Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

29 de junio de 2017

EL SACRO COLEGIO CARDENALICIO

LA FIDELIDAD

De un escrito del Cardenal Joseph Ratzinger, recordando palabras de Juan Pablo II

"Usque ad effusionem sanguinis"  
(Hasta derramar su sangre)





     «En un discurso al Colegio Cardenalicio en la Sala Clementina del Vaticano, el Papa Juan Pablo II nos ha dirigido palabras muy serias.

      Nos ha recordado que la vestidura roja de los cardenales es símbolo de la disposición al martirio.

      La Iglesia lo explica con la siguiente fórmula: quien la lleva debe estar dispuesto a responder con la fe usque ad effusionem sanguinis, hasta derramar su sangre.

      Nos ha recordado además al cardenal inglés John Fischer, que recibió la púrpura en la cárcel, en la que ingresó por oponerse al poder del rey en favor de la Iglesia universal, de la que consideraba como único representante al Papa, al obispo de Roma. Un mes después de haber sido nombrado cardenal hubo de reclinar su cabeza sobre el patíbulo.

    De este modo se ha tocado un segundo aspecto de este pontificado, que, en su primer mensaje al mundo en la Capilla Sixtina, el Santo Padre vertió en el lema fidelitas (fidelidad). De esta forma, a la confrontación superficial entre conservadurismo y progreso el Papa opuso algo distinto y completamente olvidado: la fidelidad, que es creadora conservando»


(Joseph Card. Ratzinger, Cooperadores de la verdad, Madrid 1991, p. 251).


25 de junio de 2017

ACERCA DE "ESPIRITUALIDADES ZEN Y NEW AGE"

La espiritualidad cristiana y las «nuevas espiritualidades»

Una breve Carta Pastoral del Arzobispo de Burgos, España, del 25 de junio de 2017 donde, ejerciendo su oficio de enseñar, hace un sabio discernimiento: un llamado de atención acerca de algunas nuevas técnicas y métodos de espiritualidad que se están imponiendo en muchas personas y reuniones de piedad "católicas"
 

Tímpano románico-gótico de la Catedral de Burgos


Esta semana deseo comentar un tema que está alcanzando una notable actualidad en nuestra sociedad y que también tiene repercusiones en nuestra vida eclesial. De hecho algunas personas me han hecho llegar sus dudas e incertidumbres y considero una obligación mía, como pastor de la diócesis, ofrecer a todos los católicos una palabra de discernimiento y unos criterios que les permitan emitir un juicio de valor.

 El fenómeno al que me refiero es la proliferación de «nuevas espiritualidades» o «espiritualidades alternativas». Aunque pueda parecer paradójico, resulta lógico que en nuestra sociedad secularizada, externamente caracterizada por la increencia y la indiferencia ante el hecho religioso, surja en muchas personas el anhelo de una experiencia espiritual que aporte sentido y calor a su existencia. Es comprensible, dado el estilo de vida dominado por el estrés, la competitividad, el hastío, el anonimato, la soledad… Y dada también la dimensión espiritual, reconocida o no, de los seres humanos.
Por eso muchos recurren a métodos como el yoga o el zen, procedentes del hinduismo o del budismo, de la sabiduría oriental y vinculados frecuentemente al movimiento denominado «New Age», Nueva Era, que en sus diversas manifestaciones es también un «conjunto de creencias y prácticas místico-esotéricas, que se ofrece como una experiencia espiritual consoladora y benéfica para los insatisfechos ante el materialismo y el racionalismo deshumanizante del mundo occidental».

No podemos condenar ni minusvalorar el ansia de espiritualidad, que brota de lo más íntimo de las personas; muestra además la insuficiencia de un modelo cultural y social dominado por el racionalismo, la técnica y el consumo, que muchas veces anulan la dimensión transcendente del ser humano.
 También en encuentros de oración o talleres de meditación, ofrecidos en centros católicos o en grupos eclesiales, se recurre al yoga o al zen. Puede suceder que bajo un ropaje cristiano se oculte una espiritualidad no cristiana, que pretende ir más allá de las religiones, también de la religión cristiana; y en el mejor de los casos se puede prestar a confusión.

