MYSTERIUM
LUNAE
Ante la foto del eclipse lunar del 27 de julio de 2018,
llamado “luna de sangre”,
con la imagen de la cúpula de San Pedro,
es
provechoso ahondar en un escrito de Joseph Ratzinger,
En el año 1971, el entonces sacerdote y teólogo Joseph
Ratzinger escribió un opúsculo que tituló “¿Porqué
permanezco en la Iglesia?”, en una época muy convulsionada. Vale la pena
leerlo completo (enlace: http://www.corazones.org/iglesia/iglesia_permanezco_ratzinger.htm )
Es un texto breve y muy sustancioso, que puede aplicarse
perfectamente a la actualidad.
De esas líneas, tomamos unos párrafos, donde el ahora Papa
emérito Benedicto XVI se refiere a la Iglesia con la imagen de la luna, que es
un antiguo símbolo religioso, muy usada por los Padres de la Iglesia.
Textualmente escribe el Papa teólogo:
Una Iglesia que, contra
toda su historia y su naturaleza, sea considerada únicamente desde un
punto de vista político, no tiene ningún sentido y la decisión de
permanecer en ella, si es puramente política, no es leal, aunque se
presente como tal.
Ante la situación presente
¿cómo se puede justificar la permanencia en la Iglesia?
En otros términos: la opción
por la Iglesia para que tenga sentido tiene que ser espiritual. ¿Pero en
qué puede apoyarse una opción espiritual?
Quisiera dar una primera
respuesta utilizando una imagen. Hemos dicho que. en nuestros estudios,
nos hemos acercado tanto a la Iglesia que no somos capaces de verla
en su conjunto.
Vamos a profundizar este
pensamiento tomando una imagen con la que los Padres nutrieron su
meditación simbólica sobre el mundo y sobre la Iglesia.
Los Padres decían que en el mundo cósmico la luna era la
imagen de lo que la Iglesia representaba para la salvación del mundo
espiritual.
Tomaban así un antiguo
simbolismo constantemente presente en la historia de las religiones -los
Padres no hablaron nunca de «teología de las religiones», pero la han
estudiado concretamente- en el que la luna era el símbolo de la fecundidad y
de la fragilidad, de la muerte y de la caducidad de las cosas, pero
también de la esperanza en el renacimiento y en la resurrección, era la
imagen «patética y al mismo tiempo consoladora» (1) de la existencia
humana.
El simbolismo lunar y el telúrico se mezclan frecuentemente. Por
su fugacidad y por su reaparición la luna representa el mundo de
los hombres, el mundo terreno caracterizado por la necesidad de recibir
y por su indigencia, y que obtiene su propia fecundidad de otro, es
decir, del sol. De este modo el simbolismo se convierte en símbolo del
hombre y de la naturaleza humana, como se manifiesta en la mujer que
concibe y es fecunda por el acto procreativo unida al varón.
Los Padres han aplicado el simbolismo de la luna a la Iglesia sobre todo por dos razones: por la relación luna-mujer (madre) y por el hecho de que la luna no tiene luz propia, sino que la recibe del sol sin el cual sería obscuridad completa.
La luna resplandece, pero su
luz no es suya sino de otro (2). Es obscuridad y luz al mismo tiempo. Aunque por sí misma
es obscuridad, da luz en virtud de otro de quien refleja la luz.
Precisamente por esto simboliza
la Iglesia, que resplandece aunque de por sí sea obscura; no es luminosa en
virtud de la propia luz, sino del verdadero sol, Jesucristo, de tal modo
que siendo solamente tierra -también la luna solamente es otra tierra-
está en grado de iluminar la noche de nuestra lejanía de Dios: «la luna
narra el misterio de Cristo»(3).
Mas no hemos de forzar los símbolos; su eficacia está en la inmediatez plástica que no se puede encuadrar en esquemas lógicos.
Mas no hemos de forzar los símbolos; su eficacia está en la inmediatez plástica que no se puede encuadrar en esquemas lógicos.
