Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

30 de noviembre de 2014

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

El color morado de este tiempo litúrgico nos invita a una oración más intensa y fervorosa, a una espera serena y confiada, que resuena en la antífona del Invitatorio de estos días sagrados:


AL REY QUE VIENE, AL SEÑOR QUE SE ACERCA
¡VENID, ADORÉMOSLE!






HIMNO DE LAUDES


Una clara voz resuena
que las tinieblas repudia,
el sueño pesado se ahuyenta,
Cristo viene, el Señor se acerca.

Despierte el alma adormida
y sus torpezas sacuda,
que para borrar los males
un astro nuevo relumbra.

De arriba llega el Cordero
que ha de lavar nuestras culpas;
con lágrimas imploremos
el perdón que nos depura,

porque en su nueva venida
que aterroriza y conturba,
no tenga que castigarnos,
mas con piedad nos acuda.

Al Padre eterno la gloria,
loor al Hijo en la altura,
y al Espíritu Paráclito
por siempre alabanza suma. Amén.

29 de noviembre de 2014

INICIANDO EL TIEMPO DEL ADVIENTO


AL INICIAR EL ADVIENTO, tiempo espiritual de Esperanza,

QUE NUESTRA ORACIÓN SUBA COMO EL INCIENSO




La palabra que resume este tiempo litúrgico del ADVIENTO, - en el que se espera algo que debe manifestarse, pero que al mismo tiempo se vislumbra y se gusta por anticipado -, es "esperanza". El Adviento es, por excelencia, el tiempo espiritual de la esperanza, y en él la Iglesia entera está llamada a convertirse en esperanza para ella y para el mundo. Todo el organismo espiritual del Cuerpo místico asume, por decirlo así, el "color" de la esperanza. Todo el Pueblo de Dios se pone de nuevo en camino atraído por este misterio: nuestro Dios es "el Dios que viene" y nos invita a salir a su encuentro.


¿De qué modo? Ante todo en la forma universal de la esperanza y la espera que es la oración, la cual encuentra su expresión eminente en los Salmos, palabras humanas en las que Dios mismo puso y pone continuamente la invocación de su venida en los labios y en el corazón de los creyentes. Por eso, reflexionemos unos momentos sobre los dos Salmos que acabamos de rezar y que son consecutivos también en el Libro bíblico: el 141 y el 142, según la numeración judía.


"Señor, te estoy llamando, ven de prisa; escucha mi voz cuando te llamo. Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde" (Sal 141, 1-2). Así comienza el primer salmo de las primeras Vísperas de la primera semana del Salterio: palabras que al inicio del Adviento adquieren un nuevo "color", porque el Espíritu Santo siempre las hace resonar nuevamente en nosotros, en la Iglesia que está en camino entre el tiempo de Dios y el tiempo de los hombres.


"Señor, (...) ven de prisa" (v. 1). Es el grito de una persona que se siente en grave peligro, pero también es el grito de la Iglesia en medio de las múltiples asechanzas que la rodean, que amenazan su santidad, la integridad irreprensible de la que habla el apóstol san Pablo y que, en cambio, debe conservarse hasta la venida del Señor. Y en esta invocación resuena también el grito de todos los justos, de todos los que quieren resistir al mal, a las seducciones de un bienestar inicuo, de placeres que ofenden la dignidad humana y la condición de los pobres.


Al inicio del Adviento la Liturgia de la Iglesia hace suyo de nuevo este grito, y lo eleva a Dios "como incienso" (v. 2). En efecto, el ofrecimiento vespertino del incienso es símbolo de la oración que elevan los corazones dirigidos a Dios, al Altísimo, así como "el alzar de las manos como ofrenda de la tarde" (v. 2). En la Iglesia ya no se ofrecen sacrificios materiales, como acontecía también en el templo de Jerusalén, sino que se eleva la ofrenda espiritual de la oración, en unión con la de Jesucristo, que es al mismo tiempo Sacrificio y Sacerdote de la Alianza nueva y eterna. En el grito del Cuerpo místico reconocemos la voz misma de su Cabeza: el Hijo de Dios, que tomó sobre sí nuestras pruebas y nuestras tentaciones, para darnos la gracia de su victoria.