La espiritualidad cristiana tiene unas características que deben ser diferenciadas, vividas y conservadas con claridad. Determinadas prácticas corporales pueden ayudar a la oración. Pero no pueden oscurecer lo peculiar de la oración cristiana, que es, en palabras del Papa Francisco cuando la diferencia de otras prácticas «pseudoreligiosas», la oración «en serio», «la oración de adoración al Padre, de alabanza a la Trinidad, la oración de agradecimiento, también la oración de pedir cosas al Señor, pero la oración desde el corazón».
La «nueva espiritualidad» es usada frecuentemente como una terapia para solucionar el malestar sicológico o emocional y para lograr la serenidad, y la paz interior.

Para ello intenta ampliar la propia conciencia aspirando a la fusión con la divinidad, con la naturaleza o la energía cósmica, en el fondo con algo impersonal. Ello normalmente provoca el encerrarse en uno mismo y el alejamiento de los demás. De este modo se difumina la conciencia, la libertad, la responsabilidad y la capacidad de amar. Es la «espiritualidad del espejo», de la que también nos advierte el Papa, por la que uno se mira y se ilumina a sí mismo, pudiendo quedarse en su propio bienestar y armonía interior.

La espiritualidad cristiana, por el contrario, vive de una relación personal con Alguien que, por propia iniciativa, nos ha amado el primero. Esta relación se vive siempre en el seno de la Iglesia y se abre con generosidad a las necesidades de los demás.
Las dos últimas solemnidades litúrgicas nos lo muestran con claridad. En la fiesta de la Santísima Trinidad, como os decía hace un par de semanas, celebramos un Dios vivo que se dirige a nosotros de modo personal como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es un Dios con rostro y con nombre. El domingo pasado celebrábamos el día del Corpus Christi, fiesta de la Eucaristía, que hace presente al Jesús muerto y resucitado por nosotros, y que a la vez nos abre al encuentro con el hermano necesitado. El cristiano reza como un hijo que se dirige confiado al Padre que es tierno y misericordioso; se siente unido a Jesús en su mediación sacerdotal; se sabe movido por el Espíritu Santo y se siente empujado a celebrarlo con los otros, con la Iglesia, en la liturgia y en el amor «de obras y de verdad». Ese es el tesoro que permanentemente debemos cuidar y profundizar.
Las comunidades cristianas, y cada uno de nosotros, deberíamos desarrollar más la práctica de la oración, desde la tradición espiritual y mística cristiana. A ello os animo gustosamente, pues, como dice el Papa Francisco, «una sesión de yoga jamás podrá enseñar a un corazón a “sentir” la paternidad de Dios ni un curso de espiritualidad zen lo volverá más libre para amar».

+ Fidel Herráez, arzobispo de Burgos

18 de junio de 2017

GRAMÁTICA DE LA EUCARISTÍA

EUCATÁSTROFE: GRAMÁTICA EUCARÍSTICA
En la Solemnidad del Corpus Christi

Reflexión del Monasterio argentino del Cristo Orante



"La estructura interna de la Misa es la siguiente: en la primera parte de la Celebración se nos lee la Palabra de Dios. Que en definitiva consiste en un inmenso y agobiante cúmulo de consignas y mandatos y consejos y directivas en orden a alcanzar la perfección. Perfección que no consiste en colmar el propio potencial, sino en rebasarlo desmedidamente; consiste en vivir como Dios. Pensar, sentir, optar, obrar como Dios.

