Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

28 de julio de 2018

LA LUNA Y LA IGLESIA


MYSTERIUM LUNAE

Ante la foto del eclipse lunar del 27 de julio de 2018,
 llamado “luna de sangre”, 
con la imagen de la cúpula de San Pedro, 
es provechoso ahondar en un escrito de Joseph Ratzinger,



En el año 1971, el entonces sacerdote y teólogo Joseph Ratzinger escribió un opúsculo que tituló “¿Porqué permanezco en la Iglesia?”, en una época muy convulsionada. Vale la pena leerlo completo (enlace: http://www.corazones.org/iglesia/iglesia_permanezco_ratzinger.htm )



Es un texto breve y muy sustancioso, que puede aplicarse perfectamente a la actualidad.

De esas líneas, tomamos unos párrafos, donde el ahora Papa emérito Benedicto XVI se refiere a la Iglesia con la imagen de la luna, que es un antiguo símbolo religioso, muy usada por los Padres de la Iglesia.

Textualmente escribe el Papa teólogo:


Una Iglesia que, contra toda su historia y su naturaleza, sea considerada únicamente desde un punto de vista político, no tiene ningún sentido y la decisión de permanecer en ella, si es puramente política, no es leal, aunque se presente como tal.

Ante la situación presente ¿cómo se puede justificar la permanencia en la Iglesia?

En otros términos: la opción por la Iglesia para que tenga sentido tiene que ser espiritual. ¿Pero en qué puede apoyarse una opción espiritual?

Quisiera dar una primera respuesta utilizando una imagen. Hemos dicho que. en nuestros estudios, nos hemos acercado tanto a la Iglesia que no somos capaces de verla en su conjunto.

Vamos a profundizar este pensamiento tomando una imagen con la que los Padres nutrieron su meditación simbólica sobre el mundo y sobre la Iglesia.

Los Padres decían que en el mundo cósmico la luna era la imagen de lo que la Iglesia representaba para la salvación del mundo espiritual.

Tomaban así un antiguo simbolismo  constantemente presente en la historia de las religiones -los Padres no hablaron nunca de «teología de las religiones», pero la han estudiado concretamente- en el que la luna era el símbolo de la fecundidad y de la fragilidad, de la muerte y de la caducidad de las cosas, pero también de la esperanza en el renacimiento y en la resurrección, era la imagen «patética y al mismo tiempo consoladora» (1) de la existencia humana. 

El simbolismo lunar y el telúrico se mezclan frecuentemente. Por su fugacidad y por su reaparición la luna representa el mundo de los hombres, el mundo terreno caracterizado por la necesidad de recibir y por su indigencia, y que obtiene su propia fecundidad de otro, es decir, del sol. De este modo el simbolismo se convierte en símbolo del hombre y de la naturaleza humana, como se manifiesta en la mujer que concibe y es fecunda por el acto procreativo unida al varón.

Los Padres han aplicado el simbolismo de la luna a la Iglesia sobre  todo por dos razones: por la relación luna-mujer (madre) y por el hecho de que la luna no tiene luz propia, sino que la recibe del sol sin el cual sería obscuridad completa.

La luna resplandece, pero su luz no es suya sino de otro (2). Es obscuridad y luz al mismo tiempo. Aunque por sí misma es obscuridad, da luz en virtud de otro de quien refleja la luz. 

Precisamente por esto simboliza la Iglesia, que resplandece aunque de por sí sea obscura; no es luminosa en virtud de la propia luz, sino del verdadero sol, Jesucristo, de tal modo que siendo solamente tierra -también la luna solamente es otra tierra- está en grado de iluminar la noche de nuestra lejanía de Dios: «la luna narra el misterio de Cristo»(3).

Mas no hemos de forzar los símbolos; su eficacia está en la inmediatez plástica que no se puede encuadrar en esquemas lógicos.

Sin embargo en esta época nuestra de viajes lunares surge espontáneamente profundizar esta comparación, que confrontando el  pensamiento físico con el simbólico evidencia mejor nuestra situación  específica respecto a la realidad de la Iglesia.

La sonda lunar y los astronautas descubren la luna únicamente como una estepa rocosa y desértica, como montañas y arena, no como luz. Y efectivamente la luna es en sí y por sí misma sólo desierto, arena y rocas.