Esta identificación de Cristo con el salmista es particularmente evidente en el segundo Salmo (142). Aquí, cada palabra, cada invocación hace pensar en Jesús, en su pasión, de modo especial en su oración al Padre en Getsemaní. En su primera venida, con la encarnación, el Hijo de Dios quiso compartir plenamente nuestra condición humana. Naturalmente, no compartió el pecado, pero por nuestra salvación sufrió todas sus consecuencias. Al rezar el Salmo 142, la Iglesia revive cada vez la gracia de esta compasión, de esta "venida" del Hijo de Dios en la angustia humana hasta tocar fondo.


Así, el grito de esperanza del Adviento expresa, desde el inicio y del modo más fuerte, toda la gravedad de nuestro estado, nuestra extrema necesidad de salvación. Es como decir: esperamos al Señor no como una hermosa decoración para un mundo ya salvado, sino como único camino de liberación de un peligro mortal. Y nosotros sabemos que él mismo, el Liberador, tuvo que sufrir y morir para hacernos salir de esta prisión (cf. v. 8).


En pocas palabras, estos dos Salmos nos previenen de cualquier tentación de evasión y de fuga de la realidad; nos preservan de una falsa esperanza, que tal vez quisiera entrar en el Adviento e ir hacia la Navidad olvidando nuestra dramática existencia personal y colectiva. En efecto, una esperanza fiable, no engañosa, no puede menos de ser una esperanza "pascual", como nos recuerda cada sábado por la tarde el cántico de la carta a los Filipenses, con el que alabamos a Cristo encarnado, crucificado, resucitado y Señor universal.

A él dirijamos nuestra mirada y nuestro corazón, en unión espiritual con la Virgen María, Nuestra Señora del Adviento. Pongamos nuestra mano en la suya y entremos con alegría en este nuevo tiempo de gracia que Dios regala a su Iglesia, para el bien de toda la humanidad. Como María, y con su ayuda materna, seamos dóciles a la acción del Espíritu Santo, para que el Dios de la Paz nos santifique plenamente, y la Iglesia se convierta en signo e instrumento de esperanza para todos los hombres.


(Primeras Vísperas de Adviento, Papa Benedicto XVI, Basílica de San Pedro, 29 de noviembre de 2008)

SEPAN QUE EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA

EL CIELO Y LA TIERRA PASARÁN, 
PERO MIS PALABRAS NO PASARÁN

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 29-33







"En aquel tiempo, puso Jesús una comparación a sus discípulos: «Fíjense en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, a ustedes les basta verlos para saber que la primavera está cerca. Pues cuando ustedes vean que suceden estas cosas, sepan que Reino de Dios está cerca. Les aseguro que antes que pase esta generación, todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán»".

28 de noviembre de 2014

BONUS ODOR CHRISTI -el buen olor de Cristo 2 Cor. 2,15-

La raíz de la crisis vocacional en un consagrado



Un lúcido texto del Cardenal Ratzinger 
sobre los motivos que suelen estar en la raíz de una crisis vocacional en la vida de un sacerdote.


         “Cuando como Obispo –y también antes, simplemente como hermano en el sacerdocio- me he puesto a reflexionar sobre las causas que hacen que poco a poco se vaya desmoronando una vocación tan entusiasta y tan esperanzadora en sus comienzos, siempre he llegado a la misma conclusión: ha habido un momento en que ha dejado de existir la oración callada y silenciosa, desplazada tal vez por el ruidoso celo por tantas cosas que hay que hacer. 
          Pero ahora es un celo vacío, porque ha perdido su empuje interior. En algún momento se ha abandonado la confesión personal y, con ello, el contacto con la exigencia y el perdón, la renovación desde dentro en presencia del Señor, que es irrenunciable. 
         Para que estuvieran con Él (Mc 3, 14). Se necesita este “con Él” no sólo durante un cierto período inicial, a modo de fondo de reserva al que poder acudir más adelante. 
         "Estar con Él" debe constituir siempre la pieza central del servicio sacerdotal”. 

       (Cardenal Joseph Ratzinger, Servidor de vuestra alegría, Ed. Herder, Barcelona 2005, p. 83.)

LAS DOS VENIDAS DEL SEÑOR


Y SU REINO NO TENDRÁ FIN
De la plenitud de los tiempos a la consumación del mundo.