Esa es en definitiva “la Ley de Dios”. El feligrés escucha atento y sumiso cada uno de sus pormenores, y (si es honesto y veraz) le resultará inevitable sentirse abrumado ante órdenes imposibles de cumplir. Y brotará en él la amargura y un gemido entre vencido, apenado y ofuscado: ¿pero cómo (quomodo) he de vivir todo esto?, ¿cómo?, si yo no conozco el vigor… ¡si esto es imposible para los hombres!

Y Dios ve que esto es bueno.
 
Es más: pareciera que Él mismo provocara ese “crescendo”, estirando más y más la tensión entre un hombre vencido por su debilidad, carcomido por su macilenta impotencia y un Dios intenso que pide más y más y más…

Pero sigamos con la Misa y su estructura. 

Pues es que entonces, recién entonces, irrumpe en escena la “eucatastrófica” segunda parte de la Liturgia, que es la solución a la aporía, la reversión de la tragedia, el “eu” a la catástrofe de la primera parte. Comienza así la Liturgia Eu-carística.

¡Claro que es imposible para el hombre! Absoluta, categórica y rotundamente imposible. 

Cada una de las sentencias escuchadas en la Liturgia de la Palabra son imposibles. Y de modo especial, cada pincelada de la vida evangélica que Nuestro Señor nos demanda vivir es insostenible, casi absurda para el diminuto y deforme humano. 

Si tras las lecturas y el sermón clerical conminando a su cumplimiento, el ministro bendijera al Pueblo y sin más lo enviara al mundo, lo enviaría a la muerte. El “podéis ir en paz” sería de un cinismo escalofriante. Eco, en todo caso, de un dios cínico que se regodeara en exigir imposibles.

Pero no. No concluye allí la Liturgia. Pues no concluye allí el Plan.

Y cuando tras el Credo uno comienza a notar rumor de albas, movimiento de acólitos de la credencia al altar…despliegue de corporales, vuelo de cálices y copones… el alma vuelve al cuerpo: lo imposible revierte su lapidaria contundencia… y el aleteo del blanquísimo corporal al abrirse sobre el ara del altar, en un delgadísimo susurro parece decir: hay esperanza. 

A la catástrofe le brota un prefijo de bondad… como si a un palo seco le asomara una yema…

Y por eso, estamos de Fiesta. 

Por eso Corpus Christi: porque el imposible Evangelio es seguido de un Pan Divino que porta en Sí el poder para vivirlo. 

No hay cinismo en Dios porque hay Cuerpo y Sangre de Cristo, que nutren, fortalecen y otorgan fuerzas sobrehumanas para hacer posible lo imposible.

Esa es la secuencia, el hilo de este cuento de hadas: se lee el Evangelio, se llora la amargura de no poder vivirlo y luego, sobre la última escena del Drama, se come la Eucaristía para comer el Evangelio y hacerlo vida.

Si bien la Palabra de Dios es “viva y eficaz”, ambas notas pasan de la potencia al acto, por la Eucaristía. El Evangelio es “Pan de Vida” siempre que se sirva con el Pan de Ángeles. Si no, es Pan de llanto y amargura.

De allí que, con acierto, se habla de la “doble Mesa” de la Misa: la Mesa de la Palabra, donde como al Verbo hecho Carne y la Mesa de la Eucaristía, donde como su Cuerpo y bebo su Sangre. Un Banquete a doble plato. Un Sacrificio a doble Ofrenda. 

Del Único Verbo y Víctima, que en sinérgicas presencias nos salva.

Pero quisiera en este Corpus acentuar un aspecto de esta sinergia un poco descuidado: si por esta comunicación de idiomas al Evangelio vale llamarle Pan de Vida y al Ambón, la Mesa en que éste se sirve, valdrá, no menos, a la Eucaristía llamar Palabra Viva. Y al altar: el púlpito desde el cual Ésta se predica.

Puede ser un bello desafío para nuestra Fe y piedad que así como hicimos del ambón una mesa, no dejemos a su vez de hacer de nuestros altares y sagrarios púlpitos; que intentemos “acercarle micrófono” a la Eucaristía expuesta sobre nuestros altares y procuremos inclinarnos con un oído atento a su silencioso Lenguaje.

