Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

31 de diciembre de 2015

TE DEUM 2015

TE DEUM
Al concluir el año 2015 y comenzar el 2016

Al concluir el año civil, la Iglesia canta el solemne himno del “Te Deum”, expresando así que toda la Creación y la propia Iglesia reconocen que el tiempo y la eternidad
son de Dios y a Él pertenecen.

En su texto alaba al Señor y confía en su Providencia, conjugando fe y esperanza.



Este Cántico es uno de los primeros himnos cristianos.
Se atribuye a San Ambrosio de Milán y San Agustín de Hipona.
Sus orígenes se remontan a comienzos del siglo IV

Es bueno recitarlo al finalizar el año y comenzar otro año nuevo.



Texto original en latín

Te Deum laudamus:
te Dominum confitemur.
Te aeternum Patrem,
omnis terra veneratur.


Tibi omnes angeli,
tibi caeli et universae potestates:
tibi cherubim et seraphim,
incessabili voce proclamant:



Sanctus, Sanctus, Sanctus
Dominus Deus Sabaoth.
Pleni sunt caeli et terra
maiestatis gloriae tuae.


Te gloriosus Apostolorum chorus,
te prophetarum laudabilis numerus,
te martyrum candidatus laudat exercitus.


Te per orbem terrarum
sancta confitetur Ecclesia,
Patrem immensae maiestatis;
venerandum tuum verum et unicum Filium;
Sanctum quoque Paraclitum Spiritum.

Tu rex gloriae, Christe.
Tu Patris sempiternus es Filius.
Tu, ad liberandum suscepturus hominem,
non horruisti Virginis uterum.


Tu, devicto mortis aculeo,
aperuisti credentibus regna caelorum.
Tu ad dexteram Dei sedes,
in gloria Patris.


Iudex crederis esse venturus.



Te ergo quaesumus, tuis famulis subveni,
quos pretioso sanguine redemisti.
Aeterna fac
cum sanctis tuis in gloria numerari.


Salvum fac populum tuum, Domine,
et benedic hereditati tuae.
Et rege eos,
et
extolle illos usque in aeternum.

Per singulos dies benedicimus te;
et laudamus nomen tuum in saeculum,
et in saeculum saeculi.


Dignare, Domine, die isto
sine peccato nos custodire.
Miserere nostri, Domine,
miserere nostri.
Fiat misericordia tua, Domine, super nos,
quem ad modum speravimus in te.

In te, Domine, speravi:
non confundar in aeternum.

Traducción al español

A Ti, oh Dios, te alabamos,
en Ti, Señor, confiamos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la Creación.


Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades
te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:


Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios de los ejércitos.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A Ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.



A Ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra, te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.


Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino de los Cielos.
Tú sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día has de venir como Juez.

Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que, en la gloria eterna,
nos unamos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su Pastor
y ensálzalo eternamente.


Día tras día te bendecimos
y alabamos tu Nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.


Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de Ti.


En Ti, Señor, confiamos,
no nos veremos defraudados para siempre.


FELIZ AÑO NUEVO

FELIZ AÑO: ¿AUGURIO O CERTEZA?
Reflexión ante la llegada de un nuevo año.
La perspectiva del hombre creyente, del hombre no-creyente y del hombre anti-teos frente al deseo de ¡FELIZ AÑO NUEVO!
Un escrito del Monasterio del Cristo Orante


La foto muestra una de las esculturas del Pórtico Real de la Catedral de Chartres.
Son imágenes de la transición del románico al gótico.
Es la primera de las doce referidas a los meses del año. Esta es la de Enero y muestra a dos cabezas (la del anciano que recuerda al Año que se va y la de un joven que representa al mes inaugural)