San Cirilo, Obispo de Jerusalén (siglo IV),
fue proclamado doctor de la Iglesia por León XIII en 1882.
Sus célebres “Catequesis” constituyen uno de los más preciosos documentos de la antigüedad cristiana.
He aquí su palabra siempre actual sobre las venidas de Cristo, cuyo recuerdo se hace fuertemente presente en la espera de la Navidad, en consonancia con el título de este blog: ADVENIAT REGNUM TUUM.


“Anunciamos la venida de Cristo. Anunciamos no sólo la primera, sino también la otra, mucho más gloriosa que aquélla. La primera se realizó en la humillación, la segunda traerá consigo la corona del Reino.

“Porque en nuestro Señor Jesucristo todo presenta una doble dimensión. Doble fue su nacimiento: uno de Dios, antes de todos los siglos; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Doble su venida: una en la oscuridad y calladamente, como lluvia sobre el césped; la segunda, en el esplendor de su gloria, se realizará en el futuro. En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado en un pesebre; en la segunda, estará envuelto en un manto de luz. En la primera, fue despreciado, sufrió la ignominia de la cruz; en la segunda, vendrá lleno de poder y de gloria, rodeado de todos los ángeles.

“Por lo tanto, no nos detengamos sólo en la primera venida, sino esperemos ansiosamente la segunda. Y así como en la primera dijimos: Bendito el que viene en el nombre del Señor , en la segunda repetiremos lo mismo cuando, junto con los ángeles, salgamos a su encuentro y lo aclamemos diciendo: Bendito el que viene en el nombre del Señor .

“El Salvador vendrá no para ser juzgado nuevamente, sino para convocar a juicio a quienes lo juzgaron. Él, que la primera vez guardó silencio mientras era juzgado, dirá a quienes se atrevieron a insultarlo cuando pendía en la cruz: Esto hiciste y callé .

“Entonces, vino para cumplir un designio de amor, enseñando y persuadiendo a los hombres con dulzura; pero después –lo quieran o no– necesariamente tendrán que someterse a su reinado.

“De aquellas dos venidas habla el profeta Malaquías: Y vendrá a su templo el Señor a quien buscáis . Esto lo dice de su primera venida.

“Y de la otra dice: El mensajero de la Alianza que vosotros deseáis. Aquí está, ya viene el Señor todopoderoso. ¿Quién podrá resistir el día de su llegada? ¿Quién permanecerá de pie cuando él aparezca? Porque él es como el fuego de los fundidores y como la lejía que blanquea la ropa. Se sentará como el obrero que funde y purifica la plata.

“Y Pablo, en su carta a Tito, nos señala las dos venidas con estas palabras: La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias del mundo, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. Mira cómo nos muestra la primera venida, por la cual da gracias, y la segunda, que nos la hace esperar.

“Por eso, ahora se nos enseña el objeto de la fe que profesamos, para que creamos en Aquél que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin.

“Vendrá, por tanto, nuestro Señor Jesucristo desde el cielo; vendrá glorioso en el último día al fin del mundo. Y entonces será la consumación de este mundo, y este mundo que una vez fue creado será totalmente renovado.”


(la foto es un Cristo Juez, en la bóveda de la iglesia bizantina del Salvador, en Chora, Estambul, en el día en que el Papa Francisco visita Turquía)

27 de noviembre de 2014

NO TENEMOS AQUÍ UNA MORADA PERMANENTE


 “EL REINO DE DIOS ESTÁ DENTRO DE USTEDES”



de la "Imitación de Cristo"

(Tratado espiritual de Tomás de Kempis, siglo XV)

Capitulo II, 1 ss.






1. Dice el Señor: "El Reino de Dios está dentro de ustedes". (Lc. 17,21)
Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese mundo de miserias, y hallará tu alma reposo.


Aprende a menospreciar las cosas exteriores y dar importancia a las interiores, y verás que el Reino de Dios viene a ti. Pues "el reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14,17)


Si preparas digna morada interiormente a Jesucristo, Él vendrá a ti, y te mostrará su consolación. "Toda su gloria y hermosura está en lo interior" (Sal.44,14) y allí es donde Él se complace.


Su continua visita es con el hombre interior; con él habla dulcemente, tiene agradable consolación, mucha paz y admirable familiaridad.


2. ¡Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse a ti, y hablar contigo!.


Porque Él dice así: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada"(Jn. 14,23)


Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta. Si a Cristo tienes, serás rico, y te bastará. Él será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente, y desfallecen en breve; pero Jesucristo permanece para siempre, y está firme hasta el fin.