Pues este “mudo Pan” habla mejor que la elocuencia universal. 

Este Cuerpo entregado dice y Se dice; como esta Sangre habla. Habla mejor que la de Abel.

Decir que el Evangelio es comible y que la Eucaristía es legible no es un juego de palabras. Es, en todo caso, un juego de fuerzas puras que nadie puede descifrar si no se postra y adora… Pues es entonces que la Voz de Dios, su inefable Verbo, desde la blanquísima Hostia susurra palabras poderosas que nos avisan que las aradas espaldas del Logos son de pan.

Comer el Evangelio y leer la Eucaristía es el secreto para que a la catástrofe le brote un “eu” delante. Y haya eucatástrofe. Y la abrumadora e imposible vida evangélica no sólo salga de la zona del absurdo y la utopía, sino que sea viable; más aún: sea suave y ligera como sin engaños promete el Señor.

No alcanza con leer el Evangelio y comer la Hostia pura. Imprescindible es habilitar la sinestesia cruzada en que comer el Evangelio y leer muy despacio la Eucaristía. Ella tiene su alfabeto, su gramática, su dicción. Como en la Lectio divina, también ante este Vivo Pan hay que procurar una rumiada lectura orante: un demorado leer, meditar, orar y contemplar sus silenciosas frases. 

Algunas veces su elocuencia será mayor, y otras veces, menor. 

Mas lo nuestro es siempre intentarlo, inclinarse siempre ante este divino poema, susurrado en rojo y dorado. 

Valga para la escucha lo mismo que se nos dice de la alabanza: quantum potes, tantum aude; atrévete cuanto puedas. Cuanto puedas escucharla, tanto anímate. Dile al Señor: no soy digno, pero di esa Palabra eucarística, dic Verbo, y mi alma quedará sanada.

Son frases serenas, largas, cristalinas, simplísimas, monológicas en que Dios nos evangeliza desde el calmo timbre de Pan y el brioso acento de vino.

Su caligrafía es peculiar, su sintaxis misteriosa. Pero el discípulo que al adorar se atreve a inclinar su oído y atiende a su lenguaje nocturno, accede a los secretos del Rey.

Sí, hay Voz en el vivo Cordero degollado; hay lengua en el Logos sacrificado; hay idioma en la Sangre elocuente que se vierte en anuncio desde púlpito del ara. 

Quien lo aprende no recibe en Misa dos Noticias, sino una sola, indivisible; Palabra imposible para los hombres, Palabra ineludible para quien la comió servida en el ambón y la leyó y rumió cuando sobre el altar se nos profirió en el poderoso idioma eucarístico.

Quantum potes, tantum aude: cuanto puedas escucharlo, atrévete a su lenguaje. Sólo entonces se revertirá la catástrofe. 

Y entenderás que eu-catástrofe venía de Eucaristía".

P. Diego de Jesús
Monasterio del Cristo Orante, Tupungato, Mendoza


16 de junio de 2017

TANTUM ERGO SACRAMENTUM VENEREMUR CERNUI


POEMA AL PAN EUCARÍSTICO
Del escritor argentino Francisco Luis Bernárdez  (1900-1978)


Custodia del Congrego Eucarístico Internacional de Buenos Aires, del año 1934. 
Expuesta en el maravilloso Retablo Mayor de la Catedral Metropolitana de Buenos Aires

obra realizada en el año 1774 por el tallista vasco Isidro Lorea, muerto en las Invasiones Inglesas.


Yo, que lo miro con mis ojos, 
sé que este Pan es el Señor de cielo y tierra.
Yo, que lo gusto con mi boca, 

sé que este Pan es el Señor que nos espera.