Chesterton, ese agudo pensador inglés que hizo el largo camino del ateísmo al cristianismo, gustaba señalar curiosidades o caprichos culturales. Y refiere a uno que -cien años después- sigue en boga: los no creyentes viven llenos de creencias y los hombres religiosos suspiran en deseos que deberían tener por certezas.
El abanico de ejemplos es amplio, pero parece más oportuno centrarnos en uno solo, en torno al año nuevo.
Este va a ser un buen año, afirma el no-creyente, levantando su copa con lacónica seriedad, casi como una cábala para que así sea, o como arenga motivadora. En cualquier caso: emitiendo moneda sin respaldo en oro.
Mientras, hombres creyentes -del credo que fuera- con timbre piadoso estampan: te deseo un feliz año: ojalá lo sea... sin caer en la cuenta de que el oro de su fe los habilita a pasar del augurio a la certeza. Creen en un Dios bueno con señorío real sobre su obra, que hace lo que quiere y quiere lo mejor. Y por ello, no deberían esperar que todo termine bien: deberían saber que todo está saliendo inmejorablemente bien, conforme al Plan. Es lo que en las religiones de todos los tiempos y culturas se denomina sin más: la Divina Providencia.
Valga como ejemplo tan sólo anotar un texto que ronda los 2400 años:
 Oh endeble mortal, ínfimo como eres, sin darte cuenta te relacionas con el todo del orden general que dispone cada parte en función de la totalidad. Y murmuras, porque ignoras qué es lo mejor a cada tiempo para ti y para el todo: el todo tuyo y el todo del todo. Es tan simple y sin embrago no lo entiendes: si hay dioses -que los hay- no descuidan la cuestión humana. Ni su curso ni su destino.
Hasta aquí lo que escribe Platón, con sus dioses insobornablemente buenos. Incontables textos bíblicos podrían secundar y completar esta intuición, que hace cumbre en el Dios Padre de Jesucristo a quien no se le escapa ni la caída de un solo cabello y lo dispone todo para bien nuestro. Jesús remite como prueba contundente mirar nomás los lirios del campo o las aves del cielo: no desesperan juntando alimento en graneros ni ahorrando para vestirse. Viven en la certeza de que su Hacedor seguirá a cargo de su causa y la llevará a buen fin.
Pero para completar el inventario cultural actual, además de creyentes e incrédulos se da hoy una tercera posición con pocos antecedentes históricos: a los píos y ateos de siempre, se suman ahora los anti-teos, que formulan así su convicción: “Dios existe y es un canalla”.
La frase emblemática pertenece al protagonista de un intrincado cuento de Sábato que encarna con todo detalle este modelo de religiosidad. Hay un Dios (seguir sosteniendo la apuesta en favor del azar es tan ingenuo e irracional como infantil) y este mundo es el despliegue creativo de su poder, su juego y entretenimiento.
Y completo el perfil de este credo saltando de novela: en la escena final de la película “El Abogado del Diablo”, en su último intento por persuadir al Hombre arremete Al Pacino: ¿no te das cuenta de que Él los ha arrojado en el mundo cual ratas en laberinto, y a carcajadas se divierte viéndolos corretear en busca de la salida mientras levanta apuestas entre sus ángeles? Dios existe y es perverso. Y el mundo: su divertimento.
Ante este complejo panorama cultural de creyentes inseguros, ateos supersticiosos y antiteos rabiosos parece oportuno recotizar la devaluada moneda de la Divina Providencia.
Se suele creer que esta consiste en una suerte de favoritismo divino: un beneficio de los dioses que pueden darlo o no y a quien se les plazca. Y creemos que fuimos destinatarios de ella cuando las cosas nos salen conforme a nuestros planes y expectativas. Y esto es falso.
La Providencia es la visión adelantada y de conjunto del proyecto completo y el consiguiente subsidio y soporte de lo que a cada parte le hiciere falta en función de ese Todo. Desde nuestra parcialidad a cada uno de estos soportes solemos evaluarlos con infinita miopía como favor o desgracia según nuestra estrechísima y fragmentada visión.
Decía Peguy que el hombre no sólo hace un papelón cuando se ahoga en un vaso de agua: también, cuando allí intenta nadar. La insensatez en cuestión es un conflicto de proporciones.
Como dice sin vueltas el Salmista: aunque al hombre insensato se le escape y el necio no entienda estas cosas, las obras del Señor son grandes y cada uno de sus designios, profundos (Sal 91). Y “grande” no refiere aquí -ni en el resto de la Biblia- a un adjetivo elogioso: se trata de un sustantivo dimensivo.
Benedicto XVI invirtió una de sus primeras reflexiones papales en el asunto:
         “La historia no está en manos de potencias oscuras, del azar o de opciones humanas. Ante el desencadenamiento de energías malvadas, ante tantos azotes y males, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes de la historia. Él la guía con sabiduría hacia la meta. Dios no es indiferente ante las vicisitudes humanas, sino que penetra en ellas realizando sus proyectos con eficacia. La aventura de la humanidad no es confusa y carente de significado: tiene un rumbo preestablecido (11-V-05).
Una clave para entender mejor el estilo en que Dios lleva adelante el Mundo es hacerse a la idea de que la Creación no es un acto estanco, pretérito, luego del cual el autor lo que hace es conservar su obra. Una suerte de fabricación con garantía. Lo cierto es apenas distinto: cada existente está siendo sacado de la nada en cada momento, en un despliegue de energía y compromiso insospechados.
Jesús no duda en ajustar la concepción judía de un Dios que realizó su obra en seis días tras lo cual descansó mirándola desde afuera, cual un Miguel Ángel contemplando su Pietá. La modernidad ha sido ágil para replantear la Creación en seis días a la luz de la evolución... pero bastante torpe y piedeletrista con el séptimo día: el Shabbat divino. Mi Padre trabaja siempre, y yo también -insiste el Señor (Jn 5,17)-, revelando a un Dios sin “intermitencias” en su cuidado y gobierno.
Lo cierto es que en este 2016 vendrán la salud y la enfermedad, vendrán los éxitos y los fracasos, vendrán soles y lluvias, invierno y verano... y no será una discontinuidad de la Providencia sino su estable y continuo ejercicio.
Todo será parte del Plan. La adversidad -cual sea- también es parte del plan. Y en esto hay que animarse a llevarlo a fondo: todo es todo.
También el quehacer humano. Jesús cuida este detalle y antes de hablar de pájaros y flores y de un Padre que destila bondad encuadra su bello discurso sobre la Providencia en este dato contundente: ustedes y yo pasaremos por la prueba, y también esto está previsto (Mt 10,24).
En el monte Dios proveerá... consuelo y alivio o prueba y traición. El Monte Moria y el Calvario son laderas hacia una misma cumbre. 

