Y LA
MISERICORDIA SE HIZO CARNE
Reflexión
sobre la Navidad
en el Año
Jubilar de la Misericordia
¡Soli Deo! ¡Sólo Dios es misericordia!
Abordar el Año de la Misericordia desde Dios hecho hombre
Abordar el Año de la Misericordia desde Dios hecho hombre
El
título con que hemos querido enmarcar esta meditación pretende poner de relieve
-parafraseando Jn 1,14- la condición
divina de la Misericordia, realidad celestial, realidad trinitaria, que –en un
milagro sin precedentes– se hace humana, se hace posibilidad humana.
Así
como el que se hace carne en Belén es el Logos, el Verbo Eterno, en Quien se
hicieron todas las galaxias, Aquel que es Dios de Dios, Luz de Luz, del mismo
modo, es la Misericordia Eterna, Divina, la que hemos conocido en Jesús. No
humana, sino divina.
Nos resulta una majestuosa verdad, tan sublime como descuidada, y por ambos motivos, digna de ser gritada desde los tejados. ¡Soli Deo, soli Deo! ¡Sólo Dios es Misericordia!
Y
así como Dios se hace Hombre para que el hombre pueda ser dios por
participación; así como el Inmortal muere para que nosotros, corruptibles,
podamos ser inmortales; así, del mismísimo modo, la Misericordia se hace Carne,
para que toda carne pueda tener entrañas de misericordia. Descuidar la
simetría, la ecuación de este “admirabile
commercium” (admirable intercambio) es pulverizar la Misericordia como
categoría teológica.
El
Año jubilar de la Misericordia que hemos comenzado ha sido propuesto a toda la
Iglesia, como dijo el Papa al proclamarlo, “para
colocar en el centro a la Misericordia de Dios”. No la nuestra. Sino la de
Dios. Lo nuestro nunca es ser el centro. Suyo es el centro y a Él hay que
restituírselo cada vez que le es usurpado ese centro.
Nuestra
es la tarea -por efecto y por irradiación de esta Acción divina- de ejercer la misericordia no sólo “al modo
como” Dios la ejerce con nosotros, sino entregando esa misma realidad recibida,
al modo del paulino “les doy de lo que yo a su vez recibí”.
No somos la fuente de nuestra misericordia: somos un rebalse. Un desborde. Un riego por sobreabundancia.
Quien
invirtiera estos roles y abordara el Año de la Misericordia desde el hombre,
confundiendo torpemente el sacro misterio de la Misericordia con la plana
solidaridad autogestada, seguirá aportando macilento setentismo horizontalista
y secularizante a la vida de la Iglesia. Ofrecerá una impostación fantasmal,
una torpe mueca, entregará papel pintado sin reservas.
Si
bien es cierto que los misericordiosos obtendrán misericordia, como reza una de
las bienaventuranzas, tan cierto es que sólo el que ha recibido misericordia,
puede ser misericordioso. Así, nuestra acción misericordiosa está como a
caballo de una doble Misericordia divina: previa y posterior, envolvente.
La Iglesia es destinataria, depositaria y dispensadora de la Misericordia Y el aceitado abisagrado y goznado de este tríptico es la clave para vivir bien este Año Jubilar. Recibir, guardar y entregar, sin ruido a óxidos.
De
una reflexión del Monasterio del Cristo Orante, Mendoza, Argentina
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