Sé que la Forma de las formas 

vive feliz en este trozo de materia.
Y que esta harina inmaculada 

no es otra cosa que su Carne verdadera.

Sé que la Luz que no se apaga 

brilla desnuda en esta luna siempre llena.
Y que la Voz de las alturas 

duerme callada en esta boca siempre quieta.

Sé que el océano sin fondo 

cabe sin mengua en esta gota que destella.
Y que la selva sin orillas 

está encerrada en esta brizna carcelera.

Sé que el volcán inextinguible 

se manifiesta en esta chispa de inocencia.
Y que el amor inenarrable 

tiembla escondido en esta lagrima serena.

Durante siglos lo esperamos 

comiendo a obscuras el manjar del viejo rito.
Y señalando nuestras puertas 

con una sangre que era sangre y era símbolo.

Aquel cordero misterioso 

nos daba fuerzas y valor para el camino.
Y con las huellas de su sangre 

cerraba el paso a la traición y al exterminio.

Cuando los tiempos maduraron, 

el firmamento dio su fruto prometido.
Y otro Cordero vino al mundo 

para pagar al buen pastor nuestros delitos.

Antes de ser sacrificado, 

quiso enseñarnos el supremo Sacrificio.
Y en este Pan maravilloso 

se repartió de corazón entre sus hijos.

Desde aquel día lo tenemos 

como alimento, como escudo y como alivio.
Y su poder nos une a todos 

en una grey, en un pastor y en un aprisco.

¿Quién al mirarlo no se acuerda 

del que llovió sobre la vieja caravana?
¿Quién al gustarlo no se acuerda 

del que comimos en la tierra solitaria?

La sed y el hambre nos movían 

hacia el magnífico país del pan y el agua.
Pero la fe de nuestros pasos desfallecía 

en el desierto bochornoso .

Como la tierra estaba sorda, 

quisimos ver si el cielo azul nos escuchaba.
Y el cielo azul nos dio con creces 

lo que la tierra desdeñosa nos negaba.

Nubes de pan se deshicieron 

sobre el rencor de la llanura desolada.
Y poco a poco la cubrieron 

con vestiduras de alegría y de abundancia.

Con la virtud de aquel sustento 

fuimos llegando sin dolor al agua santa.
Y, por el agua que renueva, 

dimos al fin con este Pan que no se acaba.

Su luz, que alumbra y alimenta,

 brilla sin tregua en el Altar y en la Custodia.
Y desde el fondo del Sagrario 

se multiplica sin descanso en ondas infinitas.

Cruza los muros de materia 

que la separan de los seres que ambiciona.
Vence las puertas que resisten 

a la profunda caridad que la devora.

Pisa el umbral de las tinieblas, 

entra en la ciega obscuridad, busca en las sombras.
Y al fin reposa en nuestras almas, 

que son estrellas apagadas y remotas.

Infunde Paz en las que sufren; 

deja su brillo de piedad en las que lloran.
Y a todas juntas las abraza 

con un amor incomprensible para todas.

Después ajusta el movimiento 

de nuestras almas al del Sol que la ocasiona.
Y con el Sol que la difunde 

concierta el ansia incontenible de sus órbitas.

La Luz penetra en los lugares más silenciosos 

y en los sitios más obscuros.
Y va llegando con sus rayos 

hasta los últimos rincones de este mundo.

En los más fríos y olvidados 

abre con honda caridad su blanco puño.
Y de su mano bienhechora 

deja caer una semilla en cada surco.

Luego de haberlos fecundado, 

vuelve cantando hacia su sol eterno y puro.
Y en su reflujo melodioso 

va cosechando nuestros seres, uno a uno.

Rumbo a su nido fulgurante, 

cruza de nuevo los umbrales y los muros.
Pero esta vez lleva consigo 

nuestros más íntimos destellos, que son suyos.

Bien abrazada con nosotros, 

entra por último en el cielo sin crepúsculo.
Y se confunde con el Astro 

que está escondido en este Pan que miro y gusto.


