“Recitando el salmo
22”
Breve cuento con moraleja
AI final de una cena en un castillo
inglés, un famoso actor de teatro entretenía a los huéspedes declamando textos
de Shakespeare.
Luego se ofreció a que Ie pidieran
algún “bis”. Un sacerdote muy tímido preguntó al actor si conocía el salmo 22.
EI actor respondió:
Sí, lo conozco y estoy dispuesto a
recitarlo sólo con una condición: que después también lo recite usted.
EI sacerdote se sintió un poco
incómodo pero accedió a la propuesta. EI actor hizo una bellísima
interpretación, con una dicción perfecta, de “EI Señor es mi pastor, nada me
falta… “ Los huéspedes aplaudieron vivamente.
Llegó el turno del sacerdote, que se
levantó y recitó las mismas palabras del salmo 22. Esta vez, cuando terminó, no
hubo aplausos, sólo un profundo silencio y lágrimas en algún rostro.
EI actor se mantuvo en silencio unos
instantes, luego se levantó y dijo:
Señoras y Señores, espero que se
hayan dado cuenta de lo que ha ocurrido aquí esta noche. Yo conozco el Salmo,
pero este hombre conoce al Pastor.
*** *** ***
Este actor era capaz de declamar con
sonora voz dándole profundo sentido a las palabras; en cambio el sacerdote no
tenía esa aptitud para la declamación, pero conocía perfectamente de lo que
hablaba porque lo había hecho realidad en su propia vida. Cuando la gente le oyó
hablar quedó muda y sin respiración; es más hasta a algunos se le saltaron las
lágrimas.
El buen sacerdote no ha de ser famoso tanto por su oratoria cuanto por
su santidad. Lo que convierte a las personas no son los sermones llenos de bonitas
palabras, sino el hecho de que éstas procedan de un corazón que realmente vive lo que enseña y ama a aquél de quien
habla.
El orador mueve a las personas al aplauso ruidoso, el buen pastor mueve a la conversión silenciosa del corazón.
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