Sin embargo, aunque no por ella, por otro y en función de otro, es también luz y como tal permanece incluso en la época de los vuelos espaciales.

Es lo que no es en sí misma. Pero esto otro, que no es suyo, también es realidad suya. Existe la verdad física y la simbólico-poética que no se excluyen mutuamente.

Este es el momento de plantearnos la pregunta: ¿no es ésta una imagen exacta de la Iglesia? Quien la explora y la excava con la sonda, como la luna, descubrirá solamente desierto, arena y piedras, las debilidades del hombre y su historia a través del polvo, los desiertos y las montañas. Todo esto es suyo, pero no se representa aún su realidad específica.

El hecho decisivo es que ella, aunque es solamente arena y rocas, es también luz en virtud de otro, del Señor: lo que no es suyo es verdaderamente suyo, su realidad más profunda, más aún su naturaleza es precisamente la de no valer por sí misma sino sólo por lo que en ella no es suyo; existe en una expropiación continua; tiene una
luz que no es suya y sin embargo constituye toda su esencia.

Ella es luna -mysterium lunae- y como tal interesa a los creyentes porque precisamente así exige una constante opción espiritual.

Como el significado contenido en esta imagen me parece de una importancia decisiva, antes de traducirlo en afirmaciones de principio, prefiero clarificarlo mejor con otra observación.

A partir de la utilización de la lengua vernácula en la Liturgia de la Misa, antes de la última reforma, encontraba siempre una dificultad ante un texto que me parece esclarecedor para lo que estamos tratando.

En la traducción del  suscipiat se dice: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio... para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia». Siempre estuve tentado de decir «y el de toda nuestra santa Iglesia».

Reaparece aquí todo el problema y el cambio obrado en este último período. En lugar de su Iglesia hemos colocado la nuestra, y con ella miles de iglesias; cada uno la suya. Las iglesias se han convertido en empresas nuestras, de las que nos enorgullecemos o nos avergonzamos, pequeñas e innumerables propiedades privadas, puestas una junto a otra, iglesias solamente nuestras, obra y propiedad nuestra, que nosotros conservamos o trasformamos a placer.

Detrás de «nuestra iglesia» o también de «vuestra iglesia» ha desaparecido «su Iglesia».

Pero ésta es la única que realmente interesa; si ésta no existe ya, también la «nuestra» debe desaparecer. Si fuese solamente nuestra, la iglesia sería un castillo en la arena.


Notas:


(1)     M. Eliade, Die Religionen und das Heilige, Salzburg 1954, 215; cf. también el  capítulo «Mond und Mondmystik», 180-216. 

(2)     Cf. H. Rahner, Griechische Mythen in christlicher Deutung, Darmstadt 1957, 200-224; Id., Symbole der Kirche, Salzburg 1964, 89-173. Es interesante la observación según la cual la ciencia antigua discutió ampliamente si la luna tenía o no luz propia. Los padres sostuvieron la tesis negativa, más tarde común, y la interpretaban en un sentido teológico-simbólico

(3)     Ambrosio, Exameron IV 8, 23: CSEL 32, 1, página 137, Z 27 s.; H. Rahner, Griechische Mythen, 201.











23 de julio de 2018

UN SANTAZO EN LA RIOJA



SAN FRANCISCO SOLANO 

(1549-1610)


San Francisco Solano, nació en 1549, en Montilla, Andalucía, España. Su padre era alcalde de la ciudad, y desde muy pequeño se caracterizó por su habilidad en poner paz entre los que se peleaban.

Estudió con los Jesuitas, pero entró a la comunidad Franciscana porque le atraían mucho la pobreza y la vida sacrificada de los religiosos de San Francisco. Los primero años de sacerdocio los dedicó a predicar con gran provecho en el sur de España.

El rey Felipe II pidió a los franciscanos que enviaran misioneros a Sudamérica y entonces fue enviado Francisco a extender la religión por estas tierras. Obedeció, aunque él prefería ir a morir mártir en África entre la Berbería.

Recorrió el continente suramericano durante 20 años predicando, especialmente a los indios. Su viaje más largo fue el que tuvo que hacer a pie, con incontables peligros y sufrimientos, desde Lima hasta Tucumán (Argentina) y hasta las pampas y el Chaco Paraguayo.