Sin embargo en esta época nuestra de viajes lunares surge espontáneamente
profundizar esta comparación, que confrontando el pensamiento físico con
el simbólico evidencia mejor nuestra situación específica respecto a la
realidad de la Iglesia.
La sonda lunar y
los astronautas descubren la luna únicamente como una estepa rocosa
y desértica, como montañas y arena, no como luz. Y efectivamente la luna es
en sí y por sí misma sólo desierto, arena y rocas.
Sin embargo, aunque no por
ella, por otro y en función de otro, es también luz y como tal permanece incluso en la época de los vuelos espaciales.
Es lo que no es en sí
misma. Pero esto otro, que no es suyo, también es realidad suya. Existe la
verdad física y la simbólico-poética que no se excluyen mutuamente.
Este es el momento de
plantearnos la pregunta: ¿no es ésta una imagen exacta de la Iglesia?
Quien la explora y la excava con la sonda, como la luna, descubrirá solamente desierto, arena y
piedras, las debilidades del hombre y su historia a través del polvo, los
desiertos y las montañas. Todo esto es suyo, pero no se representa aún
su realidad específica.
El hecho decisivo es que ella,
aunque es solamente arena y rocas, es también luz en virtud de otro, del
Señor: lo que no es suyo es verdaderamente suyo, su realidad más profunda, más aún
su naturaleza es precisamente la de no valer por sí misma sino sólo por
lo que en ella no es suyo; existe en una expropiación continua; tiene
una
luz que no es suya y sin embargo constituye toda su esencia.
luz que no es suya y sin embargo constituye toda su esencia.
Ella es luna -mysterium
lunae- y como tal interesa a los creyentes porque precisamente así exige
una constante opción espiritual.
Como el significado contenido en esta imagen me parece de una importancia decisiva, antes de traducirlo en afirmaciones de principio, prefiero clarificarlo mejor con otra observación.
Como el significado contenido en esta imagen me parece de una importancia decisiva, antes de traducirlo en afirmaciones de principio, prefiero clarificarlo mejor con otra observación.
A partir de la utilización
de la lengua vernácula en la Liturgia de la Misa, antes de la última
reforma, encontraba siempre una dificultad ante un texto que me parece
esclarecedor para lo que estamos tratando.
En la traducción del suscipiat
se dice: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio... para nuestro
bien y el de toda su santa Iglesia». Siempre estuve tentado de decir «y el de toda nuestra santa Iglesia».
Reaparece aquí todo
el problema y el cambio obrado en este último período. En lugar de
su Iglesia hemos colocado la nuestra, y con ella miles de iglesias;
cada uno la suya. Las iglesias se han convertido en empresas nuestras,
de las que nos enorgullecemos o nos avergonzamos, pequeñas
e innumerables propiedades privadas, puestas una junto a otra,
iglesias solamente nuestras, obra y propiedad nuestra, que
nosotros conservamos o trasformamos a placer.
Detrás de «nuestra iglesia»
o también de «vuestra iglesia» ha desaparecido «su Iglesia».
Pero ésta es la única que
realmente interesa; si ésta no existe ya, también la «nuestra» debe
desaparecer. Si fuese solamente nuestra, la iglesia sería un castillo en
la arena.
Notas:
(1) M. Eliade, Die Religionen und das Heilige, Salzburg
1954, 215; cf. también el capítulo «Mond und Mondmystik», 180-216.
(2)
Cf.
H. Rahner, Griechische Mythen in christlicher Deutung, Darmstadt
1957, 200-224; Id., Symbole der Kirche, Salzburg 1964, 89-173. Es
interesante la observación según la cual la ciencia antigua discutió
ampliamente si la luna tenía o no luz propia. Los padres sostuvieron la
tesis negativa, más tarde común, y la interpretaban en un sentido
teológico-simbólico
(3)
Ambrosio,
Exameron IV 8, 23: CSEL 32, 1, página 137, Z 27 s.; H. Rahner, Griechische
Mythen, 201.
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