Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

10 de junio de 2017

LA XENITEIA: EL EXILIO INTERIOR

 EL ANACORETA EN LA URBE
El desierto espiritual se cultiva en el silencio interior

“En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido”.

(San Juan de la Cruz)


“Peregrino es aquel que,
como hombre de otra lengua,
 que mora en una nación extranjera entre gente que no conoce,
vive solo consigo en el conocimiento de sí mismo…”

(San Juan Clímaco)



“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. 

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña”. (De la Carta a Diogneto)

Junto al desierto físico y real que tanto le costó alcanzar a muchos monjes, la riquísima literatura que surgió en torno a la vida de los anacoretas creó otro desierto en que se combinan lo físico y lo espiritual y que se expresó con un término intraducible a las lenguas modernas: la xeniteia, el exilio interior, el sentirse extranjero, el vivir sin patria. 

La xeniteia que deriva de xenos, extranjero o extraño, es el exilio interior o espiritual, acompañado del silencio, y que permite al monje alcanzar el ideal que persigue al retirarse al desierto, la hesychía.

Originariamente el monacato se inició como abandono de la ciudad, retiro de la ciudad, del mundo, de sus tráficos y preocupaciones, por el eremos, la soledad inhospitalaria e inculta donde se exalta el abandono total del monje a Dios.

Pero pronto terminó transformándose, en la literatura de los Padres, de lugar físico en actitud espiritual del hombre, la hesychía que abre las puertas a la contemplación de Dios, incluso en el mundo, como refleja, muy bien estos bellos Apotegmas:

Apa Ageras me dijo: “Fui un día a apa Poemen y le dije: He ido a habitar a todas partes y no he encontrado reposo: ¿dónde quieres que habite?”. El anciano le respondió: “Ya no hay desierto. Vete, pues, a un lugar populoso, en medio de la multitud, permanece allí y compórtate como un hombre que no existe. Tendrás así el reposo (hesychia) soberano”.

Apa Pastor decía: “Cualesquiera que sean tus penas, la victoria sobre ellas está en el silencio”.

Un anciano dijo: “La xeniteia abrazada por Dios es buena si va acompañada del silencio porque con la locuacidad no hay xeniteia”.

Un anciano decía: “El silencio está lleno de vida, pero la muerte está oculta en las palabras abundantes”.
Apa Sisoe dijo: “Dominar la lengua, ésta es la verdadera xeniteia”.

Apa Andrés solía decir: “Tres cosas son necesarias al monje: xeniteia, pobreza y silencio”.

(Reflexión de Nube Athonita)


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