Más de 3,000 kilómetros y sin ninguna comodidad, siempre a pie, por montañas, valles y quebradas. Sólo confiando en Dios y movido por el deseo de salvar almas.

Logró aprender con extraordinaria facilidad los dialectos de los indios a las dos semanas de estar con ellos. Sus compañeros misioneros se admiraban de este prodigio y lo consideraban un verdadero milagro de Dios.

Un Jueves Santo estando el santo predicando en La Rioja (Argentina) llegó la voz de que se acercaban millares de indios salvajes a atacar la población. El peligro era sumamente grande, todos se dispusieron a la defensa, pero Fray Francisco salió con su crucifijo en la mano y se colocó frente a los guerreros atacantes y de tal manera les habló que los aborígenes desistieron del ataque y poco después aceptaron ser evangelizados y bautizados en la religión católica.

Tenía una hermosa voz y sabía tocar muy bien el violín y la guitarra. Y en los sitios que visitaba divertía a sus oyentes con sus alegres canciones y cautivaba con el Evangelio.

San Francisco Solano misionó por más de 14 años por el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe, La Rioja y Córdoba de Argentina, siempre a pie. 

Por orden de sus superiores, los últimos años los pasó Fray Francisco en la ciudad de Lima predicando y convirtiendo pecadores.

En mayo de 1610 empezó a sentirse muy débil. Los médicos que lo atendían se admiraban de su paciencia y santidad. El 14 de julio, una bandada de pájaros entró cantando a su habitación y el Padre Francisco exclamó: "Que Dios sea glorificado", y expiró. Desde lejos las gentes vieron una rara iluminación en su austera celda durante toda la noche.

LLEGAR A LA RIOJA
Unas estrofas de un poeta riojano pintan a su tierra y concluye estos exquisitos versos exaltando la presencia santa de Francisco Solano, que estuvo en La Rioja predicando.

“Llegar a La Rioja sólo alegra
al riojano” -se ha dicho-. Es eso cierto.
Otros lares atraen con más fuerza
al viajero común, que nuestro suelo.

Se ha pregonado tanto tu pobreza
que nombrarte produce desaliento.
Será siempre lo mismo, dulce Rioja,
mientras no te conozcan, según creo.

¡Viajero, es preciso que a La Rioja
llegues con entusiasmo, sin recelo;
disfrutes de sus noches estrelladas;
admires las cien gigas de sus cerros!

¡Mires con ojos tiernos al changuito
que pasa en su burro somnoliento,
con su cesto de brevas primerizas
o con naranjas a vender al pueblo!

En la plaza bordeada de naranjos,
cuando cae la tarde de oro viejo,
¡como es dulce soñar bajo sus copas
mientras resbala en el follaje el viento!

En el llano, jarillas y algarrobos;
hirsuto cardonal en los faldeos
de la montaña abrupta; pero arriba,
la maravilla del más puro cielo.

Panoramas agrestes, luminosos;
un clima de excepción en el invierno;
rincones señalados de la historia;
costumbres arraigadas de otro tiempo.

Montañas con guanacos y venados
y yuyos olorosos y arroyuelos;
plantíos rozagantes de olivares
y vides y nogales opulentos.

En el campo reseco y castigado
por un sol despiadado, vastos predios
de bosque achaparrado, desteñido,
amarillo espinudo, polvoriento.

Una fe sin fronteras es preciso
para darse a sembrar en este suelo.
Si fracasa, sabed que no le importa.
Cuando llueve otra vez, siembra de nuevo.

Si llegado es el tiempo de la chaya,
cuando todo es dulzura y es contento,
¡cómo es lindo a la sombra de las parras
cantar vidalas, sin que importe el tiempo!

O salir por las calles a caballo
en grupo alegre, como ayer lo hicieron
nuestros padres, con las cajas indias,
de una a otra casa por el pueblo,

en tanto que cohetes y petardos
encabritan las bestias con su estruendo
y el olor de la albahaca y de la pólvora,
de la fiesta pagana es su sahumerio.

Y beber de sus vinos exquisitos
sin excederse mucho, que no es bueno.
Lo preciso nomás, para que el alma,
pueda apreciar mejor todo lo bello.

