de pregonar la "generosidad" y "libertad de espíritu".
Es bien sabido lo
que enseña la iglesia sobre el aborto. Desde el momento en que se constata la
presencia del ser humano, la Iglesia enseña que la vida y la dignidad de este
ser deben respetarse, hasta la muerte natural. La doctrina de la Iglesia sobre esta
cuestión es coherente y está atestiguada por la tradición. Esta situación
frustra a algunos neo-casuistas. Por lo tanto acuñan un nuevo término: la
humanización del embrión. Hay, dicen, humanización del embrión si hay una
comunidad que da cabida a este embrión. Es la sociedad la que humaniza al
embrión. Si la sociedad niega esta humanización, se podrá legalizar la
eliminación del embrión. En ausencia de esta humanización por parte de la
sociedad, el embrión no tiene ningún derecho que pueda ser invocado ni, por
tanto, ninguna protección legal. Si la sociedad se niega a humanizar el
embrión, no puede ser un asesinato, puesto que no se reconoce la realidad
humana de este embrión. Porque para que haya asesinato sería necesario que haya
sido posible la concesión de su humanización por una ley positiva, ¡sin la cual
no es no hay ni muerte ni homicidio!
En los ejemplos
citados la táctica del salami viene en ayuda de los neo-casuistas. Al
principio, el aborto es ilegal, luego se lo presenta como algo excepcional,
luego llega a ser raro, luego tolerado, después legalizado, finalmente forma
parte de las costumbres. Quienes se oponen a estos abortos son menospreciados,
amenazados, relegados al ostracismo, condenados. Esta es la manera de destruir
el derecho y las instituciones políticas. ¡Tengamos en cuenta que, gracias a la
casuística, el aborto es tolerado primero en la Iglesia y luego en el Estado!
¡El derecho positivo asume el papel de la nueva moral! Es lo que se ha podido
ver en Francia, en el debate sobre la legalización del aborto. Este es un
escenario que podría extenderse a todo el mundo. Gracias a los esfuerzos de
neo-casuistas, el aborto podría ser declarado un nuevo "derecho
humano" a escala universal.
Eutanasia
También el tema de
la eutanasia merece una mención. Esta práctica se extiende cada vez más en los
países occidentales, tradicionalmente cristianos. Los demógrafos con frecuencia
destacan el envejecimiento de la población de estas regiones del mundo. La
esperanza de vida al nacer ha aumentado casi en todas partes. En principio, el
envejecimiento es en sí mismo bueno. A lo largo de los siglos, en todo el
mundo, los hombres han luchado contra la muerte precoz. A principios del siglo
XIX, la esperanza de vida al nacer era a menudo del orden de 30 años. Hoy en
día, la misma expectativa de vida es alrededor de ochenta años.
Esta situación, sin
embargo, plantea problemas de todo tipo. Mencionemos uno: ¿quién pagará las
pensiones? “Eutanasiar” al viejo engorroso y caro seguramente obtendría ahorros
significativos. Por lo tanto se dice que debemos ayudar al anciano costoso a "morir
con dignidad". Dado que es políticamente difícil retrasar la edad en se
llega al retiro laboral, se reducirá la esperanza de vida. El proceso está ya
en marcha en algunas partes de Europa. Esto supone ahorros significativos:
reduce los costos de salud, productos farmacéuticos y especialmente masiva
reducción de las pensiones a pagar. Debido a que al pensamiento políticamente
correcto repugna un plan tan austero, debe cambiarse la intención para aprobar
una ley que legalice la eutanasia.
¿Cómo se debe proceder?
Desarrollando un discurso
piadoso, centrado en la compasión. Debe ser aceptable para todas las
categorías de personas afectadas por este programa. A estas personas, hay que
hacer que se adhieran a un programa que tenga por objeto dar la muerte "en
buenas condiciones" y "con dignidad”. ¡La muerte “con dignidad” será
el pináculo de la calidad de vida! En lugar de auspiciar tratamientos
paliativos y rodear con afecto a los enfermos, abusarán de su fragilidad, y se
les engañará sobre el tratamiento mortal que se le va a infligir. Los
neo-casuistas permanecerán como vigilantes para comprobar la conformidad del
acto homicida con la ley positiva que "autoriza" el regalo de la
muerte. La colaboración de capellanes particularmente joviales será apreciada
grandemente para autenticar la compasión significada en la muerte obsequiada
como un regalo.