Los comentadores del Génesis gustan marcar un detalle peculiar: hubo una tarde y una mañana y ese fue el primer día. Dios parece no crear la noche. Pero el Dios de Isaías se encarga de afinar el asunto: dichas y desgracias, luces y tinieblas, soy Yo, el Señor, quien hace todo esto (Is 45,7).
E insistamos: no sólo las catástrofes naturales, sino los desaciertos humanos se inscriben en la Providencia. Así como los cardíacos o los asmáticos llevan encima su medicación por cualquier inconveniente, todos deberíamos tener muy a mano -en la memoria, el corazón y la mente- aquella feliz expresión de José, el hijo de Jacob, a sus hermanos que le hicieron de todo: no fueron ustedes sino Dios... y aunque ustedes lo pensaron para hacerme daño, Dios lo pensó para bien (Gen 45,8).
Como que la mayor “Tragedia” de la Historia no tiene a Caifás, Anás, Pilato y Judas por artífices, sino al Padre de los lirios salvando al mundo por la Sangre de su Hijo.
Volviendo al inicio: el optimismo pagano, sin fondos, suele afirmar: ya se va a dar vuelta el partido: todo va a mejorar.
Y el creyente, teniendo con qué, calla su mejor retruco: todo está saliendo bien. No sólo el compás resolutivo, sino la sinfonía entera, aún en sus pasajes más disonantes es buena y bella.
Hay algo de trampa en aquello de que Dios escribe derecho en renglones torcidos. Más saludable parece sospechar que lo único torcido es nuestra mirada ante un Dios Señor de los renglones y las palabras.