Apegado a su tierra esperanzado,
sobrelleva reveses en silencio.
Rechaza el relumbrón, la pirotecnia,
Tan caros a la gente de otros pueblos.

Debajo de su apatía y mansedumbre,
esconde un corazón de vivo fuego.
Si ser bueno en exceso perjudica,
el riojano jamás repara en ello.

Tal vez un poco huraños somos todos,
poco dados al ruido, a lo moderno.
La belleza sencilla nos cautiva;
la soledad nos gusta y el silencio.

Sencillez y humildad nos predicaste
San Francisco Solano, con provecho.
El ruido no hace bien ni el bien lo hace.
Nuestro modo de ser es a tu ejemplo.

22 de julio de 2018

INVOCANDO A NUESTRA SEÑORA DEL NAHUEL HUAPI


HACE 25 AÑOS SE CREABA LA DIÓCESIS DE SAN CARLOS DE BARILOCHE

Muchos de los nombres que titulan calles, pasos de montaña y toponimios de esta fantástica región patagónica, tienen una referencia histórica que es importante conocer.

Especialmente el nombre de MASCARDI, hoy tan nombrado por los conflictivos sucesos que ocurren a las orillas del lago homónimo.

Detrás de esta historia hay un trabajo apostólico admirable de más de 400 años.




El 22 de julio de 1993 el Papa San Juan Pablo II, con la Bula “In hac beati” creaba la Diócesis de San Carlos de Bariloche.

Su actual Catedral, dedicada a Nuestra Señora del Nahuel Huapi, fue construida en 1947. En ese entonces casi toda la Patagonia pertenecía a la extensa Diócesis de Viedma, cuyo primer Obispo, desde 1934 hasta su muerte en 1948, fue el salesiano Nicolás Esandi.

Nacido en Bahía Blanca el 6 de diciembre de 1876, Esandi fue ordenado sacerdote por Juan Cagliero, para la Congregación fundada por Don Bosco, en enero de 1900. 

Con la erección de la Diócesis de Viedma en 1934 (antes todo este inmenso territorio patagónico era jurisdicción de la arquidiócesis de Buenos Aires) le llegó su nombramiento episcopal. Recibió la consagración el 17 de febrero de 1935 en la Catedral de Buenos Aires. Tomó posesión de su sede en marzo siguiente, y la gobernó hasta su muerte, en agosto de 1948.

La imponente iglesia barilochense se comenzó a construir en 1946 según proyecto de los arquitectos. Alejandro Bustillo y Miguel Ángel Césari.  El templo, dedicado a Nuestra Señora del Nahuel Huapi,  tiene características neogóticas, y fue construido con piedra de la zona. Por su monumentalidad y por la característica aguja de la torre, que alcanza los 69 metros,  el templo es visible desde gran distancia. 



BREVE HISTORIA DE SAN CARLOS DE BARILOCHE

En el  año  1608  el jesuita Luis de Valdivia envió a la isla de Chiloé, en Chile, a los padres Melchor Venegas y Juan Bautista Ferrufino, a fundar una misión en esas islas.  De allí partió el primer intento evangelizador en la zona del lago Nahuel Huapi, a cargo del jesuita Diego de Rosales en 1650. 

En 1652 llegó a Chiloé el padre Nicolás Mascardi, quien fue el primer rector del Colegio de Castro, capital de Chiloé. Apóstol y explorador incansable, tras conseguir la liberación de un grupo de indígenas,  funda con ellos, en 1670, la Misión de Nahuel Huapi en la costa norte del lago, actual Península Huemul. 


El Padre Nicolas Mascardi sj llega a las orillas del Nahuel Huapi

En 1672,  en reconocimiento a la labor misionera del P. Mascardi, el Virrey Lemos, desde el Perú, le envió una bella imagen de la Virgen tallada en cedro, que “él colocó, con la veneración que se puede suponer, en el humilde altar de su capillita” (afirma Furlong en su obra sobre  Mascardi) llamándola Señora de Poyas. Años después, el Padre De la Laguna, añadiría: “y de Puelches” , como símbolo de la unión de los dos pueblos originarios del norte y del sur del Nahuel Huapi.

En  febrero de 1673, a los 48 años de edad, el padre Mascardi fue asesinado por indígenas que se oponían a su accionar, y la misión fue abandonada por casi tres décadas. 


