Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

16 de junio de 2017

TANTUM ERGO SACRAMENTUM VENEREMUR CERNUI


POEMA AL PAN EUCARÍSTICO
Del escritor argentino Francisco Luis Bernárdez  (1900-1978)


Custodia del Congrego Eucarístico Internacional de Buenos Aires, del año 1934. 
Expuesta en el maravilloso Retablo Mayor de la Catedral Metropolitana de Buenos Aires

obra realizada en el año 1774 por el tallista vasco Isidro Lorea, muerto en las Invasiones Inglesas.


Yo, que lo miro con mis ojos, 
sé que este Pan es el Señor de cielo y tierra.
Yo, que lo gusto con mi boca, 

sé que este Pan es el Señor que nos espera.


Sé que la Forma de las formas 

vive feliz en este trozo de materia.
Y que esta harina inmaculada 

no es otra cosa que su Carne verdadera.

Sé que la Luz que no se apaga 

brilla desnuda en esta luna siempre llena.
Y que la Voz de las alturas 

duerme callada en esta boca siempre quieta.

Sé que el océano sin fondo 

cabe sin mengua en esta gota que destella.
Y que la selva sin orillas 

está encerrada en esta brizna carcelera.

Sé que el volcán inextinguible 

se manifiesta en esta chispa de inocencia.
Y que el amor inenarrable 

tiembla escondido en esta lagrima serena.

Durante siglos lo esperamos 

comiendo a obscuras el manjar del viejo rito.
Y señalando nuestras puertas 

con una sangre que era sangre y era símbolo.

Aquel cordero misterioso 

nos daba fuerzas y valor para el camino.
Y con las huellas de su sangre 

cerraba el paso a la traición y al exterminio.

Cuando los tiempos maduraron, 

el firmamento dio su fruto prometido.
Y otro Cordero vino al mundo 

para pagar al buen pastor nuestros delitos.

Antes de ser sacrificado, 

quiso enseñarnos el supremo Sacrificio.
Y en este Pan maravilloso 

se repartió de corazón entre sus hijos.

Desde aquel día lo tenemos 

como alimento, como escudo y como alivio.
Y su poder nos une a todos 

en una grey, en un pastor y en un aprisco.

¿Quién al mirarlo no se acuerda 

del que llovió sobre la vieja caravana?
¿Quién al gustarlo no se acuerda 

del que comimos en la tierra solitaria?

La sed y el hambre nos movían 

hacia el magnífico país del pan y el agua.
Pero la fe de nuestros pasos desfallecía 

en el desierto bochornoso .

Como la tierra estaba sorda, 

quisimos ver si el cielo azul nos escuchaba.
Y el cielo azul nos dio con creces 

lo que la tierra desdeñosa nos negaba.

Nubes de pan se deshicieron 

sobre el rencor de la llanura desolada.
Y poco a poco la cubrieron 

con vestiduras de alegría y de abundancia.

Con la virtud de aquel sustento 

fuimos llegando sin dolor al agua santa.
Y, por el agua que renueva, 

dimos al fin con este Pan que no se acaba.

Su luz, que alumbra y alimenta,

 brilla sin tregua en el Altar y en la Custodia.
Y desde el fondo del Sagrario 

se multiplica sin descanso en ondas infinitas.

Cruza los muros de materia 

que la separan de los seres que ambiciona.
Vence las puertas que resisten 

a la profunda caridad que la devora.

Pisa el umbral de las tinieblas, 

entra en la ciega obscuridad, busca en las sombras.
Y al fin reposa en nuestras almas, 

que son estrellas apagadas y remotas.

Infunde Paz en las que sufren; 

deja su brillo de piedad en las que lloran.
Y a todas juntas las abraza 

con un amor incomprensible para todas.

Después ajusta el movimiento 

de nuestras almas al del Sol que la ocasiona.
Y con el Sol que la difunde 

concierta el ansia incontenible de sus órbitas.

La Luz penetra en los lugares más silenciosos 

y en los sitios más obscuros.
Y va llegando con sus rayos 

hasta los últimos rincones de este mundo.

En los más fríos y olvidados 

abre con honda caridad su blanco puño.
Y de su mano bienhechora 

deja caer una semilla en cada surco.

Luego de haberlos fecundado, 

vuelve cantando hacia su sol eterno y puro.
Y en su reflujo melodioso 

va cosechando nuestros seres, uno a uno.

Rumbo a su nido fulgurante, 

cruza de nuevo los umbrales y los muros.
Pero esta vez lleva consigo 

nuestros más íntimos destellos, que son suyos.

Bien abrazada con nosotros, 

entra por último en el cielo sin crepúsculo.
Y se confunde con el Astro 

que está escondido en este Pan que miro y gusto.


Retablo Mayor de la Basílica porteña del Santísimo Sacramento en Plaza San Martín


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