La tan famosa frase de Juliana de Norwich “All shall be well” (Todo estará bien) suele asfixiarse en este mismo sentido. Como si sólo a los postres las cosas se acomodaran un poco. Así como el “A la tarde te examinarán en el amor” de san Juan de la Cruz no es a la hora de la muerte sino al crepúsculo de cada obra, el “todo termina bien” no es para la Parusía sino para cada recodo de esta sinuosa historia que Dios va viendo y haciendo novedosamente buena.
Si la ponderación de las dificultades, contramarchas, límites y fracasos no supera la de ser un “intervalo” en el favor divino, y la esperanza se limitara y devaluara a ser el aguante a la espera de un final feliz, cada año será tan penoso y rancio como el anterior. Una nauseosa recurrencia del sin-sentido a la espera del sentido prometido. 
De las cosas más bellas y fuertes que nos ha dicho el Papa Benedicto en su Encíclica sobre la Esperanza  (Spes salvi) refiere a esto. La esperanza cristiana no es un vago suspiro por promesas que confiamos se cumplirán muy al final. La esperanza cristiana nos instala con vigorosa firmeza sobre la roca del ya iniciado cumplimiento. Por eso nuestra sobria alegría es tan recia como auténtica. No es la inquieta y vacua carcajada posmoderna ante la insoportable levedad del ser; es la serena sonrisa ante la insobornable densidad del Ser y Ser Eterno, en Quien vivimos, nos movemos y existimos. Y remata el Pontífice: “Por la fe, de manera incipiente, podríamos decir «en germen» ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el Todo, la Vida verdadera.” (SS 7).
Sólo nos es posible abrirnos a la buena novedad (Evangelio) de cada año desde el presupuesto de tratarse de un feliz e inequívoco Don de Dios.
Ante la terna “feliz-año-nuevo” el mundo considera el último término como presupuesto o dato fáctico, y el primero, como posible y deseo. Nuestra fe debería animarse con un simple enroque: que este año feliz sea en verdad nuevo para ti.
Y a la luz de la Navidad, gritar desde las terrazas de este mundo triste y desanimado: les anuncio una gran alegría, hoy les ha nacido un año feliz: vayan y vean y gusten su Novedad.


30 de diciembre de 2015

LAS PALABRAS EN LA MISA: parte del ARS CELEBRANDI

LA SAGRADA LITURGIA:
Maestra de espiritualidad y escuela de vida cristiana
La reverencia y la dignidad con que debe ser celebrada 



Es evidente que el modo, el estilo, de celebrar la Liturgia de un Obispo o de un sacerdote va marcando a los fieles poco a poco, influye en la manera en que todos los demás van a vivir la Liturgia porque, insensiblemente, a la larga, el modo de un sacerdote va educando al pueblo cristiano.

Por eso es tan primordial que sacerdotes y obispos celebren bien: centrados en el Misterio, siguiendo las prescripciones de los libros litúrgicos sin quitar nada, cambiar o añadir, sumergiéndose en Dios con espíritu de fe y sin estar distraídos, todos elementos del ars celebrandi.

Nuestra Liturgia es muy rica pero, para que estas riquezas beneficien la vida espiritual de todos los fieles cristianos y sean un manantial de espiritualidad, habrá que cortar de raíz tantos abusos (grandes o pequeños) que se cometen, tantos inventos en la Liturgia, tantos modos vulgares, secularizados, de celebrar y vivir la Liturgia. Esto provoca que apenas se dé unidad en la Liturgia y se varíe muchísimo de un sacerdote a otro, o de una parroquia a otra, porque cada cual hace y deshace a su antojo (salvada la buena voluntad).

Hay que volver a algo tan elemental como que todos se ajusten a lo que marcan las normas litúrgicas y cultivar un espíritu orante en la liturgia, con dignidad, unción y fervor. Benedicto XVI insistía en ello:

                               «La garantía más segura para que el Misal de Pablo VI pueda unir a las comunidades parroquiales y sea amado por ellas consiste en celebrar con gran reverencia de acuerdo con las prescripciones; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad teológica de este Misal» (Carta a los Obispos que acompaña al Motu proprio Summorum Pontificum, 7-julio-2007).

Entre estos elementos necesarios para vivir la Liturgia, con reverencia,u dignidad, está el modo de recitar los textos litúrgicos. Las tres oraciones de la Misa (Colecta, Sobre las ofrendas y Postcomunión), el Prefacio y la Plegaria Eucarística, están dirigidos a Dios. El sacerdote los recita en nombre de todos (in nomine Ecclesiae) y los fieles las ratifican respondiendo «Amén».

La reverencia estará en saber pronunciar estas plegarias orando, rezando, consciente de lo que se dice, de forma pausada, reposada, para que los fieles, oyéndolas, oren, las asimilen… e incluso nazca en ellos el deseo de meditarlas luego personalmente, haciendo su oración personal con los mismos textos de la Liturgia.

Normalmente se le da más valor y pausa y buena entonación a una monición o a la homilía que a los mismos textos litúrgicos, que se suelen recitar muy apresuradamente, con un tono cansino, sin reposo alguno.