Martirio del Padre Mascardi. Vital de la Catedral de N.S. del Nahuel Huapi


En 1702 el jesuita Philliphi van den Meeren (que tomó el nombre castellano de Felipe de la Laguna) recibió el pedido de algunos indígenas cristianos para reconstruir la misión. Viajó al año siguiente, junto con Juan José Guillelmo, y restableció la misión del Nahuel Huapi. En 1704 regresó a Castro en busca de operarios y luego volvió a la misión. Allí fue envenenado en 1707, muriendo en su intento de regresar a Chile.

La misión quedó a cargo de Guillelmo hasta  1713 y de nuevo desde 1715.  Pero mientras, en su ausencia, estaba a  cargo el padre Manuel de Hoyo, la misión fue incendiada por los puelches, enojados por el descubrimiento del paso Vuriloche, debido a que aumentaba el peligro de nuevas expediciones esclavistas.

Guillelmo había explorado ese paso desde 1711, y lo había abierto en 1715. En represalia, Guillelmo fue envenenado y murió el 16 de mayo de 1716.

El siguiente sacerdote enviado allí fue Francisco Elguea, que pocos días después de su llegada,  en noviembre de 1717, fue asesinado por indígenas,  quienes  también destruyeron e incendiaron las construcciones levantadas por los jesuitas.  Sin embargo,  la imagen de la Virgen fue rescatada de las llamas y abandonada a orillas del lago.

Ratificando esto, la crónica del sitio de la Catedral añade:

El 14 de noviembre de 1717 la Misión es destruida por segunda vez. (...) Saquearon completamente la casa y la iglesia sin perdonar cosa alguna, excepto la imagen de María Santísima que sacaron a la orilla de la laguna, y despojándola de sus ricos y vistosos vestidos la dejaron cubierta con un cuero de caballo.

La misión fue abandonada,  pero al año siguiente fue enviado al Nahuel Huapi el padre Arnold Jaspers,  quien halló la imagen intacta, envuelta en cuero de caballo entre las matas a orillas del lago, y se la llevó consigo al colegio de Castro (en Chile) y luego a la isla de Quinchao, inmediata a la de Chiloé.

La actual ciudad de Bariloche fue fundada oficialmente el 3 de mayo de 1902, por decreto del Poder Ejecutivo de la Nación. En 1909 tenía ya unos 1.250 habitantes, telégrafo, correo y camino hasta Neuquén. Pero continuaron dependiendo del comercio con Chile hasta la llegada del ferrocarril en 1934.

El nombreBariloche proviene del idioma mapuche, y es un derivado de la palabra “vuriloche”, que significa "gente del otro lado de la montaña". Este nombre le daban los mapuches de Chile a los habitantes del lado Este de la cordillera.

En estos días de violentos enfrentamientos con fuerzas federales, 
en que grupos radicalizados mapuches 
intentan ocupar tierras de esos hermosos parajes argentinos, invocamos a Nuestra Señora del Nahuel Huapi 
para que serene los ánimos, 
se restablezca la paz 
y se construya el bien común, con justicia y prudencia.

(con textos tomados del blog HERÁLDICA EN ARGENTINA)



Nuestra Señora del Nahuel Huapi. Vitral de la Catedral de Bariloche










21 de julio de 2018

PAN DEL CIELO EN EL DESIERTO


“Panem quoque de cælo dedisti eis
in fame eorum,
et aquam de petra
eduxisti eis sitientibus,
et dixisti eis ut ingrederentur et possiderent terram,
super quam levasti manum tuam
ut traderes eis”.
(Nehemías, 9, 15)


para saciar su hambre,
hiciste brotar agua de la roca
para calmar su sed,
y les mandaste
ir a tomar posesión de la tierra
que, con la mano en alto,
habías jurado darles”.




16
 Pero nuestros padres se mostraron arrogantes,
se obstinaron y desoyeron tus mandamientos.

17
 Se negaron a obedecer, sin acordarse
de las maravillas que habías hecho por ellos;
se obstinaron, empecinándose en volver
a su servidumbre en Egipto.
Pero tú eres el Dios del perdón,
compasivo y misericordioso,
lento para enojarte y lleno de fidelidad;
por eso, no los has abandonado.