3. No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o no te atiende. Los que hoy están contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como viento.


Pon en Dios toda tu esperanza, y sea Él tu temor y tu amor. El responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga.


No tienes aquí morada permanente: dondequiera que estuvieres, serás extraño y peregrino, y no tendrás nunca reposo, si no estás íntimamente unido con Cristo.



26 de noviembre de 2014

EL SOSTENIMIENTO DE LA IGLESIA

El quinto precepto de la Iglesia manda que la ayudemos en sus necesidades y en sus obras. 


Si bien en la Iglesia hoy no se pide el “diezmo”, (esto es el 10% de los ingresos de cada persona que la integra), se necesita insistir en la necesaria colaboración económica que todos debemos aprontar para que la Iglesia pueda cumplir su misión evangelizadora.



No hay que olvidar que es deber de los fieles atender, según las posibilidades de cada uno, con su ayuda económica al culto y al decoroso sustento de los ministros de Dios.

Sin duda que la ayuda de Dios siempre hará posible la vida de la Iglesia. Pero no podemos caer en una actitud "providencialista" en lo que se refiere al sostenimiento de la Iglesia.

Todos los bienes los hemos recibido de Dios. El contribuir con ellos para ayudar a la Iglesia en sus necesidades, es una manera de agradecer a Dios lo que nos ha dado, y rogarle que nos siga bendiciendo.

Los sacerdotes han consagrado su vida a trabajar exclusivamente por el bien espiritual de los hombres, por lo tanto, de ellos deben recibir lo necesario para satisfacer sus necesidades humanas, y poder seguir estudiando y estar siempre bien preparados para el desempeño de su ministerio.

Dice el Código de Derecho Canónico: Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras apostólicas y de caridad, y el conveniente sustento de los ministros”. (canon 222)

Los católicos deben también contribuir al sostenimiento del Seminario de la Diócesis, donde se están formando los futuros sacerdotes que han de atender a las almas.

Todos hemos de sentir la Iglesia como propia. Es un deber de justicia ayudar a la Iglesia en todo lo relativo al apostolado, porque de la Iglesia recibimos el mayor bien que se puede recibir en este mundo: los medios de la salvación eterna.

La Iglesia necesita recursos que hacen posible que pueda llevar adelante su función evangelizadora. Estos recursos provienen, en su mayor parte, de la misma comunidad eclesial, si bien es justo que se reciban otras ayudas de los organismos encargados de tutelar el bien común, en virtud de la contribución que la Iglesia realiza en acciones sociales que benefician a toda la comunidad.

Contribuir al sostenimiento de la Iglesia es una obligación moral de todos y cada uno de cuantos la componen. El cuidado de los pobres, la atención a los enfermos y ancianos, la catequesis, el culto, la acción misionera de la Iglesia necesitan unos recursos materiales. Y con presupuestos muy reducidos se hacen obras admirables por su valor religioso y social.

Sería una actitud de "espectador" la falta de colaboración. No pueden ser que sean unos pocos los que trabajen y aporten, y todos los que se beneficien.

La ayuda material a la Iglesia no es un simple gesto de largueza, sino una obligación: la de compartir los bienes que se tienen para que sirvan de ayuda para todos.

Nuestra colaboración a la Iglesia no debe limitarse a lo económico; debemos también prestar nuestra colaboración personal, en la medida que nos sea posible, en las obras de apostolado y en las tareas que lleva adelante la Iglesia en tantos campos de la vida social.


25 de noviembre de 2014

UNA REINA SIN PAR

A 510 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE ISABEL LA CATÓLICA


Hace 510 años, el 26 de noviembre de 1504,
 fallecía en Medina del Campo, España, 
a la edad de 53 años 
la reina ISABEL, la católica.


Su historia es impresionante. Fue Reina de Castilla durante 30 años y España, bajo su gobierno, se consolidó como nación.

Es llamada «la Católica», título que les fue otorgado a ella y a su marido por el papa Alejandro VI mediante la bula Si convenit, el 19 de diciembre de 1496.[ ]Es por lo que se conoce a la pareja real con el nombre de Reyes Católicos

Sus biógrafos la han caracterizado como una mujer de gran temple, prudentísima, de costumbres austeras y de un venerable temor de Dios. Ejemplar en sus virtudes cristianas y de gobierno. Su devoción a San Juan Evangelista estaba patente en sus cartas que firmaba con la imagen tradicional del águila. 


