Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

20 de marzo de 2020

LA ESPERANZA: EN DIOS SOMOS, NOS MOVEMOS Y EXISTIMOS


Acerca de la esperanza… precisamente en tiempos difíciles

Una reflexión para encender la certeza de la alegría de los peregrinos en esta pandemia del coronavirus.




         Acerca de la esperanza que no es simplemente esperar: que todo salga bien, que superemos esta situación adversa, que la amenaza se diluya, que algo pase… No. La esperanza no es simplemente esperar, con un sentimiento de resignación o de impotencia. La esperanza tampoco es intentar evadir la realidad, escapándose de los problemas. La esperanza vive de una certeza, de algo que no cambia, que permanece siempre, un manantial vivificador del que todos podemos beber para fortalecernos, para recobrar la paz, y así poder seguir viviéndola con ganas, aún en situaciones adversas, no arrastrándola, no con resignación, no enojados, no “porque no nos queda otra”, sino sin miedos, libres, viviendo intensamente el presente y proyectándonos al futuro.

         Los antiguos hablaban del ser humano como “homo viator”, como ser (mujer-varón) ambulante, itinerante. Los poetas suelen llamarlo “caminante” o “peregrino”; otros “buscador”, algunos filósofos y teólogos, “misterio”. Todos conceptos – y muchos más similares – que intentan no definir sino más bien describir esto que somos los humanos, en toda su complejidad y fascinación, superando la (insustituible) definición que de nosotros da la Biología. Todos conceptos que quieren nombrar a la Humanidad en sus singulares manifestaciones – cada hombre, cada mujer, de todos los tiempos, de todas las culturas – como alguien en movimiento, como alguien dinámico. Alguien siempre “in fieri”, decía un gran pensador medieval (Tomás de Aquino). Siempre en proceso de crecer, de avanzar, de perfeccionarse. Nadie está ya acabado mientras viva.

         Pero todo este dinamismo que intenta describir al ser humano desde ópticas diversas, puede resultar muy escurridizo, caótico, puede conducir a pantanos lingüísticos (aunque sean estéticamente bellos). Se mueve, camina, peregrina… ¿Desde dónde y hacia dónde? ¿O es simplemente un nómada, un paria, un apátrida, un vagabundo, sin origen, sin meta, sin saber por dónde va?

         El judeo-cristianismo ofrece una respuesta que, así lo cree, le ha sido revelada por DIOS: Venimos de DIOS y vamos hacia DIOS.

         Y es precisamente en esta afirmación donde encontramos el fundamento de nuestra esperanza, que queremos vivir y anunciar a todos “los que caminan a nuestro lado”. Enseña a este propósito Pablo de Tarso, en una de sus célebres Cartas custodiadas en la Biblia: Es “la esperanza que no defrauda, porque el amor de DIOS ha sido derramado en nuestros corazones” (a los romanos, 5,2-5). Porque “DIOS es Amor” y de Él venimos y hacia Él vamos. Y porque, además, “en Él somos, nos movemos y existimos”. Aquí está el fundamento de nuestra esperanza, que puede dar sentido a cada hoy que vivamos.

         Linda esa leyenda que narra que cuando los antiguos griegos comenzaron a filosofar y se preguntaron qué cosa fuese el ser humano, inventaron, para definirlo, la palabra “ánthropos” y así designar al animal que camina erguido, y que por su capacidad espiritual puede mirar hacia arriba, buscando en las alturas, más allá de las estrellas, más arriba de sus pares, las respuestas últimas y definitivas, la Verdad, y no simplemente las opiniones que sus iguales pudiesen dar, a sus preguntas más existenciales y sufridas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Por qué la muerte?

         DIOS. No son pocos los que, en tiempos de sufrimiento, de enfermedad, de duelo, de oscuridad suelen decir, con cierta timidez: “Me da cosa recurrir ahora a DIOS, siempre lo he postergado… ahora, en esta situación, como en última instancia, necesito acercarme a Él”. Nadie debería autoreprocharse eso. Eso no está nada mal. Eso es muy bueno, al menos en la necesidad, en el dolor, en la soledad, en la adversidad, en la contrariedad… saber a quién dirigirse, saber dónde buscar, a quién llamar.  Y no es lo mismo sufrir en soledad – aunque a veces uno esté rodeado de gente – que sufrir con DIOS, saberse íntimamente comprendido, acogido, consolado, fortalecido, amado por DIOS. ¡Es ahí cuando se enciende de nuevo la esperanza y renace la paz!

         Sí, escribió Benedicto XVI: “Únicamente donde se ve a DIOS, comienza realmente la vida… No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de DIOS. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario... Nada más bello que conocerlo y comunicar a los otros la amistad con Él” (en: “DIOS es amor”). Un DIOS que se nos ha mostrado “a modo humano”, en el Rostro amable, compasivo, bueno y fuerte de Jesús de Nazaret: todo lo genuinamente humano en Él y toda la plenitud de DIOS en Él!

         Para la Revelación judeo-cristiana, entonces, no sólo venimos de DIOS y hacia Él caminamos. También vivimos en Él! Vivimos amados, aceptados, protegidos, ayudados… por Él. Si se lo permitimos. El ser humano puede decir “no” a DIOS. Y Él respeta nuestra libertad. Él no es de los “dioses” que se imponen irrespetuosamente con poder. Él se ofrece con amor.

         Tal vez, en estos tiempos difíciles, donde se nos pide necesario “aislamiento”,   podamos reflexionar acerca de este dato tan concreto y esencial de la vida humana: DIOS. Y desde allí buscar respuestas a las eternas preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué “hacer” mientras tanto? ¿Qué sentido tiene mi vida? Y descubrir – o redescubrir - el Amor incondicional de DIOS para con nosotros, para con cada uno, personalmente, en la situación en que cada uno se encuentre. Más allá del mero fenómeno religioso, de las múltiples manifestaciones religiosas, más allá de los rituales, más allá… porque nada ni nadie puede abarcar a DIOS… Más allá…  Sobre todo y sobre todos está DIOS. Un DIOS vivo que es Amor! Y quien, además de haberse mostrado como Hombre en Jesús de Nazaret, enseña hermosamente Agustín de Hipona: está más íntimamente en mí – en cada ser humano – que mi propia intimidad.

         En Él, y a partir de Él, podemos encontrar el sentido último a nuestra vida de caminantes. (Cfr, “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl) No estamos solos. En Él tiene consistencia – sentido - nuestro hoy y en Él tenemos futuro: Futuro absoluto, eterno. Y así, encender una esperanza nueva en nuestro corazón para seguir caminando, con la humildad y la alegría de los peregrinos… también en este tiempo de pandemia.

Eduardo dal Santo, Sacerdote católico


No hay comentarios:

Publicar un comentario