18
 Ellos se fabricaron un ternero de metal fundido,
diciendo: ‘Aquí está tu Dios,
el que te hizo salir de Egipto’,
y así cometieron un gran ultraje.

19
 Pero aún entonces,
por tu gran misericordia,
no los abandonaste en el desierto:
la columna de nube no se alejó de ellos de día,
para guiarlos por el camino,
ni la columna de fuego durante la noche,
para iluminarles el camino
que debían recorrer.

20
 Tú les diste tu buen espíritu,
para que supieran discernir;
no les quitaste el maná de la boca
y les diste agua para calmar su sed.

21
 Cuarenta años los sustentaste
en el desierto
y nunca les faltó nada:
no se gastaron sus vestidos
ni se les hincharon los pies.



EN TODAS TUS OBRAS, ACUÉRDATE DE LAS POSTRIMERÍAS (Eclo.7,40)


LAS POSTRIMERÍAS

En la predicación actual se silencia -muchas veces- 
el tema de las verdades eternas o postrimerías, esto es,
los Novísimos –muerte, juicio, infierno, gloria y purgatorio-.




E

n el libro-entrevista Cruzando el umbral de la Esperanza, Vittorio Messori hacía notar al Papa San Juan Pablo II -con el estilo respetuosamente «provocador» de un periodista católico que dialoga con el sucesor de Pedro- un hecho paradójico: de una parte, la excesiva locuacidad de la Iglesia actual para hablar de los temas más variados; y por otra, la tendencia a callar sobre temas tan fundamentales como las verdades eternas o postrimerías.

En su larga respuesta, el Papa matiza y aclara el alcance de las observaciones de su entrevistador, sin dejar por ello de reconocer y lamentar la pérdida de aquellos predicadores que con tanta maestría sabían poner a las almas frente a su destino eterno:

«Recordemos –señalaba el Romano Pontífice– que, en tiempos aún no muy lejanos, en las predicas de los Retiros o de las misiones, los “Novísimos” –muerte, juicio, infierno, gloria y purgatorio– constituían siempre un tema fijo del programa de meditación, y los predicadores sabían hablar de eso de una manera eficaz y sugestiva, ¡Cuántas personas fueron llevadas a la conversión y a la confesión por estas prédicas y reflexiones sobre las cosas últimas!

Además, hay que reconocerlo, ese estilo pastoral era profundamente personal: “Acuérdate de que al fin te presentarás ante Dios con toda tu vida, que ante Su tribunal te harás responsable de todos tus actos, que serás juzgado no solo por tus actos y palabras, sino también por tus pensamientos, incluso los más secretos”.

Se puede decir que tales prédicas, perfectamente adecuadas al contenido de la Revelación del Antiguo y del Nuevo testamento, penetraban profundamente en el mundo íntimo del hombre. Sacudían su conciencia. Le hacían caer de rodillas. Le llevaban al confesonario, producían en él una profunda acción salvífica». 

Y más adelante, tras considerar la perspectiva escatológica más universal y cósmica, centrada en Cristo y en el Espíritu Santo, que desarrolló el Concilio, especialmente en el capítulo VII de la Lumen Gentium, se queja a su vez de que «se han perdido también los predicadores, los catequistas, los educadores, porque han perdido el coraje de “amenazar con el infierno”. Y quizá hasta quien les escucha haya dejado de tenerle miedo» (Cf. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Plaza & Janes 1994,  p. 182 y ss).

A la luz de estas consideraciones, se podría decir que marginar las verdades eternas del contenido de la predicación no sólo perjudica a los destinatarios de la Palabra de Dios, al ver cercenado el mensaje evangélico en algo que le es esencial, sino también al propio evangelizador que, atenazado por el temor a contristar, incomodar o incluso de ahuyentar a su auditorio, no se siente capaz de enseñar con autoridad y convicción, de «amenazar con el infierno».

Aparece entonces la tentación –por desgracia bastante extendida– de deslizarse por la pendiente de una fraseología insustancial y melosa en la exposición del Evangelio, que se ha mostrado inútil e infecunda.

En cualquier caso, siempre será necesario recordar la advertencia de la Escritura: «En todas tus obras acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás» (Eclo 7, 40).