Cuando se considera que la Liturgia es la gran oración de la Iglesia, las Plegarias Litúrgicas se convierten en elemento principalísimo y se pronuncian bien, con sentido, con fervor, sabiendo lo que se dice y a Quién se dice:

                    «Debemos aprender a pronunciar bien las palabras. Cuando yo era profesor en mi patria, a veces los muchachos leían la Sagrada Escritura, y la leían como se lee el texto de un poeta que no se ha comprendido. Como es obvio, para aprender a pronunciar bien, antes es preciso haber entendido el texto en su dramatismo, en su presente. Así también el Prefacio y la Plegaria Eucarística. Para los fieles es difícil seguir un texto tan largo como el de nuestra Plegaria Eucarística. Por eso, se han ‘inventado’ siempre plegarias nuevas. Pero con Plegarias eucarísticas nuevas no se responde al problema, dado que el problema es que vivimos un tiempo que invita también a los demás al silencio con Dios y a orar con Dios. Por tanto, las cosas sólo podrán mejorar si la Plegaria eucarística se pronuncia bien, con interioridad, pero también con el arte de hablar. De ahí se sigue que el rezo de la Plegaria eucarística requiere un momento de atención particular para pronunciarla de un modo que implique a los demás» (Benedicto XVI, Encuentro con los sacerdotes de Albano, 31-agosto-2006).

La reverencia, la dignidad y el fervor al celebrar la Liturgia, pronunciando bien y con sentido los textos litúrgicos denotan hasta qué punto la Sagrada Liturgia es la gran Oración de la Iglesia. Al vivir la Liturgia, pedagógicamente somos educados en las actitudes íntimas y disposiciones fundamentales de la oración cristiana: comunión con Cristo, obediencia, adoración, espíritu de fe, contemplación: 

                           «Orar es un caminar en comunión personal con Cristo, exponiendo ante Él nuestra vida cotidiana, nuestros logros y fracasos, nuestras dificultades y alegrías: es un sencillo presentarnos a nosotros mismos delante de Él. Pero, para que eso no se convierta en una autocontemplación, es importante aprender continuamente a orar rezando con la Iglesia» (Benedicto XVI, Homilía en la Misa Crismal, 9-abril-2009).

Más aún, «rezar significa, mediante una necesaria transformación paulatina de nuestro ser, ir identificándose con el pneuma de Jesús, ir acercándose al Espíritu de Dios (¡hacerse ‘anima ecclesiastica’!) y así bajo el aliento de su amor, vivir en una alegría que ya no se nos puede quitar» (Ratzinger, J., La fiesta de la fe, 41). La oración nos eleva, nos introduce en la comunión personal con Jesucristo y despliega el sentido de Iglesia en nuestra alma.

Así la Liturgia se muestra maestra de espiritualidad y escuela de vida cristiana. Pero, para ello, la misma Liturgia debe ser oración; la reverencia y la dignidad contribuirán a crear ese sentido orante; los textos litúrgicos y las oraciones, pronunciados con sentido, pausadamente, permitirán la oración de todos, la asimilación interior.

P. Javier Sánchez Martínez, sacerdote


29 de diciembre de 2015

SUBLIME MELODÍA PARA NAVIDAD

EN LA OCTAVA DE NAVIDAD



Con la sublime melodía del Oratorio "EL MESIAS" de Haendel, el párrafo de la profecía de Isaias (9,5):

Porque un niño nos ha nacido,
un hijo nos ha sido dado.
La soberanía reposa sobre sus hombros
y se le dará por nombre:
“Consejero maravilloso, Dios fuerte,
Padre para siempre, Príncipe de la Paz"

El breve vídeo de abajo, con la letra original en inglés y su traducción en español



25 de diciembre de 2015

NAVIDAD Y EL AÑO DE LA MISERICORDIA

Y LA MISERICORDIA SE HIZO CARNE
Reflexión sobre la Navidad
en el Año Jubilar de la Misericordia
¡Soli Deo! ¡Sólo Dios es misericordia!

Abordar el Año de la Misericordia desde Dios hecho hombre




El título con que hemos querido enmarcar esta meditación pretende poner de relieve -parafraseando Jn 1,14-  la condición divina de la Misericordia, realidad celestial, realidad trinitaria, que –en un milagro sin precedentes– se hace humana, se hace posibilidad humana.