El partido que quiere desmantelar la moralidad en
el nombre de pietismo
Las discusiones
ocurridas con ocasión del Sínodo la familia ha puesto de manifiesto la determinación
de un grupo de pastores y teólogos que no dudan en socavar la cohesión
doctrinal de la Iglesia. Este grupo funciona como un poderoso partido,
internacional, rico, organizado y disciplinado. Los miembros activos del
partido tienen fácil acceso a los medios de comunicación; a menudo operan
abiertamente. Funcionan con el apoyo de algunas de las más altas autoridades de
la Iglesia. El principal objetivo de estos activistas es la moral cristiana, a
la cual reprochan una gravedad incompatible con los "valores" de
nuestro tiempo.
Es necesario
encontrar caminos que conduzcan a la Iglesia a su propio gusto, reconciliando
su moral con las pasiones humanas. La solución propuesta por los neo-casuistas
comienza con el cuestionamiento de la teología moral fundamental, luego con el
oscurecimiento natural de la luz de la razón. Las referencias a la moral
cristiana revelada en las Escrituras y en las enseñanzas de Jesús son desviadas
de su significado originario. Los preceptos de la razón son considerados como
susceptibles de ser cuestionados indefinidamente: el probabilismo conlleva
obligaciones. Primero debe ser reconocida la voluntad de aquellos que son lo
suficientemente poderosos como para imponer su voluntad. No se vacilará en
hacerse “uncir junto a los incrédulos” (cf. 2 Cor. 6, 14).
Este voluntarismo
moral será lo suficientemente amplio como para ponerse al servicio del poder
político, del Estado, pero también del mercado, de las altas finanzas, del
derecho, etc. Concretamente, habrá que complacer a los líderes políticos
corruptos, a los campeones de la evasión de impuestos y la usura, a los médicos
abortistas, a los comerciantes industriales de píldoras, a los abogados
dispuestos a defender los casos menos defendibles, a los agrónomos enriquecidos
con productos transgénicos, etc. La nueva moral se extenderá insidiosamente en
los medios de comunicación, en las familias, en las escuelas, en las
universidades, en los hospitales, en los tribunales.
Así se ha formado
un cuerpo social que niega el primer lugar a la búsqueda de la verdad, pero que
es muy activo donde encuentre conciencias para gobernar, asesinos para
tranquilizar, sinvergüenzas para liberar, ricos para complacer. Gracias a esta
red, los neo-casuistas pueden ejercer su control sobre los engranajes de la Iglesia,
influir en la elección de candidatos para los altos cargos, tejer alianzas que
ponen en peligro la existencia misma de la Iglesia.
¿Hacia una religión de pietismo?
1. Lo más preocupante en los
casuistas es el desinterés por la verdad. En ellos encontramos un relativismo,
e incluso un escepticismo que hace que en la moral debemos actuar según la
norma más probable. Tenemos que elegir la norma que, en esas
circunstancias, sea considerada más placentera para esa persona, para ese
director espiritual, para ese público. Esto vale tanto para la sociedad como
para los hombres. Todos deben hacer su elección, no en función de la verdad,
sino dependiendo de las circunstancias. Las mejores leyes son las que más
agradan, y al mayor número de personas. Asistimos a la expansión de una
religión de pietismo, e incluso a un utilitarismo individualista, porque la
preocupación por complacer a los otros no deja de ser el complacerse a uno
mismo.
2. Con el objeto de
complacer, los casuistas deben estar a la moda, estar atentos a las noticias.
Los Padres de la iglesia de las generaciones anteriores y los grandes teólogos
del pasado, incluso reciente, son presentados como inadecuados para la
situación actual de la iglesia; deben ser superados. Para estos casuistas, la
tradición de la Iglesia debe ser por así decir, filtrada y sometida a un
cuestionamiento radical. Nosotros –asegura con gravedad el neo-casuista–
sabemos lo que la Iglesia debe hacer ahora para atraer a todo el mundo (cf. Jn.