Retablo Mayor de la Basílica porteña del Santísimo Sacramento en Plaza San Martín


UNA CATEQUESIS BREVE Y CONTUNDENTE SOBRE EL CORPUS CHRISTI

ANÉCDOTA DE SAN ANTONIO DE PADUA


Ver el siguiente enlace:


https://alritmoliturgico.blogspot.com.ar/2017/06/13-de-junio-san-antonio-de-padua.html

11 de junio de 2017

EL CANSANCIO DE LOS BUENOS

EL DIABLILLO DEL DESALIENTO

Breve cuento de un gran enemigo de la vida cristiana


 


'Cierto día, el diablo decidió retirarse de los negocios y rematar todas sus herramientas.

La subasta parecía imponente; todas sus armas estaban allí perfectamente exhibidas: el odio, la malicia, la envidia, los celos, el engaño, la sensualidad desmedida...

'Separado del lote principal había un objeto aparentemente inofensivo, con aspecto de haber sido muy utilizado, cuyo precio era muy superior al de todos los demás.


'Alguien le preguntó al diablo: 


-¿Cómo se llama este instrumento?

-Desaliento -respondió el diablo.

-¿Por qué su precio es tan alto?

-Porque este instrumento es más útil que cualquier otro. El desaliento puede entrar en la conciencia del ser humano cuando todas las demás herramientas han fallado. Una vez adentro, con esta sola arma puedo llegar a hacer lo que desee con esa persona. Está muy gastada porque la utilizo mucho y con casi todo el mundo. Como muy pocos saben que me pertenece, puedo usarla continuamente para lograr mis propósitos.


'Cuenta esta historia que a pesar de su inmensa utilidad, el precio del desaliento era tan alto que aún sigue siendo propiedad del diablo.'

10 de junio de 2017

LA CIUDAD DE LA TRINIDAD

CIUDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD 

Y PUERTO DE SANTA MARÍA DE LOS BUENOS AIRES


“El 11 de junio de 1580 el río, el cielo y la pampa fueron el primer templo porteño donde se celebró la Misa en este suelo,  en la solemnidad de la Santísima Trinidad”


Fundación de la ciudad de la Trinidad por Don Juan de Garay


Este domingo 11 de junio se cumplen 437 años en que don Juan de Garay fundara la “ciudad de la Trinidad” en el lugar donde hoy se emplaza la Catedral Metropolitana. Y en este año 2017 coincide en el mismo día en que la Iglesia celebra a la Trinidad.

LA HISTORIA

Pedro de Mendoza había establecido un pequeño poblado en 1536, al que llamó puerto de Santa María de los Buenos Aires, pero al poco tiempo los indios querandíes devastaron esa aldea.

44 años más tarde Buenos Aires resurge de las cenizas. Juan de Garay, nombrado por el Gobernador de Asunción, Juan Torres de Vera y Aragón como “Teniente Gobernador y Capitán General en todas las provincias del Rio de la Plata”, bajó desde Asunción por el río Paraná a fines del 1500 a fundar por segunda vez Buenos Aires. Llevó consigo 60 “hijos de la tierra”, diez españoles y una mujer.
El General español, residente en Asunción, ordenó el trazado según las Ordenanzas de Población de las Leyes de Indias de Felipe II del año 1573.


Destinó para la Iglesia mayor o Catedral el mismo cuarto de manzana que ocupa hoy en día. En el acta de fundación se lee: “la iglesia de la cual pongo por advocación a la Santísima Trinidad,  sea y ha de ser iglesia mayor parroquial”. En lo que atañe a la jurisdicción eclesiástica, la nueva ciudad dependía de la diócesis del Río de la Plata, creada por el rey de España con acuerdo de Paulo III el 1º de julio de 1547, cuya sede era Asunción.