Así como el que se hace carne en Belén es el Logos, el Verbo Eterno, en Quien se hicieron todas las galaxias, Aquel que es Dios de Dios, Luz de Luz, del mismo modo, es la Misericordia Eterna, Divina, la que hemos conocido en Jesús. No humana, sino divina.

Nos resulta una majestuosa verdad, tan sublime como descuidada, y por ambos motivos, digna de ser gritada desde los tejados. ¡Soli Deo, soli Deo! ¡Sólo Dios es Misericordia!

Y así como Dios se hace Hombre para que el hombre pueda ser dios por participación; así como el Inmortal muere para que nosotros, corruptibles, podamos ser inmortales; así, del mismísimo modo, la Misericordia se hace Carne, para que toda carne pueda tener entrañas de misericordia. Descuidar la simetría, la ecuación de este “admirabile commercium” (admirable intercambio) es pulverizar la Misericordia como categoría teológica.

El Año jubilar de la Misericordia que hemos comenzado ha sido propuesto a toda la Iglesia, como dijo el Papa al proclamarlo, “para colocar en el centro a la Misericordia de Dios”. No la nuestra. Sino la de Dios. Lo nuestro nunca es ser el centro. Suyo es el centro y a Él hay que restituírselo cada vez que le es usurpado ese centro.

Nuestra es la tarea -por efecto y por irradiación de esta Acción divina-  de ejercer la misericordia no sólo “al modo como” Dios la ejerce con nosotros, sino entregando esa misma realidad recibida, al modo del paulino “les doy de lo que yo a su vez recibí”.

No somos la fuente de nuestra misericordia: somos un rebalse. Un desborde. Un riego por sobreabundancia.
Quien invirtiera estos roles y abordara el Año de la Misericordia desde el hombre, confundiendo torpemente el sacro misterio de la Misericordia con la plana solidaridad autogestada, seguirá aportando macilento setentismo horizontalista y secularizante a la vida de la Iglesia. Ofrecerá una impostación fantasmal, una torpe mueca, entregará papel pintado sin reservas.

Si bien es cierto que los misericordiosos obtendrán misericordia, como reza una de las bienaventuranzas, tan cierto es que sólo el que ha recibido misericordia, puede ser misericordioso. Así, nuestra acción misericordiosa está como a caballo de una doble Misericordia divina: previa y posterior, envolvente.

La Iglesia es destinataria, depositaria y dispensadora de la Misericordia Y el aceitado abisagrado y goznado de este tríptico es la clave para vivir bien este Año Jubilar. Recibir, guardar y entregar, sin ruido a óxidos.


De una reflexión del Monasterio del Cristo Orante, Mendoza, Argentina

DOS CÁNTICOS TRADICIONALES DE NAVIDAD

EL CANTO SAGRADO EN LA NAVIDAD

Dos magníficos ejemplos de música sagrada, 
destinada a ayudar a contemplar el Misterio grande 
de la Natividad del Señor.
Tanto sus letras como sus melodías elevan el corazón 
y la inteligencia de la fe



ADESTES FIDELES



Uno de los cánticos más tradicionales de la Navidad.
Su sublime letra es una expresión de fe y adoración, muy propicia para esta solemnidad
El video de abajo está musicalizado con aires irlandenses modernos por la cantante Enya.

Aquí dos estrofas de  la letra, traducida al español.


Adeste fideles laeti triumphantes
Venite, venite in Bethlehem
Natum videte, Regem angelorum
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.


Cristianos vayamos, con el alma jubilosa y exultante:
¡Venid, venid a Belén!
Ved al recién nacido, el Rey de los ángeles.
Venid, adoremos, venid, adoremos
Venid, adoremos al Señor.



Deum de Deo, Lumen de Lumine,

Gestant puellae viscera,

Deum verum, Genitum non factum.

Venite adoremus, venite adoremus

Venite adoremus Dominum.