Quiso siempre que en su Reino y en los territorios allende los mares reinara Jesucristo. El cardenal Cisneros, su confesor, alaba «su pureza de corazón» y «su grandeza de alma».


AQUÍ UN ARTÍCULO INTRODUCTORIO 
A SU VIDA Y OBRA

No cabe duda de que el reinado de Isabel I y de Fernando V es el más importante de la Historia de España. Lo es por varios motivos. En primer lugar, por su duración directa e indirecta.

En efecto, treinta años de reinado (hablo para Castilla, Isabel 1474-1504) no son pocos. Pero si tenemos en cuenta las realizaciones que hubo, parecen una eternidad. En efecto, durante aquellos años se diseñó, ni más ni menos, que la percepción y estructura de Castilla y de la Monarquía Hispánica para los siguientes doscientos años… (que se dice pronto) y algunos fenómenos perduran más.

En aquellos años se acabó con la inestabilidad política en Castilla, la que venía arrastrándose desde Juan II y Enrique IV. El carácter de la joven reina autoproclamada en Segovia tan pronto como se sabe -poco menos- que el cadáver del rey muerto ha sido abandonado en el Real Alcázar de Madrid porque todos han ido a sus casas a aprestarse para la inminente guerra, el carácter de la joven, digo, queda claro en aquel acto: ni espera, siquiera, a su esposo.

Ella, reina de Castilla; el marido, príncipe de Aragón. Pactan, es cierto, una confluencia de sus coronas, pero institucionalmente no logran la necesaria unión y mixtificación con los resultados por todos conocidos, que tanta pereza da analizar porque -casi se podría decir- que lo que no se logró entonces, no se conseguiría después significándose así una de las frustraciones perpetuas de la convivencia en España.

Ellos, los reyes, en Segovia, diseñaron su nueva Monarquía. Corría el año de 1475. Castilla, ella, la mujer y reina, aceptaba cierta mayor permeabilidad en su reino a los deseos del rey aragonés. Naturalmente, hubo esa permeabilidad, hasta el punto que los deseos del monarca se aceptaban en Castilla sin mayor complicación: hasta se le financió la anexión del Reino de Nápoles a Aragón. Pero entonces, una cosa era la dinastía y otra la inexistente «nación» al estilo del siglo XIX.

Entonces las lealtades se rendían a dos pilares básicos: a la religión y a la dinastía. Si no entendemos esto, o si no entendemos que era una sociedad estamental en que unos eran no ya diferentes, sino superiores a otros, es imposible comprenderlos.

La lealtad a la dinastía se lograría por dos vías: la fuerza, claro, que es época de guerras y el pacto. La levantisca, pero ya, exhausta nobleza, pronto se dio cuenta (salvo alguna excepción) de que la reina y el rey marcaban el camino de la estabilidad y del sosiego. Y lo siguieron, acomodándose a incipientes y nuevos usos cortesanos renacentistas. Desde luego, lo que no hicieron fue acabar con la nobleza como suele decirse tan alegremente. La controlaron y pactaron con ella. 

Cuando a la muerte de la reina, algunos aristócratas se revuelvan contra Fernando, volverán a manifestarse los ecos de la algarabía durante unos lustros. Pero, efectivamente, después de Villalar, ya en tiempos de Carlos V, las actitudes habrán cambiado indefectiblemente. Es decir, que, en tiempos de Isabel I la nobleza conoció un cambio estructural en sus formas de ser y respetar a la Monarquía. Y con quien la nobleza se mostrara leal (nobleza que es, no lo olvidemos, también gran parte de las dignidades eclesiásticas) detrás -o al mismo tiempo- irían clero y pecheros. En tiempos de Isabel, se había logrado la cohesión social estamental.

Corrían años de homogeneidad. La dinástica parecía que se podía alcanzar. Pero ¿y la religiosa? Para lograrla era necesario extender el discurso evangelizador por doquier: a los judíos, también robusteciendo a los conversos… La apostasía no se podía tolerar y así, en 1478, en medio de la turbación y ciertas presiones cortesanas, inicia su andadura oficial la Inquisición, que actúa por vez primera en 1480 en Sevilla. Mucho se ha escrito sobre esta institución, pero me remito a los escritos de los autores en este portal. El caso es que fue una institución religiosa al servicio de la Corona. Tal vez si hubiera habido mayor unificación jurídica en la Península, la Inquisición habría durado menos. Pero era el único tribunal que podía actuar a un lado o al otro de la raya.