Santa Iglesia Catedral Metropolitana Primada de Buenos Aires

Escribe Garay en el Acta del 11 de junio de 1580:
“En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas y un solo Dios verdadero, que vive y reina por siempre jamás, y de la gloriosísima Virgen Santa María su Madre, y de todos los santos y santas de la Corte del Cielo, yo Juan de Garay…, estando en este puerto de Santa María de Buenos Ayres, … hago y fundo en este dicho asiento y puerto una ciudad la cual pueblo con los soldados y gente que al presente he traído para ello, y mandó que se intitule la ciudad de la Trinidad”


Escudo de armas de Don Juan de Garay, que hoy luce en la bandera de la ciudad

El doctor en historia, especializado en Historia y Museología Militar y Naval Hispanoamericana, Julio A. Luqui Lagleyze lo cuenta hermosamente:
Ese 11 de junio, bajo un hermoso sol, en el solar donde hoy se alza la Catedral, clavan una cruz en el suelo. Y allí, bajo la bóveda de ese cielo azul celeste -como la que será nuestra bandera-, con el río inmenso como ábside y la pampa como piso, el franciscano fray Juan Pascual de Rivadeneyra, ayudado por fray Antonio Picón, reza la primera misa de la Trinidad. Pampa, Río y Cielo fueron, pues, nuestra primera iglesia mayor.
Imagen de la Trinidad en el Retablo Mayor de la Catedral de Buenos Aires




LA XENITEIA: EL EXILIO INTERIOR

 EL ANACORETA EN LA URBE
El desierto espiritual se cultiva en el silencio interior

“En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido”.

(San Juan de la Cruz)


“Peregrino es aquel que,
como hombre de otra lengua,
 que mora en una nación extranjera entre gente que no conoce,
vive solo consigo en el conocimiento de sí mismo…”

(San Juan Clímaco)



“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. 

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña”. (De la Carta a Diogneto)

Junto al desierto físico y real que tanto le costó alcanzar a muchos monjes, la riquísima literatura que surgió en torno a la vida de los anacoretas creó otro desierto en que se combinan lo físico y lo espiritual y que se expresó con un término intraducible a las lenguas modernas: la xeniteia, el exilio interior, el sentirse extranjero, el vivir sin patria. 

La xeniteia que deriva de xenos, extranjero o extraño, es el exilio interior o espiritual, acompañado del silencio, y que permite al monje alcanzar el ideal que persigue al retirarse al desierto, la hesychía.

Originariamente el monacato se inició como abandono de la ciudad, retiro de la ciudad, del mundo, de sus tráficos y preocupaciones, por el eremos, la soledad inhospitalaria e inculta donde se exalta el abandono total del monje a Dios.

Pero pronto terminó transformándose, en la literatura de los Padres, de lugar físico en actitud espiritual del hombre, la hesychía que abre las puertas a la contemplación de Dios, incluso en el mundo, como refleja, muy bien estos bellos Apotegmas:

Apa Ageras me dijo: “Fui un día a apa Poemen y le dije: He ido a habitar a todas partes y no he encontrado reposo: ¿dónde quieres que habite?”. El anciano le respondió: “Ya no hay desierto. Vete, pues, a un lugar populoso, en medio de la multitud, permanece allí y compórtate como un hombre que no existe. Tendrás así el reposo (hesychia) soberano”.

Apa Pastor decía: “Cualesquiera que sean tus penas, la victoria sobre ellas está en el silencio”.

Un anciano dijo: “La xeniteia abrazada por Dios es buena si va acompañada del silencio porque con la locuacidad no hay xeniteia”.

Un anciano decía: “El silencio está lleno de vida, pero la muerte está oculta en las palabras abundantes”.
Apa Sisoe dijo: “Dominar la lengua, ésta es la verdadera xeniteia”.

Apa Andrés solía decir: “Tres cosas son necesarias al monje: xeniteia, pobreza y silencio”.