9). El deseo de agradar se dirige particularmente a los ganadores. La nueva
moral social y política debe tener cuidado con estas personas. Tienen un nivel
de vida a proteger o mejorar; deben mantener su rango. ¡Y tanto peor por los
pobres que no tienen los mismos cargos mundanos! Por supuesto que también los
pobres necesitarán ser complacidos, pero debe admitirse que son menos
"interesantes" que las personas influyentes. ¡Uno no puede complacer
a todo el mundo!
La moral de los casuistas en última instancia se
asemeja a una gnosis destilada en círculos seleccionados; a un saber de tipo
esotérico que abastece a una minoría de personas que no advierten en absoluto
la necesidad de ser salvados por la Cruz de Jesús. El pelagianismo raramente ha
sido tan próspero.
3. La moral
tradicional de la Iglesia siempre ha reconocido que existen actos objetivamente
malos. Esta misma teología moral también reconoce y desde hace largo tiempo, la
importancia de las circunstancias. Esto significa que para la calificación de
un acto se debe tener en cuenta las circunstancias en que se realizó el acto y
los grados de responsabilidad; es lo que los moralistas llaman la
imputabilidad. Los casuistas de hoy minimizan la importancia de la moral
tradicional y amplifican dramáticamente el papel de las circunstancias. A continuación,
la conciencia es empujada al engaño, porque se deja desviar tras el deseo de
placer.
Como puede verse en
los medios de comunicación, los casuistas a menudo están fascinados por un
mundo destinado a desaparecer. Demasiado a menudo olvidan que con Jesús, un
mundo nuevo ya ha comenzado. Recordamos el punto central de la historia humana:
"las cosas viejas pasaron, he aquí que hay una nueva realidad" (Ap.
21, 5). Oímos incluso a San Pablo: "Renovaos por medio de la
transformación espiritual de vuestra mente y revestíos del nuevo hombre creado
según Dios en justicia y santidad que proceden de la verdad" (Ef. 4,
22-23).
4. La acción de los
casuistas hoy no sólo afecta a la enseñanza moral de la Iglesia. Esta acción
afecta toda la teología dogmática y, en particular la cuestión del Magisterio.
Este punto es a menudo muy poco subrayado.
La unidad de la Iglesia está en peligro allí donde
proponen proyectos específicos, a veces demagógicos, de descentralización, en
gran parte inspirados en la Reforma luterana. ¡Se dependería entonces de los
príncipes de este mundo, más que reforzar la unidad en torno al Buen Pastor!
La santidad de la Iglesia está en peligro allí donde los
casuistas explotan la debilidad de los hombres y predican una devoción fácil y
el olvido de la Cruz.
La catolicidad está en peligro donde la Iglesia
se aventura en el camino de Babel y subestima la efusión del Espíritu Santo, el
don de lenguas. ¿No es Él mismo, el Espíritu, quien reúne a la diversidad de
los que se unen a la misma fe en Jesús, el Hijo de Dios?
La apostolicidad de la Iglesia está en peligro, allí donde en
nombre de una malentendida exención, una comunidad, un “partido” es liberado de
la jurisdicción del obispo y se considera dependiente directamente del Papa.
Muchos neo-casuistas están eximidos de la comunidad de esta manera. ¿Cómo dudar
de que esta exención debilita a todo el Colegio episcopal?
Mons. Michel Schooyans
Referencias bibliográficas:
- CARIOU, Pierre, Pascal et la casuistique, Paris, PUF, colección Cuestiones, 1993.
- Papa Juan Pablo II, carta encíclica Veritatis Splendor, Vaticano, 1993.
- Testamento de Nouveau, TOB [Traducción ecuménica de la Biblia], ediciones numerosas.
- Pascal, Les Provinciales, texto a cargo de por Jacques Chevalier, París, La Pléiade, 1954.
- Pascal, Les Provinciales, edición revisada por Jean Steinmann, París, Armand Colin, 1962.
- Prólogo de Pascal, Les Provinciales, por Robert Kanters, Lausanne, Éd. Rencontre.1967.
- En Wikipedia: se halla muy buena documentación sobre Pascal, casuístico, Los Provinciales.
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