Y, en medio del fragor de la búsqueda de la homogeneidad religiosa, empezó la Guerra de Granada en 1482. Adviértase la correlación vertiginosa de fechas: 1474/75, 1478, 1480, 1482…

La Guerra contra los musulmanes era una constante de los cristianos peninsulares. Era, sin duda, una guerra de Reconquista. Así se debe interpretar; así se interpretaba, toda vez que en el 711 la invasión de Tarik había truncado el curso natural de la Historia. Durante más de 700 años los cristianos se sentían herederos de don Pelayo: él encarnaba su tronco cultural y había que reponerlo.

A finales del XV, el reino nazarí de Granada estaba sumido en el caos interno. Era, incluso, vasallo del rey de Castilla, con tal de vivir en paz. Pero se sentían acosados por todas partes. Que doscientos años ha, en Córdoba hubiera habido esplendor cultural, nadie lo ponía en duda. Pero aquello había quedado fosilizado. Ahora eran otros tiempos. De todos los territorios de la cristiandad, sólo quedaban musulmanes en el sur de la Península.
La Guerra de Granada, que tuvo su buen componente de última Cruzada, serviría para dar cohesión social y religiosa a todos. Si se fracasaba, ¿no empezarían las voces que denunciaran la usurpación del trono por Isabel? Pero, si no se fracasaba…

El 2 de enero de 1492 tremoló el pendón real en la Alhambra. 


Era un sueño imposible durante siete siglos, hecho realidad. Nadie daba nada por esos dos jóvenes que a escondidas se casaron en 1469 en Valladolid. Ahora, sin embargo, habían conseguido unirse a sus vasallos y súbditos y unirlos a todos. O a casi todos. Porque, aquella minoría cultural «de frontera», los judíos, seguían tentando a los conversos para que volvieran a la ley de Moisés. Por otro lado, a los vencidos en Granada se les permitió, como en casi toda la Andalucía reconquistada al invasor, mantener sus usos, costumbres y religión, en la esperanza y en la certeza de que paulatinamente se irían dando cuenta de que la única y verdadera religión es la cristiana. Y se les dejó vivir en Granada. Porque triunfó la paciencia. Pero ésta es señora de cortos recorridos. Como las conversiones no iban a la velocidad que unos deseaban, el cardenal Talavera es sustituido por Cisneros, enérgico político de gestos, que quema los Coranes en la plaza de la Bibarrambla (a otros, años después, les enseñará sus cañones para que no alteren el orden hereditario). Se desata la primera sublevación. Hay otros avatares en la imposible convivencia entre musulmanes y cristianos en Granada, hasta que en 1569 tiene lugar la segunda sublevación: se les deporta en pequeños grupos por la Península y, en fin, se decide su expulsión en 1609. La unidad religiosa alcanzada en 1609, había sido cimentada en 1492. Las actitudes con respecto a los musulmanes y conversos, así como la esencial prerreforma católica llevada de la mano por la propia reina, volviendo a la observancia y a la disciplina del clero, a la ejemplaridad de las dignidades y al rigor religioso, hará compactos los comportamientos ante lo divino.

Y vencidos los unos, expulsos o convertidos los otros, un genovés errante, que había estado en Santa Fe de Granada, advierte que, en efecto, ha llegado en qué viaje extraño a Catay y Cipango. Y los primeros indios son presentados a los reyes en Barcelona.

Aún no se sabe bien lo que se ha encontrado, pero parece el paraíso. Desde luego es lastimero que no se lea con más frecuencia el Diario de Colón. En fin, el Nuevo Mundo irá paulatinamente dejando a todos perplejos y llenos de ilusiones y ambiciones. Desde aquellos años finales del XV, aunque al principio sin mucha determinación, Castilla empezó su fascinante expansión ultramarina. Claro que planteó problemas de conciencia, porque esa religión cristiana, la católica, tenía que rendir cuentas. Durante siglos, se intentó un ingente proceso de trasculturización, con la evangelización o las universidades al frente. Se buscó la homogeneidad lingüística, religiosa, por supuesto jurídica, fue una gesta sin par. Porque, aun a pesar de los errores cometidos, los logros humanos son mucho mayores. Entre otros, basta reseñar uno: hoy hay movimientos indigenistas, que, a fin de cuentas, se pueden entender entre sí y hacerse entender por todo el mundo ya que utilizan una lengua común, propia también de ellos. Más al norte, la otra religión los exterminó sistemáticamente y doscientos años después no se nos debe escapar un detalle: alrededor de 1820 ellos se independizaban para arreglar sus mundos propios. Ya han pasado dos siglos.