(Reflexión de Nube Athonita)


4 de junio de 2017

DULCE HUÉSPED DEL ALMA

LA VIDA DIVINA EN LA VIDA DEL CRISTIANO

OBRA DEL ESPÍRITU SANTO


Padre de los pobres, 
Dador de las gracias, 
Luz de los corazones, 
Consolador lleno de bondad, 
dulce Huésped del alma, 
son algunos de los nombres con que se invoca al Espíritu Santo 
en la hermosa Secuencia de la misa de Pentecostés, 
Veni Sancte Spiritus

La inhabitación del Espíritu Santo en el alma en gracia, del dulce Huésped divino, que se asienta en lo más íntimo de nuestros corazones, es una realidad soberana y sublime de nuestra vida cristiana.

Santo Tomás de Aquino, comentando el artículo octavo del Símbolo Apostólico: “Creo en el Espíritu Santo”, ha sintetizado en cinco puntos la acción fecunda y fructuosa que el Paráclito realiza en las almas que lo hospedan.



«Muchos frutos produce en nosotros el Espíritu Santo.  

Primero: nos purifica de los pecados. La razón es, que el mismo que construye es el que repara. El alma es creada por el Espíritu Santo, porque Dios hace todas las cosas por medio de Él. En efecto, Dios amando su bondad causa todo: «Amas todas las cosas que hiciste y no has odiado nada de lo que hiciste» (Sab 11, 25).

Dionisio, en el cap. 4 De divinis nominibus, dice: «El amor divino no soportó quedar estéril». Por consiguiente, es natural que los corazones de los hombres, destruidos por el pecado, sean reparados por el Espíritu Santo: «Envía tu Espíritu y serán creados y renovarás la faz de la tierra (Ps 103, 20). 

Luego no es extraño que el Espíritu Santo purifique, porque todos los pecados son perdonados a causa del amor: «Se le han perdonado muchos pecados, porque ha amado mucho (Lc 7, 47). Y en Prov 10, 12 se dice: «El amor cubre todas las faltas»; e igualmente en 1 Pe 4, 8: «La caridad cubre multitud de pecados».

Segundo: ilumina el entendimiento, porque todo lo que sabemos del Espíritu Santo nos viene: «El Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas y os recordará todo cuanto yo os haya dicho» (Jn 14, 26). 

E igualmente en 1 Jn 2, 27: «Su unción os enseñará todo».

Tercero: ayuda y, en cierto modo, obliga a guardar los mandamientos. Pues ninguno podría guardar los mandamientos de Dios si no amase a Dios: «Si alguno me ama, guardará mis palabras» (Jn 14, 23). 

El Espíritu Santo hace amar a Dios y por consiguiente ayuda: «Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros; quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne y pondré mi espíritu en medio de vosotros; y haré que caminéis en mis preceptos y que guardéis mis normas» (Ez 36, 26).

Cuarto: confirma en la esperanza de la vida eterna, porque es prenda de aquella heredad. Dice el Apóstol en Ef 1, 13-14: «Habéis sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra heredad». Pues es como las arras de la vida eterna. 

Y la razón es la siguiente: la vida eterna se debe al hombre en cuanto que éste se constituye en hijo de Dios, lo cual tiene lugar por una asimilación a Cristo; pero uno se asemeja a Cristo en la medida en que tiene el Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo. 

En Rom 8, 15-16 dice el Apóstol: «Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para caer de nuevo en el temor, sino que habéis recibido el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace clamar: Abba, Padre. Este mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios». 

Y en Gal 4, 6 dice:«Como sois hijos, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba, Padre».

Quinto: aconseja en las dudas y nos da a conocer la voluntad de Dios: «El que tenga oídos, oiga qué dice el Espíritu a las iglesias (Ap 2, 7); e Is1, 4: «Lo escucharé como a un maestro»

(Santo Tomás de Aquino,
Exposición del Símbolo de los Apóstoles, a. 8)