Dios de Dios, Luz de Luz
Que fue gestado en las entrañas de una doncella,
Dios verdadero, engendrado, no creado.
Venid, adoremos, venid, adoremos
Venid adoremos al Señor.




https://youtu.be/B1bLxrZEy4g

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IN DULCE JUBILO

IN DULCI JUBILO
Coral de Navidad
Johann Sebastian Bach - BWV 368
En su origen este villancico consistía en un texto en donde el alemán y el latín se van alternando y cuya versión más antigua se debe al místico alemán Heinrich Seuse alrededor del año 1328. Este texto fue musicalizado por diferentes autores desde la Edad Media hasta nuestros días. Aquí una de esas letras:
In dulci jubilo singet und seid froh!
Unsers Herzens Wonne liegt in praesepio,
leuchtet als die Sonne
Matris in gremio.
Alpha es et O. Alpha es et O.

Con un dulce gozo, ¡cantad y alegraos!
la delicia de nuestro corazón yace en el pesebre,
y brilla como el sol.
La Madre lo tiene en su regazo.
Es el alfa y el omega. (El principio y el fin)
O Jesu parvule,
mein Kopf tut mir so weh.
Tröst mir mein Gemüte,
o puer optime und reich mir eine Tüte, o princeps gloriae.
Trahe me post te. Trahe me post te.
Oh Jesús niño, a Ti te canto
Abre mis ojos de la ceguera.
Oh Niño eterno, Oh príncipe de la gloria, con tu santa gracia
¡Hazme conocer sabiamente tu Verdad!.

O Patris caritas, O Nati lenitas
Deep were we stained per nostra crimina
But thou hast for us gained coelorum gaudia
Oh that we were there, oh that we were there
Oh Amor del Padre, O gratuidad del Hijo
¡Qué profundo hemos caído por nuestros pecados!
Pero Tú nos has ganado la alegría del Cielo.
¡Qué estemos allí!
Ubi sunt gaudia Nirgend mehr denn da!
Da die Engel singen Nova cantica,
Und die Schellen klingen En regis curia.
Eia, Waren wir da, Eia, Waren wir da!
¿Dónde está la alegría? No en cualquier lugar sino allí
Hay ángeles cantando cánticos nuevos
Y las campanas están sonando. Es el Reino que ya viene
¡Qué estemos allí!
Uno de los corales navideños favoritos.
Para escucharlo, leyendo la traducción 
y apreciando la maravillosa melodía de Bach.
Muy apropiado para estos días.



IN DULCI JUBILO
Coral de Navidad
Johann Sebastian Bach - BWV 368

En su origen este villancico 
consistía en un texto en donde el alemán y el latín se van alternando.
Su versión más antigua se debe al místico alemán Heinrich Seuse alrededor del año 1328.
Este texto fue musicalizado por diferentes autores desde la Edad Media hasta nuestros días.

Especialmente es magnífica la conclusión del versículo: ¡ES EL ALFA Y LA OMEGA!



Aquí la letra:

In dulci jubilo singet und seid froh!
Unsers Herzens Wonne liegt in praesepio,
leuchtet als die Sonne
Matris in gremio.
Alpha es et O. Alpha es et O.

Con un dulce gozo, ¡cantad y alegraos!
la delicia de nuestro corazón yace en el pesebre,
y brilla como el sol.
La Madre lo tiene en su regazo.
Es el alfa y el omega. (El principio y el fin)

https://youtu.be/ugcfEaSgxnw


23 de diciembre de 2015

UNA PUERTA DE DIOS: EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA

LA PUERTA SANTA DE LA ENCARNACIÓN


En el Año Jubilar de la Misericordia,
ante la celebración de la “plenitud de los tiempos”
 recordamos a María Santísima
como Puerta, Escalera y Puente de Dios





                En el admirable y antiguo himno mariano conocido con el nombre de Akáthistos, que significa “no sentado” (porque se canta de pie como signo de alegría y alabanza a la Virgen),  encontramos este significativo saludo a la Madre de Dios:

Salve, ¡oh Puerta única por la cual sólo ha pasado el Verbo!

                  En el Año Santo de la Misericordia y ante la inminencia de la Navidad, nos sentimos inclinados a contemplar a la Virgen Madre como la puerta santa que atravesó Dios para entrar en este mundo y derramar sobre él los innumerables tesoros de su gracia.

              A ella, Madre de Misericordia, deseamos saludar con estos hermosos versos del Akáthistos:


Salve, ¡oh Puerta única por la cual sólo ha pasado el Verbo!
Salve, ¡Escalera celestial por la que Dios descendió a la tierra!
Salve, ¡oh Puente que pasas a los mortales de la tierra al cielo!