Y aún se estaba en estas, cuando el Papa sanciona la división del Mundo en dos: Tordesillas, 1494.

Aquellos reyes empiezan a llamarse Reyes Católicos (1496), cuyo título heredarán todos sus descendientes: así, al referirse a ellos en cualquier Cancillería se les apela «Rey Católico», con más frecuencia que «Rey de España». Un elemento que, a veces se olvida, es el de la cohesión jurídica. Nuevos ordenamientos y nuevas formas de obrar en la administración de Justicia bajo la base de que su correcto funcionamiento, enaltece al gobernante.

Reyes, pues, católicos. Cohesionadores sociales y religiosos; descubridores de nuevas rutas y acaso nuevos mundos. Con tales cartas de presentación, se puede negociar con ellos algún buen matrimonio. La tradición manda: hay que rubricar alguna boda con Portugal. Matrimonio de reyes, claro. Pero, al tiempo, se pueden abrir fronteras y se casan, en pacto doble, al heredero de Castilla y Aragón con la hija del Emperador y a la infanta de Castilla y Aragón, con el posible heredero imperial. Ni más, ni menos.

Los años siguientes son agotadores. A las alegrías siguen las muertes de nuevo a la velocidad acostumbrada en aquel reinado.

Se cuenta que las muertes sucesivas alrededor del año 1500 y la toma de conciencia de la enajenación de la princesa Juana fueron los cuchillos de la reina que fueron minándola, acabándola… ¡Cuán impresionantes son el testamento y el codicilo! Y cómo sobrecoge visitar aquella Castilla, la de la infancia en Arévalo, la de la muerte en Medina.



Alfredo Alvar Ezquerra


Introducción al portal sobre la Reina Isabel, la Católica en la Biblioteca Virtual Cervantes.

24 de noviembre de 2014

ESCRITORES CATÓLICOS ARGENTINOS

EL SILENCIO

De Francisco Luis Bernárdez (1900-1978)


EL SILENCIO

No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, quédate mudo:


Que un silencio sin fin sea tu escudo
Y al mismo tiempo tu perfecta espada.


No llames si la puerta está cerrada,
No llores si el dolor es más agudo,
No cantes si el camino es menos rudo,
No interrogues sino con la mirada.


Y en la calma profunda y transparente
Que poco a poco y silenciosamente
Inundará tu pecho de este modo, 
Sentirás el latido enamorado:


Con que tu corazón recuperado
Te irá diciendo todo, todo, todo.


(la foto es del Retablo Mayor de la Catedral de Sevilla, España, el mayor retablo gótico del mundo)

CREAR HÁBITOS DE SILENCIO MÁS FUERTES QIE LA NECEDAD DEL MUNDO

EJERCICIO DE ASCÉTICA

Un hábito siempre necesario en una sociedad ruidosa




El amor profundo, encendido por la gracia divina, aparta y deja en olvido, allá en medio de lodazales y ciénagas, el ruido de tentaciones y engaños...



La fuerza de la atención, iluminada desde lo alto, abre horizontes siempre nuevos, aún cuando en esta hora (y en cualquier otra) el asalto del enemigo pretenda vencer y obtener sus resultados malignos...



Hay en el corazón una virtud singular que viene de lo alto, y desde lo alto, en lo más íntimo, traza el derrotero que nos lleva más allá.



¡Incomparable siembra de Dios en el desierto florecido!



No atiendas otra cosa que el suave paso del Señor en el silencio.

Los ruidos de por ahí o por allá no hacen otra cosa que cosquillas. Tu los aguardas y por ello se vuelven potentes. Cuando no aguardas ni atiendes otra cosa que lo "único importante" el singular ataque no logra su objetivo...



Educar es crear hábitos y tú puedes crear hábitos de silencio, mayores que la necedad de este mundo.



Alberto E. Justo